Autoras/es:
Jefa, 1923, Acuarela de Xul Solar |
Toda institución es un espacio de micropolítica que define relaciones
de poder por los modos de vinculación que se construyen, por las formas
en que circula el saber tanto entre pares como con los demás miembros
de la comunidad educativa, por las voces que se escuchan y por las que
callan.
A continuación un texto breve que describe esas relaciones de poder
instaladas en las escuelas. El relato, como diría la escritora Isabel
Allende, "... es una versión torcida y exagera de los hechos". ¿O no?
ACOSO
“Tiene que ir a declarar el
miércoles. Es por el sumario a Mirta Kohan”, le dijo la abogada a Ana y Ana se
quedó en suspenso. Hacía ya más de cuatro años que se había jubilado del Centro
de Atención Temprana en el que Mirta era directora, y ya había borrado ese
pasado que le resultó tan difícil de sobrellevar en sus últimos años como
maestra. En un instante pensó que la causa de su jubilación quizá fue la propia
Mirta Kohan.
Ana era directora en un Jardín de
Infantes y cuando la llamaron para hacer una suplencia en ese centro educativo,
a contraturno, se sintió contenta por
dos razones: podría aumentar su ingreso económico y trabajar con chicos
discapacitados, una especialidad que había terminado hacia muy poco tiempo. Era
trabajadora, le gustaban los niños pequeños, también los desafíos, y en los
primeros tiempos estuvo cómoda, atendiendo a los bebés y niños con patologías
complejas.
Después vinieron los tiempos
difíciles, pero de esos años qué podría declarar si el acoso psicológico es una
violencia tan sutil que cuesta comprobar. Ya casi había olvidado esa etapa de
trabajo y recurrió a papeles amarillentos con anotaciones, que había guardado por
si algún día las necesitaba -aunque pensando que jamás las necesitaría-.
Tendría que decir que Mirta la ignoraba,
o le pedía la opinión y después la desestimaba, o que le ocultaba información
que sabían todas las compañeras, o que le contestaba con ironías y la hacía
sentirse un gusano. Pero, “¿cómo se puede probar que la hacía sentirse un
gusano?” reconsideró inmediatamente.
En las reuniones de personal, Ana
sostenía una mirada social y psicológica sobre los casos de los chicos que trataban.
Centrada en las patologías, esto a Mirta le molestaba tanto que un día, en uno
de esos ateneos, delante de todas sus compañeras, le dijo con brusquedad y tono hostil: “mirá,
yo a vos nunca te daría un hijo para que me lo atendieras”. Ese día, todos
hicieron un gran silencio; más ruidoso que el de otras veces. Nadie habló y la
directora tomó las decisiones que consistían, como ocurría habitualmente, en
una lista de tareas para los padres.
Un tiempo después de esa reunión
de ateneo, Mirta le dijo que le sacaba los alumnos de riesgo biológico y que
tenía que ir a atender a las guarderías municipales. Nadie quería hacer ese trabajo
porque implicaba estar afuera de la sede e impedía la pertenencia a un grupo.
Ana no protestó y armó su horario que era un verdadero rompecabezas. Corría
todo el día de una guardería a otra y atendía chicos de tantas instituciones
que la obligaban a sostener reuniones y entrevistas extras con los papás de los
niños, con el personal y la comunidad de cada guardería. Eran lugares donde
dejaban sus bebés y chiquitos, las madres que trabajaban y las familias de
hogares con muchas carencias. Ana les compraba el material y les armaba-con sus
propias manos- juguetes y libros de
cuentos hechos con telas, cartones corrugados y material de desecho. Todos los
años, para el día del niño, o de la madre, o de la familia, les llevaba regalos que compraba con su propio
dinero. Para los demás maestros, Mirta autorizaba a solventar los gastos con
plata de la cooperadora: “Porque son de sede” aducía siempre.
Generalmente le ponía
dificultades para que Ana no participara en jornadas de intercambio con el
resto del personal: suspendía una reunión y no le avisaba por lo cual iba hasta
la sede inútilmente o hacía reuniones a las que no la convocaba. El equipo
técnico –compuesto por fonoaudóloga, orientadora psicopedagógica y social- iba
muy pocas veces en el año a observar y a colaborar en el tratamiento porque
Mirta se los impedía con argumentos como que “para esos chicos no hace falta un
equipo especializado”. Nadie la contradecía. El silencio era la respuesta
porque todos sabían que si no serían condenados al ostracismo en la propia
institución.
También la obligó a realizar
tareas no docentes como limpiar el archivo, los documentos y la biblioteca del
Centro mientras sus compañeras tomaban mate, durante esos días de diciembre,
sin alumnos, destinados a realizar la evaluación final. Estaban además las
frases encubiertas: --Vamos a sacar todos los chicos de guardería porque los
padres no colaboran con los maestros. Así el trabajo no sirve--, dijo una vez con voz amenazante. Pero lo más
corriente era hablar de unos y de otros e insinuar que era Ana el elemento de
discordia.
Mientras recordaba Ana, volvieron
a su cabeza algunas sensaciones. Por las noches dormía poco. Al acostarse, la
sangre parecía retirarse de su cuerpo y se sentía vacía y sin vida. Como si las
células, los tejidos y las vísceras la abandonaran. Y al despertarse sentía un
ahogo, un deseo inmenso de dejar ese trabajo. Le transpiraban las manos, no
podía desayunar y un nudo se instalaba en la garganta, en el estómago y las
tripas. Es difícil explicarlo porque cuando fue a terapia y se lo contó al
psicólogo pensando que era miedo –aunque Ana sabía que no le tenía miedo- el
psicólogo le dijo que era dolor. Y surgió ahí, en ese espacio y a partir de la palabra dolor,
un nombre para lo que Ana padecía: acoso
laboral, o mobbing.
Leyó mucho sobre el tema, se
informó, se conectó con grupos que acompañaban estas situaciones y decidió
pedir una mediación al gremio. Estela, que era la secretaria de la filial local
pero a la vez era directora de una escuela, le aconsejó que no lo hiciera.
--Acá nos conocemos todos, vos y
yo también somos directoras y nos pueden denunciar por acoso--, le dijo sin
reparos.
--No quiero denunciar, quiero que
medien. Que podamos hablar y decir lo que nos pasa.
Estela no medió sino que se lo
comentó a la inspectora, la inspectora se lo dijo a Mirta y entonces convocaron
a reuniones y les hicieron preguntas y las entrevistaron una por una y nadie
habló y la única que habló fue Ana y la situación se tornó insoportable.
Por eso un día, cuando tuvo una
trombosis intestinal y tuvo que pedir licencia, nunca más volvió. Se jubiló en
los dos trabajos y no quiso saber más nada con educación.
Ya pasaron tres años, ya había
olvidado o atenuado la huella de esas vivencias cuando le piden que declare
porque Mirta ha sido denunciada por acoso y ella es única testigo de
circunstancias parecidas. Fue a declarar, todo le pareció lejano, pero hizo
catarsis y cerró ese capítulo horrible de su vida en el trabajo.
Cuando se retiró de la oficina, respiró fuerte, llenó de aire los pulmones y
sintió alivio. Su voz -solitaria en aquel momento- tal vez no había sido pronunciada
en vano.
Fuente: Contextos Educativos Inclusivos
Fuente: Contextos Educativos Inclusivos
No hay comentarios:
Publicar un comentario