(Fecha original del artículo: 1987)
El Chino Heras había visto fusilar a un coronel, a fines de 1960, en el cuartel de La Cabaña. Muchos verdugos habían actuado en la dictadura de Batista, malas bestias al servicio del dolor y de la muerte; y ese coronel era uno de los muy, era uno de los más.
Estábamos en mi habitación, en rueda de amigos, en un hotel de La Habana. El Chino contó que el coronel no había querido que le vendaran los ojos, y su última voluntad no había sido un cigarrillo: el coronel pidió que lo dejaran dirigir su propio fusilamiento.
El coronel gritó: ¡Preparen! y gritó: ¡Apunten! Cuando iba a gritar: ¡Fuego! , a uno de los soldados se le trabó el cerrojo del arma.
Entonces el coronel interrumpió la ceremonia.
- Calma --dijo, ante la doble fila de hombres que debían matarlo.
Ellos estaban tan cerca que casi los podía tocar.
- Calma . dijo -. No se pongan nerviosos.
Y mandó nuevamente preparar armas, y mandó apuntar, y cuando todo estuvo bien en orden, mandó disparar. Y cayó.
El Chino contó esta muerte del coronel, y nos quedamos callados.
Éramos unos cuantos en la habitación, y todos nos quedarnos callados.
Echada como una gata sobre la cama, había una muchacha vestida de rojo. No le recuerdo el nombre. Le recuerdo las piernas. Ella tampoco dijo nada.
Transcurrieron dos o tres botellas de ron y al final todo el mundo se fue a dormir. Ella también se fue. Antes de irse, desde la puerta entreabierta, miró al Chino, le sonrió y le agradeció:
- Gracias - le dijo -. Yo no conocía los detalles. Gracias por contármelo.
Después supimos que aquel coronel era su padre.
Una muerte digna es siempre una buena historia para contar, aunque sea la muerte digna de un hijo de puta. Pero yo quise escribirla, y no pude. Pasó el tiempo y la olvidé.
De la muchacha, nunca más supe.
Celebración del coraje/2
Le
pregunté si había visto un fusilamiento. Sí, había visto.El Chino Heras había visto fusilar a un coronel, a fines de 1960, en el cuartel de La Cabaña. Muchos verdugos habían actuado en la dictadura de Batista, malas bestias al servicio del dolor y de la muerte; y ese coronel era uno de los muy, era uno de los más.
Estábamos en mi habitación, en rueda de amigos, en un hotel de La Habana. El Chino contó que el coronel no había querido que le vendaran los ojos, y su última voluntad no había sido un cigarrillo: el coronel pidió que lo dejaran dirigir su propio fusilamiento.
El coronel gritó: ¡Preparen! y gritó: ¡Apunten! Cuando iba a gritar: ¡Fuego! , a uno de los soldados se le trabó el cerrojo del arma.
Entonces el coronel interrumpió la ceremonia.
- Calma --dijo, ante la doble fila de hombres que debían matarlo.
Ellos estaban tan cerca que casi los podía tocar.
- Calma . dijo -. No se pongan nerviosos.
Y mandó nuevamente preparar armas, y mandó apuntar, y cuando todo estuvo bien en orden, mandó disparar. Y cayó.
El Chino contó esta muerte del coronel, y nos quedamos callados.
Éramos unos cuantos en la habitación, y todos nos quedarnos callados.
Echada como una gata sobre la cama, había una muchacha vestida de rojo. No le recuerdo el nombre. Le recuerdo las piernas. Ella tampoco dijo nada.
Transcurrieron dos o tres botellas de ron y al final todo el mundo se fue a dormir. Ella también se fue. Antes de irse, desde la puerta entreabierta, miró al Chino, le sonrió y le agradeció:
- Gracias - le dijo -. Yo no conocía los detalles. Gracias por contármelo.
Después supimos que aquel coronel era su padre.
Una muerte digna es siempre una buena historia para contar, aunque sea la muerte digna de un hijo de puta. Pero yo quise escribirla, y no pude. Pasó el tiempo y la olvidé.
De la muchacha, nunca más supe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario