Autoras/es: Gabriel Brener (*)
(Fecha original del artículo: Marzo 2011) (**)
Manuel
tiene 5 años, es domingo y va para la cancha con su papá, se detienen
en un kiosco por una gaseosa y lo tienta una atractiva muñeca con los
colores de su equipo. El kiosquero interrumpe su deseo y con su mejor
sonrisa pedagógica señala que es para una nena. Ya en la cancha de su
equipo del alma, subiendo con prisa los escalones de la popular, Manuel
tropieza y se golpea una rodilla. Un testigo de su llanto lo palmea en
la espalda y lo arenga: “¡Vamos, nene, que los hombres no lloran!”.
Luego de un rato la impaciencia del empate se apodera de la hinchada y
entonces el cantito de siempre crece como una ola... “A estos putos les
tenemos que ganar.”
Al día siguiente, Manuel llega a preescolar con su bolsita celeste,
igual que sus amigos. Las cuelgan en percheros diseñados por sus
maestras, con leones para ellos y flores para ellas. Lo masculino y lo
femenino no es algo que venga dado, aunque algunas situaciones parezcan
tan naturales como la puesta del sol. Se trata de una construcción que
tiene mucha historia y que siempre está condicionada por el contexto en
que se vive. Que un pibe vaya a la cancha con su papá, que la muñeca sea
para una nena, que haya colores o animales para ellos y para ellas, que
llorar no es cosa de nenes son patrones culturales que se van
aprendiendo.
En las escuelas existe lo que se conoce como currículum formal u oficial. Pero también existe lo que se conoce como currículum oculto que los adultos transmiten cotidianamente sin ser absolutamente conscientes de dicho pasaje. Allí se ponderan las desiguales relaciones de poder entre varones y mujeres, padres y madres, pobres y ricos como una cosa natural.
A lo largo de la historia, la Iglesia, la familia, la escuela, los medios de comunicación, entre otros, han contribuido en la construcción de estereotipos de género a través de creencias, modos de nombrar, configuración de las relaciones sociales y de las formas de ejercicio del poder, estableciendo jerarquías a varones y a mujeres desde muy pequeños. Estas jerarquías han cobrado mayor o menor institucionalidad, pero han sido igualmente eficaces para quebrantar deseos, interrumpir proyectos, secuestrar oportunidades, en especial, al grupo de las mujeres.
En mi experiencia como director de una escuela secundaria en la provincia de Buenos Aires recuerdo a más de un profesor que consideraba a las alumnas en inferioridad de condiciones, naturalizando así las calificaciones diferenciadas. Por eso, la perspectiva de género, la historia de lucha de tantas mujeres y su notable protagonismo social y político, así como la ambición por construir una sociedad cada vez más igualitaria y más justa, quizá nos permita también explorar otras formas de construcción de masculinidades que rompa con los estereotipos de modelos “exitosos” del mercado o de la más rancia tradición machista.
Hay que pelear para que puedan multiplicarse los hombres comunes y corrientes que se animan a jugar de igual a igual, con quien sea, ofreciendo a los más pequeños una masculinidad que pueda negociarse a gusto de cada quien, leyendo cuentos y diciendo “te quiero”.
(*) Licenciado en Educación y especialista en gestión y conducción del sistema educativo. Capacitador y asesor de docentes y directivos de escuelas y coautor de Violencia escolar bajo sospecha.
(**) Publicado en EL MEGAFONO))), Las 12, suplemento del diario Página/12, el Viernes 18 de marzo de 2011
En las escuelas existe lo que se conoce como currículum formal u oficial. Pero también existe lo que se conoce como currículum oculto que los adultos transmiten cotidianamente sin ser absolutamente conscientes de dicho pasaje. Allí se ponderan las desiguales relaciones de poder entre varones y mujeres, padres y madres, pobres y ricos como una cosa natural.
A lo largo de la historia, la Iglesia, la familia, la escuela, los medios de comunicación, entre otros, han contribuido en la construcción de estereotipos de género a través de creencias, modos de nombrar, configuración de las relaciones sociales y de las formas de ejercicio del poder, estableciendo jerarquías a varones y a mujeres desde muy pequeños. Estas jerarquías han cobrado mayor o menor institucionalidad, pero han sido igualmente eficaces para quebrantar deseos, interrumpir proyectos, secuestrar oportunidades, en especial, al grupo de las mujeres.
En mi experiencia como director de una escuela secundaria en la provincia de Buenos Aires recuerdo a más de un profesor que consideraba a las alumnas en inferioridad de condiciones, naturalizando así las calificaciones diferenciadas. Por eso, la perspectiva de género, la historia de lucha de tantas mujeres y su notable protagonismo social y político, así como la ambición por construir una sociedad cada vez más igualitaria y más justa, quizá nos permita también explorar otras formas de construcción de masculinidades que rompa con los estereotipos de modelos “exitosos” del mercado o de la más rancia tradición machista.
Hay que pelear para que puedan multiplicarse los hombres comunes y corrientes que se animan a jugar de igual a igual, con quien sea, ofreciendo a los más pequeños una masculinidad que pueda negociarse a gusto de cada quien, leyendo cuentos y diciendo “te quiero”.
(*) Licenciado en Educación y especialista en gestión y conducción del sistema educativo. Capacitador y asesor de docentes y directivos de escuelas y coautor de Violencia escolar bajo sospecha.
(**) Publicado en EL MEGAFONO))), Las 12, suplemento del diario Página/12, el Viernes 18 de marzo de 2011
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