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sábado, 12 de octubre de 2013

"Freud es víctima del reduccionismo"

¿Cuál es hoy la vigencia del pensamiento freudiano? ¿En qué medida cierta práctica psicoanalítica ha fosilizado sus conceptos? ¿Cuáles son los intereses de quienes propician la felicidad en pastillas? Responde el autor de Encrucijadas Actuales del Psicoanálisis.

(Fecha original del artículo: Octubre 2013)

En Las encrucijadas actuales de psicoanálisis, Luis Horstein, psicoanalista de vasta experiencia y autor de diversos artículos, ensayos y volúmenes en los que aborda diversos temas relativos a su profesión, explica de qué forma la ortodoxia le quitó al discurso freudiano lo que tiene de innovador y transformó la práctica psicoanalítica en una fórmula esclerosada. En diálogo con Tiempo Argentino señaló de qué manera es posible construir un psiconalisis que de respuestas a las problemáticas de hoy.
 
–Su libro puede ser leído por profesionales del psicoanálisis, pero también por lectores no especializados. ¿Se propuso llegar a un público amplio?
–Los psicoanalistas tenemos un doble lenguaje, un lenguaje para comunicarnos con los colegas y otro que es el que utilizamos en la práctica con los pacientes. Cada vez más yo intento usar el lenguaje coloquial aún cuando hablo con mis colegas. Hay un esfuerzo de mi parte por hacer más "circulables" las ideas centrales del psicoanálisis. Esa es la tradición del propio Freud que escribía no sólo para sus colegas sino para el público en general. Pero luego el psicoanálisis se fue haciendo cada vez más barroco, comenzó a usar un dialecto cada vez menos entendible para aquellos que no pertenecen a ese grupo o "parroquia".
–Freud ganó el Premio Goethe por la calidad de su escritura.  
–Sí, él pensaba que el psicoanálisis, independientemente de la clínica psicoanalítica, debía circular como lecturas que ayudaran a la gente a resolver problemas personales y, sobre todo, sociales. Si bien tiene algunos textos que son conceptualmente más elaborados, tiene muchos otros que son de difusión del psicoanálisis y que han tenido gran éxito editorial como El malestar en la cultura y muchos otros que estaban destinados a gente que hoy podríamos llamar "la opinión ilustrada", gente no necesariamente profesional en la materia, pero con inquietudes. Sus obras de distribuyen de manera masiva, las editoriales las promocionan y la gente se interesa en la medida que siente que lo que está leyendo refleja algo de su propia problemática.
–Freud cambió la forma de pensar ciertos temas. 
–Indudablemente Freud dejó una marca en la cultura al instituir que la gente no sólo está sostenida por la conciencia sino por una historia de la que en muchos aspectos no es consciente, pero que, sin embargo, lo condiciona cuando elige un proyecto de vida, cuando elige pareja, cuando elige modalidades de circular por el mundo. Esto tiene que ver con la historia de su infancia, pero, al mismo tiempo, creo que este punto se ha exacerbado porque se piensa que toda historia tiene que ver con la infancia y no es así, porque la historia continúa. En esto la obra de Freud es muy ilustrativa: hay historia actual, historia infantil y también un futuro, lo que no quiere decir que todo esto sea consciente, sino que hay condicionamientos inconscientes. En este sentido Freud ha dejado una impronta importante. Como diría Ricoeur junto con Marx y con Nietzche, Freud es uno de los tres maestros de la sospecha en el sentido de que no todo lo que aparece como manifiesto tiene la clave en lo manifiesto, sino que es preciso recurrir a ciertas modalidades para descubrir qué está condicionando lo manifiesto. Esto vale tanto para las conductas sociales como individuales. Freud siempre trabajaba sobre los efectos conscientes de lo inconsciente: los sueños, los síntomas, los actos fallidos, las repeticiones, el tipo de vínculos son fenómenos conscientes. Lo que Freud decía es que, además, tienen condicionamientos inconscientes. También hay condicionamientos que no tienen que ver con lo inconsciente. Una de las críticas que se le ha hecho al psicoanálisis es cierto reduccionismo al pensar todo desde el inconsciente y, sobre todo, del inconsciente infantil, pero ese no era el pensamiento de Freud.
–¿Cuando usted habla de la crisis del psicoanálisis se refiere al pensamiento freudiano o a una praxis sobre ese pensamiento? 
–Diría que así como Habermas afirma que el pensamiento de Marx es un proyecto no tanto superado sino inacabado, creo que el planteo de Freud no ha sido escuchado en la densidad conceptual que tiene y la lectura que hicieron muchos psicoanalistas redujo todo a una técnica, cuando el psicoanálisis pretende ser mucho más que una técnica. Es una forma de comprender el mundo aun cuando no pretende ser una cosmovisión. Es una forma de comprender el mundo que se tiene que articular con otras formas de pensar la realidad. El Papa dice que la Iglesia no ha escuchado el mensaje de Cristo y les recomienda a los sacerdotes que salgan de las iglesias. Algo así ha pasado con el psicoanálisis, que ha generado muchas veces guetos en vez de circular por las realidades clínicas actuales y las problemáticas sociales que se plantean hoy. Freud era un hombre de su época. En 1930 escribe El malestar en la cultura respondiendo al ascenso del nazismo en el poder no sólo en Alemania sino también en Austria y en el resto de Europa. Lo que uno quiere rescatar es esa mirada crítica que Freud tenía no sólo para entender la subjetividad sino también para entender las determinaciones inconscientes de los fenómenos sociales y, a la vez pero a inversa, ver cómo esos fenómenos sociales producían subjetividad.
–¿Por qué, entonces, el psicoanálisis es rechazado en el análisis de  fenómenos sociales? 
–Muchas de esas críticas que pudieron haber hecho los sociólogos, los filósofos, los científicos sociales son más aplicables a los hijos y a los nietos de Freud que a Freud mismo. Es muy difícil decir que Freud descuidó los fenómenos sociales cuando escribió El porvenir de una ilusión, Tótem y tabú, Moisés y la religión monoteísta, El malestar en la cultura. Hay infinidad de artículos que demuestran que la preocupación de Freud era precisamente la articulación entre lo social y lo individual. Un ejemplo son las famosas cartas que intercambió con Einstein: El porqué de la guerra. La preocupación por la guerra, por los efectos que tienen las religiones en la subjetividad tiene que ver con lo social. Sin pretender equiparar a Frued con Cristo, creo que ha sido víctima de una mirada reduccionista, sobre todo en la clínica, porque la clínica que él planteaba era una clínica más ligada al juego y no tanto al ritual. Pensaba que toda terapia debe ser un encuentro entre dos subjetividades y que no hay reglas fijas. La imagen que circula es la imagen de alguien en un diván y se identifica eso con el psiconálisis. El diván es sólo un mueble. Lo que caracteriza al psicoanálisis es un proyecto que tiene en cuenta los condicionamientos históricos tanto individuales como colectivos en cuanto a la producción de un sujeto y la posibilidad de pensar a ese sujeto como un sujeto en movimiento, no como un sujeto sujetado, sino como un sujeto protagonista. Esa es otra crítica que se le ha hecho al psicoanálisis, pensar que la subjetividad está determinada allá lejos y hace tiempo y que no tiene vínculo con las realidades actuales.
–Usted habla del aislamiento del psicoanalista. ¿Por qué?
–El análisis es el encuentro de dos subjetividades. El psicoanalista está entrenado para escuchar al otro como otro. Pero no necesariamente la subjetividad, los afectos del psicoanalista deben ser puestos de costado, sino que son parte del proceso terapéutico. En esto creo que ha habido una actitud de acartonamiento, de esclerosamiento como indicadores de una ortodoxia que no era la modalidad de trabajo de Freud que tenía que ver con pensar al psicoanálisis como un diálogo lo más simétrico posible. No es que el analista deba contar sus propios sueños ni tampoco su vida privada, pero esto no significa que no pueda dar señales de que es un sujeto que tiene sus conflictos, sus interrogantes, en vez de situarse en un pedestal. No hay que confundir: analizar lo infantil no es infantilizar.
–¿Existe un proyecto de cura en el psicoanálisis?
–El psicoanálisis tiene siempre un proyecto terapéutico que es aliviar el sufrimiento del paciente. Freud decía que había que aliviar al paciente en sus inhibiciones, síntomas y angustias. La diferencia es que a través del proceso terapéutico se crea un proyecto particular para cada paciente y no un proyecto impuesto desde los ideales del analista. Lo importante es que ese proyecto tiene que ver con la historia y las potencialidades del paciente y no con un manual previo al que el paciente debería adecuarse porque no hay un manual previo al que el paciente debería adecuarse, porque no hay un modelo genérico de normalidad. 
–Usted señala la paradoja de que hoy hay gente que sufre por no querer sufrir. ¿Hay un sufrimiento que es necesario ?
–Hay que diferenciar lo que son sufrimientos neuróticos de lo que son sufrimientos humanos. Los sufrimientos humanos son inevitables y no se los puede abolir mediante pastillas mágicas ni sólo con consejos de superación. Actualmente hay una idealización del "pum para arriba". Hay que estar siempre contento, hay que ser un winner, no se pueden mostrar los aspectos sufrientes. Se confunde la tristeza con la depresión. La tristeza es un sentimiento normal, mientras que la depresión tiene una problemática de autoestima. Hoy en día mucha gente ve a alguien que está tramitando un duelo, atravesando una crisis de crecimiento o atravesando con dolor el paso de los años, las pérdidas y las frustraciones que trae inevitablemente la vida y de inmediato se le sugiere que eso debe ser suprimido sin pensar que ese sufrimiento está al servicio de la vida porque los sufrimientos también enriquecen. Esto no significa hacer una apología del sufrimiento, sino, como decía, diferenciar sufrimientos humanos de sufrimientos neuróticos. Hace poco estuve en un congreso de Psiquiatría y vi un cartel que decía: "Alprazolam, la calma en la tormenta". Habría que preguntarse qué pasaría si un piloto de jet se llena de ansiolíticos. Hay que diferenciar cuáles son las tormentas inevitables y cuáles las que tienen que ver con los conflictos no resueltos de cada persona. Hay sufrimientos que son inherentes a la vida y no a una patología y sería destructivo considerar que a esos sufrimientos inherentes a la vida hay que abolirlos mediante pastillas. Y aquí tiene una incidencia fundamental la industria farmacéutica que pretende abolir los estados afectivos. Los afectos existen y son positivos excepto cuando en vez de enriquecer a una persona la paralizan, pero no toda irrupción de sufrimiento es paralizante. Hoy se quieren abolir los sentimientos negativos y eso termina muchas veces en que no haya sentimientos. No sólo en la Argentina sino también en el resto del mundo la felicidad es un mandato.  
–¿Qué les diría a quienes acusan al psicoanálisis de obsoleto por su lentitud?
–La idea de que todo se puede resolver de un día para otro es ilusoria y está sustentada por la economía de recursos que hacen las prepagas, los sistemas de salud. Una depresión es una dolencia que debe ser tratada con la misma seriedad que una problemática cardiovascular y la gente tiene derecho a ser escuchada dentro de su sistema de salud y no que se le aplaque la depresión. La medicación es mucho más eficaz en las depresiones graves. En las leves y moderadas no es eficaz si no es en el interior de un vínculo terapéutico. Hoy, algunos psiquiatras de "gatillo fácil" descalifican el hecho de que hay que hablar con los pacientes, que es preciso un vínculo que permita que la depresión pueda ser compartida y entendida y que es preciso un tiempo para que pueda procesarla. Yo escribí un libro sobre la depresión cuyo subtítulo era Afectos y humores del vivir. Su idea era no dejar que la depresión sea confundida como pretende la industria farmacéutica con un problema sólo bioquímico, sino denunciar eso como un reduccionismo. Porque la depresión no tiene que ver sólo con la historia infantil, sino con la historia colectiva. Problemas como el de 2001 incrementan las depresiones porque generan incertidumbre y no permiten vislumbrar un futuro. El problema con los indignados en España no fue sólo el 53% de desocupación, sino que se les dijo que por cinco años eso no se iba a modificar, con lo cual a esos jóvenes se les estaba amputando el futuro. Un joven con condiciones que sabe que la sociedad no le va a ofrecer ninguna modalidad de inclusión, lo más probable es que consuma drogas o que se deprima. La industria farmacéutica anula tanto las problemáticas individuales como colectivas. Se trata de un reduccionismo bioquímico que cree que desde la delincuencia hasta las compras compulsivas obedecen a un tema molecular. Es importante preguntarse de qué modo mantener en el campo de lo psíquico toda la complejidad que da cuenta de lo psíquico donde están, por supuesto, lo biológico y la historia infantil, pero también la historia colectiva.  «
 
 
La sexualidad hoy y en los tiempos de freud
–Hasta hace algunos años los psicoanalistas definían la homosexualidad como una perversión. ¿Esa definición ha cambiado? 
–Cuando hablo de que hay que recuperar el espíritu freudiano me refiero a la actitud pensante de Freud y no a lo pensado por Freud. Hoy la sexualidad es muy distinta a la de la época en la que él teorizó. Tan es así que en este momento está más reprimida la ternura que la sexualidad. Un joven de 20 años, por ejemplo, tiene una libertad sexual enorme y el conflicto se le plantea cuando se involucra afectivamente con alguien. Ahí empieza a sufrir. El concepto de perversión tal como lo planteaba Freud hoy no es aceptado por nadie.
–¿De qué forma lo definía?
–Como un cambio de objeto o de fin en la sexualidad considerada normal. Un cambio de objeto sería la homosexualidad, la paidofilia, el fetichismo. Un cambio de fin se daría, según Freud, cuando la forma predominante de satisfacción no es la relación sexual sino conductas tales como mirar, pegar, someter al otro, es decir cuando en la sexualidad la parte ocupa el lugar del todo. Hoy tratamos de no usar la palabra perversión por su connotación moral, pero cuando la usamos la definimos como  el ejercicio de la sexualidad con otro no consintiente, por ejemplo, un niño o una persona que por su posición respecto del otro no puede decir que no. El término perversión se reserva entonces para los casos en que la sexualidad sólo puede ser ejercida de esta manera. Es un concepto que hoy hay que restringir mucho porque ha sido muy mal usado. Hoy se ve gente que pasa por períodos de homosexualidad, que es bisexual. En 2013 la sexualidad no es la de 1900 y creo que la obra de Freud debe ser revisada  profundamente en esos aspectos porque él era un hombre de su época. Cuando se hereda a un gran autor, se heredan sus conceptos pero también los obstáculos ideológicos de su época.  
 
 
El autor 
Es médico psiquiatra y psicoanalista. Preside la Fundación para el estudio del pasicoanálisis (FUNDEP). En 2006 recibió el Konex de Platino. 

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