Los múltiples ambientes de la crianza
Autoras/es: Adriana Montobbio
(Fecha original del artículo: Junio 2013)
Cuando, en el Equipo de Psicología Infanto Juvenil, tomamos los datos de un chico tenemos especial cuidado en registrar también los de la escuela a la que concurre, ya que este último resulta ser un dato más estable que los números telefónicos y domicilio de la familia, que con frecuencia pueden variar. A veces tampoco es estable la presencia de la persona que se hace cargo del chico (si la abuela, la mamá, el papá o la tía), mientras que la escuela a la que asiste sigue siendo la misma a lo largo de varios años.
La escuela, los centros de salud, las organizaciones barriales, el hospital, los talleres que funcionan en centros culturales, comedores comunitarios, etcétera, no sólo son espacios con los que los padres de los chicos comparten la responsabilidad de criarlos, sino que por momentos, cuando, por el motivo que sea, no se cuenta con los progenitores, pueden llegar a relevarlos.
Muchas veces el primer trabajo que se nos impone es identificar quién de la familia es el adulto más significativo para el niño: puede ocurrir que el referente adulto para el niño sea una tía, y resultará una pérdida de tiempo empeñarse en hacer que la madre ocupe ese rol. En estas ocasiones es importante advertir el peso de nuestros ideales, para no imponerlos en detrimento de las estrategias particulares que producen los grupos humanos para vérselas con la crianza de sus chicos, estrategias que pueden constituir la mejor respuesta posible de una familia ante los problemas que debió afrontar.
Identificar la red existente en torno de un chico, trabajar para fortalecerla y ampliarla utilizando los recursos presentes en el barrio, e incorporarnos a ella como profesionales de la salud, es una tarea que excede lo considerado tradicionalmente como asistencia, para tomar las características de una actividad programática; esto rompe la dicotomía asistencia-programa. Por otra parte, pensar como problemas clínicos las situaciones que se presentan en la actividad programada produce también, desde el otro término, la ruptura de esa dicotomía.
Donald Winnicott sostiene que a veces las instituciones pueden lograr un efecto terapéutico al ofrecerse a los chicos como ambiente estable, que no se desarma frente a los posibles ataques. En muchas ocasiones los chicos “se portan mal” sólo para comprobar si aquellos que funcionan como Otro son realmente capaces de soportar esa impulsividad del comportamiento infantil; si son suficientemente confiables como para responder con estabilidad y según una legalidad que no caiga en posiciones vengativas. Transcribo aquí algunas ideas de Winnicott respecto de la función del ambiente en el que se incluye no sólo el hogar, sino también la escuela:
“Un niño normal, si tiene confianza en el padre y la madre, actúa sin ningún freno. Con el correr del tiempo, pone a prueba su poder para desintegrar, destruir, atemorizar, agotar, desperdiciar, trampear y apoderarse de lo que le interesa (...) Si el hogar es capaz de soportar todo lo que el niño hace por desbaratarlo, éste puede ponerse a jugar (...) Al principio el niño necesita tener conciencia de un marco para sentirse libre, hacer sus propios dibujos, ser un niño irresponsable (...) Ahora bien, ¿qué ocurre si el hogar no proporciona todo esto a un niño antes de que haya establecido la idea de un marco como parte de su propia naturaleza? La opinión corriente es que, al encontrarse “libre”, procede a disfrutar de esa situación. Esto está muy lejos de la verdad. Al ver destruido el marco de su vida, ya no se siente libre. Se torna ansioso, y si tiene esperanzas, comienza a buscar el marco fuera del hogar. El niño cuyo hogar no logra darle un sentimiento de seguridad busca las cuatro paredes fuera de su hogar; todavía abriga esperanzas, y apela a los abuelos, tíos y tías, amigos de la familia, la escuela. Busca una estabilidad externa sin la cual puede perder la razón. Si alguien se le aproxima en el momento adecuado, esa estabilidad puede crecer en el niño como los huesos de su cuerpo (...) A menudo, el niño obtiene de sus parientes y de la escuela lo que no ha conseguido en su propio hogar”. (“Algunos aspectos psicológicos de la delincuencia juvenil”, en Deprivación y delincuencia)
Lo que Winnicott postula como “ambiente” podría aplicarse, además de a la escuela, a otros espacios próximos al niño que de hecho colaboran en su crianza y desarrollo, como son la salita, los talleres, los vecinos y las organizaciones barriales dedicadas a los chicos. Todo aquel que trabaja en una institución –ya sea dentro del campo de la salud o de la educación– sabe que los chicos son particularmente sensibles a las incoherencias entre los adultos: allí donde aparece la inmadurez de los que deben ofrecer un marco confiable se presentan problemas en los chicos para manejar su impulsividad. Por esa razón, la posibilidad de trabajar armando acuerdos entre todos los que intervienen en un caso (y aquí se incluye a los no profesionales también, como se ilustra en el caso de Alejandro –ver nota aparte en http://pizarrasypizarrones.blogspot.com/2013/07/el-chico-se-porta-cada-vez-peor.html–), no sólo facilita el trabajo, sino que es el eje necesario de toda intervención.
Muchas veces el primer trabajo que se nos impone es identificar quién de la familia es el adulto más significativo para el niño: puede ocurrir que el referente adulto para el niño sea una tía, y resultará una pérdida de tiempo empeñarse en hacer que la madre ocupe ese rol. En estas ocasiones es importante advertir el peso de nuestros ideales, para no imponerlos en detrimento de las estrategias particulares que producen los grupos humanos para vérselas con la crianza de sus chicos, estrategias que pueden constituir la mejor respuesta posible de una familia ante los problemas que debió afrontar.
Identificar la red existente en torno de un chico, trabajar para fortalecerla y ampliarla utilizando los recursos presentes en el barrio, e incorporarnos a ella como profesionales de la salud, es una tarea que excede lo considerado tradicionalmente como asistencia, para tomar las características de una actividad programática; esto rompe la dicotomía asistencia-programa. Por otra parte, pensar como problemas clínicos las situaciones que se presentan en la actividad programada produce también, desde el otro término, la ruptura de esa dicotomía.
Donald Winnicott sostiene que a veces las instituciones pueden lograr un efecto terapéutico al ofrecerse a los chicos como ambiente estable, que no se desarma frente a los posibles ataques. En muchas ocasiones los chicos “se portan mal” sólo para comprobar si aquellos que funcionan como Otro son realmente capaces de soportar esa impulsividad del comportamiento infantil; si son suficientemente confiables como para responder con estabilidad y según una legalidad que no caiga en posiciones vengativas. Transcribo aquí algunas ideas de Winnicott respecto de la función del ambiente en el que se incluye no sólo el hogar, sino también la escuela:
“Un niño normal, si tiene confianza en el padre y la madre, actúa sin ningún freno. Con el correr del tiempo, pone a prueba su poder para desintegrar, destruir, atemorizar, agotar, desperdiciar, trampear y apoderarse de lo que le interesa (...) Si el hogar es capaz de soportar todo lo que el niño hace por desbaratarlo, éste puede ponerse a jugar (...) Al principio el niño necesita tener conciencia de un marco para sentirse libre, hacer sus propios dibujos, ser un niño irresponsable (...) Ahora bien, ¿qué ocurre si el hogar no proporciona todo esto a un niño antes de que haya establecido la idea de un marco como parte de su propia naturaleza? La opinión corriente es que, al encontrarse “libre”, procede a disfrutar de esa situación. Esto está muy lejos de la verdad. Al ver destruido el marco de su vida, ya no se siente libre. Se torna ansioso, y si tiene esperanzas, comienza a buscar el marco fuera del hogar. El niño cuyo hogar no logra darle un sentimiento de seguridad busca las cuatro paredes fuera de su hogar; todavía abriga esperanzas, y apela a los abuelos, tíos y tías, amigos de la familia, la escuela. Busca una estabilidad externa sin la cual puede perder la razón. Si alguien se le aproxima en el momento adecuado, esa estabilidad puede crecer en el niño como los huesos de su cuerpo (...) A menudo, el niño obtiene de sus parientes y de la escuela lo que no ha conseguido en su propio hogar”. (“Algunos aspectos psicológicos de la delincuencia juvenil”, en Deprivación y delincuencia)
Lo que Winnicott postula como “ambiente” podría aplicarse, además de a la escuela, a otros espacios próximos al niño que de hecho colaboran en su crianza y desarrollo, como son la salita, los talleres, los vecinos y las organizaciones barriales dedicadas a los chicos. Todo aquel que trabaja en una institución –ya sea dentro del campo de la salud o de la educación– sabe que los chicos son particularmente sensibles a las incoherencias entre los adultos: allí donde aparece la inmadurez de los que deben ofrecer un marco confiable se presentan problemas en los chicos para manejar su impulsividad. Por esa razón, la posibilidad de trabajar armando acuerdos entre todos los que intervienen en un caso (y aquí se incluye a los no profesionales también, como se ilustra en el caso de Alejandro –ver nota aparte en http://pizarrasypizarrones.blogspot.com/2013/07/el-chico-se-porta-cada-vez-peor.html–), no sólo facilita el trabajo, sino que es el eje necesario de toda intervención.
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