Autoras/es: Roberto Mazzuca (*)
(Fecha original del artículo: Octubre 2006)
La categoría clínica de la psicopatía
En nuestros sucesivos encuentros, hemos tenido la oportunidad de cotejar distintas maneras de definir al psicópata y verificar que la definición de esta categoría clínica no es unívoca sino heterogénea. Dentro de sus amplios márgenes, sin embargo, hemos acordado en la necesidad de distinguir por lo menos dos tipos que, en una de las mesas anteriores, en una contribución titulada “Neurobiología del psicópata” quedó definida de la siguiente manera. Por una parte, el antisocial, denominado también sociópata, y caracterizado por sus conductas antisociales, agresividad, destructividad y falta del control de impulsos. Por otra parte, un grupo cuyos rasgos distintivos, siempre citando el trabajo mencionado, reúnen la locuacidad, falta de remordimientos o culpa, afectos superficiales, falta de empatía y renuencia a aceptar responsabilidades. La ponencia proponía que este conjunto de rasgos constituye el núcleo de la psicopatía, la cual, en consecuencia, puede o no estar asociada a lo antisocial.
De este modo, podemos distinguir el psicópata propiamente dicho, o psicópata puro, definido por sus talentos o capacidades, del sociópata definido fundamentalmente en el eje de la conducta antisocial y la destructividad. Una cosa es el antisocial que en su acto delictivo utiliza la violencia y la coerción contra la voluntad del otro, y otra distinta es el psicópata que para ese mismo acto logra obtener, con una habilidad notable, la complicidad, o por lo menos el consentimiento de la voluntad del otro.
En la orientación lacaniana dentro del psicoanálisis, las psicopatías no tienen un lugar claramente determinado. La clásica clínica freudiana organiza el campo psicopatológico fundamentalmente en tres categorías clínicas: las neurosis, las psicosis y las perversiones; y las psicopatías no tienen claramente un lugar en este sistema.
El contraste psicopatía – neurosis
Freud definía las perversiones en su relación con las neurosis como el derecho y el revés; él decía: el negativo y el positivo. Las neurosis son a las perversiones –decía– como en una fotografía el negativo es al positivo. Podemos aplicar esta oposición a la relación entre las neurosis y las psicopatías, haciendo una comparación con lo que el psicoanálisis construyó como concepto de neurosis, especialmente neurosis obsesiva. De esta manera, se ve cómo los rasgos se oponen punto por punto en el neurótico y en el psicópata. Del lado del neurótico está la patología del autorreproche, el remordimiento, la culpabilidad; del lado del psicópata, lo que podríamos llamar: la inocencia, es decir, la creación de códigos propios. Pues son códigos que, efectivamente, en relación con los códigos comunes y compartidos, hacen que la culpa quede siempre del lado del otro. En estas categorías psicoanalíticas para describir la acción, que son inseparables de la relación con el otro, tenemos del lado de la neurosis, entonces, la autoculpabilidad; del lado de la psicopatía, la héteroculpabilidad. Lo cual quiere decir que en términos psicoanalíticos podríamos incluir a las psicopatías también como una patología del superyó, en la medida en que esta instancia tiene como origen la internalización de ciertas pautas sociales, entre ellas, las éticas o morales.
La ausencia de culpabilidad en el psicópata constituye lo opuesto de la rígida conciencia moral del neurótico obsesivo, lo que Freud llamaba el severo y cruel superyó primitivo que acosa al neurótico con los autorreproches y los remordimientos ante sus transgresiones fantasmáticas, es decir, las que el neurótico cree que son transgresiones.
El psicópata, por lo contrario, solo puede ser calificado como transgresor desde el punto de vista de un observador externo. Desde su propia posición subjetiva no es ni se siente transgresor, hay una ausencia de culpabilidad que desdibuja los contornos y las barreras entre lo prohibido y lo permitido en el lazo social, se guía por sus propios códigos.
Es por esto que reuní al psicópata y al neurótico en lo que consideré una patología de la responsabilidad. En uno por defecto, en el otro por exceso y por deformación, en ambos casos hay un déficit en la responsabilidad.
Este contraste entre neurosis y psicopatía obtenido de la generalización de la oposición entre neurosis y perversión como modalidades subjetivas puede plantearse sobre otros ejes, y de este modo destacar, como lo hace Lacan, el contraste entre el goce y el deseo. Para el neurótico es prevalente la dimensión del deseo en detrimento del goce de la satisfacción pulsional que, en las neurosis, queda sujeta más fuertemente a la eficacia de la represión y otras vicisitudes pulsionales. Visto desde otra de sus caras es equivalente a afirmar que el goce neurótico siempre implica un alto grado de sufrimiento: la satisfacción pulsional termina produciéndose por vías indirectas y sobre todo a través de la satisfacción del síntoma como retorno de lo reprimido. En la perversión, por el contrario, es prevalente la vía del goce y el deseo mismo se convierte en voluntad de goce. La satisfacción pulsional se obtiene por vías más perentorias, la llamada impulsividad del psicópata.
Pero podríamos destacar también un contraste sobre el eje de la demanda. Este rasgo hace del neurótico alguien especialmente apto para ubicarse como partener del psicópata. La modalidad neurótica conduce al sujeto a ubicarse en dependencia de la demanda del Otro. Al neurótico le gusta hacerse demandar y usa sus recursos para que el otro le pida, le ruegue, le sugiera, le ordene..., todas diferentes formas de la demanda con las que espera sobre todo obtener el reconocimiento del Otro. El psicópata, por el contrario, él demanda, impone formas sutiles de exigencia, incita al otro a la acción.
También podríamos marcar el contraste en las modalidades del acto y comparar la seguridad, labilidad y rapidez del psicópata, con el predominio del pensamiento, de la duda, de la indecisión, la vacilación neurótica, sobre todo con la duda obsesiva que determina una pobreza en la acción ya que conduce una y otra vez a su postergación o bien a una realización torpe que marca un fuerte contraste con la abundancia y la habilidad y la seguridad del psicópata en sus acciones.
Pero sobre todo conviene desplegar la comparación entre una y otra modalidad subjetiva en el eje de la angustia y el goce. Es sobre este eje que Lacan hace jugar la distinción, en el interior de la estructura perversa, entre el sádico y el masoquista. El sádico que aparentemente persigue provocar la angustia en el otro pero, en realidad, inconscientemente busca producir el goce del Otro.
El partener del psicópata
Deberíamos ubicar al psicópata del lado de la modalidad sádica para compararlo con el neurótico. En las neurosis encontramos de una manera privilegiada el despliegue de las diversas formas de angustia. No tenemos que olvidar que correspondió a Freud la originalidad de introducir la angustia en el campo de la psicopatología: y esto vale tanto para la semiología de la angustia, es decir, los diversos grupos sintomáticos a través de los cuales la angustia se descarga, como para la nosología, es decir las diferentes categorías clínicas caracterizadas por distintas formas de angustia. Y también para su teoría. Hoy puede parecernos extraño ya que, después de Freud, no podríamos concebir el campo de la psicopatología sin la angustia. Sin embargo, antes de Freud, la clínica psiquiátrica prescindió totalmente de esta dimensión esencial de la subjetividad moderna.
Si Freud pudo darle ese lugar decisivo a la angustia es porque inventó el psicoanálisis a partir de su trabajo con sujetos neuróticos, y es allí, en el campo de las neurosis, donde en primer término investigó y reconoció sus diferentes formas: la angustia de las neurosis de angustia, la angustia en la histeria y en la obsesión, y la angustia de las fobias o, como Freud, prefería llamarlas hacia el final de su obra, histeria de angustia. La angustia es consustancial con la subjetividad neurótica en contraste con su casi ausencia o bajo nivel en el psicópata que solo se angustia en sus momentos de crisis, es decir, en que fracasan sus mecanismos psicopáticos. Momentos breves, por lo general, transición hacia la recuperación de su equilibrio psicopático.
En cuanto a Lacan, si mantiene el eje freudiano que articula neurosis con angustia, es porque sobre todo el neurótico se angustia ante el deseo del Otro. Por eso la angustia que Freud caracterizó como señal de un peligro, Lacan llega a definirla como la percepción misma, en el sujeto, del deseo del Otro. Y esto es así porque, ante ese deseo, el neurótico se niega a servir de instrumento del goce del otro, su posición es de rechazo a ponerse al servicio del goce del otro.
El psicópata, él, no se angustia pero no le ahorra esa experiencia a su partener. Por el contrario, es muy activo para enfrentar y sumir al otro en la experiencia de la angustia. Actividad del psicópata que apunta a un objetivo bien preciso: el intento de impelir a su pareja a acceder al goce, de llevarla más allá de las barreras de la inhibición y la represión. No al goce buscado y reconocido por el neurótico, sino al goce prohibido de la satisfacción de sus pulsiones reprimidas.
Como se ve, nos hemos deslizado desde la oposición y contraste entre psicopatía y neurosis, hacia el psicópata y su partener. Efectivamente, comparto la opinión de que, aunque no de manera exclusiva, quien mejor dispone de las condiciones para ofrecerse como pareja del psicópata, son los neuróticos: estos constituyen las víctimas electivas de aquel. Conviene desplazar el término víctima ya que sus connotaciones habituales aluden a su pasividad y destacan que si llegan a quedar ubicados en esa posición es más bien por razones contingentes. Es decir que mi opinión es afirmativa en cuanto a destacar la participación activa de la pareja del psicópata, la supuesta víctima es en realidad cómplice de su acción. En todo caso, el verdadero psicópata, el genuino, el grado en que culmina esa modalidad subjetiva, no es el que ejerce una violencia abierta en la persecución de sus metas inconscientes sino el que la usa en un juego sutil de amenazas y promesas o expectativas a través del cual logra obtener el consentimiento del otro.
En este punto no podemos omitir una reflexión sobre el rasgo que ha sido clásicamente descripto en la psiquiatría como la cosificación del otro, no respetar sus derechos, no tratarlo o considerarlo como un sujeto, como una persona. En este sentido conviene formular dos observaciones aparentemente contrarias. Por una parte, que el psicópata tiene una empatía muy especial con el otro, que le sirve para detectar sus necesidades sofocadas, sus debilidades y tentaciones, los lugares de su angustia, y que es justamente desde esta posición de empatía y de identificación con el otro que obtiene el lugar desde donde puede operar sobre su pareja, es decir, es la que le otorga y le permite sus grandes habilidades y su posibilidad de manipulación del otro.
Sin embargo, en segundo lugar, hay que afirmar la justeza de la fórmula de la cosificación que debe leerse también en el eje de la relación de objeto. Se trata justamente de tratar al otro como un objeto, sin lo cual no se logra obtener su goce, y este, en su forma más profunda siempre implica cierta posición masoquista que se define precisamente por esa condición: ser tratado como un objeto. Y es verdad que para perseguir su propósito, el perverso o el psicópata, no respetan ciertas condiciones subjetivas, seguramente transgreden las del principio del placer, pero sobre todo vulneran la posición reivindicativa del neurótico, esa actitud de permanente queja que presentifica el fantasma de un otro terrible y cruel que lo haría sufrir innecesariamente. De modo que el sentido habitual en que se usa la fórmula de la cosificación del otro es en sí mismo y constituye como tal un enunciado neurótico. Podríamos leerlo en sus dos vertientes. Desde la queja neurótica el enunciado dice “no me respetas como sujeto”. Desde el propósito psicopático, que coincide con la posición inconsciente del neurótico, la fórmula afirma, por el contrario, “te hago gozar”.
Generalizando estas condiciones podemos obtener la pauta del lazo entre el psicópata y su partener neurótico, al que podemos llamar víctima, por qué no, siempre que la contemos como víctima cómplice, ya que el neurótico, se ofrece y se incluye con todo su ser y su subjetividad, a veces aun se aferra, en el movimiento psicopático. Probablemente no todos los neuróticos, algunos disponen de sistemas defensivos que les impiden implicarse en ese lazo.
De allí que resulte muy difícil, como lo destaca Marietan, trabajar con el partener del psicópata mientras se mantiene ese equilibrio completario; se requiere esperar a su ruptura para que el partener del psicópata quede en posición de buscar ayuda terapéutica. Esta ruptura puede ocurrir por agotamiento del partener, cuando los sufrimientos impuestos por la relación se acumulan y superan el límite de lo tolerable. Aún así, no resulta fácil la tarea. Ésta implica detectar y señalar en todos los casos los rasgos de complicidad del sujeto y las satisfacciones inconscientes que obtenía en esa relación. La ruptura otras veces ocurre por acontecimientos puntuales; por ejemplo, algún acto de excesiva crueldad del psicopáta hacia su partener o hacia un tercero. En un caso que atendí recientemente, la fisura en la relación comenzó a introducirse por el maltrato de una mujer psicópata hacia su pequeño hijo. Su partener, en este caso una hermana, con inclinaciones maternales muy definidas, entró en conflicto debido al amor que dirigía a su sobrino.
Otras categorías complementarias
Aunque el neurótico por sus características se presta muy bien para funcionar como partener complementario del psicópata, no tiene la exclusividad. Hay otras categorías clínicas que ocupan ese lugar. Algunas formas de psicosis, especialmente las que Lacan definió como enfermedades de la mentalidad, caracterizadas por una debilidad del sistema de identificaciones, se prestan favorablemente para esta complementariedad. Suele tratarse de psicosis no desencadenadas, no claramente reconocibles, que encuentran en el otro un apoyo para su identidad endeble a través de identificaciones imaginarias conformistas que le proporcionan una cierta orientación en la vida.
Probablemente otras categorías clínicas contribuyan a la población de complementarios del psicópata. Sin embargo, no hay trabajos que describan esta diversidad. Detectarlas y definir las motivaciones y el modo por el que entran en ese tipo de relación, constituye una tarea de sumo interés para la investigación clínica y psicopatológica.
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XIII Congreso Internacional de Psiquiatría AAP
Mesa: Psicopatía.
Coordinador: Hugo Marietan
Presentación de Roberto Mazzuca
5 de octubre de 2006
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