Autoras/es: Guillermo Andrés y Jonhy Bravo
La polémica
que despertó el debate en torno a la reforma constitucional, el manejo
del subte y la coparticipación con las provincias dejó en evidencia el
inicio de un año electoral en el que las fuerzas políticas dominantes
intentan presentar sus proyectos como antagónicos. Sin embargo, la puja
distributiva abierta con las paritarias una vez más puso las cosas en su
lugar y, sin discriminar, unió a oficialismo y oposición bajo una misma
bandera: descargar el ajuste sobre los trabajadores.
Al final de cuentas las
amenazas que lanzó la UIA a mediados de enero surtieron su efecto
después de todo. Los empresarios industriales se quejaron de que los
reclamos salariales, en ese entonces en torno al 25% (ahora ya llegan al
30%), desatarían un “Rodrigazo”, lo que equivale a decir una corrida de
precios, que en el 75´ no fue sino el golpe económico contra los
salarios por parte del último gobierno peronista, previo al golpe cívico
militar contra los derechos democráticos y las conquistas de los
trabajadores.
En las filas del Gobierno
criticaron a los industriales por semejantes declaraciones pero lo
cierto es que las autoridades salieron con los tapones de punta a marcar
la cancha, con un techo salarial del 20%, un insuficiente aumento del
20% del Mínimo No Imponible en Ganancias (ver recuadro), y el
lanzamiento rimbombante de un laxo acuerdo de precios para contener la
inflación (ver recuadro).
Se trata de una
suerte de mini “pacto social” impuesto por la Casa Rosada en el que el
Ministerio de Trabajo, cual gendarme de las ganancias y capitalista
colectivo, no dudó en recurrir a la conciliación obligatoria, amenazó
con aplicar sanciones económicas a los gremios que tomaron medidas de
fuerza y presionó incluso a aquellos empresarios que preferían ceder al
reclamo salarial con tal de ahorrarse conflictos (y mayores costos) a
futuro.
Es que, sólo teniendo en
cuenta los aumentos de alimentos, impuestos y tarifas (ABL, colectivo,
subte, luz, agua y gas) del año pasado, los primeros sindicatos en
renegociar paritarias lógicamente traspasaron con sus pedidos los
umbrales de lo “racional”.
Primeras negociaciones
En un escenario
conflictivo, los aceiteros, bancarios y docentes (ver recuadro) se han
convertido en los conejillos de india del Estado en su intento por
limitar las aspiraciones salariales.
En el caso de los aceiteros,
la pelea llevada adelante por la federación que los agrupa a nivel
nacional concluyó en una victoria parcial con una suba a partir de enero
de entre el 22 y 25% según la categoría, que lleva el salario mínimo a
$7.500, y una suma fija de $5.800 por única vez, tras una huelga general
que paralizó las principales terminales exportadoras de granos.
Con este resultado, los
trabajadores del sector superaron la pauta oficial, en el marco de la
ofensiva del gobierno de recortar salarios poniendo un techo por debajo
de la inflación. Los aceiteros de San Lorenzo, en cambio,
acataron las “presiones” y cerraron un aumento del 19,5%. No obstante,
la federación nacional podría haber obtenido más teniendo en cuenta que
Cargill, Dreyfus, Bunge, Nidera, Molinos Río de la Plata, Toepffer,
Noble, Aceitera General Deheza, Vicentín y ACA tuvieron una facturación
total en 2011 de 139.091 millones de pesos, alrededor de 23 mil millones
de dólares, cuando el costo laboral estimado apenas representa el 1,94%
de sus utilidades.
El gremio de los bancarios tampoco
se quedó atrás. Después de un mes de tire y afloje que incluyó un paro
nacional, conciliación obligatoria y un fuerte discurso de la Presidenta
contra los trabajadores, La Bancaria obtuvo una suba del 25% -sobre un
piso salarial de $7.200-, a cambio de disfrazar y dividir el anticipo de
$1.700 en dos sumas, una de ellas en negro y por única vez.
De este modo, los
bancarios lograron hacerse de una recomposición provisoria durante el
verano a cuenta de lo que negocien en marzo o abril. Sin embargo, lo
conseguido en realidad viene a compensar lo perdido en 2012 cuando el
sindicato de Sergio Pallazo, alineado con Moyano y el Gobierno K, cerró
un 23%, por debajo de la inflación. Queda ahora por ver en cuanto cierra
la paritaria anual y si el sindicato mantiene la promesa que hizo en
enero de no superar el 23% en todo el año, algo bastante alejado del 35%
que reclaman los sectores de la oposición.
A modo de
balance, las primeras dos negociaciones del año representan un “empate”
porque conforman a los sindicatos burocratizados, a las empresas, al
Gobierno y, en parte, a los trabajadores del gremio. Por una parte los
gremios no se pasan de la raya, y por otra, tampoco muestran una
obediencia total ni se van con las manos vacías. Es en este juego a dos
puntas quizás donde radica la fortaleza de estos sectores de la
burocracia sindical.
Con todos estos límites, el enfrentamiento en las huelgas marca un rumbo por el cual caminar y
demuestra que si los trabajadores no se subordinan a los designios del
Estado y las necesidades de las patronales, pueden conseguir más.
En un mercado de trabajo
hiperfragmentado y en el que los convenios colectivos apenas alcanza a
un tercio del total, las luchas reivindicativas sirven para que los
sectores más débiles y rezagados se animen a ir por más. Y que, en lugar
de escucharse el comentario reaccionario “estos ganan un montón y se
vienen a quejar”, la clase trabajadora concluya: “si no hacemos algo,
nos van a seguir tocando el bolsillo”.
Ante la posibilidad de
que se abriera esta caja de pandora, el Gobierno logró en las últimas
semanas encausar las negociaciones con acuerdos más moderados de la mano
de dos gremios aliados, alineados con la CGT de Caló.
Sin necesidad de hacer paro como había amagado en un principio, el “gordo” Oscar Lescano, titular de Luz y Fuerza,
cerró un aumento del 30% en tres cuotas y por 18 meses. Lo que a simple
vista parecía un batacazo, en realidad representa una suba que mantiene
el techo del 20% para el 2013 y extiende el plazo del convenio, sin
posibilidad de renovarlo hasta mediados del 2014, en momentos que varios
gremios plantean negociar en forma semestral. Probablemente por ello,
el ministro de Trabajo Carlos Tomada consideró que el acuerdo era "un
buen paso” y destacó que otras actividades "están planteando este tipo
de acuerdos".
La otra ayuda vino del sindicato metalmécanico
Smata que negoció con las terminales automotrices un incremento del 8%
para el primer trimestre. Aunque fue interpretado por algunos medios
como un acuerdo rupturista, la realidad es que la dinámica de
negociación garantizó en los últimos años aumentos anuales del orden del
24%. Eso sin contar las suspensiones y despidos hormiga que el gremio
dejó pasar ahora en Volkswagen, Mercedez Benz, Fiat Iveco y Lear para
que ajusten la producción y de paso se deshagan de los delegados
combativos de la oposición.
Docentes, entre la espada del Gobierno y la pared de los sindicatos
Desde el Gobierno de
Cristina, pasando por Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires,
José De la Sota en Córdoba, Daniel Peralta en Santa Cruz y Mauricio
Macri en la Ciudad, todos salieron a enfrentar los reclamos de los
gremios docentes con un techo salarial que, dependiendo el distrito,
oscila entre el 20 y el 25% dividido en tres tramos, y que en términos
anualizados significa una suba de entre el 16 y el 20%, por debajo de la
inflación prevista en la mayoría de los casos.
La primera piedra la puso
el ministerio de Educación nacional al cerrar por decreto en febrero, y
por segunda vez consecutiva, la paritaria nacional de casi 1 millón de
docentes, fijando un incremento del 22,5% en tres cuotas que recién
llega al 19% en noviembre, es decir, a los $3.400.
La maniobra previsible,
salvo para los gremios adictos como CTERA, obligó a los cinco sindicatos
de la actividad a lanzar primero un paro nacional. La conducción de
CTERA, la organización más grande con 300.000 afiliados y enrolada en la
CTA oficialista del maestro Hugo Yasky, recién después de un tardío
congreso resolvió adherir a la medida, presionado por las bases.
Así, con un alto
acatamiento, la huelga de fines de febrero fue la segunda más importante
desde el 2012, cuando CTERA tuvo que parar por primera vez en una
década, tras el cierre intempestivo de la paritaria por el Gobierno.
Ahora la conflictividad se desplazó hacia las provincias donde todavía
las autoridades no llegaron a un acuerdo en más de la mitad, incluida
Buenos Aires, que es la que aglutina a la mayor cantidad de maestros y
representa la mayor parte del presupuesto educativo.
En este caso, la
burocracia de SUTEBA liderada por Roberto Baradel, integrante de la
CTERA, tuvo que decretar medidas –eso sí, espaciadas para poder
“negociar”- y lanzar amenazas, ante la situación crítica que viven los
docentes bonaerenses. El año pasado les descontaron los días de huelga y
este año el Gobierno de Scioli advirtió que hará lo mismo. Su salario
no llega a los 3.000 pesos.
La caja provincial
afronta una situación complicada, que ha llevado al distrito a
endeudarse vendiendo bonos, subir los impuestos inmobiliarios a los
empresarios rurales y countries, y congelar el gasto en salud, educación
y administración.
La CGT de Antonio Caló
(de la cual forman parte los otros cuatro gremios UDA, AMET, SADOP y
CEA) y sobre todo la CTERA y la CTA de Yasky se han visto en la
obligación de enfrentar al Gobierno, luego de que el año pasado
terminaran aceptando el lastimoso aumento por decreto del 19%, uno de
los más bajos negociados en 2012 y claramente por debajo de la
inflación.
El problema este año es que ambas centrales, al
romper con Pablo Micheli y Hugo Moyano y mantener sus lazos con el
oficialismo, deben rendir más que nunca sus servicios acatando la
miserable pauta salarial, en momentos que las seccionales
opositoras de Suteba, Amsafe, ATEN y ADOSAC, entre otras, reclaman que
se intensifiquen las medidas de fuerza.
A cambio de este “sacrificio”, la CGT y la CTA oficialistas aspiran a ser reconocidos como las organizaciones legítimas
y tener acceso a los despachos oficiales, mayores reintegros de fondos
de las obras sociales que se apropió el Estado, y favores del Ministerio
de Trabajo, por ejemplo en las peleas de encuadramiento o los jugosos
planes de capacitación sindical.
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Disciplinamiento sindical
El discurso
neoliberal de que los salarios generan inflación comenzó a notarse con
fuerza a partir del 2007 cuando el empleo empezó a crecer menos y la
inflación se aceleraba, a la par de una desaceleración
económica, propia del modelo, y previa al impacto de la crisis mundial.
La crisis del campo fue un reflejo de estos cortocircuitos en la
economía y la pelea por las ganancias.
Este giro en el relato se profundizó con el anuncio de la sintonía fina tras el triunfo de Cristina en las elecciones del 2011.
La novedosa idea del kirchnerismo fue entonces ajustar algunas
variables, como subsidios, salarios y ganancias en “exceso”, como si
todo fuera lo mismo. Este arsenal ideológico fue acompañado de
otro: el ataque a las “corpos”, siendo en los hechos el principal blanco
los sindicatos, a los que la misma Presidenta calificó de perjudicar a
la sociedad, con conflictos y reclamos desmedidos.
Más que a un
error de cálculo político por parte del Gobierno, la ruptura de la CGT y
la CTA están vinculadas con esta política de disciplinamiento económico
del sindicalismo, que sigue teniendo un peso determinante para el
normal desarrollo del proceso de acumulación.
En efecto, durante
la mayor parte del kirchnerismo las centrales obreras se subordinaron
siempre a los designios del Gobierno y también del PJ. Aún con conflictos sindicales
por reclamos reivindicativos impulsados por burócratas (petroleros,
camioneros, aceiteros) e incluso de importantes luchas dirigidas por los
sectores antiburocráticos y clasistas (alimentación, subte,
colectiveros y ferroviarios), la CGT “unida” con todos adentro
–gordos, independientes, moyanistas- y la vieja CTA de Yasky y Micheli
sirvieron para garantizar una década de paz social.
No es de extrañar en este
marco que el poder adquisitivo del salario siga aún por debajo del pico
alcanzado en los 90´, que un 36% de los trabajadores esté contratado en
forma ilegal (o “en negro”, según el eufemismo) y un tercio de la
población sea pobre, si se toma en cuenta una canasta más realista que
la del INDEC.
El problema para el
Gobierno es que tras la recuperación económica y una “década milagrosa”
con crecimiento del empleo, los gremios también recuperaron poder. Poder
de movilización, de presión y de aspiraciones políticas, sobre la base
de una mejora relativa en las condiciones de vida de los trabajadores.
Sin embargo, tanto una
como otra central presentan fuertes límites a la hora de resolver las
necesidades de la clase trabajadora. Ambas coinciden en que cada gremio
dispute su convenio por separado. Esta perspectiva plantea serios
límites a la hora de disputar el salario. Por otro lado, ambas
coinciden en, no poner en discusión las condiciones de trabajo; no
permitir democracia sindical (reconocimiento de las minorías en el
sindicato); ni libertad sindical (libertad de afiliación); la
legitimación en los hechos del trabajo en negro, contratado, fuera de
convenio o tercerizado, inclusive con complicidad en el mismo.
La CGT oficialista se
jugó por un participacionismo agiornado, consistente en una apertura al
dialogo, a cambio de formar parte de las instancias de representación
institucional, como los interlocutores validos del MO. Nada mas lejos de
los planes del Gobierno, que es tener cortos a todos. La expectativa de
estos sectores se vio defraudada rápidamente y ahora se muestran mas
distanciados para presionar al Gobierno y por la reacción negativa que
tuvo el magro actualización de Ganancias.
La CGT de Moyano, intentó
moverse por izquierda (parcialmente) en términos sindicales y por
derecha en términos políticos (con el PJ federal); lo que concluyó en un
cuestionamiento imposible de formular, con una reivindicación salarial
abstracta y un apoyo a Scioli y a De La Sota por elevación.
En las instancias
donde Moyano impulsa reivindicaciones salariales, es importante
participar, ya que en los hechos es un movimiento de fuerzas que
enfrenta de algún modo los límites salariales del gobierno y de las
empresas, más allá de las alianzas que haga Moyano. Son en el marco de un frente único obrero que pretende aumento salarial.
Las dos fracciones
intentan realizar alianzas con sectores que se presentan como
antagónicos, pero que tienen claro que los trabajadores son los que van a
costear los costos de la desaceleración y las ganancias. Lo que no
quita que en eventuales enfrentamientos sindicales tengamos que actuar
con algún sector para unir fuerzas por reivindicaciones válidas.
Conclusión
La fractura de las centrales afecta directamente a la correlación de fuerzas de la clase obrera, disminuyendo su potencial de lucha, y su bolsillo en este momento de recorte salarial generalizado. Pero la sola proclama de la unidad no es suficiente. Los objetivos deben estar claros.
La fractura de las centrales afecta directamente a la correlación de fuerzas de la clase obrera, disminuyendo su potencial de lucha, y su bolsillo en este momento de recorte salarial generalizado. Pero la sola proclama de la unidad no es suficiente. Los objetivos deben estar claros.
Así como el gobierno
impone su pauta salarial, una central debe definir la suya sin dejar de
lado las condiciones de trabajo y actuar en consecuencia, tomando todas
las medidas de fuerza necesarias, incluyendo una herramienta tan
poderosa como la huelga general.
En este sentido, es
necesario incorporar a la discusión al 40% de trabajadores sin registrar
y luchar por su correcto encuadramiento. De lo que se trata es de ir
contra todas las formas de precarización laboral, como son la
tercerización y el trabajo fuera de convenio, con la consigna de a igual
trabajo igual salario. Esto no sólo repercute en los sueldos, también
en la estabilidad laboral y la libertad de expresión como afiliación en
los lugares de trabajo.
La falta de democracia
sindical permite que estas formas de explotación se instalen con mayor
facilidad. Por eso, las minorías dentro de los gremios deben tener
reconocimiento, a diferencia de lo que sucede hoy en muchos sindicatos,
en donde son perseguidas por las patronales, el Estado, y la propia
burocracia sindical.
Simultáneamente,
mientras peleamos por estas reivindicaciones inmediatas debemos
presentar una alternativa política coherente con nuestros reclamos que
sea visible para el conjunto de los trabajadores y demás sectores
oprimidos de la sociedad, y represente sus intereses históricos: la
emancipación de las clases explotadas.
Ganancias Las primeras
negociaciones del año se vieron atravesadas por la discusión del
Impuesto a las Ganancias. El Gobierno intentó calmar las aguas
actualizando en un 20% el piso a partir del cual los trabajadores pagan
Ganancias, pero como era de esperar el anuncio no conformó a nadie. Es
que al no haber sido actualizado en el 2012 y con el avance de la
inflación, cada vez más trabajadores se ven afectados por un tributo a
la “riqueza” que en los sueldos más altos se come más de un aguinaldo.
Ahora el piso del soltero fue llevado a $6.500, un sueldo neto que según
los datos de ATE INDEC no alcanza la canasta familiar estimada en
enero, de $7.000. La actualización está por debajo de la inflación
prevista incluso, lo que va a provocar que luego de las paritarias los
trabajadores que habían quedado exceptuados del régimen impositivo,
vuelvan a pagar el Impuesto al Salario.
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Acuerdo de Precios y Canasta
El acuerdo para congelar
los precios en los supermercados por dos meses, en los hechos, funciona
como una señal para los empresarios de que el costo de la fuerza de
trabajo se va a mantener sin cambios y por lo tanto los sindicatos no
tendrán excusas para pedir grandes incrementos salariales.
Sin embargo, esta
política ya fue aplicada en años anteriores y no tuvo mayores resultados
porque el problema de la inflación no se reduce a una “avivada” de los
supermercados que remarcan precios (cosa que existe en parte), sino que
es el mecanismo que adopta el “modelo” para mantener una desigual
distribución del ingreso. En efecto, la inflación también la componen
las tarifas, el transporte, los alquileres, y el mercado mundial, entre
otros factores.
Tanto el acuerdo de precios como los índices del
INDEC son cosas de las que nadie puede dar fe. La discusión es con
cuánto se vive. Para ATE INDEC, $7.000 es la canasta de una familia,
casi 3 veces más que lo que marcan las cifras oficiales, cuando el
ingreso promedio de los ocupados apenas alcanza los $3.707 mensuales.
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