Autoras/es: Eduardo Galeano
(Fecha original del artículo: 1987)
Teología/1
El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por
miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba
con el infierno y me prometía el cielo; y yo temía y creía.
Han pasado los años. Yo ya no temo ni creo. Y en todo caso, pienso, si merezco ser asado en la parrilla, a
eterno fuego lento, que así sea.
Así me salvaré del purgatorio, que estará
lleno de horribles turistas de la clase media; y al fin y al cabo, se
hará justicia.
Sinceramente: merecer, merezco. Nunca
he matado a nadie, es verdad, pero ha sido por falta de
coraje o de tiempo, y no por falta de ganas. No voy a misa los domingos,
ni en fiestas de guardar. He codiciado a casi todas las mujeres de
mis prójimos, salvo a las feas, y por tanto he violado, al menos en
intención, la propiedad privada que Dios en persona sacralizó en las
tablas de Moisés: No codiciarás a la mujer de tu prójimo, ni a su toro,
ni a su asno...
Y por si fuera poco, con premeditación y alevosía he
cometido el acto del amor sin el noble propósito de reproducir la
mano de obra. Yo bien sé que el pecado carnal está mal visto en el alto
cielo; pero sospecho que Dios condena lo que ignora.
1 comentario:
Siempre es bueno enseñarle a los niños a rezar, sobretodo para que amen a Dios y lo tengan siempre presente, gracias al blog por toda la ayuda y enseñanza.
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