Autoras/es: Eduardo Galeano
(Fecha original del artículo: 1987)
El
reino de las cucarachas
Cuando yo visité a Cedric Belfrage en
Cuernavaca, ya la ciudad de Los Angeles contenía dieciséis millones de
persomóviles, gente con ruedas en lugar de piernas, así que no se parecía mucho
a la ciudad que él había conocido cuando llegó a Hollywood en la época del cine
mudo, y ni siquiera se parecía a la ciudad que Cedric todavía amaba cuando el
senador MacCarthy Io expulsó durante la cacería de brujas.
Desde
la expulsión, Cedric vive en Cuernavaca. Algunos amigos, sobrevivientes de los
viejos Pempos, aparecen de vez en cuando en su casa amplia y luminosa, y
también aparece, de vez en cuando, una misteriosa mariposa blanca que bebe
tequila.
Yo
venía de Los Angeles y había estado en el barrio donde Cedric vivía, pero él no
me preguntó por Los Angeles. Los Angeles no le interesaba, o él hacía como que
no le interesaba. En cambio, me preguntó por mis días en Canadá, y nos pusimos
a hablar de la lluvia ácida. Los gases venenosos de las fábricas, devueltos a
la tierra desde las nubes, ya habían exterminado catorce mil lagos en Canadá.
Ya no había vida ninguna, ni plantas, ni peces, en esos catorce mil lagos. Yo
había visto una pequeña parte de esa catástrofe.
El
viejo Cedric me miró con sus grandes ojos transparentes y simuló arrodillarse
ante quienes van a reinar sobre la tierra:
-
Los seres humanos hemos abdicado el planeta -proclamó- a favor de las
cucarachas.
Entonces
arrimó la botella y llenó los vasos:
- Un
traguito, mientras se pueda.
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