Autoras/es: Melanie Martínez
(Fecha original del artículo: Octubre 2012)
El sol asoma por la ventana de un
cuarto decorado con la fuerza del amarillo, muebles rústicos y una
enormidad de instrumentos de todo tipo y tamaño. El piso marrón de
su universo preferido, donde suele sentarse a tocar el piano cada
tarde, caracteriza la habitación-atelier de Jorge Sosa.
Un hombre que se define tenaz y muy
responsable con su trabajo. “Cada vez que emprendo algo no paro
hasta terminarlo” cuenta sonriente su mayor fortaleza. Es un
verdadero ejemplo de vida que, a pesar de su discapacidad visual,
luchó por vivir de lo que más ama en el mundo: la música.
Se expresa con la tranquilidad que
tienen los ciudadanos del interior, pues nació en Misiones y a los
once años emigró a Buenos Aires en busca de ayuda. “La escuela
que era lo que yo más necesitaba” porque allá no había para
ciegos.
“Mi ceguera es porque mi mama tuvo
rubiola y al ser de nacimiento no tiene cura” explica Jorge
hablando de sus orígenes. “Parece una pavada porque hay vacunas
para eso” revela el docente ya jubilado.
Es el cuarto de diez hermanos, “como
toda familia de campo, del interior, que suelen ser grandes” acota
Jorge. Y el único al que se le atrofió el nervio óptico antes de
nacer, a causa de la enfermedad que sufrió la madre durante el
embarazo.
A los quince años, luego de operarse
uno de sus ojos, mientras hacía ejercicios con una luz, al ver que
Jorge cerraba los ojos, el médico del Hospital Pirovano le preguntó
si realmente quería ver y él contestó “sinceramente me da lo
mismo, yo a esto lo hago por mi familia, y no lo veo como un problema
grave”.
Jorge continuó con rehabilitación
durante años luego de la operación, lo que le permite ver alguna
luz y algún color. “Soy ciego tecnicamente pero una pared por
delante ponele no me llevo, me manejo bien, afuera con el bastón
pero me manejo bien” asegura este caballero.
Así, con ya 19 años comienza a
desenvolverse en una primaria para ciegos, donde conoce a una maestra
que fue el amor de su vida, que lo motivó en sus estudios y fue su
esposa por más de treinta años. Él la describe como compañera,
como una mujer que lo apoyó hasta su último día, la madre de su
hijo, Ezequiel.
En pleno transcurso de su etapa escolar
se enteró de la existencia de una banda musical de diez ciegos.
Rindió el exámen y comenzó a formar parte de lo que hoy es la
Sinfónica Nacional de Ciegos, Pascual Grisolía, única en el múndo.
La sinfónica cuenta con más de 60
artistas en escena y 65 años de trayectoria recién cumplidos, el
pasado 15 de octubre. Para su familia la carrera estaba hecha con
este ingreso, pero él no se rindió.
Ni bien finalizó la secundaria se
anotó en un conservatorio a estudiar el Profesorado en Educación
Musical, su eterna pasión. Fue docente durante 25 largos años.
“Conseguir
trabajo como maestro con 31 años me costó porque iba a los actos
públicos de provincia y las directoras discriminaban su planilla al
ver que era ciego hasta que yo me di cuenta (dos años después) y
asistí con el gremio y comencé mi carrera trabajando en la primaria
a la que asistí como alumno”, recuerda sus inicios.
“Hoy
se contempla más la cosa, se conoce más sobre la discapacidad
existen leyes inclusive, como fue la ley 2431 en la municipalidad de
San Martín donde me tenían que tomar porque habia un cupo para
ciegos”, explica el proceso de incorporación a la enseñanza en
una escuela común.
La orquesta cuenta con instrumentos
metálicos, como la trompeta; de aire, como flautas y clarinetes, y
de percusión, su área actual. El músico, tras 36 años de
servicio, hoy se desenvuelve específicamente como accesorista, toca
instrumentos que hagan falta, como el triángulo o el gran casa, un
bombo gigante. Además conoce muy bien la guitarra y el trombón.
Jorge define a la sinfónica y a la
música en general, más que como su trabajo, como un “hobby”, su
preferido, porque “encima” le pagan. Otra actividad apasionante
en la vida de este humide señor, es el ajedrez, “fui al campeonato
para ciegos y llegue a estar en segundo lugar” descubre con
orgullo.
Durante la fiesta de gala del
aniversario de la banda se hizo presente el conocido Guillermo
Fernández para cantar con coros y ballet floclórico. Mientras
afuera no paraba de llover, el Teatro del Globo, en Palermo,
rebalsaba de gente.
Lo más importante es que se hizo
presente casi en plenitud la Secretaría de la Cultura. “Esta
presencia nos hizo sentir reconocidos después de tantos años”
expresa el maestro con gran satisfacción y felicidad.
En su amplia trayectoria, la banda
sinfónica brindó conciertos en los principales teatros, escuelas y
centros culturales del país, como el Colón y la Universidad de La
Matanza. Además, extendió su proyección al exterior.
De no ser Haedo, un barrio tranquilo de
la Provincia de Buenos aires, su verdadero lugar en el mundo sería
Brasil. Su padre ya fallecido era brasilero y Jorge conoce y mantiene
el idioma en la familia como herencia de una persona que tanto hizo
por él.
La sencillez de sus palabras se
transmite también a través de su vestimenta de buzo gris, pantalón
de jean gamuzado marron y zapatillas que hacen juego con el color del
pulover. Muy servicial y atento a lo que la periodista necesita al
momento de la nota, la recibe en su atelier. Al finalizar la
entrevista se encarga personalmente de acompañarla a la puerta y
ponerse a disposición de lo que necesite.
Así es con todo el mundo. Actualmente
da clases en su hogar: “generalmente trabajo con personas mayores,
gente que alguna vez quiso cantar o hacer alguna actividad con la
música, toco un poco de piano, guitarra, acordeón, les enseño lo
que sé” explica Jorge su solidaria rutina.
Los avances tecnológicos ayudaron
muchisimo a personas con esta discapacidad. “Hoy existen
computadoras y celulares con un programa especial que habla para
ciegos” explica el músico y se pone a tocar una bella melodía en
el piano.
Jorge pasó por diversos coros a lo
largo de su carrera profesional, aunque reconoce que le“gusta mas
ser musico tocar, ejecutar, escuchar, estudiar distintos
instrumentos”
Fue galardonado con la banda por la
notable labor pedagógica y artística que brinda en sus 250 obras y
que hacen al progreso de la vida musical, con el Gran Premio Camu de
la Unesco.
La Sinfónica que, sin duda, merece el
elogio unánime del pueblo argentino y del mundo, se caracteriza por
dedicar su repertorio a la música popular, nacional y las obras
originales para banda sinfónica.
Otra de sus pasiones intransferible a
lo largo de sus 58 años es el fútbol, más específicamente el Club
Atlético Boca Juniors. Entre tantos instrumentos un banderín
gigante colgado en la pared lrevela el motivo que condiciona sus
fines de semana.
Actualmente alquila una casa en Haedo
junto con Miriam, su novia desde hace 2 años, quien es profesora de
ciegos y disminuidos visuales en el colegio 501 de la zona.
“Generalmente
trabajo con personas mayores, gente
que alguna vez quiso cantar o hacer alguna actividad con la musica,
toco un poco de piano, guitarra, acordeón, les enseño lo que se”
“Mi mayor meta en la vida fue
destacarme en la música cosa que masomenos lo pude hacer, y vivir de
la música que lo pude lograr, lo que es un privilegio” concluye
este maestro que realmente consiguió vivir de lo que amó desde muy
chico, desde siempre.
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