¿Cuál es hoy la vigencia del pensamiento freudiano? ¿En qué medida cierta práctica psicoanalítica ha fosilizado sus conceptos? ¿Cuáles son los intereses de quienes propician la felicidad en pastillas? Responde el autor de Encrucijadas Actuales del Psicoanálisis.
(Fecha original del artículo: Octubre 2013)
–Su libro puede ser leído por profesionales del
psicoanálisis, pero también por lectores no especializados. ¿Se propuso
llegar a un público amplio?
–Los psicoanalistas tenemos un doble lenguaje, un lenguaje para
comunicarnos con los colegas y otro que es el que utilizamos en la
práctica con los pacientes. Cada vez más yo intento usar el lenguaje
coloquial aún cuando hablo con mis colegas. Hay un esfuerzo de mi parte
por hacer más "circulables" las ideas centrales del psicoanálisis. Esa
es la tradición del propio Freud que escribía no sólo para sus colegas
sino para el público en general. Pero luego el psicoanálisis se fue
haciendo cada vez más barroco, comenzó a usar un dialecto cada vez menos
entendible para aquellos que no pertenecen a ese grupo o "parroquia".
–Freud ganó el Premio Goethe por la calidad de su escritura.
–Sí, él pensaba que el psicoanálisis, independientemente de la
clínica psicoanalítica, debía circular como lecturas que ayudaran a la
gente a resolver problemas personales y, sobre todo, sociales. Si bien
tiene algunos textos que son conceptualmente más elaborados, tiene
muchos otros que son de difusión del psicoanálisis y que han tenido gran
éxito editorial como El malestar en la cultura y muchos otros que
estaban destinados a gente que hoy podríamos llamar "la opinión
ilustrada", gente no necesariamente profesional en la materia, pero con
inquietudes. Sus obras de distribuyen de manera masiva, las editoriales
las promocionan y la gente se interesa en la medida que siente que lo
que está leyendo refleja algo de su propia problemática.
–Freud cambió la forma de pensar ciertos temas.
–Indudablemente Freud dejó una marca en la cultura al instituir que
la gente no sólo está sostenida por la conciencia sino por una historia
de la que en muchos aspectos no es consciente, pero que, sin embargo,
lo condiciona cuando elige un proyecto de vida, cuando elige pareja,
cuando elige modalidades de circular por el mundo. Esto tiene que ver
con la historia de su infancia, pero, al mismo tiempo, creo que este
punto se ha exacerbado porque se piensa que toda historia tiene que ver
con la infancia y no es así, porque la historia continúa. En esto la
obra de Freud es muy ilustrativa: hay historia actual, historia infantil
y también un futuro, lo que no quiere decir que todo esto sea
consciente, sino que hay condicionamientos inconscientes. En este
sentido Freud ha dejado una impronta importante. Como diría Ricoeur
junto con Marx y con Nietzche, Freud es uno de los tres maestros de la
sospecha en el sentido de que no todo lo que aparece como manifiesto
tiene la clave en lo manifiesto, sino que es preciso recurrir a ciertas
modalidades para descubrir qué está condicionando lo manifiesto. Esto
vale tanto para las conductas sociales como individuales. Freud siempre
trabajaba sobre los efectos conscientes de lo inconsciente: los sueños,
los síntomas, los actos fallidos, las repeticiones, el tipo de vínculos
son fenómenos conscientes. Lo que Freud decía es que, además, tienen
condicionamientos inconscientes. También hay condicionamientos que no
tienen que ver con lo inconsciente. Una de las críticas que se le ha
hecho al psicoanálisis es cierto reduccionismo al pensar todo desde el
inconsciente y, sobre todo, del inconsciente infantil, pero ese no era
el pensamiento de Freud.
–¿Cuando usted habla de la crisis del psicoanálisis se refiere al pensamiento freudiano o a una praxis sobre ese pensamiento?
–Diría que así como Habermas afirma que el pensamiento de Marx es
un proyecto no tanto superado sino inacabado, creo que el planteo de
Freud no ha sido escuchado en la densidad conceptual que tiene y la
lectura que hicieron muchos psicoanalistas redujo todo a una técnica,
cuando el psicoanálisis pretende ser mucho más que una técnica. Es una
forma de comprender el mundo aun cuando no pretende ser una cosmovisión.
Es una forma de comprender el mundo que se tiene que articular con
otras formas de pensar la realidad. El Papa dice que la Iglesia no ha
escuchado el mensaje de Cristo y les recomienda a los sacerdotes que
salgan de las iglesias. Algo así ha pasado con el psicoanálisis, que ha
generado muchas veces guetos en vez de circular por las realidades
clínicas actuales y las problemáticas sociales que se plantean hoy.
Freud era un hombre de su época. En 1930 escribe El malestar en la
cultura respondiendo al ascenso del nazismo en el poder no sólo en
Alemania sino también en Austria y en el resto de Europa. Lo que uno
quiere rescatar es esa mirada crítica que Freud tenía no sólo para
entender la subjetividad sino también para entender las determinaciones
inconscientes de los fenómenos sociales y, a la vez pero a inversa, ver
cómo esos fenómenos sociales producían subjetividad.
–¿Por qué, entonces, el psicoanálisis es rechazado en el análisis de fenómenos sociales?
–Muchas de esas críticas que pudieron haber hecho los sociólogos,
los filósofos, los científicos sociales son más aplicables a los hijos y
a los nietos de Freud que a Freud mismo. Es muy difícil decir que Freud
descuidó los fenómenos sociales cuando escribió El porvenir de una
ilusión, Tótem y tabú, Moisés y la religión monoteísta, El malestar en
la cultura. Hay infinidad de artículos que demuestran que la
preocupación de Freud era precisamente la articulación entre lo social y
lo individual. Un ejemplo son las famosas cartas que intercambió con
Einstein: El porqué de la guerra. La preocupación por la guerra, por los
efectos que tienen las religiones en la subjetividad tiene que ver con
lo social. Sin pretender equiparar a Frued con Cristo, creo que ha sido
víctima de una mirada reduccionista, sobre todo en la clínica, porque la
clínica que él planteaba era una clínica más ligada al juego y no tanto
al ritual. Pensaba que toda terapia debe ser un encuentro entre dos
subjetividades y que no hay reglas fijas. La imagen que circula es la
imagen de alguien en un diván y se identifica eso con el psiconálisis.
El diván es sólo un mueble. Lo que caracteriza al psicoanálisis es un
proyecto que tiene en cuenta los condicionamientos históricos tanto
individuales como colectivos en cuanto a la producción de un sujeto y la
posibilidad de pensar a ese sujeto como un sujeto en movimiento, no
como un sujeto sujetado, sino como un sujeto protagonista. Esa es otra
crítica que se le ha hecho al psicoanálisis, pensar que la subjetividad
está determinada allá lejos y hace tiempo y que no tiene vínculo con las
realidades actuales.
–Usted habla del aislamiento del psicoanalista. ¿Por qué?
–El análisis es el encuentro de dos subjetividades. El
psicoanalista está entrenado para escuchar al otro como otro. Pero no
necesariamente la subjetividad, los afectos del psicoanalista deben ser
puestos de costado, sino que son parte del proceso terapéutico. En esto
creo que ha habido una actitud de acartonamiento, de esclerosamiento
como indicadores de una ortodoxia que no era la modalidad de trabajo de
Freud que tenía que ver con pensar al psicoanálisis como un diálogo lo
más simétrico posible. No es que el analista deba contar sus propios
sueños ni tampoco su vida privada, pero esto no significa que no pueda
dar señales de que es un sujeto que tiene sus conflictos, sus
interrogantes, en vez de situarse en un pedestal. No hay que confundir:
analizar lo infantil no es infantilizar.
–¿Existe un proyecto de cura en el psicoanálisis?
–El psicoanálisis tiene siempre un proyecto terapéutico que es
aliviar el sufrimiento del paciente. Freud decía que había que aliviar
al paciente en sus inhibiciones, síntomas y angustias. La diferencia es
que a través del proceso terapéutico se crea un proyecto particular para
cada paciente y no un proyecto impuesto desde los ideales del analista.
Lo importante es que ese proyecto tiene que ver con la historia y las
potencialidades del paciente y no con un manual previo al que el
paciente debería adecuarse porque no hay un manual previo al que el
paciente debería adecuarse, porque no hay un modelo genérico de
normalidad.
–Usted señala la paradoja de que hoy hay gente que sufre por no querer sufrir. ¿Hay un sufrimiento que es necesario ?
–Hay que diferenciar lo que son sufrimientos neuróticos de lo que
son sufrimientos humanos. Los sufrimientos humanos son inevitables y no
se los puede abolir mediante pastillas mágicas ni sólo con consejos de
superación. Actualmente hay una idealización del "pum para arriba". Hay
que estar siempre contento, hay que ser un winner, no se pueden mostrar
los aspectos sufrientes. Se confunde la tristeza con la depresión. La
tristeza es un sentimiento normal, mientras que la depresión tiene una
problemática de autoestima. Hoy en día mucha gente ve a alguien que está
tramitando un duelo, atravesando una crisis de crecimiento o
atravesando con dolor el paso de los años, las pérdidas y las
frustraciones que trae inevitablemente la vida y de inmediato se le
sugiere que eso debe ser suprimido sin pensar que ese sufrimiento está
al servicio de la vida porque los sufrimientos también enriquecen. Esto
no significa hacer una apología del sufrimiento, sino, como decía,
diferenciar sufrimientos humanos de sufrimientos neuróticos. Hace poco
estuve en un congreso de Psiquiatría y vi un cartel que decía:
"Alprazolam, la calma en la tormenta". Habría que preguntarse qué
pasaría si un piloto de jet se llena de ansiolíticos. Hay que
diferenciar cuáles son las tormentas inevitables y cuáles las que tienen
que ver con los conflictos no resueltos de cada persona. Hay
sufrimientos que son inherentes a la vida y no a una patología y sería
destructivo considerar que a esos sufrimientos inherentes a la vida hay
que abolirlos mediante pastillas. Y aquí tiene una incidencia
fundamental la industria farmacéutica que pretende abolir los estados
afectivos. Los afectos existen y son positivos excepto cuando en vez de
enriquecer a una persona la paralizan, pero no toda irrupción de
sufrimiento es paralizante. Hoy se quieren abolir los sentimientos
negativos y eso termina muchas veces en que no haya sentimientos. No
sólo en la Argentina sino también en el resto del mundo la felicidad es
un mandato.
–¿Qué les diría a quienes acusan al psicoanálisis de obsoleto por su lentitud?
–La idea de que todo se puede resolver de un día para otro es
ilusoria y está sustentada por la economía de recursos que hacen las
prepagas, los sistemas de salud. Una depresión es una dolencia que debe
ser tratada con la misma seriedad que una problemática cardiovascular y
la gente tiene derecho a ser escuchada dentro de su sistema de salud y
no que se le aplaque la depresión. La medicación es mucho más eficaz en
las depresiones graves. En las leves y moderadas no es eficaz si no es
en el interior de un vínculo terapéutico. Hoy, algunos psiquiatras de
"gatillo fácil" descalifican el hecho de que hay que hablar con los
pacientes, que es preciso un vínculo que permita que la depresión pueda
ser compartida y entendida y que es preciso un tiempo para que pueda
procesarla. Yo escribí un libro sobre la depresión cuyo subtítulo era
Afectos y humores del vivir. Su idea era no dejar que la depresión sea
confundida como pretende la industria farmacéutica con un problema sólo
bioquímico, sino denunciar eso como un reduccionismo. Porque la
depresión no tiene que ver sólo con la historia infantil, sino con la
historia colectiva. Problemas como el de 2001 incrementan las
depresiones porque generan incertidumbre y no permiten vislumbrar un
futuro. El problema con los indignados en España no fue sólo el 53% de
desocupación, sino que se les dijo que por cinco años eso no se iba a
modificar, con lo cual a esos jóvenes se les estaba amputando el futuro.
Un joven con condiciones que sabe que la sociedad no le va a ofrecer
ninguna modalidad de inclusión, lo más probable es que consuma drogas o
que se deprima. La industria farmacéutica anula tanto las problemáticas
individuales como colectivas. Se trata de un reduccionismo bioquímico
que cree que desde la delincuencia hasta las compras compulsivas
obedecen a un tema molecular. Es importante preguntarse de qué modo
mantener en el campo de lo psíquico toda la complejidad que da cuenta de
lo psíquico donde están, por supuesto, lo biológico y la historia
infantil, pero también la historia colectiva. «
La sexualidad hoy y en los tiempos de freud
–Hasta hace algunos años los psicoanalistas definían la homosexualidad como una perversión. ¿Esa definición ha cambiado?
–Cuando hablo de que hay que recuperar el espíritu freudiano me
refiero a la actitud pensante de Freud y no a lo pensado por Freud. Hoy
la sexualidad es muy distinta a la de la época en la que él teorizó. Tan
es así que en este momento está más reprimida la ternura que la
sexualidad. Un joven de 20 años, por ejemplo, tiene una libertad sexual
enorme y el conflicto se le plantea cuando se involucra afectivamente
con alguien. Ahí empieza a sufrir. El concepto de perversión tal como lo
planteaba Freud hoy no es aceptado por nadie.
–¿De qué forma lo definía?
El autor
Es médico psiquiatra y psicoanalista. Preside la Fundación para el
estudio del pasicoanálisis (FUNDEP). En 2006 recibió el Konex de
Platino.
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