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lunes, 3 de septiembre de 2012

ESTRUCTURA SOCIAL, SOCIEDADES Y CIVILIZACIONES

Autoras/es: Tom Bottomore
(Fecha original del artículo: 1987)*

La <<estructura social>> es uno de los conceptos centrales de la sociología, tal como se le emplea no es ni coherente ni unívoco . Herbert Spencer, uno de los primeros autores que utilizo el termino, estaba demasiado fascinado por sus analogías biológicas (estructura y evolución orgánica) para dar claridad a su concepto de estructura de una sociedad. También Durkheim dejo el termino en la vaguedad. Muchos sociólogos y antropólogos sociales posteriores han intentado darle un significado más preciso, pero sus concepciones de la estructura social son muy divergentes. Radcliffe-Brown, por ejemplo, considera como “una parte de la estructura social todas las relaciones sociales de persona a persona. Al estudiar la estructura, social, la realidad concreta de que nos ocupamos es la serie de relaciones existentes en un momento dado, que ligan entre si a ciertos seres humanos”. Pero sigue diciendo que el objeto que intentamos describir y analizar es la forma estructural, es decir, las relaciones generales, al margen de las variaciones y de los individuos concretos que aquellas implican”. Esta forma estructural es lo que la mayoría de autores designan como el nombre de estructura social. La definición de Radcliff-Brown, es como ha señalado Firth, muy laxa. “No establece distinción alguna entre los elementos efímeros y los elementos duraderos de la actividad social y hace casi imposible distinguir la idea de la estructura de una sociedad de la totalidad de la sociedad.” Otros autores han limitado el termino a las relaciones más permanentes y organizadas de la sociedad.
Así, por ejemplo, M. Ginsberg considera a la estructura social como el complejo de los principales grupos e instituciones que constituyen las sociedades. Esta concepción es importante por el énfasis que da a la conexión entre las relaciones sociales abstractas y los grupos sociales que las originan están implicados en ellas. Desde este punto de vista, puede iniciarse el estudio de la estructura social en términos de organizaciones institucionales o de relaciones entre los grupos sociales o de ambas cosas a la vez, con manifiesta utilidad para el estudio efectivo de las sociedades”. Si limitamos, pues, el significado de la “estructura social” al de estos grupos y relaciones más permanentes e importantes, quizá necesitaremos otro termino para referirnos a las restantes actividades de la sociedad, actividades que constituyen con frecuencia, simples variaciones con respecto a las formas estructurales. R. Firth ha propuesto el termino de “organización social” que define como la “organización sistemática de las relaciones sociales mediante actos de elección y de decisión”. “En la estructura social recibe el principio de continuidad de la sociedad; en la organización social recibe el principio de variación o de cambio al permitir la evaluación de la elección individual”.
Dos libros recientes, The Theory of Social Structure de S.F. Nadel y Character and Social Structure, de H. Gerth y C. W. Mills proponen una tercera vía de aproximación al tema: la que utiliza la noción de rol social y define la estructura social de manera aun más limitada. Nadel dice que <<.. llegamos a la estructura de una sociedad abstrayendo, a partir de la población concreta y de su comportamiento el modulo o red (“o sistema”) de relaciones entre los actores en su capacidad de desempeñar papeles o roles que se relacionen recíprocamente>>. Gerth y Mills dicen que el concepto de rol es <<... el termino clave en nuestra definición de institución>>; <<del mismo modo que el rol es la unidad que utilizamos para construir nuestro concepto de institución, esta ultima es la unidad que utilizamos para construir nuestro concepto de estructura social>>.
Este párrafo demuestra claramente - como lo demuestra también el de Nadel- que el análisis de la estructura social en términos de roles sociales no difiere fundamentalmente de un análisis en términos de instrucciones sociales puesto que una institución es un complejo o un racimo de roles. Me parece, sin embargo, que hay una cierta diferencia en la intensidad, en el énfasis. La introducción del concepto de rol presenta algunas ventajas, puesto que como observan Gerth y Mills, constituye un importante eslabón entre el carácter y la estructura social. Facilita la necesaria cooperación entre la psicología y la sociología en el estudio del comportamiento social. Ahora bien, poner el acento en los factores individuales que desempeñan roles tiene, también, sus desventajas.
Tiende a producir una concepción excesivamente individualista del comportamiento social, en la que la sociedad es vista como un agregado de individuos relacionados únicamente a través del complejo sistema de roles de la sociedad en general, como un todo; los grupos sociales que esta contiene son dejados al margen.
Más adelante veremos que así ocurre efectivamente en algunas teorías recientes sobre la estratificación social en términos de rol y de status; en ellas, se presta poca atención a la existencia de grupos sociales distintos (por ejemplo, clases sociales) y a las relaciones de competición y de conflicto que mantienen entre ellos.
Quizá vale la pena observar que el concepto de rol parece haber sido aceptado con más facilidad por los psicólogos especialmente interesados en el estudio del comportamiento individual y por los antropólogos sociales que estudian sociedades que presentan una escasa diversidad de grupos sociales.
Cabe mencionar, además otro punto. A veces se opera una distinción entre la estructura social, como sistema de relaciones “ideales” entre las personas, y la estructura social como sistema de relaciones efectivas y concretas. Esta distinción es frecuente, sobre todo, entre los antropólogos que se dedican al estudio de las comunidades pequeñas y que pueden comparar las descripciones de los informantes sobre las relaciones y el comportamiento de dichas comunidades con las relaciones y el comportamiento que ellos mismos observan directamente. Los sociólogos no pueden hacer lo mismo al estudiar las sociedades históricas. E incluso al estudiar las sociedades actuales se ven obligados con frecuencia y a causa de las dimensiones y de la complejidad de las sociedades, a concentrarse en el sistema “ideal” de instituciones, más fácilmente observable tal como se expresa en el Derecho, en la moral y en los códigos religiosos. Pero la distinción es importante. Y la investigación sociológica debería adoptar la actitud del antropólogo y observar, con métodos adecuados, las manifestaciones reales del comportamiento social.
De todas las concepciones que hemos examinado, la más útil es, a mi entender, la que considera la estructura social como el complejo de las principales instituciones y de los principales grupos de la sociedad.
No es muy difícil identificar estas instituciones y estos grupos. Puede demostrarse de la existencia de la sociedad humana requiere un mínimo de ordenamientos o de procesos, o como se ha dicho, que existen algunas “premisas funcionales de la sociedad”. Las exigencias mínimas parecen ser las siguientes : 1) un sistema de comunicación; 2) un sistema económico que gire en torno a la producción y a la distribución de mercancías; 3) organismos y ordenamientos (incluyendo a la familia y a la educación) para la socialización de las nuevas generaciones; 4) un sistema de autoridad y de distribución del poder; y quizá, 5) un sistema de ritos que mantenga o incremente la cohesión social y otorgue reconocimiento social a acontecimientos personales significativos, tales como el nacimiento, la pubertad, el noviazgo, el matrimonio y la muerte. Las instituciones y los grupos principales son los que se ocupan de estas exigencias básicas (salvo la primera, satisfecha en cuanto existe un lenguaje). De ellos surgen otras instituciones como la estratificación social, por ejemplo -- que, a su vez, les influyen. En los capítulos siguientes examinaremos con algún detalle estos “elementos” de la estructura social.
Hemos de enfrentarnos , todavía, con otra dificultad. Toda sociedad tiene una estructura social, aunque diversas aunque diversas sociedades puedan tener estructuras sociales parecidas. Pero, entre ¿como podemos determinar que es una sociedad? O, dicho de otra manera ¿como podemos determinar la extensión de otra manera, determinar la extensión de una estructura social particular?. ¿Puede decirse que Grecia era una sociedad? ¿O bien que cada ciudad-Estado constituya una sociedad distinta?. ¿Puede decirse que la India era , hasta hace poco una sociedad única? ¿O hay que decir, que más bien, que era un agregado de sociedades unidas, hasta cierto punto, por una tradición cultural y, especialmente, religiosa? En muchos casos, resulta difícil determinar los limites de una sociedad . R. Firth dice que <<...a menos que exista un claro aislamiento físico, no podemos fijar ningún limite definido a una sociedad .>> Con frecuencia el criterio que se utiliza para identificar a una sociedad es la independencia política. I. Schapera ha utilizado este criterio del modo siguiente: << Al decir “ comunidad política “ -escribe- quiero referirme a un grupo de personas organizadas en una sola unidad . que llevan la gestión de sus asuntos propios al margen del control anterior ...ninguna comunidad esta completamente aislada...pero , mientras decida por si misma las cuestiones de interés local , 20 mientras no se someta a un dictado exterior y mientras sus decisiones y sus acciones no pueden ser invalidadas por una autoridad superior, podemos decir que goza de independencia política . A pesar de esto, las dificultades subsisten, pues la “independencia política” es relativa (existen países satélites, por ejemplo) y queda por decidir el grado de independencia que nos permitirá calificar de sociedad plena a un grupo determinado. Además tenemos muchos ejemplos de absorción de sociedades en unidades mayores o al revés, de la división y subdivisión de estas en sociedades separadas. Este es el caso, por ejemplo de las sociedades feudales surgidas con la descomposición del Imperio Romano. Y ya hemos visto como algunos observadores calificaban a las aldeas indias de “pequeñas repúblicas”. Pese a todas estas dificultades, el criterio de la independencia política es valido: allí donde exista independencia política junto con instituciones económicas, religiosas y familiares diferenciadas podemos considerar al grupo, con toda seguridad, como perteneciente a una sociedad separada y plena.
Hasta ahora hemos estado examinando la separación espacial de las sociedades, pero ¿que diremos de su separación temporal? La Gran Bretaña es una sociedad, pero ¿es la misma sociedad en 1962 que en 1862 o en 1762? ¿Puede decirse que la India sea la misma sociedad que hace cien o doscientos años? En este punto, es fácil encontrar un criterio, aunque no siempre sea tan fácil aplicarlo en la practica.
Allí donde se produce un cambio importante en la estructura social de un grupo particular hemos de considerar que la sociedad que resulta de este cambio es una sociedad nueva y distinta. Hay que decir previamente, sin embargo, en que consiste un cambio importante y esto no es fácil. Podemos decir, provisionalmente, que es un cambio que transforma todas las instituciones de la sociedad o la mayoría de ellas. Así, por ejemplo. La Inglaterra y la Francia capitalista son sociedades diferentes de la Inglaterra y la Francia feudales, la Unión Soviética es una sociedad diferente de la Rusia zarista. Pero nuestro juicio se vera influido hasta cierto punto por consideraciones mas generales sobre la clasificación de las sociedades este temas es le que vamos a examinar.

Ciudadanía y clase social, una crítica de Tom Bottomore.

La revisión crítica de las tesis de T. H. Marshall fue llevada a cabo, al finalizar el siglo XX, por el profesor de sociología de la Universidad de Sussex Tom Bottomore. Siempre ha existido alguna forma de conflicto entre la ciudadanía y el sistema capitalista de clases, entre el mercado y la satisfacción de las necesidades mediante la política del bienestar, no obstante, observa Bottomore, el desarrollo de la ciudadanía en relación con la clase social es más complejo y más variable, como proceso, de lo expresado por T. H. Marshall. En las sociedades capitalistas el aumento de los derechos sociales, en el marco del Estado de bienestar, no ha transformado con profundidad el sistema de clases, ni los servicios sociales han eliminado la pobreza, la desigualdad y la jerarquización.
Los comentarios de Bottomore al trabajo de T:H. Marshall sobre Ciudadanía y Clase Social se basan en su análisis del desarrollo de los derechos sociales durante la segunda mitad del siglo XX. Los argumentos son: i) las diferencias entre la ciudadanía formal y la sustantiva, concluyendo que se deben examinar los derechos civiles, políticos y sociales no tanto en el marco de la ciudadanía como en el de una concepción general de los derechos humanos; ii) los derechos humanos deben considerarse a escala mundial, en el contexto de las desigualdades entre las naciones ricas y las naciones pobres; iii) las desigualdades no solo están determinadas por la posición de clase social, también por diferencias de sexo, etnia y cultura; iv) el papel histórico de las clases y sus conflictos en la extensión o limitación del alcance de los derechos humanos; v) los derechos civiles, políticos y sociales se encuentran en continuo desarrollo, en ningún momento histórico debe esperarse una forma final y definitiva; vi) las limitaciones económicas y de clase se oponen al ejercicio efectivo de los derechos formalmente establecidos, solo una reconstrucción societal[1] puede reducir la concentración de la riqueza y el poder en una sola clase. 

Mientras Marshall basa su análisis a partir de las transformaciones que los derechos sociales ejercen sobre los conflictos y desigualdades entre las clases sociales, Bottomore toma la vía contraria: el efecto de las luchas de  clases y por el reconocimiento de las diferencias, sexuales, étnicas y culturales en la construcción de la ciudadanía democrática. El desarrollo de la ciudadanía sustantiva como cuerpo creciente de derechos civiles, políticos y sociales no se puede concebir como un proceso teleológico inmanente al auge del capitalismo moderno. Según Bottomore, Marshall reconocía la existencia de un elemento conflictivo , pero lo expresaba como choque entre principios opuestos , no entre clases, ya que su análisis de estas últimas se ocupaba del influjo ejercido sobre ellas por el fenómeno de la ciudadanía, no de cómo el propio desarrollo histórico de las clases había producido nuevos conceptos de ciudadanía y movimientos de expansión de los derechos (p. 111).

Bottomore lleva adelante su análisis de ciudadanos, clases e igualdad a través de tres temáticas: i) capitalismo, socialismo y ciudadanía; ii) nuevos interrogantes a propósito de la ciudadanía; iii) cambian las clases, cambian las doctrinas. En la primera muestra como el optimismo de marshall obedece a una influencia de los tiempos, en 1949, en los cuales la expansión de la democracia y el auge de los movimientos igualitarios, casi todos de carácter socialista, lograron grandes avances en la implantación de los derechos sociales en nuevas áreas como la salud, la educación, el empleo y el control de los recursos productivos.

En la segunda mitad del siglo XX se registra un declive en las potencias constituyentes y expansivas de los derechos sociales, a pesar de algunos momentos de actividad renovada. El resurgir del capitalismo liberal y el ejemplo disuasorio del supuesto «socialismo real», por su burocracia y totalitarismo, debilitaron al movimiento socialista democrático. Ahora la base del bienestar social, la garantía de una mejora permanente de las condiciones de vida de la población y del suministro de servicios a la población más pobre descansaba únicamente sobre el crecimiento rápido y continuo de la economía, propiciado por la innovación tecnológica, el aumento de la productividad y el pleno empleo. El sistema corporativista que se adoptó, la política social y económica resultaba de acuerdos negociados entre el Estado, las grandes empresas capitalistas y los sindicatos, en una especie de «compromiso de clase» que permitiera mantener la estabilidad (p. 91). Quienes estuviera fuera de este «compromiso» es obvio que no se beneficiaban de estas políticas.

En las últimas décadas se han producido cambios muy significativos en los comportamientos políticos y sociales, en particular en los programas de los partidos de izquierda. Estos se limitan a defender las políticas del bienestar, el incremento del gasto público social y el intervencionismo estatal, identificando erróneamente justicia social con políticas asistenciales. Abandonaron los fines tradicionales a largo plazo, tales como la propiedad pública y el logro de una igualdad sustancial en las condiciones económicas, sociales y políticas de todos los ciudadanos; lo que se definía como una sociedad igualitaria y «sin clases». La única vía para la justicia social es afectando las causas de la desigualdad y no simplemente sus consecuencias, esto es, la transferencia de control económico y político, transformando las relaciones sociales básicas, y la redistribución de la riqueza y el ingreso, lo que requiere de una reconstrucción radical del sistema social, económico, político y cultural, en resumen un cambio societal (pp. 92-96).

Esta transformación debe darse en el marco de la integridad de los derechos humanos y de un socialismo democrático, bastante distante de las experiencias totalitarias de socialismo real. Estas en vez de progresar desde los derechos civiles y políticos hasta los derechos sociales, como lo concebía Marshall, los estados totalitarios de las sociedades socialistas establecieron algunos derechos sociales importantes pero al costo de extinguir derechos civiles y políticos de importancia extrema, al tiempo que aparecían nuevas formas de desigualdad y jerarquización. Sin embargo, con la caída de estos regímenes y la reimplantación de la economía capitalista los derechos sociales se perdieron y retorno la inseguridad en el empleo y en el futuro económico, la falta de democracia en la gestión de las empresas, junto con la caída en la producción, los niveles de calidad de vida y el aumento del desempleo. Tampoco en los países capitalistas «avanzados», en el marco del Estado de Bienestar, han desaparecido el sistema de clases ni los servicios sociales han eliminado la pobreza, y también se desarrollan nuevos tipos de estratificación socioeconómica. No hay un desarrollo lineal ni garantizado en la conquista de los derechos, estos dependen de la correlación de las fuerzas sociales y del tipo de régimen societal.

La segunda problemática examinada por Bottomore muestra como en la segunda mitad del siglo XX el concepto de ciudadanía se ha vuelto más complejo y las conexiones con la clase social,  en los nuevos contextos sociales, económicos, políticos y culturales, no parecen tan claras.  En este análisis es importante la distinción que se introduce entre ciudadanía formal y ciudadanía sustantiva. La primera se define como la pertenencia a un Estado nación; la segunda, en el sentido de Marshall, consiste en un conjunto de derechos civiles, políticos y especialmente sociales. La ciudadanía formal no es condición suficiente ni necesaria para la ciudadanía sustantiva.

La ciudadanía sustantiva parte de reconocer la diferencia entre grupos específicos y las garantías que se otorgan al disfrute de sus derechos. Diversos grupos son «ciudadanos de segunda clase» al ser discriminados sus derechos sociales, económicos y culturales. Este es el caso de las mujeres y los grupos étnicos,  culturales y sociales excluidos. Los derechos sociales se encuentran desigualmente distribuidos al interior de la mayoría de los Estados Nación y entre países. En general, las desigualdades en la implantación de los derechos humanos, especialmente los sociales, distinguen aún más las diferentes regiones del mundo (p.134).

De otra parte, Bottomore constata que el desarrollo de la ciudadanía sustantiva es bastante irregular y variable. La ciudadanía mantenía su promesa de fomentar la igualdad de derechos políticos y civiles, y expandir de forma significativa los derechos sociales que producirían una mayor igualdad económica y social, pero permanentemente tuvo que enfrentar el conflicto con las desigualdades inherentes al sistema económico capitalista y su estructura de clases. Además, frente al agotamiento del crecimiento económico  que venia desde la postguerra, evidente a mediados de los años setenta con el aumento del desempleo y con mayores demandas para financiar los estados de bienestar nacieron nuevas doctrinas y movimientos políticos que pedían políticas de reducción del gasto y una vuelta al laissez-faire capitalista. La economía capitalista de mercado se impuso al Estado de Bienestar.

La nueva derecha lanzó su ataque contra lo que llama «cultura de la dependencia» en defensa de la «cultura de empresa»  en la que los individuos aseguran su bienestar individual y meritocráticamente, gracias a su propio esfuerzo. La preferencia por el individuo y la empresa privada implica la aceptación de un alto grado de desigualdad económica y social. Este ataque ha socavado la idea de que los derechos sociales son unos de los atributos de la ciudadanía, ha fomentado las actividades privadas y ha relegado a «ciudadanos de segunda» a los pobres, sujetos de la caridad pública o privada, en conjunto con la pérdida de sus derechos civiles y políticos, convertidos ahora en población excluida.  

Bottomore concluye su análisis sobre el trabajo de Marshall señalando que los derechos de ciudadanía, o derechos humanos, como prefiere llamarlos, si bien se encuentran en un proceso continuo de desarrollo ahora se ve afectado por los cambios en las condiciones externas (especialmente económicas e ideológicas), por la aparición de nuevos problemas y la búsqueda de nuevas soluciones. Uno de los factores principales del proceso ha sido la antítesis entre la estructura antiigualitaria y las consecuencias de la economía capitalista, por un lado, y la reivindicación de igualdad por parte de numerosos movimientos sociales desde finales del siglo XVIII, por otro. Dentro de esta oposición general de intereses y valores, el conflicto entre las clases y los partidos de clase cumple un importante cometido como principal fuente de las políticas que pretenden limitar o extender el alcance de los derechos humanos. Todo depende de la fuerza relativa de las distintas clases y de sus orientaciones programáticas en los campos social, económico, político, cultural y ambiental. Sin embargo, advierte Bottomore, a finales del siglo XX creció la importancia de otras desigualdades distintas a las de clase: las que separan a los países ricos de los pobres, a los sexos, a los grupos étnicos y culturales, a las diferentes regiones y agrupaciones etáreas, aunque en muchos casos se relacionan también con las desigualdades que genera el capitalismo (pp. 134-135).  

No obstante, no olvidemos la advertencia de Bottomore en cuanto a finales del siglo XX creció la importancia de otras desigualdades distintas a las de clase: las que separan a los países ricos de los pobres, a los sexos, a los grupos étnicos y culturales, a las diferentes regiones y agrupaciones etáreas.




* Extraído y sintetizado de:
Tom Bottomore. Estructura social, sociedades y civilizaciones. En: Introducción a la Sociología. Ed: Península. Barcelona. 1987. Cap VII estructura social, sociedades y civilizaciones Pp: 115- 133. En especial Pto. Civilización y cultura (pp.127-133)



[1] El concepto societal comprende, por una parte, la esfera de la política social (la organización de los servicios sociales y la redistribución de riqueza e ingresos) y, por otra, todos los puntos del ciclo de reproducción de la vida social (producción, distribución, consumo, acumulación)  y las relaciones con el medio ambiente y naturaleza sobre los que se estructura la sociedad.

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