Autoras/es: Eduardo Galeano
(Fecha original del artículo: 1987)
Un músculo secreto
En el mediodía de la memoria, un mediodía del exilio. Yo estaba escribiendo, o leyendo, o aburriéndome, en mi casa de la costa de Barcelona, cuando sonó el teléfono y el teléfono me trajo, asombroso, la voz de Fico.
Hacía más de dos años que Fico estaba preso. Había salido en libertad el día anterior. El avión lo había traído de la celda de Buenos Aires al aeropuerto de Londres. Desde el aeropuerto me llamaba para pedirme que fuera, venite en el primer avión, tengo mucho que contarte, tanta cosa que hablar, pero una cosa quiero decirte desde ya, quiero que sepas:
- No me arrepiento de nada.Hacía más de dos años que Fico estaba preso. Había salido en libertad el día anterior. El avión lo había traído de la celda de Buenos Aires al aeropuerto de Londres. Desde el aeropuerto me llamaba para pedirme que fuera, venite en el primer avión, tengo mucho que contarte, tanta cosa que hablar, pero una cosa quiero decirte desde ya, quiero que sepas:
Y esa misma noche nos encontramos en Londres.
Al día siguiente, lo acompañé al dentista. No había remedio. Las descargas eléctricas en las cámaras de tortura le habían aflojado los dientes de arriba, y había que dar esos dientes por perdidos.
Fico Vogelius era el empresario que había financiado la revista Crisis, y no había puesto solamente dinero, sino que había puesto alma y vida en aquella aventura, y me había dado plena libertad para hacer la revista como yo quisiera. Mientras duró, tres años y pico, cuarenta números, Crisis supo ser un porfiado acto de fe en la palabra solidaria y creadora, la que no es ni simula ser neutral, la voz humana que no es eco ni suena por sonar.
Por ese delito, por el imperdonable delito de CRISIS, la dictadura militar argentina había secuestrado a Fico, lo había encarcelado y torturado; y él había salvado la vida por un pelo, gracias a que en pleno secuestro había alcanzado a gritar su nombre.
La revista había caído sin agacharse, y nosotros estábamos orgullosos de ella. Fico tenía una botella de no sé qué vino francés antiguo y querendón. Con ese vino brindamos, en Londres, a la salud del pasado, que seguía siendo un compañero digno de confianza.
Después, algunos años después, se acabó la dictadura militar. Y en 1985, Fico decidió que Crisis debía resucitar. Y estaba en eso, otra vez dispuesto a quemar tiempo y dinero, cuando supo que tenía cáncer.
Consultó a varios médicos, en varios países. Unos le daban vida hasta octubre, otros hasta noviembre. De noviembre no pasa, sentenciaron todos. Él andaba cadavérico, tambaleándose de operación en operación; pero un brillo de desafío le encendía los ojos.
Crisis reapareció en abril del 86. Y al día siguiente del renacimiento de Crisis, medio año más allá de todos los pronósticos, Fico se dejó morir.
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