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lunes, 4 de febrero de 2013

¿Se enseña en la Argentina la historia real del país? V. Enrique de Gandía

Crisis pregunta, "Crisis".
Autoras/es: Enrique de Gandía *
"En la Argentina, nuestra patria, la historia se enseña bien".
(Fecha original del artículo: Diciembre 1973)
Martín de Álzaga
En la Argentina, nuestra patria, la historia se enseña bien. En este bien, que no es un muy bien, hay puntos discutibles. Cada historiador, cada profesor, tiene sus teorías, sus creencias. La historia es una continua revisión. Todos los días puede aparecer un documento nuevo, desconocido, o mal estudiado, que cambie conceptos o haga conocer hechos nuevos; pero la historia tradicional, tanto de nuestra patria como del mundo, está bien enseñada. Los manuales existentes, las obras superiores, no son improvisados. Representan la sabiduría, los esfuerzos de muchas generaciones de estudiosos. Saben lo que dicen y lo dicen con fundamentos y con justicia. Yo he sido el historiador que tal vez ha introducido en nuestra historia más cambios e innovaciones, tanto en lo referente a la época colonial, que a nadie inquieta como a la época independiente, donde hay problemas, como el de Rosas, que son aprovechados por los nazistas y los comunistas para defender sus totalitarismos.
En estos momentos, historiadores improvisados, de una ignorancia y una petulancia insuperables, hablan de nuevos criterios para enfocar el estudio de nuestro pasado. Hablan de liberación en la historia y quieren estudiar nuestra dependencia. Estos pseudohistoriadores no saben lo que dicen. En nuestra historia sólo podemos librarnos de algunos errores que, por pereza mental, se repiten en algunos manuales. Por ejemplo: el cuento de que la primera Buenos Aires fue destruida por los indios; la infamia de que la colonización española fue destructora y otras estupideces; la creencia de que en mayo de 1810 hubo una revolución en contra de España, hecha por razones económicas y odios de razas, mientras que, en cambio, fue un acto entusiasta de adhesión a Fernando VII para no caer bajo el dominio de Napoleón, de su hermano José, o de Gran Bretaña, o de Portugal, por medio de la Infanta Carlota, etcétera. El no saber que nuestra independencia se debe al ideal de alcanzar una libertad política, con un Congreso y una Constitución que aseguren la autodeterminación del pueblo, sus bienes, su libertad, la inmigración de hombres y capitales. Hay quien no sabe que Álzaga fue el precursor del ideal de la independencia, que la conspiración que le es atribuida no fue hecha por él, sino por el portugués Posdidonio da Costa y, por separado, por San Martín, Alvear, Monteagudo y otros y que estalló el 8 de octubre de 1812. Hay, como en todas las historias, muchos puntos en estudio y en discusión; pero hay un conocimiento amplio de nuestro pasado y una información profunda, que trata de estar al día en lo que respecta a los últimos descubrimientos. Conozco los manuales de historia primaria, secundaria y superior -escuelas, colegios, y universidades- de todas las naciones de América y puedo asegurar que los manuales argentinos son los más eruditos y mejor escritos. Querer cambiar, de golpe, estos estudios es aspiración de insensatos o de ignorantes, de políticos comunistas que quieren calumniar nuestro pasado, infamar a los grandes argentinos, para hacer creer a los pobres niños o ingenuos estudiantes que sólo los reformadores del presente, que nada saben ni nada representan son los que tienen razón o van a construir una historia que será el paraíso de la humanidad.
En las absurdas pretensiones de los reformadores se encuentra el elogio del rosismo. Quienes alaban a Rosas lo hacen por ignorancia o perversidad. No saben que Rosas representó unos tristes intereses de los oligarcas porteños. Buenos Aires defendió el federalismo para que cada provincia viviese de sus propias rentas, que eran insignificantes, y Buenos Aires se quedase con el producto de su aduana, que recibía el treinta y cinco por ciento de las importaciones pagadas por todos los comerciantes del país. Esas rentas colosales, en vez de ser repartidas, proporcionalmente, entre todas las provincias, se quedaban exclusivamente en Buenos Aires. Los caudillos, para no perder sus cargos vitalicios de gobernadores y aumentar constantemente sus fortunas -eran los oligarcas más acaudalados de cada ciudad- tenían unos sirvientes que no pagaban y que se alimentaban de saqueos, llamados montoneros. Los montoneros, defensores de los ricachos de las provincias, saqueaban al pueblo para sostener a sus patrones. Rosas, para que las provincias se muriesen de hambre y todo el comercio se concentrase en Buenos Aires, llegó al extremo increíble de poder cadenas en el río Paraná. Así impidió, durante años, que subiesen al litoral y al interior del país, la inmigración, el comercio, la cultura, la riqueza. No debe sorprender que algunos caudillos patriotas, empezando por el gran Urquiza, se levantaran contra el tirano de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas que explotaba al pueblo argentino y lo sumía en la miseria. Cambiar estas verdades es mentir, falsear la verdad, engañar a la juventud y traicionar nuestra historia. Por ello sostengo que la historia no hace saltos; debe ser perfeccionada lentamente, con seguridad absoluta, y que, en general, está bien enseñada y es la que cuenta con texto que igualan y superan a los mejores del mundo.


Enrique de Gandía (1906). Nació en Buenos Aires. Historiador, miembro de diversas Academias nacionales y extranjeras. Escribió cien libros, entre ellos, la Historia de las ideas políticas en la Argentina, y más de mil quinientos artículos.



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