Autoras/es: Eduardo Galeano
(Fecha original del artículo: 1987) La diplomacia en América Latina
What is that? -preguntaban los turistas .
Balmaceda sonreía, disculpándose, y negaba con la cabeza. Él llevaba, como todos, guirnaldas de flores en el pescuezo, anteojos de sol y camisa con palmeras, pero estaba todo empapado de sudor por culpa de un paquete muy pesado .
Parecía condenado a carga perpetua. Había intentado abandonar el enorme bulto en el baño de un hotel de Manila y en el mostrador de la aduana de Papeete; había intentado arrojarlo por la borda del barco y había intentado olvidarlo en varios frondosos parajes de las islas del archipiélago de Tahití. Pero siempre había alguien que lo alcanzaba corriendo: - Señor, señor, que se ha dejado algo! Esta triste historia había empezado cuando el dictador Marcos invitó al dictador Pinochet a visitar las Filipinas. Entonces la cancillería chilena había enviado un busto en bronce del general O’Hlggins desde Santiago a Manila. Pinochet iba a inaugurar esa efigie del prócer nacional en una plaza central de la ciudad. Pero Marcos, asustado por las furias de su pueblo, canceló súbitamente la invitación. Pinochet tuvo que volverse a Chile sin aterrizar. Entonces el funcionario Balmaceda recibió categóricas instrucciones en la embajada chilena en Manila. Por teléfono, le ordenaron desde Santiago: - Basta de papelones. Deshágase de ese busto como pueda. Si vuelve a Chile con él, pierde el empleo .
Balmaceda sonreía, disculpándose, y negaba con la cabeza. Él llevaba, como todos, guirnaldas de flores en el pescuezo, anteojos de sol y camisa con palmeras, pero estaba todo empapado de sudor por culpa de un paquete muy pesado .
Parecía condenado a carga perpetua. Había intentado abandonar el enorme bulto en el baño de un hotel de Manila y en el mostrador de la aduana de Papeete; había intentado arrojarlo por la borda del barco y había intentado olvidarlo en varios frondosos parajes de las islas del archipiélago de Tahití. Pero siempre había alguien que lo alcanzaba corriendo: - Señor, señor, que se ha dejado algo! Esta triste historia había empezado cuando el dictador Marcos invitó al dictador Pinochet a visitar las Filipinas. Entonces la cancillería chilena había enviado un busto en bronce del general O’Hlggins desde Santiago a Manila. Pinochet iba a inaugurar esa efigie del prócer nacional en una plaza central de la ciudad. Pero Marcos, asustado por las furias de su pueblo, canceló súbitamente la invitación. Pinochet tuvo que volverse a Chile sin aterrizar. Entonces el funcionario Balmaceda recibió categóricas instrucciones en la embajada chilena en Manila. Por teléfono, le ordenaron desde Santiago: - Basta de papelones. Deshágase de ese busto como pueda. Si vuelve a Chile con él, pierde el empleo .
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