Autoras/es: Eduardo Galeano
(Fecha original del artículo: 1987) Celebración de la realidad
Si la tía de Dárnaso Murúa hubiera contado su historia a García Márquez, quizá la Crónica de una muerte anunciada hubiera tenido otro final.
Susana Contreras, que así se llama la tía de Dárnaso, tuvo en sus buenos tiempos el culo más incendiario de cuantos se hayan visto llamear en el pueblo de Escuinapa y en todas las comarcas del golfo de California.
Hace muchos años, Susana se casó con uno de los numerosos galanes que sucumbieron a sus meneos. En la noche de bodas, el marido descubrió que ella no era virgen. Entonces se desprendió de la ardiente Susana como si contagiara la peste, dio un portazo y se marchó para siempre.
El despechado se metió a beber en las cantinas, donde los invitados de su fiesta estaban siguiendo la juerga. Abrazado a sus amigotes, él se puso a mascullar rencores y a proferir amenazas, pero nadie se tomaba en serio su tormento cruel. Con benevolencia lo
escuchaban, mientras él se tragaba a lo macho las lágrimas que a borbotones pujaban por salir, pero después le decían que chocolate por la noticia, que claro que Susana no era virgen, que todo el pueblo lo sabía menos él, y que al fin y al cabo ése era un detalle que no tenía la menor importancia, y que no seas pendejo, mano, que nomás se vive una vez. Él insistía, y en lugar de gestos de solidaridad recibía bostezos.
Y así fue avanzando la noche, a los tumbos, en triste bebedera cada vez más solitaria, hacia el amanecer. Uno tras otro, los invitados se fueron yendo a dormir. El alba encontró al ofendido sentado en la calle, completamente solo y bastante fatigado de tanto quejarse sin que nadie le llevara el apunte.
Ya el hombre estaba aburriéndose de su propia tragedia, y las primeras luces le desvanecieron las ganas de sufrir y de vengarse. A media mañana se dio un buen baño y se tomó un café bien caliente y al mediodía volvió, arrepentido, a los brazos de la repudiada.
Volvió desfilando, a paso de gran ceremonia, desde la otra punta de la calle principal. Iba cargando un enorme ramo de rosas, y encabezaba una larga procesión de amigos, parientes y público en general. La orquesta de serenatas cerraba la marcha. La orquesta sonaba a todo dar, tocando para Susana, a modo de desagravio, La negra consentida y Vereda tropical. Con esas musiquitas, tiempo atrás, él se le había declarado.
1 comentario:
Buenísimo el cuento, como todo lo del Maestro Galeano!!
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