Autoras/es: PABLO E. CHACÓN PARA ñ
PARIS. Las paredes de Sainte-Anne, donde Lacan reencuentra su juventud como residente de psiquiatría. |
Entre noviembre de 1971 y enero de 1972, el psicoanalista francés Jacques Lacan volvió al hospital Sainte-Anne de París para dar una serie de “charlas” que acompañaban al seminario que entonces estaba dictando en la Facultad de Derecho, y que una vez establecido y publicado se conoció como …o peor. Esas charlas –tres en este volumen, también conocidas como “El saber del psicoanalista”– se completan con otras cuatro que están en el cuerpo del seminario. El yerno y albacea de Lacan, Jacques-Alain Miller, decidió que era hora de publicar esas primeras tres, ahora acaso para mostrar el giro que el autor de los Escritos había empezado a dar, o acaso con la esperanza de despejar las dudas que puede dejar la lectura de un seminario particularmente arduo por donde ingresan las matemáticas y las llamadas fórmulas de la sexuación, con el objeto de pasar del dispositivo estructural al matema (tipo de formalización con la que algunos conceptos psicoanalíticos centrales podrían ser descritos a través de una notación algebraica). En ese ambiente, Lacan no ahorra ironías, interpela a escritores e intelectuales y aparece James Joyce como una cifra y una pasión que lo absorberá hasta el fin de sus días.
Miller lo cuenta a su manera: “Invitado a dictar una serie de seminarios mensuales en el hospital Sainte-Anne destinados a los residentes de psiquiatría, Lacan eligió como título ‘El saber del psicoanalista’. Algunos de sus alumnos, tal vez inspirados en la lectura de (Georges) Bataille enarbolaban en aquella época la bandera del ‘no saber’”. El tema no parece sencillo.
“Es que no lo es. Lacan –dice el psicoanalista argentino Gerardo Arenas– viene de reformular su concepción del modo en que se vinculan entre sí el significante, la letra y el goce, lo cual da origen al denominado ‘giro de los setenta’ en su enseñanza. Las charlas se inscriben entre los primeros pasos de ese movimiento. Aquí se ocupa, en primer lugar, de elucidar cómo se relaciona lo que el analista debe saber y esa docta ignorancia que caracteriza su posición” (la del analista: el sujeto supuesto “traduce” la docta ignorancia que Lacan toma de Nicolás de Cusa).
El “no saber” de Bataille es una suerte de conocimiento “interior” ligado más a la muerte que a la ignorancia (a la muerte como saber) que Lacan califica de “pasión”: la pasión de la ignorancia es indisociable del no querer saber nada de la muerte. En ese punto, Lacan dice (sobre Bataille): “Se le rieron y se equivocaron, porque ahora resulta chic el no saber. Es algo que circula un poco por todas partes entre los místicos (…) Insistí sobre la diferencia entre saber y verdad. Por lo tanto, si la verdad no es el saber, es el no saber. Lógica aristotélica: todo lo que no es negro es no negro”. La verdad, para el autor de El erotismo, es la muerte. Se verá que por otro costado, para Lacan la muerte es un límite del goce, una verdad.
La psicoanalista Carmen González Taboas dice que en Sainte Anne, “Lacan habla de la potencia de lo simbólico. Lo simbólico le permite abordar lo real del matema con una escritura que lo conducirá a las letras de la lógica aristotélica” y a la matemática inaugurada en el siglo XVII. La letra y el número conducirán a formalizar lo real del psicoanálisis: Real, Simbólico, Imaginario (RSI). Pero Lacan no cuenta todavía con el nudo borromeo. ¿Cómo cernirá entonces su real? “Como lo inatrapable en la articulación del lenguaje ‘anterior a algo que fuese pensable’. Estos desfiladeros le evocan a un tal Abelardo, cuya lógica sobrepasaba los límites de la teología”, dice la especialista.
Pero al “deslizamiento calvinista” de Lacan había seguido la vuelta, “inadvertida hasta para los interesados”, que instaló el discurso capitalista, al que (Karl) Marx le dio su sujeto, el proletario. El conferencista da a entender que donde hubo estado marxista hubo discurso capitalista, “y la expulsión de la castración de todos los campos o puedo pensar algo mejor de lo simbólico”, el orden simbólico cuya estructura de ficción aloja en el discurso del amo los espejismos de la verdad y las cosas del inconsciente. Y de ahí las consecuencias, hoy día globales: del orden simbólico engendrado por el capitalismo nace un sujeto vaciado de cualquier referencia a la verdad, arrastrado “a la producción y la explotación del objeto aplus de gozar hasta el frenesí”.
“Expulsado lo real, se desconoce la vergüenza”, afirma González Taboas. Y desconocida la vergüenza, desaparece el amor.
Sin embargo, es notable cómo con sus idas y vueltas, Lacan vuelve sobre los asuntos amorosos con el ritornello, fragmento de una poesía de origen proverbial citada en “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”: “Entre el hombre y la mujer, hay el amor/Entre el hombre y el amor hay un mundo/Entre el hombre y el mundo hay un muro”. Acá está en juego la función del “entre” y la materialidad del discurso, que hace lazo social entre los cuerpos, aunque entre el hombre y la mujer no hay relación sexual. Lo que hay es una falta de proporción entre el goce fálico y el goce femenino que hace a las mujeres para los hombres otra especie y a los hombres para las mujeres, otra también.
En ese contexto, el discurso capitalista deja de lado al amor. Lo dice Lacan: transforma a los seres mismos en una forma-mercancía.
El también psicoanalista Mario Goldenberg aclara el punto: “El saber del psicoanalista es un saber paradojal, pues incluye un no-saber preciso, Lacan lo dice: hombres y mujeres eso es real y no hay nada en la lengua que pueda articular algo de ese real. Ese real es hoy rechazado por la confluencia del discurso de la ciencia y el discurso del mercado donde se promueve la felicidad como imperativo y el amor sin riesgo; una banalizacion del amor, un amor líquido, como lo denomina Zygmunt Bauman. El discurso capitalista rechaza el amor porque está fuera del cálculo, no hay saber que pueda dar cuenta de la contingencia de los encuentros, ni se lo puede normativizar. El psicoanálisis lacaniano tiene en cuenta que el modo de abordar la clínica es desde la docta ignorancia, que Lacan toma de Nicolás de Cusa, no desde un saber como lo hace la ciencia: esa “pasión de la ignorancia” permite la invención de un saber sobre la singularidad, pero en el caso por caso”.
Gerardo Arenas no cree “que en ese momento Lacan buscara dar una forma definitiva a su concepción del goce. Lo que a mi entender pretendía era formalizar lo que del goce se puede formalizar”.
Carmen González Taboas se explaya: “En 1971 Lacan había escrito los cuatro discursos; había mencionado el discurso capitalista. En 1972 precisará ese discurso que trastorna al discurso del amo, el capitalista (…) Un nuevo sujeto es lanzado sin brújula, no fijado por la identificación”. Y pregunta, “¿qué decir de la ciencia actual que nos permita situarnos con respecto a los cuatro discursos? Separada de la teoría del conocimiento, ella excluye los mitos –el principio macho y el principio hembra, por ejemplo, o lo que forma y es formado– a lo cual el psicoanalista se aproxima esbozando que el macho sufre el efecto feminizante que le viene del objeto a, causa de deseo. En cambio, la referencia hembra hace aparecer el vacío”.
¿Vacío de qué?
Dice Lacan: “si le damos a la ciencia el horizonte de la mujer, ese vacío conduce al goce in-formado, in-forme, en el que la ciencia se edifica”.
Por eso Miller puede decir que estas conferencias resultan una lección de sabiduría para una época, la nuestra, “que ve cómo la burocracia, de la mano de la ciencia, sueña con cambiar lo más profundo que tiene el hombre por medio de la propaganda, de la manipulación directa del cerebro, de la biotecnología y hasta de la ingeniería social”.
Si antes, el amo imaginaba sustancia, forma, contenido, y creía que el hombre formaba a la mujer, la ciencia depende de una articulación significante “a partir de nada que hubiese antes”. De ese vacío informe, el discurso capitalista hace su presa. Discurso por el cual, una vez vaciado el sujeto de sus efectos semánticos, reducido a su valor contable, nada limita su explotación como objeto.
“La muerte resta aquí como único principio de limitación del goce”, dice la psicoanalista francesa Agnes Aflalo.
¿Y qué consecuencias para la cura?
González Taboas dice que “en ocasiones, el llamado al analista acompaña la irrupción insoportable de la angustia cuando el ‘desbrujulado’ sujeto de la época se encuentra, en el lazo amoroso, con las consecuencias indeseadas de su desorientación”.
La orientación actual está dada por lo real, y lo real no es un campo de garantías. “Lacan espera inventar la regla de un amor que incluya lo real”.
Y lo dice en estas charlas: “La regla del juego del amor es el nudo”. Todavía le falta un tiempo.-
Hablo a las paredes,
de Jacques Lacan
Paidós, 2012,
126 págs.
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