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domingo, 6 de octubre de 2013

Un inglés entre los indios

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DAVID LEAKE, OBISPO ANGLICANO DE ARGENTINA
Autoras/es: Andrew Graham-Yooll para Página/12
Nació en el monte salteño y su primer idioma fue el mataco. Aprendió inglés en casa y castellano en un colegio porteño. Formado y ordenado en Inglaterra, volvió a trabajar entre los indígenas, a los que les armó un registro civil volante “para que dejaran de tratarlos como animales”. A punto de jubilarse, cuenta una carrera peculiar y siempre afectada por la cuestión social.
(Fecha original del artículo: Octubre 2002)
–Al subir las escaleras vi que se juntaba un grupo bastante numeroso en el salón de la planta baja...
–Servimos almuerzos todos los días, es una pequeña parte de nuestra acción. Ofrecemos un espacio donde se puede reunir la gente de la calle. Es interesante, antes se les decía “atorrantes”, luego pasaron a ser “linyeras”, más recientemente llegaron a ser los “sin techo”, y ahora, se les ha dado el status de “los homeless”. Hasta aquí llegó la costumbre argentina de usar anglicismos para que las cosas suenen más respetables. Hay unas ochenta personas que vienen a almorzar cada día, principalmente hombres, pero hemos visto crecer el número de mujeres y, con tristeza, de niños. Nuestro proyecto, aquí en la Catedral, se halla incluido bajo una red de organización que se conoce como Sipam (Servicio Inter-Parroquial de Ayuda Mutua). Es un proyecto ecuménico de amplio espectro en las iglesias cristianas aquí en Buenos Aires: metodistas, Ejército de Salvación, católico romano...
–¿Hace cuánto que funciona el comedor?
–Desde hace diez años. Se ha convertido en un servicio diario, estable y continuo. Al comienzo distribuíamos alimentos secos y no perecederos, como harina, azúcar, pastas. Después pasamos a las comidas. La cocina no es un gran gasto, el costo es relativo frente al beneficio que se ofrece. El gasto principal que tenemos es el pequeño sueldo del asistente social, pero es nuestro único empleado de tiempo completo en esa actividad. Por lo tanto, con una pequeña inversión se logra una muy valiosa utilidad.
–¿Cuándo entró usted a la Iglesia?
–Llevo casi 43 años en la Iglesia Anglicana. Fui ordenado como sacerdote en la Abadía de St. Albans, en Hertfordshire, Inglaterra. Me inicié como cura en Santa María, Watford, también en Hertfordshire. Pasé cuatro años ahí, y estando ahí me casé con una inglesa. Después, con unhijo que cumplió su primer año en el barco, viniendo para Buenos Aires y con mi esposa llegamos a Argentina en 1963. Y desde entonces estamos aquí.
–Pero usted nació en Formosa...
–Nací en Formosa, no en la ciudad sino que a unos 90 kilómetros, en un lugar llamado Ingeniero Juárez, a orillas del Pilcomayo, en la frontera con Paraguay. Mi padre era un laico que llegó a la Argentina en 1926 para trabajar entre los matacos y los tobas bajo los auspicios de la Sociedad Misionera de América del Sur –la South American Missionary Society– con base en Londres. Mi madre llegó en 1934 y se casaron. Y yo nací con el tronar de los últimos cañonazos de la Guerra del Chaco, en 1935. Es donde el Trópico de Capricornio se cruza con el Pilcomayo. Frente al pueblito donde nací tuvieron lugar varios encuentros en la guerra, supongo que eso se debió a que creían que había petróleo. Había un puesto militar argentino que recibía a los desertores del ejército de Bolivia.
–¿Llegó a ser obispo en qué año?
–Me hicieron obispo en 1969. Soy el obispo que más tiempo ha estado en la función en toda la comunidad anglicana, 33 años. Teníamos un obispo, Cyril Tucker, que vino de Inglaterra a Buenos Aires, con gran dificultad para aprender cualquier idioma. Su castellano era básico, y no entendía ni una palabra de toba ni mataco. Por lo tanto cuando viajaba al norte se lo describía como un brujo celestial: sonreía, bendecía y volvía a sonreír. Eso era todo. Decía que se necesitaba un obispo nacido en la Argentina que hubiera vivido ahí y que conociera los lenguajes. Para eso no había muchos candidatos más que yo. Me ascendieron a obispo a los 33 años, la edad mínima requerida. Por lo tanto, fui ordenado cura en el ‘59, obispo asistente en el ‘69, obispo diocesano en el ‘79, y llegué de Salta a Buenos Aires en el ‘89.
–Se pasó el conflicto de 1982 en Salta.
–Era obispo diocesano de Salta en esos tiempos. Teníamos un gran proyecto de desarrollo, para el que habíamos traído a un grupo de técnicos agropecuarios británicos, también educadores, y personal médico.En el conflicto de Malvinas, era una cosa vivir en el Buenos Aires “gringo” como le dicen en el interior, y otra muy diferente vivir en Salta y Jujuy, o en Corrientes, desde donde iban los soldados y los marineros, que era gente de familia humilde en su mayoría. No sé si hubo reacción de la gente contra los extranjeros, pero corrió esa sensación entre las madres inglesas, que querían sacar a sus hijos. Era un grupo grande, teníamos cerca de 60 británicos ahí en Salta. Trasladé a muchos de ellos a Asunción, pensando que el conflicto duraría una quincena y todos volverían. Pero después de dos meses muchos fueron repatriados. Hubo una especie de “comando Gaucho Rivero” que nos amenazó, por lo que consulté al arzobispo de Salta sobre qué hacer, y también a los abogados. Ellos ofrecieron esa sugerencia de cambiar de domicilio con regularidad, que se aconsejaba en esos tiempos de dictadura. Lo intentamos, pero no era cómodo. Luego tuvimos un policía de custodia durante todo el conflicto. Pero era la época del Mundial, por lo tanto se pasó el tiempo adentro mirando el fútbol por TV.
–Pero hasta ese momento se había trabajado bien en el norte, ¿o no?
–Cuando regresé de Inglaterra y me fui al norte, en 1963, el 95 por ciento de la población indígena argentina aún no tenía documentación. No estaban registrados en ninguna parte. Uno que otro que iba a la ciudad había pasado por un Registro Civil y tenía documento, pero la mayoría que vivía en el monte no tenía. Por lo tanto el nativo era simplemente un animal. Así se hablaba de él entre los mayordomos que iban a los pueblos a buscar mano de obra para la zafra azucarera. Yo había visto las listas de requisitos. Un contratista decía que “tengo cincuenta machos y cuarenta hembras”. Con esa terminología se los consideraba animales.Una cosa que yo podía hacer era lograr que esta gente tuviera documentos. En mi opiniónuna obra así era parte integral de mi labor pastoral, en términos de la Biblia. En las Escrituras se dice que Jesús dice: “He venido para que tengan vida y que así la tengan con mayor abundancia”. Si una persona no podía viajar en tren, no podía ser propietario de una parcela de tierra, no podía mandar a sus hijos al colegio, no podía atenderse en el hospital y no podía votar por no tener documento, no se puede hablar de una vida con abundancia. En la Argentina teníamos una gran concentración de personas que eran extranjeros en su propio país. No existían como ciudadanos. Yo agarraba mi cámara fotográfica e iba a las villas con un trozo de género negro que colocaba con tachuelas en la pared, y frente a ese trapo hacía el “tres cuartos perfil derecho”. Las fotos me las pagaban con pescado. El pescado yo lo metía en la camioneta, una hilera de pescado, otra de yuyos y hojas para tenerlo fresco, después otra hilera de pescado y otra de hojas, y así, y lo vendía en el pueblo por monedas. Con ese dinero compraba rollos para tomar más fotos. El problema después fue que el Registro Civil atendía a unos cinco indios por día a las 5.30 de la mañana, o algo por el estilo. Al final, hablé con Sosa Laprida, que era el gobernador de la dictadura militar en Salta, y le insistí y le insistí hasta que me dio el transporte con un secretario, un fotógrafo y los papeles, y hubo que ir a los pueblitos, documentando a la gente.Eso se logró. Para mí fue un gran honor entregar el primer documento a la gente, frente al Registro Civil de Ingeniero Juárez, donde se habían casado mis padres en 1934.
–Pero para hacer eso había que conocer el lenguaje de la gente.
–Mi primer idioma es el toba. Luego aprendí inglés con mis padres, y recién después aprendí castellano cuando fui pupilo en el colegio San Albano, en Lomas de Zamora, en Buenos Aires. Yo creo que la campaña de documentación fue mi contribución al bienestar de los aborígenes. Ahora sus hijos van al colegio, pueden ir al hospital y participar del desarrollo en las provincias. Quizá se pueda contar con los dedos la gente que completó la escuela secundaria y menos aún que llegó a la universidad, pero yo siento que ayudé a ponerlos en camino.
La documentación también le permite a la gente enfrentar la pelea por los derechos a la tierra, trabajo de apoyo en el que está involucrado mi hijo, en Salta. Conocemos ese problema por haber vivido con la gente, en el norte, en Salta y Formosa, por muchos años.
–Como proviene de una religión católica, pero no romana, ¿cuán diplomático ha tenido que ser en su posición? Usted es nacido argentino, pero es un obispo anglicano, y en una oportunidad el país de su nacimiento estaba en guerra con el país de su religión.
–Creo que el hecho de ser nacido argentino me ha dado oportunidad de hacer ciertas cosas que un ciudadano británico jamás hubiera logrado.
–Entonces ¿cuál era el estado de las relaciones anglicanas con la Iglesia Católica Romana?
–Bueno, tuvimos nuestros problemas, porque hay que recordar que la Iglesia Anglicana tuvo un monopolio en la labor entre los matacos. Los antropólogos se quejan muchas veces porque dicen que a la media hora de estar con los matacos en seguida se dan de narices contra la Iglesia Anglicana. Pero hemos estado en el norte mucho tiempo, cuando otros no querían estar.La labor anglicana comenzó en esa región en 1911, en el Ingenio La Esperanza, entre los indios que eran llevados a la zafra. Hubo una presencia histórica de los franciscanos, pero ellos abandonaron la zona alrededor de 1814. Pasó más de un siglo sin presencia cristiana y hay una larga historia de explotación. El gobierno de Salta estaba en San Ramón de la Nueva Orán, que fue el centro de la obra franciscana, también con base en Tarija, en Bolivia, desde donde avanzaron hacia el sur. Con la instalación del gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, las órdenes religiosas fueron expulsadas. No tuvo el grado de enfrentamientoni de drama de la situación de los jesuitas en Misiones in 1767, pero los religiosos partieron cuando eran sospechados de apoyar a los españoles. Cuando llegaron los anglicanos en 1911, la Iglesia Católica Romana no estaba presente en las tierras más alejadas. Tampoco habían llegado esos nuevos cultos y pentecostales. Cuando se inició el fermento en la Iglesia Católica Romana llegan a Salta los sacerdotes de la Teología de la Liberación y los del Movimiento del Tercer Mundo. Hubo un núcleo allá en el norte. Algunos luego dejaron el sacerdocio y se casaron o se quedaron en el trabajo social. Por cierto que hubo algo de tensión en los años setenta cuando llegaron los tercermundistas y siguieron una actividad diferente. Pero debo decir que esto se superó tranquilamente, ya que ellos se dedicaron a proyectos de desarrollo y nosotros seguimos con nuestro trabajo. A través de los años hemos establecido muy buenas relaciones y hemos avanzado en proyectos conjuntos, con la participación de un grupo llamado Endepa, que es la Pastoral Aborigen de la Iglesia Católica.
–Y ahora se jubila en medio de una crisis muy profunda...
–Pienso que hay dificultad para la Iglesia Anglicana en las ciudades, porque la Iglesia que trabaja con los pueblos indígenas en el norte, o en el sur, tiene una obra muy diferente a la que se formó en las ciudades a través de las capellanías que se instalaron a partir de 1826, y más tarde con la expansión de los ferrocarriles británicos. Y también en el comercio urbano. Esa Iglesia de la ciudad sufrió la partida de su gente, generalmente de clase media, cuando se transfirieron los ferrocarriles, luego con los cambios económicos que siguieron, con el conflicto del Atlántico Sur, y ahora con esta situación económica. La clase media es ahora los nuevos pobres, los problemas que enfrentan los jefes de familia que andan por los cuarenta años, que han sido nuestros seguidores, los han impulsado a buscar a sus ancestros europeos (no sólo ingleses) para poder partir.
–¿Qué hace la Iglesia en una etapa de crisis creciente, aparte de las promesas de una mejor vida en el más allá?
–La obra más visible e inmediata está en la planta baja, donde se da de comer a la gente, para darles la fuerza y la confianza para salir a buscar trabajo o la forma de ganarse la vida. La tragedia actual es que la labor que deberíamos hacer, que es asistir al pueblo, no la hacemos por deficiencia financiera. Teníamos dos refugios, en Flores y en Lomas de Zamora, que tuvimos que cerrar porque muchos que nos apoyaban eran gente mayor que ha sufrido el recorte del 13 por ciento de sus haberes, y la gente más joven ha emigrado, muchos no se dan cuenta de cuántos han partido. Siempre hemos tenido apoyo local, no tanto de afuera, aparte de donaciones menores. Nuestros 15 sacerdotes eran pagados, con la excepción de uno o dos que venían de agencias misioneras, con fondos locales. Ahora, con los fondos de afuera, que vienen en dólares o libras, a una buena tasa de cambio, hace que podamos cubrir los sueldos que son de unos 700 a 800 pesos por mes. Antes eso era 700 dólares, ahora son 200.
–Usted se va de la Argentina luego de una vida aquí, ¿cómo va a superar la diferencia?
–Mire, si viajo a Los Cocos, en Córdoba, voy a Retiro y tomo un ómnibus que tarda once horas. Si viajo a Londres, desde Ezeiza, son once horas. La globalización, a pesar de algunos problemas, ha hecho más fácil viajar. Las distancias se han acortado, el costo es el problema. Pero me han invitado a volver a dar cursos, como reliquia ambulatoria. Además, nos quedamos en el plan del Hospital Británico porque sé que la atención médica aquí es muy superior y más rápida que la que hallaríamos en Inglaterra. Mi hija, que hace terapia ocupacional, y mi hijo, que es enfermero en un psiquiátrico, y también mi nuera, que hace lo mismo que mi hija, todos trabajan en el servicio nacional de salud, por lo que tengo cierta experiencia.
–Su acto de despedida, como vicepresidente de la Sociedad Bíblica, ha sido la presentación de la Biblia en wichi.
–Esta edición impresionante se basa en algún modo en la historia de la traducción, que el lenguaje es la base de la comunicación y la cultura. Una cosa que los misioneros tuvieron que aprender es el lenguaje oral y a darle una forma escrita, además de comprender las tradiciones orales. Los misioneros, por lo general, no tenían entrenamiento lingüístico. Usaban la ortografía castellana y traducían según escuchaban. Las primeras traducciones eran bastante básicas. A medida que se desarrolló el estudio del lenguaje surgía gente preparada que sabía adaptar las ortografías, además de conocer las escrituras en idiomas originales. Ellos tuvieron a su cargo la coordinación del proyecto. En nuestro caso, Robert Hunt ha sido brillante en su trabajo con un grupo de traductores indígenas que sabían suficiente castellano como para leer la Biblia. Lo que han logrado es crear la primera Biblia en un lenguaje étnico argentino (el castellano no es nativo al venir de España).
–Pero ya había un Biblia en guaraní.
–No era completa. Hay un Nuevo Testamento. Se ha hecho mucho trabajo de traducción en Paraguay.
–Entonces ¿por qué en wichi?
–Wichi es el núcleo predominante: es el grupo mataco y mataguayo. Están los waicurú, que son parte del grupo toba, que viven en Formosa y en el Chaco. Son del mismo grupo lingüístico. Los que se llaman toba sur, en el Chaco, tienen un idioma diferente al toba pilagá, en Formosa. Son grupos relativamente pequeños. La costumbre era llamar mataco a los wichi, pero luego eso se consideró despectivo. Wichi significa pueblo, gente. Cada grupo étnico se considera “gente” y los otros no son gente. Los tobas son “com”, que es “yo” o “nosotros”. Y los demás no son “nosotros”. Supongo que eso es común a todos en todo el mundo, al considerar a cualquiera que es diferente, ¿no le parece? Nuestra situación en el norte argentino es un objetivo fácil para la crítica, especialmente por los antropólogos sociales. El uso y la forma del lenguaje se debate constantemente. Mi argumento frente a los antropólogos que nos critican es que ellos tienen trabajo y material hoy gracias a las misiones e iglesias cristianas. Los críticos hablan de destrucción de la cultura al introducir la religión, pero la traducción de las Escrituras ha ayudado a retener un lenguaje, y el lenguaje es lo primordial de una cultura. Algún otro debiera decir esto, no yo, para que suene más creíble. Pero yo opino que los pueblos indígenas del norte argentino hubieran desaparecido debido a las enfermedades y la explotación por el ejército, las expediciones y las epidemias. Claro que hubo explotación, pero si no fuera por la obra social, médica y educativa, esta gente no estaría aquí hoy. La realidad es que un gobierno o grupo de intereses ya no puede ignorar la presencia del pueblo indígena. Hemos visto a un aborigen, Francisco Pérez, viajar a Washington con una misión de derechos humanos. Mi hijo, en Salta, ha promovido una conferencia de derechos humanos para los indígenas, para molestia del gobernador Carlos Romero y otros. El trabajo que se ha hecho para reclamar el Lote 50 y el Lote 14, que son grandes extensiones de tierra virgen, involucra levantar planos con la más sofisticada tecnología, usando satélites. Ahora los reclamos de tierras tradicionales pueden ser llevados a las oficinas de gobierno apoyados en documentos y planos bien hechos y comprendidos por los que se presentan. Se ha concientizado a la población indígena. Aún no hay títulos de propiedad por no sé qué razón, sea de Mercosur, de la droga, o el petróleo, pero los reclamos no pueden ser ignorados.
–Bueno, ¿y ahora qué falta?
–El esfuerzo principal de los anglicanos en la Argentina se ha hecho en castellano. Aún damos misas en inglés en la iglesia en Belgrano y en otraspartes. Pero la conferencia de Lambeth (la autoridad religiosa en Londres) refleja la catolicidad, la amplitud de la Iglesia en su adaptación. Ahora hay obispos anglicanos en todo el mundo. La Iglesia en las ultimas décadas se ha convertido en una comunión mucho más amplia. El arzobispo de Canterbury es una suerte de Papa para nosotros. Los católicos romanos no entienden que nos llamemos católicos anglicanos, pero tenemos curas casados y en algunos lugares curas mujeres (si bien en algunos lugares no quieren esta situación). Veremos qué pasa cuando se vaya este Papa. Seguimos conectados a la comunidad de habla inglesa. La Iglesia Anglicana de Buenos Aires está ligada a la Catedral de Sheffield, en Inglaterra, es como los acuerdos de “geminación” de ciudades. Hay un acuerdo de cooperación y administración. Se trata de poner en práctica lo que dice el Credo: “Creo en la Iglesia Católica, la iglesia universal de Cristo”.

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