(Fecha original del artículo: 1987)
Los adioses
Llevábamos nueve años en la costa catalana y
ya nos íbamos, faltaban dos o tres días para el fin del exilio, cuando la playa
amaneció toda cubierta de nieve. El sol encendía la nieve y alzaba, a la orilla
de la mar, un gran fuego blanco que hacía llorar los ojos.
Era muy raro que nevara en la playa. Yo nunca lo había visto, y sólo algún
viejo vecino del pueblo recordaba algo parecido, de tiempos remotos.
Se veía muy contenta la mar, lamiendo aquel inmenso he~ lado, y esa alegría de
la mar y esa blancura radiante fueron mis últimas imágenes de Calella de la
Costa.
Yo quise responder a despedida tan bella, pero no se me ocurrió nada. Nada que
hacer, nada que decir. Nunca he sido bueno para los adioses.
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