Autoras/es: Raquel Garzon para Ñ
La autora conserva un grabador Geloso de cinta abierta que era de su padre. |
La
última forma de complicidad que mis hijos han tramado conmigo consiste
en enseñarme los juegos online que ellos ya dominan. Lo hacen con
condescendencia, al tanto de que mi destreza para rehuir temibles
abejorros, saltar pantanos de fuego o evitar que me coma un pez más
grande, no siempre logra pasar al siguiente nivel.
Me
ganan por paliza y ríen largamente cuando, cansados de verme
trastabillar, pueden decir: “Mirá, se hace así”. Sorprende cómo por
mucho que estos entretenimientos enseñen a acumular puntos como seña de
valor, ellos sólo aplican la palabra “tesoro” a cosas. Objetos que
entienden valiosos porque los conmueven de modo especial: el muñeco que
ella elige para dormir cada noche, el último álbum de figuritas que él
quiere completar, algún regalo que les hizo una abuela a uno o a otra.
En el reciente La vida de las cosas
(Amorrortu), el italiano Remo Bodei reflexiona desde la filosofía sobre
los nudos de significado y relaciones que representan las cosas, al
establecer puentes intergeneracionales. Leemos el mundo como se lee un
texto, escrito (construido) por personas que en ocasiones ya no están
con nosotros, explica.
La
transformación de objetos en cosas (que implica su pasaje a símbolos,
como sucede con la flecha o la cruz) presupone la habilidad de despertar
recuerdos, recrear ambientes y ejercitar la nostalgia. El ensayo
analiza el fetichismo, el auge de lo retro y las tiendas de memorabilia,
pero se erige también en original manifiesto contra el consumismo
desbocado, cuando insta a elegir y cuidar responsablemente, entre todas
las cosas posibles, sólo las indelebles.
Sobre
mi escritorio conservo un grabador italiano de cinta abierta, marca
Geloso, que por su vetustez no califica siquiera como chatarra
electrónica. Era de mi padre y en alguna mudanza perdí el cable capaz de
echarlo andar, pero cuando aprietan sus botones de colores (clac clac)
mis chicos celebran como si los invitara a viajar en una máquina del
tiempo. Quizá lo sea: un artefacto feliz para unir infancias.
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