Autoras/es: Esteban Valenti (*)
Hay un protagonista que ha vuelto a tomar su lugar en la historia, son las masas, las que tomaron la Bastilla y derrocaron a la monarquía, las que hoy ocupan nuevamente las plazas, las calles, el escenario nacional y mundial.
Asistimos en diversas latitudes a grandes demostraciones populares de protesta y de reclamo. ¿Son todas iguales, parecidas? ¿Dónde se tocan y donde difieren?
No hay duda que en las informaciones diarias, las grandes manifestaciones son desde hace muchos meses protagonistas centrales. La importancia de las mismas se pueden medir por diversos parámetros: por la coincidencia con algún hecho internacional de importancia, deportivo o de otro tipo; por la cantidad de participantes y/o por las víctimas fatales, heridos y detenidos; por la radicalidad de sus reclamos, por el país sede y la ruptura de cierto inmovilismo.
Así en estos días vimos la conmoción social en Brasil iniciada por la chispa de un aumento moderado del costo de transporte público y que se transformó en un cuestionamiento más generalizado contra el gobierno, por los grandes gastos e inversiones en infraestructuras deportivas y en forma genérica contra la corrupción; en Egipto por la revolución traicionada y exigiendo la renuncia del Presidente y de todo el gobierno; en España, en Italia, en Grecia contra los terribles ajustes impuestos por sus gobiernos y la troika (FMI, Banco Central Europeo y Comisión Europea) y antes había sido en Argentina contra las reformas de la justicia y el gobierno K .También hubieron grandes manifestaciones en Israel con reclamos sociales.
Hubo protestas masivas en Wall Street, en diversos países europeos. Y ya ni siquiera consideramos la explosión popular en diversos países árabes, con la caída de algunos regímenes dictatoriales y otros que con el apoyo de Occidente y de las monarquías de la región se mantienen en pié. Incorporemos en esta mirada a Turquía y sus grandes y constantes manifestaciones, iniciadas a partir de una protesta por la desaparición de un parque en el centro de Estambul que se ampliaron y extendieron al malhumor general contra el gobierno, o más atrás en el tiempo las manifestaciones estudiantiles en Chile contra la política educativa que golpearon bajo la línea de flotación del apoyo al gobierno de Sebastián Piñera.
No todas son iguales, no pueden equipararse, ni por sus causas, su amplitud y su profundidad, pero merecen ser analizadas desde un aspecto único: la recuperación de la calle y las plazas por parte de las multitudes, de las masas, aunque estas enarbolen banderas, causas, objetivos muy diversos. Las viejas y supuestamente superadas manifestaciones ocupando nuevamente el centro del escenario político, social y ¿por qué no? Cultural de nuestro tiempo.
Manifestaciones en el mundo occidental y cristiano y que se han extendido a países musulmanes y de tradiciones muy diferentes a las nuestras. Pero multitudes, masas movilizadas.
Muchos analistas se han ocupado del papel de las nuevas tecnologías, de Internet, de los celulares, de las redes sociales en las convocatorias a estas movilizaciones y es correcto, pero hay un tema central, un aspecto que es el centro de todo esto: en la sociedad de la información, de los contactos virtuales, de las redes inmateriales, llegado el momento para que alcancen su expresión en la crónica y en la historia, los ciudadanos, la gente de todas las edades y en su mayoría jóvenes se juntan, ocupan el espacio público y expresan sus protestas con banderas, carteles, cánticos. Las nuevas tecnologías son un soporte, pero el resultado final es la gente movilizada, indignada, protestando, reclamando.
Hace algunos años no solo se teorizaba sobre el fin de la historia, el fin de las ideologías, sino también sobre el fin de las masas en las calles expresándose. Y aquí están, bajo nuestras narices, tan campantes e ignorando a los augures del fin de las masas y sus tradicionales formas de expresión.
Poner todo en una misma bolsa es una manera de desvalorizarlo, como si fuera una fiebre pasajera, un virus que se extiende. No es así. En un mundo donde los grandes medios de comunicación se uniforman de manera creciente, donde las pantallas y las páginas o las ondas ofrecen casi lo mismo en las más diversas latitudes, la gente se expresa por problemas diferentes, con reivindicaciones y reclamos diversos y con su propia personalidad. Las multitudes son el espectáculo y la diferencia.
Y los propios medios no pueden ignorarlas, las tienen que integrar a su torrente diario y alimentarlas, darles proyección nacional o mundial. Las multitudes rompen el silencio oficial, los discursos de políticos que se hablan a si mismo, dentro del estrecho mundo de los palacios del poder.
No son multitudes que se expresan al margen de la corriente de la política institucional, irrumpen en ella, la trastocan, obligan a ser escuchados. Si Dilma Rousseff, pierde en pocas semanas 27% de apoyo ciudadano, es por las manifestaciones, si el presidente Mohamed Morsi de Egipto está al borde del colapso, es porque la gente volvió a la plaza Tahrir. No son situaciones comparables, pero expresan de manera diferente el impacto de las masas movilizadas en la vida institucional y política, incluso en situaciones muy diferentes.
En Europa, en plena crisis, con escándalos financieros, con niveles de desocupación y de pobreza desconocidos desde el fin de la guerra, con latrocinios morales como en Italia, España o Grecia, lo que llama la atención es que se producen manifestaciones, pero el poder parece barricado detrás de su propio muro institucional y del miedo a nuevas incertidumbres. La caída es tan prolongada y pronunciada que podría esperarse un impacto mayor entre la indignación, la desesperación ciudadana y la política. Hay una suerte de resignación y fogonazos de rabia. Que se vayan todos, y se quedan todos y los mismos…
Para que las multitudes se convoquen, se auto convoquen o se manifiesten hace falta un ingrediente fundamental: rabia, bronca, exigencia, reclamo. Nadie reúne multitudes por satisfacción. Los satisfechos lo manifiestan en privado.
Para los diversos niveles de rabia o de insatisfacción que pueden llegar a cuestionar y enfrentar a un régimen armado hasta los dientes, esperando luego la generosa y desinteresada ayuda internacional , que siempre viene de las mismas capitales imperiales o ex imperiales, hay muy diversos puntos de partida y diferentes situaciones.
Unos parten del fracaso social, de la desocupación creciente- en particular juvenil -, de la falta de libertades, de diferencias sociales insultantes, de la pérdida de derechos y conquistas y hasta del espíritu mismo del estado del bienestar. Las chispas pueden ser muchas y muy diversas, pero hay una recurrente: el uso inmoral del poder.
Hay otras realidades. Hay países donde la insatisfacción es el resultado de su propio crecimiento, de la propia y novedosa conciencia adquirida de nuevos derechos y posibilidades, de enormes masas que dejaron hace relativamente poco la pobreza y hasta la miseria y reclaman más y ahora. Es el caso típico de Brasil. La protesta es hija de los propios resultados sociales obtenidos por tres gobiernos del PT. Cada vez son menos los que están dispuestos a resignarse a cualquier tipo de injusticias o de manejos grises u oscuros del poder.
Se da la paradoja que el gran circo del fútbol e incluso el aumento del pan no alcanzan para llenar las almas y la paz de las multitudes. Quieren más y ahora.
A nuestra manera nos sucede a nosotros, aquí en Uruguay. Haríamos mal, muy mal si sólo lo midiéramos en términos de intención de voto, de encuestas tradicionales de apoyo. La gente que ganaba 4.000 pesos (maestros docentes, médicos, enfermeros, policías y muchos otros) en el 2002 y el 2003, ahora ganan 14.000 pesos y más y no están conformes. El gobierno tienen todos los argumentos del mundo para explicarlo, los he utilizado yo en reiteradas oportunidades, pero…el que se compró una motito la quiere más grande, y el que tiene un plasma a plazos, quiere irse de vacaciones o tener un celular de última generación, o comer y vestirse mejor mejor o comprarse un techo.
Podemos construir un discurso sobre el consumismo, y hasta podría ser justo, pero es arar en el océano, o si preferimos en nuestro río de la Plata. El espectáculo de nuestras generaciones, incluyendo la nuestra, de los que estamos vivos, es el consumo, es el mayor espectáculo de todos. Consumo material, intelectual y cultural, pero sobre todo consumo.
Es muy bueno que las encuestas demuestren que los uruguayos están desconformes con la educación pública, sería mucho más grave que no nos importara, que fuéramos indiferentes, que los constantes y continuos aumentos de los ingresos familiares y personales que se han producido sin duda nos obstruyeran todo el sentido crítico.
La izquierda en el mundo, en cada país debe ser capaz de analizar en este mundo tan diverso las bases de la sensibilidad de las masas, de las formas en que se expresa la injusticia y la alineación y la necesidad de elaborar nuevas y renovadas banderas.
La izquierda no nació hace 200 años para explicar el mundo, sino para cambiarlo, siempre, desde el llano o desde el poder. Las masas están volviendo a rodear varias Bastillas.
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