(Fecha original del artículo: 1987)
Celebración de la risa
José
Luis Castro, el carpintero del barrio, tiene muy buena mano. La madera que sabe
que él la quiere, se deja hacer.
El padre de José Luis había venido al Río de La Plata desde una aldea de Pontevedra.
Recuerda el hijo al padre, el rostro encendido bajo el sombrero panamá, la corbata de seda en el cuello del pijama celeste, y siempre, siempre contando historias desopilantes.
Donde él estaba, recuerda el hijo, ocurría la risa.
El padre de José Luis había venido al Río de La Plata desde una aldea de Pontevedra.
Recuerda el hijo al padre, el rostro encendido bajo el sombrero panamá, la corbata de seda en el cuello del pijama celeste, y siempre, siempre contando historias desopilantes.
Donde él estaba, recuerda el hijo, ocurría la risa.
De todas partes acudían a reírse, cuando él contaba, y se agolpaba el gentío. En los velorios había que levantar el ataúd, para que cupieran todos -y así el muerto se ponía de pie para escuchar con el debido respeto aquellas cosas dichas con tanta gracia. Y de todo lo que José Luis aprendió de su padre, eso fue lo principal:
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