Nuevas investigaciones confirman la importancia de los factores sociales en la génesis de la enfermedad
Autoras/es: Marta Morales
Dos tercios de los pacientes que sufren esquizofrenia han padecido
abuso físico o sexual durante su infancia o en la edad adulta, han
descubierto investigadores de Inglaterra y Nueva Zelanda comparando los
resultados de más de 50 estudios sobre pacientes psicóticos. Esto
significa que los traumas constituyen la primera causa de aparición de
la psicosis, por lo que los tratamientos no deben limitarse sólo a la
medicación. Al conocimiento profundo de la historia de cada paciente
debería dársele la misma importancia que a las diferencias cerebrales
–que también pueden ser producidas por el trauma-, para afrontar el
problema desde una mayor amplitud de miras, no estigmatizar a los
pacientes y potenciar los programas de prevención de abusos y
malos tratos.
Entre los días 12 a 16 de junio se celebró en Madrid el XV Congreso Internacional para la Psicoterapia de la Esquizofrenia y otras Psicosis,
organizado por la ISPS (la Sociedad Internacional para el Tratamiento
de la Esquizofrenia y otras Psicosis). Este congreso, tal como se
explica en las correspondientes actas, convocó a una serie de expertos con la finalidad de abrir un foro sobre las nuevas visiones acerca de la esquizofrenia
de otros trastornos psicóticos, así como los programas
psicoterapéuticos y psicosociales más amplios, completos y eficaces para
el tratamiento de estas enfermedades.
En este congreso, los investigadores Paul Hammersley, de la University of Manchester y John Read, de la New Zealand Psychological Society, señalaron que un gran número de estudios realizados no han dejado lugar a dudas de que el abuso infantil puede producir esquizofrenia. Hammersley había anticiopado en 2003, mediante un artículo publicado en British Journal of Psychiatry, un informe preliminar de sus investigaciones.
En su comunicación ante el congreso, John Read señaló que las intervenciones clínicas deberían conceder al menos la misma importancia al tratamiento de las secuelas de factores sociales, tales como la pobreza y el trauma, que a las intervenciones químicas y eléctricas. Asimismo, que la incidencia de la psicosis puede reducirse a través de programas similares a los dirigidos a la prevención primaria de la depresión, el suicidio, etc.
Añade John Read finalmente que la premisa según la cual la identificación de diferencias cerebrales automáticamente implicaría la primacía biogenética en la etiología de la psicosis, resulta inadecuada, dado que el ambiente puede causar dichas diferencias cerebrales.
Para ambos investigadores, estas conclusiones pueden considerarse un “terremoto” que cambiará radicalmente la profesión psiquiátrica. Los especialistas deben dejar de lado la visión simplista del paradigma de la biogenética y dar igual importancia en el desarrollo de la enfermedad a los traumas sufridos en la infancia y en la vida adulta, que contribuirían de forma directa e indirecta a la etiología de los síntomas característicos de la esquizofrenia.
La Universidad de Manchester también ha hecho público un comunicado sobre los trabajos de ambos investigadores en el que señala que 40 estudios consultados revelaron que los abusos físicos a adultos o niños se hallan en el historial de la mayoría de los pacientes con problemas psiquiátricos. Además, el examen de otros 13 estudios realizados a esquizofrénicos demostraron que éstos habían sufrido algún tipo de abuso en un porcentaje que iba del 51 al 97%.
La genética no es determinante
Hammersley y Read señalan que los profesionales deben saber que dos tercios de las personas diagnosticadas con esquizofrenia han sufrido abusos físicos o sexuales durante la infancia, lo que convierte el abuso en la mayor causa de la enfermedad. De hecho, aseguran, muchos de los síntomas de la esquizofrenia tienen su origen en el trauma y en sus síntomas post-estrés.
Evidentemente, ni todos los esquizofrénicos han padecido abusos ni todos aquellos que sufrieron abusos durante la infancia desarrollan la enfermedad. Es cierto que los genes juegan un papel, pero las evidencias muestran que por sí solos no causan la enfermedad, aseguran los expertos.
En un estudio reciente se comparó a 56 niños adoptados cuyas madres biológicas eran esquizofrénicas, con 96 niños adoptados cuyos padres biológicos no sufrían esta enfermedad. Las familias fueron observadas durante la crianza de los hijos adoptados, y los niños, al convertirse en adultos, fueron evaluados psiquiátricamente. Se descubrió que un riesgo genético combinado con un cuidado deficiente durante el crecimiento puede hacer que se desarrolle la esquizofrenia, pero que la tendencia genética por sí sola no condena a la enfermedad.
Los investigadores señalaron por tanto que si los pacientes creen que su enfermedad es un destino genético irrevocable que requiere soluciones físicas, aceptarán rápidamente la prescripción de medicamentos para la esquizofrenia, cuando quizá necesiten otro tipo de tratamiento. Sin embargo, señalaron que el componente genético, una vez desarrollada la enfermedad, sí aumenta las dificultades de recuperación.
Amplitud de miras
Según Hammersley, no es que se pretenda echar la culpa de todo a las familias, al trato que reciben los hijos durante la infancia, pero lo cierto es que sus investigaciones, así como su trabajo con la organización británica Hearing Voices Network, de ayuda a las personas que oyen voces en su cabeza, ha puesto de relieve que la experiencia de oír voces dentro de la cabeza –uno de los síntomas de la esquizofrenia- suele estar asociado con traumas infantiles. Los profesionales deben darse cuenta, dice Hammersley, de que el abuso en niños produce un gran número de adultos psicóticos.
El doctor Read señala asimismo que este hecho debería ser contemplado de manera general en los centros de atención a enfermos esquizofrénicos o psicóticos. Se debe investigar y preguntar a los pacientes si ha habido abusos en sus vidas, no se deben recetar automáticamente –sin estudiar cada caso a fondo- medicamentos anti-psicosis, y las terapias psicológicas deben ofrecerse más a menudo.
Proponen por tanto que las intervenciones clínicas concedan la misma importancia al reconocimiento y al tratamiento de las secuelas de dichos traumas que a las intervenciones químicas (con medicinas específicas). Y, sobre todo, que se tenga en cuenta que la incidencia de la psicosis podría reducirse a través de programas de prevención del abuso y el maltrato.
Asimismo, señalan que la premisa de que la diferenciación cerebral –es decir, que haya una predeterminación biológica para la enfermedad- es la causa irrevocable de la esquizofrénica es falsa, puesto que se ha demostrado que los traumas infantiles pueden producir dicha diferenciación.
Daños en el hipocampo, anomalías en los sistemas neurotransmisores (especialmente el de la dopamina, relacionada con las emociones) o atrofia cerebral son algunas de ellas. Por tanto, hay que tener en cuenta sin lugar a dudas el papel del trauma en los diagnósticos, y dejar de lado los tratamientos puramente químicos y descontextualizados, ajenos a la vida de cada paciente.
Cada vez se extiende más entre la comunidad médica la convicción de que la enfermedad guarda estrechas relaciones con el entorno familiar y social de los pacientes. Tal como explicamos en otro artículo, según la Asociación Americana de Psiquiatría las relaciones familiares forman parte de la génesis de algunas enfermedades, lo que demanda una terapia combinada de medicamentos y relaciones familiares para el tratamiento de la depresión o la ansiedad.
En este congreso, los investigadores Paul Hammersley, de la University of Manchester y John Read, de la New Zealand Psychological Society, señalaron que un gran número de estudios realizados no han dejado lugar a dudas de que el abuso infantil puede producir esquizofrenia. Hammersley había anticiopado en 2003, mediante un artículo publicado en British Journal of Psychiatry, un informe preliminar de sus investigaciones.
En su comunicación ante el congreso, John Read señaló que las intervenciones clínicas deberían conceder al menos la misma importancia al tratamiento de las secuelas de factores sociales, tales como la pobreza y el trauma, que a las intervenciones químicas y eléctricas. Asimismo, que la incidencia de la psicosis puede reducirse a través de programas similares a los dirigidos a la prevención primaria de la depresión, el suicidio, etc.
Añade John Read finalmente que la premisa según la cual la identificación de diferencias cerebrales automáticamente implicaría la primacía biogenética en la etiología de la psicosis, resulta inadecuada, dado que el ambiente puede causar dichas diferencias cerebrales.
Para ambos investigadores, estas conclusiones pueden considerarse un “terremoto” que cambiará radicalmente la profesión psiquiátrica. Los especialistas deben dejar de lado la visión simplista del paradigma de la biogenética y dar igual importancia en el desarrollo de la enfermedad a los traumas sufridos en la infancia y en la vida adulta, que contribuirían de forma directa e indirecta a la etiología de los síntomas característicos de la esquizofrenia.
La Universidad de Manchester también ha hecho público un comunicado sobre los trabajos de ambos investigadores en el que señala que 40 estudios consultados revelaron que los abusos físicos a adultos o niños se hallan en el historial de la mayoría de los pacientes con problemas psiquiátricos. Además, el examen de otros 13 estudios realizados a esquizofrénicos demostraron que éstos habían sufrido algún tipo de abuso en un porcentaje que iba del 51 al 97%.
La genética no es determinante
Hammersley y Read señalan que los profesionales deben saber que dos tercios de las personas diagnosticadas con esquizofrenia han sufrido abusos físicos o sexuales durante la infancia, lo que convierte el abuso en la mayor causa de la enfermedad. De hecho, aseguran, muchos de los síntomas de la esquizofrenia tienen su origen en el trauma y en sus síntomas post-estrés.
Evidentemente, ni todos los esquizofrénicos han padecido abusos ni todos aquellos que sufrieron abusos durante la infancia desarrollan la enfermedad. Es cierto que los genes juegan un papel, pero las evidencias muestran que por sí solos no causan la enfermedad, aseguran los expertos.
En un estudio reciente se comparó a 56 niños adoptados cuyas madres biológicas eran esquizofrénicas, con 96 niños adoptados cuyos padres biológicos no sufrían esta enfermedad. Las familias fueron observadas durante la crianza de los hijos adoptados, y los niños, al convertirse en adultos, fueron evaluados psiquiátricamente. Se descubrió que un riesgo genético combinado con un cuidado deficiente durante el crecimiento puede hacer que se desarrolle la esquizofrenia, pero que la tendencia genética por sí sola no condena a la enfermedad.
Los investigadores señalaron por tanto que si los pacientes creen que su enfermedad es un destino genético irrevocable que requiere soluciones físicas, aceptarán rápidamente la prescripción de medicamentos para la esquizofrenia, cuando quizá necesiten otro tipo de tratamiento. Sin embargo, señalaron que el componente genético, una vez desarrollada la enfermedad, sí aumenta las dificultades de recuperación.
Amplitud de miras
Según Hammersley, no es que se pretenda echar la culpa de todo a las familias, al trato que reciben los hijos durante la infancia, pero lo cierto es que sus investigaciones, así como su trabajo con la organización británica Hearing Voices Network, de ayuda a las personas que oyen voces en su cabeza, ha puesto de relieve que la experiencia de oír voces dentro de la cabeza –uno de los síntomas de la esquizofrenia- suele estar asociado con traumas infantiles. Los profesionales deben darse cuenta, dice Hammersley, de que el abuso en niños produce un gran número de adultos psicóticos.
El doctor Read señala asimismo que este hecho debería ser contemplado de manera general en los centros de atención a enfermos esquizofrénicos o psicóticos. Se debe investigar y preguntar a los pacientes si ha habido abusos en sus vidas, no se deben recetar automáticamente –sin estudiar cada caso a fondo- medicamentos anti-psicosis, y las terapias psicológicas deben ofrecerse más a menudo.
Proponen por tanto que las intervenciones clínicas concedan la misma importancia al reconocimiento y al tratamiento de las secuelas de dichos traumas que a las intervenciones químicas (con medicinas específicas). Y, sobre todo, que se tenga en cuenta que la incidencia de la psicosis podría reducirse a través de programas de prevención del abuso y el maltrato.
Asimismo, señalan que la premisa de que la diferenciación cerebral –es decir, que haya una predeterminación biológica para la enfermedad- es la causa irrevocable de la esquizofrénica es falsa, puesto que se ha demostrado que los traumas infantiles pueden producir dicha diferenciación.
Daños en el hipocampo, anomalías en los sistemas neurotransmisores (especialmente el de la dopamina, relacionada con las emociones) o atrofia cerebral son algunas de ellas. Por tanto, hay que tener en cuenta sin lugar a dudas el papel del trauma en los diagnósticos, y dejar de lado los tratamientos puramente químicos y descontextualizados, ajenos a la vida de cada paciente.
Cada vez se extiende más entre la comunidad médica la convicción de que la enfermedad guarda estrechas relaciones con el entorno familiar y social de los pacientes. Tal como explicamos en otro artículo, según la Asociación Americana de Psiquiatría las relaciones familiares forman parte de la génesis de algunas enfermedades, lo que demanda una terapia combinada de medicamentos y relaciones familiares para el tratamiento de la depresión o la ansiedad.
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