Autoras/es: Pablo Gentili*
Haití, a tres años del terremoto (Foto: PG) |
El 12 de enero es un día de luto en el mundo. Se cumplen tres años de la tragedia que cobró la vida de casi 300 mil personas en Haití, uno de los países más pobres del planeta. A pocas horas del terremoto, algunas voces de alerta se levantaron para señalar los riesgos de una ayuda internacional que, sin la aguda revisión de sus principios, podría hacer fracasar las aspiraciones de socorro y bienestar a una nación castigada por la indiferencia, la prepotencia y la corrupción de quienes casi siempre la gobernaron desde adentro o desde afuera.
Pasaron ya tres años y los avances han sido bastante más modestos que los que celebran, con su jactancia habitual, las agencias que hacen de la cooperación al desarrollo un buen negocio.
La situación es dramática.
La ayuda prometida por las Naciones Unidas se derrama con cuentagotas. Según el Center for Economic and Policy Research (CPR), de los 2.200 millones de dólares anunciados por el organismo, sólo 1% han llegado al país de forma efectiva. Así mismo, casi la totalidad de los recursos fueron destinados a la Misión de las Naciones Unidades para la Estabilización de Haití (MINUSTAH), conformada por 7.700 militares, 1.278 policías y 595 civiles de diversos países. Lejos de ser identificada como una misión pacífica, numerosos informes y documentos ponen en evidencia que la sociedad haitiana considera a la MINUSTAH una fuerza de ocupación que, luego de ocho años de permanencia, pocos beneficios ha traído para el bienestar y la seguridad de la población.
La catastrófica fragilidad de la ONU para responder a las demandas de ayuda humanitaria a Haití fue revelada sin tapujos el 25 de julio del año pasado, cuando Nigel Fischer, representante del organismo, manifestó que la demanda de aportes financieros a los países donantes se reduciría drásticamente. En palabras de Fischer: “el monto original solicitado para Haití en 2012 era de 231 millones de dólares. Sin embargo, a la mitad del año se ha recibido apenas el 20% de esos fondos. Por lo tanto, teniendo en cuenta esta marcada reducción de los recursos disponibles, el equipo de ayuda humanitaria y las autoridades nacionales han revisado la cifra [disminuyéndola a 128 millones]”. En suma, como hasta mediados del 2012 se habían conseguido 46 de los 231 millones de dólares solicitados, si se reduce la cifra a 128 millones, no se habrá obtenido el 20, sino el 35% de los recursos pedidos y, manteniendo el ritmo, casi el 70% a fin de año. Algo así como una modesta victoria matemática en medio de una enorme derrota financiera.
El problema, naturalmente, no son los funcionarios civiles de Naciones Unidas que hacen su trabajo con enorme esfuerzo y profesionalismo, sino una comunidad internacional, indolente y anodina ante las catástrofes humanitarias. Entre las tantas humillaciones que suma la tragedia haitiana, una de ellas suele ser el dramático pedido de fondos que realizan con escaso éxito los funcionarios de la ONU ante un indiferente auditorio de naciones y empresas opulentas. Las Naciones Unidas aspiraban a recaudar 128 millones de dólares para la ayuda humanitaria a Haití en el año 2012, una suma semejante al costo de un F35, avión de combate del que la Fuerza Aérea Norteamericana posee 2.443 unidades. En otras palabras, el gobierno norteamericano dispone, en un solo modelo de los tantos aviones que componen su Fuerza Aérea, el valor equivalente a 2.443 años de la ayuda humanitaria a Haití solicitada por la ONU.
La "ayuda" internacional en uno de los 500
campos de desplazados, donde aún permanecen
casi 360 mil haitianos (Foto: PG)
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A comienzos de noviembre, cuando una nueva tragedia asoló el país, la ONU hizo un llamado enérgico a la comunidad internacional, solicitando una ayuda especial de 39 millones de dólares. El Huracán Sandy dejó un centenar de muertos, enormes pérdidas en la paupérrima infraestructura nacional y arruinó más de un tercio de la producción agrícola. Tampoco tuvo el éxito esperado.
El caso de la ONU es particularmente grave, ya que buena parte de los recursos que hoy canaliza dicho organismo están destinados a frenar una epidemia de cólera que ha cobrado casi 8 mil muertos entre los más de 650 mil infectados desde el año 2010. Una situación que podría ser categorizada de “humanitaria”, si no fuera por el hecho de que el cólera fue propagado en Haití por efectivos contaminados del ejército nepalés que conforman las fuerzas de paz de las propias Naciones Unidas.
Por apatía o indolencia de los países más ricos, por menosprecio o desconfianza a la ONU y al gobierno haitiano, o por las mismas razones que, desde su independencia, hacen de Haití un país castigado por la comunidad internacional, los recursos destinados a la reconstrucción del país parecen poco sensibles a las inmensas necesidades que vive la población. De hecho, según el Center for Economic and Policy Research (CPR), menos del 10% de todos los fondos internacionales donados a Haití han sido recibidos por el gobierno nacional. Los principales receptores de la ayuda “al desarrollo” son las empresas o las agencias de los propios países donantes, así como algunas ONGs que actúan siguiendo un aquelarre cacofónico de intereses y llevando adelante programas superpuestos y repetitivos que supuestamente interpretan las necesidades del pueblo haitiano.
Hace algunos pocos días, Canadá, país en el viven más médicos haitianos que en todo Haití, anunció que congelaría su ayuda a la isla, dado el bajo impacto de los programas financiados. El gobierno conservador canadiense poco después desmintió la medida, que atribuyó a un error de interpretación de las palabras de su ministro de cooperación internacional, Julian Fantino, en una entrevista concedida al periódico La Presse. Lo interesante de la noticia es que el gobierno canadiense negó el congelamiento de la ayuda humanitaria a Haití, pero no la pésima opinión de su ministro sobre los resultados de los programas de cooperación en curso.
A tres años del terremoto es difícil diferenciar en qué medida los recursos de la cooperación internacional están destinados a beneficiar a los haitianos o a las empresas y agencias internacionales que operan en el país. Cuando el presidente Michel Martelly sentenció, casi dos años después del terremoto, “Haiti is open for bussiness”, los empresarios de la “ayuda al desarrollo” entendieron de inmediato el mensaje. A ellos estaba dirigido.
La educación haitiana bajo la tutela de un banco
Uno de los ejemplos más ilustrativos de la perversa “ayuda humanitaria” que vive el país es el programa de apoyo a la educación que promueve el Banco Mundial. Antes del terremoto, Haití poseía una de las tasas de alfabetización más bajas del mundo y millones de niños y niñas fuera de la escuela. Su sistema educativo estaba casi totalmente privatizado, obligando a casi el 90% de las familias a pagar por la educación de sus hijos. Un sistema donde se combinaban la ausencia de una política educativa pública, las enormes condiciones de miseria y el deseo de prosperidad de la población, la inescrupulosidad de los decadentes mercaderes de promesas educativas y la ausencia de cualquier indicio de la educación como un derecho inquebrantablemente humano. En el país más pobre de las Américas, los pobres debían pagar por su educación en un sistema escolar totalmente privatizado, degradado, corrupto y donde proliferaban los abusos, la violencia y la ausencia de protección a la infancia.
El terremoto destruyó buena parte de la infraestructura escolar haitiana. Más de 5.000 establecimientos educativos desaparecieron bajo los escombros, su universidad pública sufrió daños humanos y materiales inmensos y más de 300 mil niños y niñas quedaron sin escuelas.
Han pasado tres años y casi nada ha cambiado.
Niñas saliendo de una escuela en
Puerto Príncipe (Foto: PG)
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La ayuda que el Banco Mundial brinda a Haití es insignificante, considerando el volumen de recursos que dicho organismo invierte anualmente en el campo educativo. Según su último Informe Anual, los aportes a la educación del Banco Mundial correspondieron a 2.959 millones de dólares durante el 2012. Así las cosas, su contribución a la educación haitiana ha correspondido a menos del 2,5% de los recursos disponibles y a 0,2% de los 35.300 millones de dólares aplicados en sus diferentes sectores de actuación durante el año que acaba de concluir.
Por otro lado, y salvo rarísimas excepciones, los países latinoamericanos que participan de las fuerzas militares de la ONU, poco han hecho, en los últimos tres años, para contribuir con el desarrollo educativo haitiano. Todos parecen apoyar la idea de que la educación de la infancia y la juventud haitianas permitirá superar las graves condiciones de pobreza y atraso que vive el país. Sin embargo, la ayuda latinoamericana a la mejora educativa es casi inexistente.
Para muestra, ya lo sabemos, vale un botón. El encargado de Haití en la Agencia de Cooperación Internacional (AGCI) del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, Rogelio Rubiño, sostiene: “la cooperación de Chile en Haití ha optado por la educación para seguir transfiriendo fortalezas que apuntan a políticas públicas asertivas y que plasman un legado social de valor y trascendencia, fortaleciendo no sólo la Educación Preescolar, sino también la Educación Primaria”. Ante tan noble objetivo, el funcionario chileno promete con pompa, “actualmente, AGCI evalúa dos proyectos de construcción de colegios. El primero corresponde a la reconstrucción de la actual Escuela República de Chile que posee 555 alumnos y que tras el terremoto de enero 2010 puede albergar y en forma muy precaria sólo a un 50% del alumnado por daños de infraestructura. En tanto que la construcción del segundo establecimiento se realizará con apoyo de Agencia de Cooperación Mexicana y atenderá a 600 alumnos.”
Sí, leyó bien: Chile “evalúa” la posibilidad de apoyar dos escuelas. Dos: 2. La primera porque se llama "Chile" o porque no permite que la mitad de sus alumnos puedan estudiar en ella (el funcionario no aclara el principal motivo que ha llevado a pensar en este centro). La segunda, porque quizás se llame “México”, hipótesis que avanturo ya que la acción se llevará a cabo con la Agencia de Cooperación de ese país. En rigor, Chile no "evaluará" el apoyo a dos escuelas, sino a una y media, o quizás sólo a una, o a ninguna. Parece una broma, si no fuera por ese patético realismo que le imprimen los burócratas internacionales a las acciones insignificantes con que pretenden poner un bálsamo a las tragedias humanas.
Podría afirmarse que este es el modesto aporte de Chile, ya que se trata de un país con un gobierno neoliberal y privatizador. Sin embargo, la poquedad chilena ante la grave crisis humanitaria que vive Haití es la regla y no la excepción, en un continente que parece no haber aprendido que los que ayudan a construir un futuro de justicia y prosperidad no son los militares, sino los maestros. De las tropas internacionales, con casi 9 mil efectivos y comandadas por Brasil, participan Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Guatemala, Paraguay, Perú y Uruguay. Grandes avances educativos se han logrado en algunos de estos países, superando una herencia histórica de injusticias y las consecuencias antidemocráticas de los procesos de privatización promovidos por el neoliberalismo. Entre tanto, y como si fuera una mueca del destino, a Haití, buena parte de los gobiernos progresistas latinoamericanos, mandan militares, antes que maestros, médicos, trabajadores sociales, agrónomos o ingenieros.
Han pasado tres años del terremoto que asoló el país y no hay motivos para festejar. Las promesas de reconstrucción siguen siendo nada más que eso. La esperanza, como siempre, anida en el corazón y en la voluntad del pueblo haitiano. En su fuerza y su determinación para sobreponerse a la adversidad y al sufrimiento. En su organización y en sus luchas. La esperanza, como siempre, se construye en Haití amparada en la risa de esos niños y esas niñas que resisten y sobreviven a la prepotencia de cualquier tipo de escombros.
Haití: la
esperanza (Foto: Oscar "Nebe" Abad,
Asociación
Audiovisual Educar desde la Infancia)
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Desde Río de Janeiro
Otros aportes:
"La educación en Haití, imprescindible para el desarrollo del país tres años después del terremoto", Declaración de Entreculturas.
Manifiesto por una educación pública, gratuita y de calidad para todos y todas en Haití. Elaborado por la Campaña Latinoamericana por el Derecho a la Educación (CLADE) y el Reagrupment Education pour Toutes et Tous, en el marco de su acción conjunta Haití somos todos y todas. Puerto Príncipe, 24 de mayo de 2012.
Imágenes de la infancia, al otro lado del espanto. Contrapuntos, El País (Pablo Gentili).
Haití: nuestro espejo, nuestra vergüenza. Contrapuntos, El País (Pablo Gentili).
La educación en Haití: del abandono al caos. (Pablo Gentili).
Con Haití, un acuerdo entre iguales. Página 12 (Martín Granovsky).
* Pablo Gentili. Nació en Buenos Aires en 1963 y ha pasado los últimos 20 años de su vida ejerciendo la docencia y la investigación social en Río de Janeiro. Ha escrito diversos libros sobre reformas educativas en América Latina y ha sido uno de los fundadores del Foro Mundial de Educación, iniciativa del Foro Social Mundial. Su trabajo académico y su militancia por el derecho a la educación le ha permitido conocer todos los países latinoamericanos, por los que viaja incesantemente, escribiendo las crónicas y ensayos que publica en este blog. Actualmente, es Secretario Ejecutivo Adjunto del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y Director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO, Sede Brasil).
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