Celebración del nacer incesante
Miguel Mármol sirvió otra vuelta de ron Matusalén y me dijo que estaba conmemorando, bebemorando, los cincuenta y cinco años de su fusilamiento. En 1932, un pelotón de soldados había acabado con él, por orden del dictador Martínez.
- De edad, ya llevo ochenta y dos -dijo Miguelito- pero yo ni me doy cuenta. Tengo muchas novias. Me las recetó el médico.
Me contó que tenía la costumbre de despertarse antes del amanecer, y que no bien abría los ojos se ponía a cantar, bailar y a zapatear, y que a los vecinos de abajo no les gustaba nada.
Yo había ido a llevarle el tomo final de Memoria del fuego. La historia de Miguelito funciona como eje de ese libro: la historia de sus once muertes y sus once resurrecciones, todo a lo largo de su vida peleona. Desde que nació por primera vez en Ilopango, en El Salvador, Miguelito es la más certera metáfora de América Latina.
Como él, América Latina ha muerto y ha nacido muchas veces.
Como él, sigue naciendo.
- Pero de eso - me dijo - más vale no hablar. Los católicos me dicen que todo ha sido por la pura Providencia. Y los comunistas, mis camaradas, me dicen que todo ha sido por la pura coincidencia. Le propuse que fundáramos juntos el marxismo mágico: mitad razón, mitad pasión, y una tercera mitad de misterio.
- No sería mala idea - me dijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario