Autoras/es: Norma Giarracca *
(Fecha original del artículo: Enero 2013)
La
Argentina, que siempre se preció de ser un "crisol de razas" que
convivía sin demasiados problemas, muestra en la actualidad el
carácter imaginario de ese rasgo así como los límites que se pueden
atravesar con la dinámica de una máquina cultural de fragmentar,
jerarquizar y eliminar, no revisada ni cuestionada lo suficiente.
El
último tiempo, "el país digno" quedó conmovido por las muertes de
niños indígenas atropellados "accidentalmente" o masacrados cruelmente
en las provincias de Formosa y Chaco. ¿Son, simplemente, hechos
policiales? ¿Podemos quedarnos tranquilos con esa caracterización
cuando ocurre con niños y con sus familias en las provincias donde
está en disputa la tierra que ocupan comunidades campesinas y los
pueblos indígenas? La frecuencia de estos hechos, muy pocos con la
publicidad de estos últimos, es tan alta que llama la atención de
quienes recorremos territorios y conocemos a sus ocupantes. La tierra
que pertenece históricamente o por antigüedad de ocupación a estas
comunidades es disputada por las empresas del extractivismo y el
negocio inmobiliario y aun con legislaciones que las protegen, se les
arrebata por "las buenas" (expulsión silenciosa) o por cualquier
medio.
Hemos
trabajado y escrito mucho sobre estas disputas en el marco del modelo
de las actividades extractivas ("agronegocio", minería, petróleo),
sus actores, las consecuencias negativas en el medio ambiente,
etcétera. Por eso ahora queremos detenernos en una cuestión que es
condición de posibilidad para que el proceso expropiatorio se lleve a
cabo con muchas complicidades: el racismo como rasgo permanente de la
historia y cultura argentina. Diana Lenton, antropóloga, integrante de
la Red de Investigadores en Genocidio y Política indígena, sostiene
que los pueblos originarios son víctimas de un genocidio que aún no
finalizó, que arrincona y mata poblaciones y en especial a sus niños
para cumplir con el objetivo de exterminio a largo plazo y que ese
proceso tiene dos rasgos particulares: no tiene fin ni ha sido ni es
juzgado.
Este
genocidio que comienza en estos territorios con la "invención de
América" (mal llamado "descubrimiento") se basa en el concepto de
raza, en la "racialización" de las etnias que desde el poder y "el
conocimiento" jerarquiza a los seres humanos; es el legado de los
europeos. Nuestro drama es haber creído que conservábamos esa
superioridad europea, negar la historia de quienes habitaron y habitan
estos territorios y haber apostado a la decadente "modernidad tardía".
Durante muchas décadas la intelectualidad argentina ignoró el hecho
colonial, puso bajo la alfombra el racismo y si bien hubo honrosas
excepciones, como Osvaldo Bayer, toda esta historia no formaba parte
de las preocupaciones nacionales. Hoy es imposible ignorar la
"emergencia indígena" y aun así el racismo circula de modo ominoso por
las provincias donde estos pueblos habitan y de distintos modos por
todo el país. Por supuesto que se ha demostrado racismo no sólo con
las poblaciones indígenas sino también con criollos o inmigrantes
"subalternizados"; pero lo que hoy está en debate es el racismo hacia
los primeros. ¿Cómo desactivarlo?
Cierta
clase media que soluciona todo con "la educación" la clama para estos
menesteres, sin conciencia de que, precisamente, en ella se centra
gran parte del problema. La matriz de dominación colonial del poder
operó sobre el saber y el ser; es decir, en el modo de generar
conocimiento, de aplicarlo y en la configuración de sujetos donde la
socialización vía educación es un dispositivo de primer orden. Esta
matriz no fue modificada en 1810 sino que se perfecciona en esa saga
de criollos ilustrados que vieron en el "indio" los males del
progreso, que buscaron "blanquear" el país con inmigración europea para
llegar al Centenario de Mayo disputando un lugar en el "mundo
civilizado". Domingo F. Sarmiento y la educación como arma simbólica y
Julio A. Roca y sus armas que aniquilaron, fueron los personajes
clave en este proceso de "modernización" a cualquier precio: sembrar
de sangre india los suelos de la patria y masacrar, esclavizar y
secuestrar o matar niños indígenas (paradójica coincidencia de Roca
con la última dictadura). La educación "sarmientina", sentimos decirlo,
forma parte del problema y no de la solución.
Estos
hombres/mujeres de gendarmería, policía, poderes judiciales,
gobernantes, inversores, profesionales, etc. fueron educados en los
principios "modernos/coloniales" que diferencian y jerarquizan a los
seres humanos. Sólo operando desde de unas prácticas "decoloniales" en
todas las instancias de los espacios sociales, económicos,
culturales, artísticos, profesionales y sobre todo educativos en todos
sus niveles, podemos conducirnos por un sendero que modifique la
matriz colonial de dominación y configure sujetos densos y capaces de
"convivencialidad" (Iván Illich), es decir de generar una vida digna en
equilibrio y armonía entre todos y también con la naturaleza. Con el
desarrollo del "extractivismo" como política económica, esto es
imposible de pensar como proceso ampliado pero vale la pena
intentarlo, como de hecho está ocurriendo, desde muchos campos de
experimentación. Mientras tanto, verdad y justicia para los asesinatos
indígenas.
* Socióloga. Instituto Gino Germani-UBA.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-211726-2013-01-12.html
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-211726-2013-01-12.html
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