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domingo, 31 de marzo de 2013

Introducción a la cultura popular. Daniel Vidart. 2/2

Autoras/es: Daniel Vidart (*)
(Fecha original del artículo: Marzo 2013) 

El pueblo en tanto que dato demográfico total
La acepción más lata de la voz pueblo se remite a un mero recuento cuantitativo. De tal modo se confunde con la población total del país. Esta acepción de la voz posee un mero sentido demográfico, en el entendido que la demografía es aquel sector de la estadística que estudia los fenómenos demóticos. Aclaro, al pasar, que el recto sentido del término demografía condena aquellas expresiones, al estilo de "explosión demográfica", que confunden el hecho estudiado con la disciplina que lo estudia. Hay, sí, explosión demótica pues la demografía, en cuanto que parcela científica, que provincia del conocimiento donde se conjuga lo matemático con lo social, no puede estallar. Y sí puede, metafóricamente hablando, hacerlo el demos, el pueblo en tanto que población, cuando el crecimiento veloz del contingente humano supera las capacidades alimenticias de un país para atender la subsistencia de sus habitantes.
Cuando se considera el pueblo desde el mero punto de vista numérico se emite un desnudo juicio de realidad, desposeído de la mínima nota valorativa. En este sentido, al utilizar el término pueblo uruguayo como sinónimo de población, al decir así no se mentan los rasgos que dotan a dicho término de resonancias afectivas, políticas o sociales.
Cabe todavía otra variante. Al expresar, por ejemplo, que "había todo un pueblo participando en esa reunión", se quiere decir que la asistencia era multitudinaria. Semejante sentido tiene la voz populoso: se refiere a un sitio, sea un barrio, sea un arrabal urbano, que alberga una gran cantidad de gente.
Resta todavía una precisión. Cuando se menta al pueblo uruguayo se sobreentiende que se trata de los miembros de nuestra comunidad nacional residentes en la patria. Los uruguayos que viven en el exterior se convierten en extranjeros dentro del país al que se han trasladado. Tienen la calidad de habitantes pero, valga el caso, no de componentes del pueblo argentino o español, si es que están radicados en La Argentina o en España. Dejan de ser parte del pueblo uruguayo avecindado en su tierra de nacimiento para convertirse en inmigrantes, radicados en el seno de un pueblo distinto al propio.
              Un lugar para vivir
Otra acepción de la voz pueblo es de naturaleza geográfica o, si se quiere mayor precisión, de carácter espacial. La geografía tiene injerencia en el asunto, por cierto. Una rama de esta disciplina, la geografía humana, estudia todo lo que tiene que ver con la actividad paisajística de nuestra especie, cuya labor a lo largo de los milenios quita o agrega elementos materiales a los espacios donde se asienta.
Según una costumbre generalizada, que tiene que ver con una escala demótica que va de menos a más, el pueblo es una concentración relativamente pequeña de personas en un determinado hábitat terrestre. Dicho hábitat -una objetivación edilicia y estructural de la cultura, una encrucijada económica y un escenario social al mismo tiempo-, está constituido por construcciones de diverso tipo: habitaciones familiares, locales públicos, casas de comercio, edificios donde se alojan las instituciones del gobierno local o la administración nacional, espacios abiertos para el encuentro y expansión de las gentes -a partir de la plaza y el mercado, que muchas veces comparten un mismo ámbito-, vías de circulación, etc.
Un pueblo, así considerado, constituye un núcleo de pobladores mayor que una aldea y menor que una ciudad. Pero ¿cuál es el criterio distintivo que caracteriza a cada uno de los núcleos donde se manifiestan los distintos tipos cuantificables, y por ende calificables, de asentamientos humanos?
Bruno Jacovella al referirse a la comunidad folk apunta lo siguiente: "Solo cabe precisar que el folk es solo un tipo de comunidad civilizada, subcivilizada o protocivilizada que se manifiesta con distintos grados de intensidad y extensión entre dos polos de la comunidad pura primitiva (pueblos no civilizados o sin ciudad) y la sociedad-masa de las postrimerías de la civilización. Tales grados, hoy día históricamente sobrevivientes o residuales, pueden ordenarse de la siguiente forma, desde un punto de vista antropogeográfico: campo (puestos aislados de pastores y recolectores, inclusive agricultores inferiores), aldea (pequeñas aglomeraciones agrarias), villa (pequeña ciudad rural, con comercio y algunas oficinas del Estado), ciudad provinciana o lugareña ("gran aldea") y "ciudad antigua" o gran ciudad autóctona (con pocos extranjeros y poca industria). Más allá aparece ya la urbe cosmopolita con su fuerte centralización y su inmenso proletariado, cuya influencia uniformizadora se extiende rápidamente a las citadas expresiones preexistentes de la vida social"(15).
Jacovella confunde lo cualitativo con lo cuantitativo. La comunidad folk se distingue de la civilizada por sus caracteres intrínsecos y no por los extrínsecos. Una comunidad folk residente en una aldea que a veces, como en Sicilia, puede contar con cinco mil habitantes, y ciudades, pensemos en las del Sur de Alemania, que tienen organización y autoridades municipales de tipo urbano y en ocasiones no pasan de tres mil habitantes, no se distinguen por lo contable sino por lo calificable. También yerra al conceptuar como "campo" el lugar donde residen las comunidades indígenas prealfabetas o ágrafas de agricultores inferiores que se bastan a sí mismos, cocinándose en su propio jugo económico y cultural. El campo, económica y socialmente considerado, cobra significado, como anteriormente quedó indicado, con relación a la ciudad. El campo es la trastierra agraria, la aureola productiva trabajada por la gente que se extiende tras los ejidos. El campo existe en función del mercado urbano y los intercambios que allí se realizan. El espacio ocupado por los "primitivos contemporáneos" es un sitio, un lugar, una comarca, un bolsón espacial habitado por comunidades que se autoabastecen, sin mercar los posibles excedentes, en tanto que células autárquicas, pero no tiene la calidad de campo. Campus en latín significa llanura, y de ahí derivan las voces españolas campaña, campeador, escampar, acampar, campestre, etc. En la Edad Media fue relacionado con "campo de batalla", pues la llanura es el sitio apropiado para librar el combate. Pero esta acepción es lateral al asunto que aquí nos concita.
Jacovella no intercala la figura del pueblo entre la aldea y la villa. Y tampoco lo considera como un asentamiento humano digno de ser tenido en cuenta, si bien está ampliamente consagrado su uso en nuestro idioma. En realidad el problema verdadero se origina con la noción de ciudad. George Chabot, hace ya de esto muchos años, lo cual permite pensar que los criterios han cambiado, comprobó que si bien la definición cuantitativa de la ciudad, basada en el número de habitantes, es cómoda, existen oscilaciones que de algún modo la ponen en duda. En efecto, en Francia, Alemania, Checoslovaquia y Turquía se consideraba (1948) que había ciudad cada vez que la población agrupada en la cabeza de la comuna sobrepasara los 2.000 habitantes. En cambio los EE.UU. y México elevaban la cifra a 2.500 y Bélgica, Holanda y Grecia a 5.000, en tanto que Irlanda la abatía a 1.500. Agrega luego que este canon numérico es susceptible de sensibles variaciones. En Hungría, Bulgaria y Sicilia existen aglomeraciones de varios miles de habitantes que son solamente aldeas populosas donde se hacinan campesinos privados de los servicios administrativos, sociales y culturales que caracterizan a ciudades cuyo volumen demótico es inferior al de aquellas (16). Tal es lo que sucede con la presencia del Stradtrat, el concejo de antiguas ciudades alemanas, vaciadas de su caudal humano por la emigración hacia los grandes centros cívicos. En consecuencia, donde hay Concejo hay ciudad. Pero a este criterio monovalente se le oponen otros de idéntico jaez: la ciudad tiene alta nupcialidad y baja natalidad (Rümelin); vive del trabajo agrícola de los campos adyacentes (Sombart); constituye un centro industrial (Ratzel); es una encrucijada de intercambio económico y cultural (Sieveking); configura un punto de concentración intensa del comercio (Wagner); etc. (17)
Volvamos al concepto de pueblo como mediana concentración de habitantes ubicada entre la aldea y la villa, esa eterna aspirante a ciudad provinciana de continuo frustrada en su intento de lograrlo por la escasez de su vecindario y la flaqueza de sus instituciones. El pueblo rural, en tanto que uno de los especímenes magistralmente descritos por Azorín (18) y, rebajando los méritos del autor y la calidad del estilo, interpretado al modo criollo en un libro de mi autoría (19), no tiene en nuestro idioma una definición precisa. En la última edición del Diccionario de la Lengua redactado por la Real Academia se dice así: "Pueblo. Ciudad o villa. 2. Población de menor categoría". Ninguna de las nociones es precisa. Pero a veces la experiencia de la vida suple estas lagunas conceptuales y cada uno de nosotros conoce, o intuye, las diferencias existentes entre un mero rancherío, un pueblo y una ciudad uruguaya de tierra adentro.

La vertiente étnica
Examinadas y desechadas las anteriores acepciones de la voz tenemos ahora que enfrentarnos con la noción étnica de pueblo.
Comencemos con un ejemplo histórico, que carga con un poderoso fardo teológico. Cuando un conglomerado social se proclama "elegido" por una potencia sobrehumana -Yahvé- para desempeñar una relevante misión en la Tierra, tal cual establece el Viejo Testamento al referirse al Pueblo de Israel, ya nos encontramos ante otro concepto, revelador de una aguda acentuación etnocéntrica. En este caso particular, aunque no único pues la denominación que a sí mismos se han dado los pueblos arcaizantes del pasado o la actualidad significa "los verdaderos hombres" (innuit, cheyenne, muisca, chónik, etc.), un pueblo, el judío, que constituye un grupo de familias, comunidades y tribus, se siente llamado por Dios para emprender una cruzada misionera. No para convencer a los otros de la excelencia de su religión y catequizarlos, incorporándolos a ella, sino para, con la ayuda del Dios de las almas y los ejércitos, defender de toda impureza interior y de todo ataque exterior la acendrada conciencia del Nosotros que lo anima. Dicho pueblo, en virtud de los padecimientos comunes soportados por todos sus miembros con amor y con ardor, ha alcanzado en este caso la categoría de Nación, habite o no el suelo patrio. Los judíos, galvanizados por su vínculo étnico, ya eran nación en Egipto, soportando la esclavitud, y luego, asistidos por el dios del Sinaí, el de la Zarza Ardiente, reafirmaron los lazos sagrados de nación en su parvo territorio, antes y después de la conquista romana, y continuaron siendo nación dispersos por el mundo, luego de la Diáspora, y lo son hoy, ya asentados en Eretz Israel, ya repartidos en los países donde residen y edifican sus sinagogas y despliegan sus concepciones de la vida y de la muerte, sus ideas acerca del mal y del bien, y sus doctrinas referidas a la misión trascendente del hombre en este hogar terrestre.
En definitiva, los judíos constituyen una nación y poseen una clarísima certidumbre de lo que una nación significa. Una nación "es un alma, un principio espiritual" decía Ernesto Renan.
Es el producto de un largo proceso de esfuerzos, de sacrificios, de abnegaciones. No se improvisa; no surge súbitamente. Necesita tiempo para madurar. "Tener glorias comunes en el pasado y una voluntad común en el presente; haber hecho grandes cosas juntos; querer hacerlas aún: he aquí las condiciones esenciales... Se ama en proporción de los sacrificios consentidos, de los males que se han padecido... En lo que atañe a los recuerdos nacionales, los lutos valen más que los triunfos porque imponen deberes, porque imponen el esfuerzo común. Una nación es, pues, una gran solidaridad constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y de los que se está dispuesto a hacer aún. Supone un pasado; se resume, sin embargo, en el presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente expresado de continuar la vida en común. La existencia de una nación es -perdóneseme la metáfora- un plebiscito de todos los días..." (20) Pero, y esto va como advertencia al pasar, no caigamos en la tentación de buscar la etimología de la voz plebiscito pues nos encontraremos con la plebs y no con el populus. La deriva semántica, empero, ha reparado en la actualidad, aquel viejo sesgo peyorativo.
Descartando los aspectos misionales, comandados por el imperativo teológico, y aún sin alcanzar el rango de nación, un pueblo constituye, en el sentido étnico -la etnia engloba lo somático y lo cultural, la carne y el espíritu, la raíz y el fruto- un grupo de personas que se sienten y se saben allegadas, una comunidad -Gemeinschaft- cuya projimidad anímica es más intensa que su proximidad física, un conglomerado humano que posee un mismo código de comunicación, comparte un mismo cuerpo de costumbres y valores y, por añadidura, es asistido por una clara conciencia de esa condición colectiva.
A esta altura del análisis, resulta claro que este haz de rasgos, conjugados en un sistema de interacciones de toda índole, determina que un pueblo, cualquiera que fuere su espesor cuantitativo, se encuentra en estado de gracia para convertirse en nación. Para serlo de modo efectivo le harían falta la evocación retrospectiva de un pasado de luchas y sufrimientos comunes y el propósito, plenamente compartido, de conquistar metas largamente acariciadas gracias a un sostenido esfuerzo solidario. Memoria acendrada del ayer por un lado -tradición- e ideales que impulsen hacia el mañana -proyecto histórico- por el otro: he aquí los ingredientes del sentimiento nacional, ese invisible lazo que liga a una comunidad de conciencias. La nación no constituye un ente material, no se ve, no se palpa: se experimenta o se comprueba mediante una operación del espíritu.

Una aclaración necesaria
Los conceptos de sociedad, pueblo, Estado y nación han sido intensamente discutidos por los juristas, los políticos y los sociólogos. Se han efectuado muchos intentos para clarificar un renovado intríngulis que tiene más de pantano lingüístico que de caos filosófico. A principios de este siglo un autor francés propuso un inteligente esquema que compendia y esclarece las relaciones existentes entre estos cuatro elementos cardinales. Su razonamiento es el siguiente: "Los términos pueblo y nación designan un grupo cuando es considerado en su estructura. Los términos sociedad y Estado lo designan cuando es considerado desde el punto de vista de su funcionamiento..." (...) "Ahora bien ¿cómo el pueblo se distingue de la nación y la sociedad del Estado? He aquí las diferencias. Los términos pueblo y sociedad se emplean cuando se piensa en la multiplicidad de elementos que contiene el grupo, o en los fenómenos que su vida presenta. Los términos nación y Estado convienen cuando se quiere designar la unidad que vincula estos elementos o que preside estos fenómenos. Una nación es un pueblo ordenado [por una tradición y un proyecto histórico comunes, debe agregarse a título aclaratorio]: un Estado, una sociedad disciplinada por un gobierno y un conjunto de leyes. La vida es espontánea en la sociedad y plena de obligaciones en el Estado. De idéntica manera el pueblo puede ser una multitud dispersa mientras que la nación es una masa coherente". Debe entenderse esto último en sentido moral, afectivo y volitivo a un tiempo, y no en términos de masa: lo nacional brota de una conciencia colectiva, de un Nosotros histórico, no de un mero conjunto físico de hombres o de cosas. Worms redondea su pensamiento de este modo: "En los estadios inferiores de la historia, en la humanidad primitiva o en los tipos atrasados de la humanidad actual, solamente hay pueblos y sociedades y no se conocen ni naciones ni Estados" (21). 
Pero falta algo aún, al margen de las denominaciones y con la mira puesta en la voz pueblo, la base demotica de las naciones, en cuanto Espiritu -manes de Hegel- y de los Estados en tanto que  organizaciones donde lo político y lo jurídico se dan la mano bajo el dosel del poder. Quiero referirme al pueblo llano, a la menoscabada humanidad del "común", a la argamasa de gentes sencillas y muchas veces desamparadas que viven, cuando pueden hacerlo, al dia, mantenidas, cuando los hay, por el pan y la cebolla, Esta noción de pueblo apunta a la gran base de las culturas y las civilizaciones, a esa masa al parecer amorfa que cuando cobra conciencia de su desdichada  condición y, sobre todo,  de su enorme fuerza, crece como un río impetuoso, derriba las murallas levantadas por el despotismo, destruye los parapetos del desprecio y se convierte, tanto ayer como hoy, en la levadura  del pan de la historia.


Referencias
1. Robert Redfield. The Primitive World and its Transformations. Cornell University Press, Ithaca, New York, 1953.
2. Mijail Bajtin. La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. Alianza Editorial. Madrid, 1987.
3. C.W.E. Bigsby. Approaches to Popular Culture. Edward Arnold, London, 1976.
4. Id. Ibid.
5. La definición clásica de cultura, propuesta por Tylor en 1871 (Primitive Culture, John Murray and Co., London) es la siguiente: That complex whole which includes knowledge, belief, art, morals, law, custom, and any other capabilities and habits acquired by man as a member of society.
6. Leslie White. The science of culture. Grove Press. New York, 1949.
7. Daniel Vidart. El espíritu del carnaval. Editorial Graffiti. Montevideo, 1997.Segunda edición corregida,Editorial Banda Oriental, Montevideo ,2000
8.Ciceron. De Republica , I, 25, 39.9. León Bloch. Luchas sociales en la antigua Roma. Editorial Claridad, Buenos Aires, s/f.
10. Antonio Gramsci. Literatura y vida nacional. Juan Pablos Editor, México, 1976.
11. Los escritos de Meng-Ke, transformado en Mencio por los occidentales, han sido traducidos fielmente al inglés por James Legge, The Chinesse Classics, Clarendon Press, Oxford, 1895. Puede consultarse una versión española muy prolija en Confucio, Mencio, (Traducción de Joaquín Pérez Arroyo), Alfaguara, Madrid, 1981.
12. Henry Kamen. The Iron Century. Social Change in Europe (1550-1660).Weidenfeld & Nicholson, London, 1971.
13. Manuel Kant. Antropología en sentido pragmático (1798). Revista de Occidente. Madrid, 1935.
14. Id. Ibid.
15. Bruno Jacovella. Los conceptos fundamentales clásicos del Folklore. Análisis y crítica. Cuadernos del Instituto Nacional de Investigaciones Folklóricas Nº 1. Buenos Aires, 1960.
16. George Chabot. Les villes. Aperçu de géographie humaine. Armand Colin. París, 1948.
17. Daniel Vidart. Sociología Rural. Tomo 1º Salvat, Barcelona, 1960.
18. Azorín (José Martínez Ruiz). Los Pueblos. Ensayos sobre la vida provinciana. Losada. Buenos Aires, 1944.
19. Daniel Vidart. La trama de la identidad nacional. Tomo 2º, El diálogo ciudad-campo. Banda Oriental. Montevideo, 1998.
20. Ernest Renan. ¿Qu'est-ce une nation? (1882), in Discours et conferences. C. Lévy. París, 1928.
21. René Worms. Philosophie des sciences sociales. I. Objet des sciences sociales. M. Giard & E. Brière, París, 1913.


(*) Daniel Vidart. Antropólogo, docente, investigador, ensayista y poeta.

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