Autoras/es: Ema Wolf, con comentario de Grupo Editorial Norma
¡Silencio, niños! encabeza un grupo de cuentos divertidos por donde circulan personajes más bien raros: un hombre-bala, un náufrago exigente, un gato ladrón de pizzas, un rey que no quería bañarse, un señor que se enoja los jueves, otro que ronca melodiosamente, un mensajero con mala memoria y un súbdito de la corte china que nadie (ni la autora) sabe si es pájaro, pez, hombre, duende o topo. Situaciones desopilantes y personajes estrafalarios hacen de esta lectura puro divertimento.
(Fecha original : 1997)
La Momia entró a la clase y todos se pusieron de pie.
—Buenas tardes —saludó.
—Bue-nas-tar-des-se-ño-ri-ta
—le contestaron.
La Momia se puso los
anteojos, sacó el registro del escritorio y empezó a pasar lista:
—Drácula.
— ¡Presente!
—Frankestein.
— ¡Presente!
— ¡Garramunda!
— ¡Pdecente, ceñodita!
—le contestó una bruja ceceosa.
— ¿Dónde está el Lobizón?
— preguntó la momia de repente— ¿Hoy también faltó?
Un espectro verdoso se
levantó de su asiento y dijo respetuosamente:
—Sí, faltó. Me mandó
decirle que su abuelita todavía está enferma.
En el fondo del aula
dormía un joven ogro.
Roncaba como un santo.
Era uno de los más grandes y había repetido catorce veces primer grado. La
Momia lo despertó tirándole un borrador en la nuca. Era su alumno favorito.
Por fin, todos estuvieron
listos para empezar la clase. No volaba una mosca.
La Momia se plantó frente
al pizarrón y se aclaró la garganta:
—Buem. Abran el manual en
la página 62. Hoy vamos a aprender a atravesar paredes, algo muy útil en la
vida. Si lo aprenden como es debido podrán aterrorizar a mucha gente y hacer de
veras ¡muuucho daño a la humanidad!
Aquí la Momia se
emocionaba. Siempre que hablaba de hacer mal a la humanidad se le humedecían
los ojos y ponía voz de flan. Frente al libro abierto, los alumnos leían la
lección a coro. El Atravesamiento de Paredes era más bien una clase práctica.
Uno a uno, fueron ejercitándose.
Primero atravesaron una
plancha de telgopor. Después una madera de dos pulgadas. Por último, tenían que
atravesar la pared que daba al salón de actos, de donde los echaban porque un
grupo de compañeros estaban ensayando la “Canción de la araña”. El más hábil de
todos resultó ser el Fantasma. Eso de atravesar paredes se lo habían enseñado
sus padres de chiquito. Había un vampiro también bastante habilidoso.
Atravesaba con elegancia.
Por la mitad de la clase,
le tocó el turno a Frankestein. La maestra lo llamó al frente. Pasó. Se ajustó
el cinturón, se llenó los pulmones de aire para hacerse más esponjoso,
cerró los ojos y avanzó decidido hacia la pared.
Muchos años después, ya
jubilada, La Momia seguiría recordando aquel día extraordinario, el choque fue
terrible.
La cabeza de Frankestein
sonó como una caja llena de tuercas lanzada contra una escollera, pero él ni
pestañó. Un salpicón de bisagras, remaches, astillas y peladuras roció a todo
el mundo.
La maestra pegó un grito
creyendo que su alumno se desarmaba. Corrió a ayudarlo, pero Frankie estaba
decidido a avanzar. Y avanzó.
Era un muchacho sólido,
tenía amor propio y no lo iba a detener una pared.
Pasar, pasó. Abrió un
boquete de cuatro metros por dos y arrastró el piano que estaba del otro lado.
Los integrantes del coro aplaudieron. Detrás de él la pared entera se derrumbó
y con ella el cielorraso. Unas grietas espantosas aparecieron en el aula y en
el techo del salón de actos.
A Frankestein le pareció
un triunfo total. Estaba dispuesto a demostrarle a su maestra lo bueno que era
para pasar cosas. Esta vez arremetió contra la pared que daba al patio con el
ímpetu de un tren carguero.
Alumnos y maestros
empezaron a correr porque el edificio entero se resquebrajaba. Los murciélagos
levantaron vuelo desordenadamente. Frankie siguió atravesando paredes, una tras
otra, siempre con el mismo éxito. Cuando atravesó la última, el edificio, viejo
y ruinoso, se vino abajo. Desde la vereda de enfrente, todos miraban
alborotados el radiante cataclismo. El polvo desmoronado hacía toser al
portero. (*********)
La Momia corrió a rescatar
a Frankestein de entre medio de los escombros. Estaba averiado pero contento.
Enseguida le vendó las partes machucadas. Después lo miró babeante de orgullo y
le dio un beso.
Evidentemente, no era lo
bastante transparente, poroso y aéreo como para atravesar paredes. Pero, en
cambio, era un as para los derrumbes. En toda su vida de maestra La Momia nunca
había visto una catástrofe tan completa. Se imaginó que con un poco de práctica
Frankie podía causar desastres mundiales.
Ese mes le escribió en el
boletín de calificaciones:
“Te portas cada día peor.
¡Adelante! ¡Sigue así!”
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario