Autoras/es: Amy Goodman
(Fecha original del artículo: Junio 2012)
A medida que se intensifica la campaña electoral, un creciente número de estados intenta limitar la cantidad de personas que pueden votar. El porcentaje de personas con derecho al voto y que de hecho participan en las elecciones en Estados Unidos es, de por sí, vergonzosamente bajo. Florida, un estado disputado por ambos partidos, se prepara para la Convención Nacional Republicana: cinco días de pompa promocionada como una celebración de la democracia. Mientras organizan su fiesta, el gobernador republicano de Florida, Rick Scott, junto con su secretario de Estado, Ken Detzner, están eliminando sistemáticamente a personas del padrón electoral a través de bases de datos desactualizadas del propio estado, que contienen información errónea.
Muchos votantes de Florida recibieron hace poco una carta que decía que fueron eliminados del padrón electoral y que les queda poco tiempo para demostrar que son ciudadanos en regla. Han surgido cientos de casos de personas que, a pesar de tener ciudadanía estadounidense desde hace mucho tiempo, han sido eliminadas del padrón. Según la filial de Florida de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), “de las personas que han sido obligadas a demostrar su ciudadanía, un 61% es de origen hispano, cuando en realidad tan solo un 14% de los votantes registrados en Florida son hispanos”, lo que sugiere que hay un intento de eliminar a los latinos, que tienden a votar por los demócratas. Algo similar ocurrió en el año 2000, cuando la entonces Secretaria de Estado de Florida, Katherine Harris, eliminó sistemáticamente a afroestadounidenses del padrón electoral. El Departamento de Justicia le ordenó a Detzner que detuviera la purga de votantes. Sin embargo, tanto Detzner como el gobernador Scott prometieron continuar. El Departamento de Justicia, al igual que la ACLU y otros grupos, demandó al estado de Florida ante un tribunal federal.
Muchos votantes de Florida recibieron hace poco una carta que decía que fueron eliminados del padrón electoral y que les queda poco tiempo para demostrar que son ciudadanos en regla. Han surgido cientos de casos de personas que, a pesar de tener ciudadanía estadounidense desde hace mucho tiempo, han sido eliminadas del padrón. Según la filial de Florida de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), “de las personas que han sido obligadas a demostrar su ciudadanía, un 61% es de origen hispano, cuando en realidad tan solo un 14% de los votantes registrados en Florida son hispanos”, lo que sugiere que hay un intento de eliminar a los latinos, que tienden a votar por los demócratas. Algo similar ocurrió en el año 2000, cuando la entonces Secretaria de Estado de Florida, Katherine Harris, eliminó sistemáticamente a afroestadounidenses del padrón electoral. El Departamento de Justicia le ordenó a Detzner que detuviera la purga de votantes. Sin embargo, tanto Detzner como el gobernador Scott prometieron continuar. El Departamento de Justicia, al igual que la ACLU y otros grupos, demandó al estado de Florida ante un tribunal federal.
Para el congresista de Georgia John Lewis, los intentos de limitar el acceso al voto no solo son burocráticos. “Es increíble, es inconcebible que a esta altura de nuestra historia, cuarenta y siete años después de que se aprobara la Ley de Derecho al Voto, estemos tratando de retroceder. Creo que se trata de un ataque sistemático y deliberado por parte de muchos de estos estados. No solo en Florida, no solo en los estados del sur, sino que en todo el país le están impidiendo a la gente la participación. Creo que es un intento de hacer trampa en esta elección incluso antes de que suceda. Para complicar aún más las cosas, para hacer aún más difícil que los ciudadanos de la tercera edad, que nuestros estudiantes, que las minorías, que los discapacitados puedan participar en un proceso democrático. Me da ganas de llorar. Después de que la gente dio su vida, luego de que muchas personas fueron golpeadas, heridas y asesinadas por ayudar a registrar a personas para que pudieran votar. Jamás olvidaré a los tres luchadores por los derechos civiles que fueron asesinados en el estado de Mississippi en la noche del 21 de junio de 1964”, declaró. El congresista Lewis se refería a James Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner, que fueron asesinados mientras registraban a afroestadounidenses para votar.
En 1961, Lewis, que tenía tan solo 21 años, era uno de los líderes de las denominadas “Freedom Rides”, que verificaban que las nuevas leyes federales que prohibían la segregación se cumplieran en todos los estados. Lewis, al igual que muchos otros, fue golpeado brutalmente cuando sus autobuses cruzaron las fronteras estatales hacia el sur profundo. Pero eso no lo detuvo. Se sentó en los mostradores segregados de las cafeterías, se unió al Comité Coordinador Estudiantil No Violento, del que pronto se convertiría en presidente. Me contó acerca de un momento clave en su vida y en la historia del país, la marcha por el Puente Edmund Pettus:
“El 7 de marzo de 1965, algunos de nosotros intentamos marchar desde Selma a Montgomery, Alabama, para demostrarle al país que la gente quería votar. Un joven afroestadounidense había sido asesinado de un disparo unos días antes en un condado vecino denominado Condado de Perry, en el cinturón negro de Alabama, el condado de donde son originarios Martin Luther King Jr., Juanita Abernathy y Andrew Young. Y su asesinato nos impulsó a tomar la decisión de marchar. En Selma, Alabama, en 1965, tan solo un 2,1% de la población negra en edad de votar figuraba en los registros de votación. El único lugar donde uno podía intentar registrarse era en un tribunal, donde había que pasar un denominado examen de 'alfabetización'. Y le decían a la gente una y otra vez que no podrían aprobar el examen. Una vez le pidieron a un hombre que contara la cantidad de burbujas que hay en una barra de jabón. En otra oportunidad se le pidió a un hombre que contara la cantidad de frijoles que había en un frasco. Hubo abogados, médicos, maestros, amas de casa, catedráticos afroestadounidenses que no aprobaron el llamado 'examen de alfabetización'”.
Lewis recordó que cuando él y muchos otros intentaron cruzar el puente Pettus, en Selma, al inicio de su marcha de 80 quilómetros hacia Montgomery: “Llegamos a la cima del puente y vimos una multitud de policías del estado de Alabama con sus uniformes azules y continuamos marchando, llegamos a acercarnos lo suficiente como para escucharlos. Y un oficial se identificó, dijo: 'Soy el Mayor John Cloud de la policía estatal de Alabama. Esta marcha es ilegal y no permitiremos que continúe. Les doy tres minutos para dispersarse y regresar a sus iglesias'. Uno de los jóvenes que marchaba junto a mí, que lideraba la marcha, un hombre llamado José Williams, que trabajaba con Martin Luther King Jr., replicó: 'Mayor, denos un momento para arrodillarnos y rezar'. Y el mayor dijo: 'Oficiales: al ataque'. Vimos que se ponían las mascarillas anti-gas y luego se acercaron a nosotros y nos golpearon con sus cachiporras y sus látigos y nos aplastaron con sus caballos. Un oficial de la policía estatal me golpeó en la cabeza con su porra y sufrí una conmoción cerebral en el puente. No sentía mis piernas. Sentí que iba a morir, creí ver la muerte”.
Cuando le pregunté a Lewis qué fue lo que lo impulsó a seguir adelante a pesar de tanta violencia, me dijo: “Mi madre, mi padre, mis abuelos, mis tíos, la gente que me rodeaba nunca había podido votar. Había trabajado en todo el sur. En el estado de Mississippi la población negra en edad de votar ascendía a 450.000 personas y tan solo alrededor de 16.000 estaban registradas para votar. En aquella época no teníamos opción. Creo que nos persiguió lo que llamo el 'espíritu de la historia' y no podíamos darle la espalda”. El sufragio universal, el derecho al voto, nunca está a salvo, seguro. Nunca está completo. En este período electoral el dinero de unos pocos tendrá una gran influencia. Mientras tanto, los votos de muchos son eliminados y sus voces son silenciadas.
A menos que la gente luche para ampliar la participación en las elecciones, y no solamente para evitar la eliminación de votantes del padrón electoral, nuestra democracia correrá grave peligro.
Escuche (en español)
Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
© 2012 Amy Goodman
Texto en inglés traducido por Mercedes Camps. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org
Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 550 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 350 en español. Es co-autora del libro "Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos", editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.
En 1961, Lewis, que tenía tan solo 21 años, era uno de los líderes de las denominadas “Freedom Rides”, que verificaban que las nuevas leyes federales que prohibían la segregación se cumplieran en todos los estados. Lewis, al igual que muchos otros, fue golpeado brutalmente cuando sus autobuses cruzaron las fronteras estatales hacia el sur profundo. Pero eso no lo detuvo. Se sentó en los mostradores segregados de las cafeterías, se unió al Comité Coordinador Estudiantil No Violento, del que pronto se convertiría en presidente. Me contó acerca de un momento clave en su vida y en la historia del país, la marcha por el Puente Edmund Pettus:
“El 7 de marzo de 1965, algunos de nosotros intentamos marchar desde Selma a Montgomery, Alabama, para demostrarle al país que la gente quería votar. Un joven afroestadounidense había sido asesinado de un disparo unos días antes en un condado vecino denominado Condado de Perry, en el cinturón negro de Alabama, el condado de donde son originarios Martin Luther King Jr., Juanita Abernathy y Andrew Young. Y su asesinato nos impulsó a tomar la decisión de marchar. En Selma, Alabama, en 1965, tan solo un 2,1% de la población negra en edad de votar figuraba en los registros de votación. El único lugar donde uno podía intentar registrarse era en un tribunal, donde había que pasar un denominado examen de 'alfabetización'. Y le decían a la gente una y otra vez que no podrían aprobar el examen. Una vez le pidieron a un hombre que contara la cantidad de burbujas que hay en una barra de jabón. En otra oportunidad se le pidió a un hombre que contara la cantidad de frijoles que había en un frasco. Hubo abogados, médicos, maestros, amas de casa, catedráticos afroestadounidenses que no aprobaron el llamado 'examen de alfabetización'”.
Lewis recordó que cuando él y muchos otros intentaron cruzar el puente Pettus, en Selma, al inicio de su marcha de 80 quilómetros hacia Montgomery: “Llegamos a la cima del puente y vimos una multitud de policías del estado de Alabama con sus uniformes azules y continuamos marchando, llegamos a acercarnos lo suficiente como para escucharlos. Y un oficial se identificó, dijo: 'Soy el Mayor John Cloud de la policía estatal de Alabama. Esta marcha es ilegal y no permitiremos que continúe. Les doy tres minutos para dispersarse y regresar a sus iglesias'. Uno de los jóvenes que marchaba junto a mí, que lideraba la marcha, un hombre llamado José Williams, que trabajaba con Martin Luther King Jr., replicó: 'Mayor, denos un momento para arrodillarnos y rezar'. Y el mayor dijo: 'Oficiales: al ataque'. Vimos que se ponían las mascarillas anti-gas y luego se acercaron a nosotros y nos golpearon con sus cachiporras y sus látigos y nos aplastaron con sus caballos. Un oficial de la policía estatal me golpeó en la cabeza con su porra y sufrí una conmoción cerebral en el puente. No sentía mis piernas. Sentí que iba a morir, creí ver la muerte”.
Cuando le pregunté a Lewis qué fue lo que lo impulsó a seguir adelante a pesar de tanta violencia, me dijo: “Mi madre, mi padre, mis abuelos, mis tíos, la gente que me rodeaba nunca había podido votar. Había trabajado en todo el sur. En el estado de Mississippi la población negra en edad de votar ascendía a 450.000 personas y tan solo alrededor de 16.000 estaban registradas para votar. En aquella época no teníamos opción. Creo que nos persiguió lo que llamo el 'espíritu de la historia' y no podíamos darle la espalda”. El sufragio universal, el derecho al voto, nunca está a salvo, seguro. Nunca está completo. En este período electoral el dinero de unos pocos tendrá una gran influencia. Mientras tanto, los votos de muchos son eliminados y sus voces son silenciadas.
A menos que la gente luche para ampliar la participación en las elecciones, y no solamente para evitar la eliminación de votantes del padrón electoral, nuestra democracia correrá grave peligro.
Escuche (en español)
Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
© 2012 Amy Goodman
Texto en inglés traducido por Mercedes Camps. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org
Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 550 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 350 en español. Es co-autora del libro "Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos", editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.
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