Autoras/es: Eduardo Parise
Cultura japonesa. El altar es de 1910. Mide 2 metros de alto por 3 de ancho y su superficie de madera laqueada tiene un dorado a la hoja. / DIEGO WALDMANN |
Impactante y enorme, está en el Museo Etnográfico a sólo dos cuadras de Plaza de Mayo.
25/03/13
Si se lo considera desde un punto de vista geográfico, tiene que
competir con cientos de piezas y monumentos históricos. Es que su
ubicación está a sólo dos cuadras de la Plaza de Mayo, una especie de
ombligo de la Ciudad. Pero si uno lo remite a su origen remoto y a su
simbología, hay que definirlo como algo único. En Japón, es el centro
del hogar. En Buenos Aires, el gran Altar Budista es una de las piezas
símbolo del atractivo y remozado Museo Etnográfico, aquella idea que el
paleontólogo, arqueólogo, historiador y naturalista entrerriano Juan
Bautista Ambrosetti (1865-1917) pensó como institución de investigación y
enseñanza y que desde 1904 se convirtió en referente de nuestra
cultura.
El Altar Budista que está en la sede de Moreno 350, es de
alrededor de 1910. En la cultura japonesa se lo considera un Gohonzon
(honzon: objeto de respeto; go, prefijo de algo honorífico) que está en
el Butsudan (la casa del Buda), una suerte de armario donde se lo
entroniza. Mide 2 metros de alto por 3 de ancho y su superficie de
madera laqueada tiene un dorado a la hoja que impacta apenas se lo ve.
Por supuesto que la figura central es la imagen de un Buda Amida, con
una mano apuntando hacia el cielo y la otra a la tierra.
El Buda
Amida es un ser iluminado de otro mundo, quien creó una realidad que en
sánscrito se llama Sukavati (La Tierra Pura). Dicen que la entrega y la
confianza en Amida garantiza el inicio del sendero para llegar a
bhoddisattva (sacerdote), un ser que regresa para ayudar a todos los
seres. Por eso es que, junto al Buda, ese altar del Museo Etnográfico
tiene la imagen de los sacerdotes históricos que simbolizan las virtudes
que marca el culto. Y muchas campanitas de madera que representan el
cielo.
Ese altar era de la secta budista Jodo-shinshú, creada
alrededor de 1220, que luego se convirtió en una de las escuelas más
grandes e influyentes del budismo en Japón, algo que se mantiene en la
actualidad. Y cuentan que cada 4 de abril, en los templos se celebra una
gran fiesta llamada Shaka Masturi. En esa ceremonia se incluye una rara
costumbre: sobre la cabeza del Buda se derrama amacha (té dulce) que
los fieles van recogiendo en teteras para luego beberlo en sus casas.
La
idea de Ambrosetti era contar con una de esas piezas para el museo.
Pero jamás pensó que sería de ese tamaño. Lo cierto es que lo encargó
creyendo que le enviarían uno de los pequeños altares habituales en las
casas japonesas. La importación la realizó una empresa que se dedicaba a
traer estufas al país. Y sacarlo de la Aduana llevó su tiempo porque
los números se habían salido del presupuesto. Finalmente, la donación
realizada por el padre de Ambrosetti, un inmigrante lombardo que se
había convertido en próspero comerciante, solucionó el problema y el
altar llegó a manos de “El loco de los cacharros” como despectivamente
algunos llamaban a Juan Bautista, reconocido luego como “padre de la
arqueología argentina”.
Por supuesto que el Museo Etnográfico es
mucho más que el Altar Budista, ya que en sus seis salas reúne material
de todo el mundo y piezas muy valiosas provenientes de distintas áreas
de la Argentina. Se puede visitar de martes a viernes, de 13 a 19 y los
sábados y domingos, de 15 a 19. Y si de cultura japonesa se trata, en
Buenos Aires uno no puede obviar el Jardín Japonés que está en Palermo.
Allí también hay un objeto que forma parte de las tradiciones de aquel
país. Es la Campana de la Paz, una de las dieciséis de ese tipo que hay
en el mundo. Fue instalada allí en febrero de 1998. Es de hierro y se la
hace sonar el tercer martes de cada septiembre y también a fin de año,
como símbolo de buen augurio para el año siguiente. Pero esa es otra
historia.
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