El Gorila Albino
Por Italo Calvino  

En el zoo de  Barcelona existe el único ejemplar conocido de mono albino, un  gorila del África ecuatorial. El señor Palomar se abre paso entre  la multitud que se apiña delante del pabellón. Del otro lado de una  vidriera, «Copito de Nieve», (así lo llaman), es una montaña de  carne y pelo blanco. Sentado contra una pared toma el sol. La máscara  facial es de un rosado humano, cincelada de arrugas ; también el  pecho muestra una piel lampiña y rosada, como la de los hombres de  raza blanca. El rostro de facciones enormes, de gigante triste, cada  tanto se vuelve hacia la multitud de visitantes que están del otro  lado del vidrio, a menos de un metro de distancia; una lenta mirada  cargada de desolación y paciencia y tedio, una mirada que expresa  toda la resignación de ser como se es, único ejemplar en el mundo  de una forma no elegida, no amada, toda la fatiga de cargar con la  propia singularidad, toda la pena de ocupar el espacio y el tiempo  con la propia presencia tan embarazosa y llamativa.
   
La vidriera  permite ver un recinto rodeado de altas paredes de mampostería que  le dan un aspecto de patio de cárcel pero que es en realidad  el«jardín» de la casa-jaula de los gorilas, de cuyo suelo se  levantan un árbol bajo sin hojas y una escala de hierro de gimnasio.  Más allá en el patiecillo está la hembra, una gran gorila negra  con un cachorro también negro en los brazos : la blancura del pelaje  no se hereda; «Copito de Nieve» sigue siendo entre todos los  gorilas el único albino.   
Canoso e inmóvil,  el mono evoca en la mente del señor Palomar una antigüedad  inmemorial, como las montañas o las pirámides. En realidad es un  animal todavía joven y sólo el contraste entre la cara rosada y el  corto pelo cándido que la enmarca y sobre todo las arrugas todo  alrededor de los ojos, le dan la apariencia de un anciano venerable.  Por lo demás, el aspecto de «Copito de Nieve» presenta menos  semejanzas con el hombre que el de los otros primates: en el lugar de  la nariz las narinas excavan un doble abismo; las manos, peludas y  -se diría- poco articuladas, en el extremo de brazos muy largas y  rígidos, son todavía en realidad patas, y como tales el gorila las  usa para andar, apoyándolas en el suelo como un cuadrúpedo.   
Ahora esos  brazos-patas aprietan contra el pecho la cubierta de un neumático de  auto. En el enorme vacío de sus horas, «Copito de Nieve» no  abandona nunca la cubierta. ¿Qué será ese objeto para él? ¿Un  juguete? ¿Un fetiche? ¿Un talismán? A Palomar le parece entender  perfectamente al gorila, su necesidad de una cosa que apretar  mientras todo se le escapa,una cosa con que aplacar la angustia del  aislamiento, de la diversidad, de la condena a ser considerado  siempre un fenómeno viviente, tanto por sus hembras y sus hijos como  por los visitantes del zoo.   
También la hembra  tiene una cubierta de auto, pero es para ella un objeto de uso con el  que su relación es práctica y sin problemas: en ella se sienta como  en una butaca a tomar el sol mientras espulga a su hijito. Para  «Copito de Nieve» en cambio el contacto con el neumático parece  ser algo afectivo, algo posesivo y en cierto modo simbólico. Desde  allí se le puede abrir una rendija hacia lo que es para el hombre la  busca de un camino de salida de la zozobra de vivir: invertirse a sí  mismo en las cosas,reconocerse en los signos, transformar el mundo en  un conjunto de símbolos,casi un primer albor de la cultura en la  larga noche biológica. Para esto el gorila albino dispone sólo de  una cubierta de coche, un artefacto de la producción humana, extraño  a él, privado de toda potencialidad simbólica,desnudo de  significados, abstracto. No se diría que su contemplación dé para  mucho. Y sin embargo, ¿qué mejor que un círculo vacío para asumir  todos los significados que se quiera atribuirle? Tal vez  ensimismándose en él el gorila está a punto de alcanzar en el  fondo del silencio las fuentes de las que brota el lenguaje, de  establecer un flujo de relaciones entre sus pensamientos y la  irreductible, sorda evidencia de los hechos que determinan su vida...
Ya fuera del zoo,  el señor Palomar no puede quitarse de la cabeza la imagen del gorila  albino. Trata de hablar de él con cualquiera que se le cruce en el  camino, pero no consigue que nadie le escuche. Por la noche, tanto en  las horas de insomnio como en sus breves sueños, sigue  apareciéndosele el mono. «Así como el gorila tiene su neumático  que le sirve de apoyo tangible para un delirante discurso sin  palabras -piensa-, así yo tengo esta imagen de un mono blanco. Todos  hacemos girar entre las manos una vieja cubierta vacía mediante la  cual quisiéramos alcanzar el sentido último al que las palabras no llegan.»
...del libro "Palomar"

 

 
 
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