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jueves, 20 de septiembre de 2012

MICHAEL FOUCAULT: PODER y CONDICIONAMIENTO

Extracto
Autoras/es: Martín Hopenhayn
(Fecha original del artículo: Diciembre 1986)*

La idea de que el poder del discurso es su virtual conversión en discurso de poder; la idea de que todo saber es el efecto de una lucha, de una confrontación donde siempre hay dominadores y dominados, y nunca el mero efecto de felices adecuaciones, hallazgos y corolarios.


La distinción entre lo normal y lo anormal, entre lo correcto y lo erróneo, entre lo verdadero y lo falso, entre lo tolerable y lo desplazado, es una distinción que no nace de sujetos preexistentes sino de los espacios mismos de ejercicio de poderes. Pero lo principal es que esta regimentación, esta producción de saber, se ejerce sobre cuerpos que son moldeados y disciplinados en una dirección específica.

El condicionamiento radica en que tal disciplinamiento crea cuerpos autovigilados, fabrica autorregulaciones o, lo que es igual, asegura el tránsito de la disciplina a la autodisciplina.

Foucault quiere hacer una microfisica del poder, “detecta el poder no en la burguesía en general, sino en sus agentes reales: la familia, los pedagogos, los médicos, etc”.

La articulación entre saber y poder se da allí donde florecen estrategias de control y tácticas de disciplinamiento, es decir, donde el poder graba y registra sistemáticamente los cuerpos de cierta forma y no de cualquier forma.

El saber/poder produce hombres, y no sólo los inhibe o reprime. Producir significa aquí: construir mentalidades, “cuerpos psíquicos” que se rigen por una cierta forma de entender lo verdadero, lo sano, lo normal, lo lícito. Es en esta función productiva, y no la mera prohibición, donde el poder es condicionamiento.

La critica de Foucault al concepto de poder conduce aquí a una homologación de poder y condicionamiento. Porque el condicionamiento es precisamente la disolución programada del sujeto en el producto de un discurso que él, en tanto sujeto, no construye, sino inversamente, es construido por el discurso.

Condicionar es ejercer el poder a fin de que ello resulte la delineación de un alguien y no la disolución de algo. Condicionar no es eliminar al sujeto sino reconstruirlo del lado del objeto: como sujeto al poder, al discurso del poder y a su ejercicio.

Pero el condicionamiento, si bien productivo en cuanto construye sujetos es también negativo. Porque ese sujeto solo puede construirse a partir de un discurso de limites: limites que crea al discurso que imponen las practicas.

Condicionar y disciplinar no es solo producir un sujeto, sino también excluir la posibilidad de que se produzcan otros sujetos. Marcar cuerpos es producir, pero también es restringir su contenido a cierta producción y no otra: es ese no (el otro-imposible) lo que hace imposible concebir el poder-condicionamiento solo en su carácter productor, pues lo represor va necesariamente en juego desde el momento que se trata de una producción que se articula a partir de una explicitación de límites: límite de lo verdadero, de lo cuerdo, de lo normal y de lo tolerado, o lo que es lo mismo, proscripción de lo falso, lo loco, lo anormal y lo delictual.

Lo represor va necesariamente en juego desde el momento que se trata de una producción que se articula a partir de una explicitación de limites: limite de lo verdadero, de lo cuerdo, de lo normal y de lo tolerado, o lo que es lo mismo, proscripción de lo falso, lo loco, lo anormal y de lo delictual.

Lo productivo del poder alude tanto a la construcción de discursos como de sujetos que son objeto de esos discursos (verdadero es esto, sano es aquello, normal es eso)

El condicionamiento apunta justamente a inventar un sujeto y a abolir la instancia de autodeterminación que es propia del sujeto.

Una sociedad entera puede así aparecer “inductivamente disciplinada” a partir del discurso de verdad y la estrategia de control de un regimiento o de una prisión. Poder especifico, pero de alcance general.

*Extraído de:
Hopenhayn, Martín, "Michel Foucault: poder, condicionamiento", en Revista David y Goliath, Nº 50, Buenos Aires, diciembre de 1986

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