Autoras/es: Antonio Elio Brailovsky
Queridos amigos:
Hemos
dicho en muchas oportunidades que la distancia que
existe en nuestra cultura con la naturaleza ha sido
promovida por quienes hacen negocios con la destrucción
del medio ambiente. Por eso nuestra insistencia en
recordar nuestra pertenencia al medio natural que nos
sustenta, por medio de un saludo en cada cambio de
estación.
- Un texto del escritor italiano Ítalo Calvino, en que describe la impronta del clima y las estaciones sobre la madera de un árbol y sobre la obra hecha por el artesano con esa madera.
Van dos miradas complementarias sobre la misma obra de arte:
- La primera es una reproducción de la escultura "La eterna primavera", del francés Auguste Rodin, de la que se encuentra una copia en el Museo de Arte Decorativo, de Buenos Aires. Un hombre sostiene una mujer desnuda, en una torsión desmesurada que sólo la pasión idealizada puede hacer verosímil.
- La otra es un fotograma de la película Octubre, de Serguei Eisenstein, filmada en 1928. Es casi la única imagen poética que los comisarios de Stalin le permitieron incorporar al film y dura apenas cinco segundos. La película narra el momento inicial de la Revolución Soviética. Lenin prepara el asalto al Palacio de Invierno de los zares en San Petersburgo. En el interior el palacio los defensores aguardan, con los fusiles en las manos. Una mujer soldado, envejecida por la guerra y la miseria, mira con nostalgia los cuerpos perfectos de la pareja imposible del mármol de Rodin.
Quiero
saludarlos en el comienzo de la primavera (y el del
otoño, para los amigos del Hemisferio Norte).
Un gran abrazo a todos.
Antonio Elio Brailovsky
(Fecha original del artículo: Setiembre 2012)
...El
Gran Kan trataba de ensimismarse en el juego: pero
ahora era el porqué del juego lo que se le escapaba.
El fin de cada partida es una ganancia o una perdida;
¿pero de qué? ¿Cuál era la verdadera apuesta? En el
jaque mate, bajo el pie del rey destituido por la
mano del vencedor, queda un cuadrado negro o blanco. A
fuerza de descarnar sus conquistas para reducirlas a
la esencia, Kublai había llegado a la operación
extrema: la conquista definitiva, de la cual los
multiformes tesoros del imperio no eran sino
apariencias ilusorias, se reducía a una tesela de
madera cepillada.
Entonces Marco Polo habló:
—Tu tablero, sir, es una taracea de dos maderas: ébano y arce. La tesela sobre la cual se fija tu mirada luminosa fue tallada en un estrato del tronco que creció un año de sequía: ¿ves cómo se disponen las fibras? Aquí se distingue un nudo apenas insinuado: una yema trató de despuntar un día de primavera precoz, pero la helada de la noche la obligó a desistir.
El Gran Kan no se había dado cuenta hasta entonces de que el extranjero supiera expresarse con tanta fluidez en su lengua, pero no era esto lo que le pasmaba—. Aquí hay un poro más grande: tal vez fue el nido de una larva; no de carcoma, porque apenas nacido hubiera seguido cavando, sino de un brugo que royó las hojas y fue la causa de que se eligiera el árbol para talarlo... Este borde lo talló el ebanista con la gubia para que se adhiriera al cuadrado vecino, más saliente...
La cantidad de cosas que se podían leer en un trocito de madera liso y vacío abismaba a Kublai; ya Polo le estaba hablando de los bosques de ébano, de las balsas de troncos que descienden los ríos, de los atracaderos, de las mujeres en las ventanas...
Entonces Marco Polo habló:
—Tu tablero, sir, es una taracea de dos maderas: ébano y arce. La tesela sobre la cual se fija tu mirada luminosa fue tallada en un estrato del tronco que creció un año de sequía: ¿ves cómo se disponen las fibras? Aquí se distingue un nudo apenas insinuado: una yema trató de despuntar un día de primavera precoz, pero la helada de la noche la obligó a desistir.
El Gran Kan no se había dado cuenta hasta entonces de que el extranjero supiera expresarse con tanta fluidez en su lengua, pero no era esto lo que le pasmaba—. Aquí hay un poro más grande: tal vez fue el nido de una larva; no de carcoma, porque apenas nacido hubiera seguido cavando, sino de un brugo que royó las hojas y fue la causa de que se eligiera el árbol para talarlo... Este borde lo talló el ebanista con la gubia para que se adhiriera al cuadrado vecino, más saliente...
La cantidad de cosas que se podían leer en un trocito de madera liso y vacío abismaba a Kublai; ya Polo le estaba hablando de los bosques de ébano, de las balsas de troncos que descienden los ríos, de los atracaderos, de las mujeres en las ventanas...
Ítalo Calvino, italiano: “Las ciudades invisibles”, 1972.
Auguste Rodin: "Eterna primavera"
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