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miércoles, 10 de julio de 2013

“Contando lo que los adultos callan”. Consultas psicológicas por niños

/fotos/20130704/notas/na37fo01.jpgAutoras/es: Beatriz Janin *
Un niño “grave” y su familia violenta; una niña “modelo” y su madre desolada; la nena que, en absoluto silencio, contaba cómo papá le pega a mamá; la hija que vio a mamá con otro hombre. A través de estos y otros casos, la autora, psicoanalista, presenta distintos problemas de los niños en relación con la situación familiar que, en cada caso, expresan y denuncian.
(Fecha original del artículo: Julio 2013)
Una mujer me pidió una entrevista para concurrir junto con su marido a hablar de su hijo de cinco años que sufría de problemas neurológicos graves desde el nacimiento. Una hora antes de aquella entrevista se comunicó para avisarme que el marido no podría asistir y preguntó si era posible que ella viniera junto al niño porque deseaba que yo lo fuera conociendo. Accedí a su demanda pensando en que algo intentaban decir con este movimiento. Cuando abrí la puerta del consultorio me encontré con la madre, el niño de cinco años y su hermano de siete. Al hacerlos pasar, el mayor comenzó a golpear e insultar al más pequeño mientras la madre lo retaba sin demasiados resultados, a la vez que hablaba de la violencia del marido hacia ella. Al cabo de un rato, llegó “inesperadamente” el padre, tras lo cual la mujer enmudeció, el hijo mayor se puso más violento con su hermano, casi como si tuviera permiso para hacerlo, y el hombre tomó la palabra relatando una historia muy armada, sin fisuras. Si yo hubiera mantenido un encuadre rígido, negándome a ver a la madre con el niño, o impidiendo que entraran con el hermano al consultorio, esta escena no se hubiera desplegado. Algo hubiera quedado desestimado, expulsado, y hubiera retornado en forma de resistencia.
En otra ocasión, una madre soltera consultó por su hijo de dos años a quien habían diagnosticado Trastorno Generalizado del Desarrollo. Si bien habíamos acordamos que asistiese sola a la primera entrevista, además de llegar mucho más tarde de la hora fijada, vino acompañada por el niño. Los hice pasar al consultorio de niños y les ofrecí juguetes, disponiéndome a tener una entrevista vincular. La madre, muy agitada, me explicó que cuando estaban llegando al consultorio se dio cuenta de que tenía que venir ella sola, pero que como ya era tarde vino con el niño. Inmediatamente, comenzó a hablar sobre las dificultades del mismo como si éste no estuviera presente. Mientras tanto, él tiraba autitos en dirección a ella, que no lo miraba. Esta entrevista me permitió trabajar con la mamá la relación con su hijo, lo abrumada que se sentía y sus propias sensaciones de desborde, que no dejaban lugar para mirar al niño y conectarse con él.
Si pensamos las entrevistas con los padres como anamnesis al estilo médico, como un lugar para recabar datos siguiendo un cuestionario prefijado, estaremos operando con una teoría de la historia como acumulativa, con una idea de la constitución psíquica que nos lleva a buscar “hechos” traumáticos. Estaremos suponiendo un registro “objetivo” de sucesos y, por consiguiente, que los padres funcionan a pura conciencia. ¿Podrían los padres darnos una versión “objetiva” sobre su hijo, como si se tratara de un objeto de observación? ¿No van a estar necesariamente involucrados en cada palabra que digan sobre el niño? ¿No hablarán inevitablemente de ellos mismos al hablar de su hijo?
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“Siempre fue inquieto.” “Es como el padre.” “Siempre le dimos todo.” “Me siento culpable...” “¿Qué debemos hacer?” “Tiene que cambiar porque la situación es intolerable.” Entre urgencias, desmentidas, odios y culpas, nos internamos desde el primer encuentro en un mundo de pasiones. “Véalo rápido, no hay tiempo, hágale un diagnóstico.” “Le encontramos la mejor escuela y están a punto de echarlo; tiene que cambiar ya.” “No dormimos de noche hace meses porque se despierta y viene a nuestra cama, ¿qué hacemos?” Hay lapsus, contradicciones, olvidos y silencios. En las palabras de los padres se perfila una historia de amores y odios, de mitos y vacíos. “Fue en enero que controló esfínteres..., no, en marzo, es que se me confunde con el nacimiento de mi sobrino.” “El parto fue terrible, de un dolor insoportable, aunque todo fue normal, yo sentía que me moría. Mi mamá me había avisado que era así.” “No recuerdo nada del primer año de vida. No molestaba, pero no sé muy bien qué hacía. ¿Tendrá que ver con que mi papá se enfermó, aunque yo no me ocupé de él?”
Y es que cada suceso cobra sentido en tanto recuerdo ligado a otros recuerdos. Embarazo y parto, alimentación y control de esfínteres se enlazarán con las pasiones, los conflictos, las esperanzas y las decepciones que marcan los avatares de la relación de esos padres con ese hijo.
¿Decidiría algo el que un niño sea “hijo deseado” desde un decir consciente? Es cierto que hay niños que han sido planificados, pensados, antes de su nacimiento, y otros que no, pero suponer que esto define de por sí los avatares de ese sujeto desconoce el valor de los deseos inconscientes. Si la pregunta es “¿Fue deseado?”, lo más probable es que ambos padres contesten que sí, aunque no lo hubieran “buscado” conscientemente. Y quizá tengan razón, porque es posible que se hayan cumplido deseos inconscientes.
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Viene a verme una niñita de tres años por la que consultan a causa de sus tics y porque está muy tensa, hace berrinches y suele estar de mal humor. La niña, a la que llamaremos Lía, nació en otra ciudad, en otro país y toda la familia se trasladó a Buenos Aires pocos meses antes de la consulta. Este cambio, debido al trabajo del padre, les resultó difícil a todos, y la niña plantea que extraña la casa donde nació y a las personas que allá la rodeaban. Los padres son muy dedicados, muy atentos, pero también muy exigentes con respecto a sí mismos y a los otros. Están muy angustiados por el sufrimiento de su hija. Lía ha sido siempre una niña “modelo”. Habla perfectamente, ha controlado esfínteres sin dificultad, dibuja como si fuera más grande, acata todas las normas y es respetuosa con los otros. Se adaptó al jardín de infantes, en un nuevo país, casi inmediatamente, y se relaciona muy bien con los otros niños. De pronto todo esto empezó a cambiar, con las irrupciones de angustia de la niña y algunos episodios de furia que en esta familia resultan absolutamente disonantes. Sin embargo, en la primera entrevista, Lía me dice directamente que no le gusta esta ciudad, que le gustaba más la otra, que está enojada, y comienza a dibujar. De los dibujos bien organizados, de nenas, casas, flores y mariposas, pasa a jugar con plasticola de colores y a hacer mezclas hasta que ensucia la mesa, se ensucia las manos, los brazos, se pinta la cara, frente a la mirada desolada de la madre, que intenta frenarla y que, frente a mi gesto de que la deje pintar todo, queda muy impactada por la actitud de su hija. Después, en la medida en que puede mostrar su enojo y desarmando tempranas represiones, los tics van cediendo, dando lugar a un juego más creativo y a la vez menos adaptado a los deseos de los otros. Su motivo de consulta, el de ella, no era solamente la migración, sino, y fundamentalmente, ese quedar atada a normas rígidas que le provocaban una hostilidad creciente, que era prontamente reprimida. En este caso, fue necesario trabajar a la vez con los padres para posibilitar que los cambios en la niña fueran tolerados por ellos.
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La nena tenía cuatro años y no hablaba. Entró en el consultorio con sus padres. Mientras ellos se sentaban aparte, hablando entre sí y sin conectarse con ella, la nena se dirigió a mí, sin hablar pero con gestos muy claros, para proponerme juegos en los que un papá le pegaba a una mamá. Relataba así escenas de violencia familiar. Para mi sorpresa, era como si jugase al “oficio mudo” expresándose con gestos y acciones y contando lo que los demás callaban.
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Puede suceder que un niño dude de sus propios pensamientos, en tanto los otros fuercen la desmentida o la desestimación. Ayudar al niño a sostener sus propias percepciones es una tarea que no podemos soslayar. Así, los niños apropiados han vivido la desestimación de sus propias percepciones, de lo visto y oído. Sin llegar a esta tragedia, a muchos niños se les dice cotidianamente que aquello que perciben es mentira.
Me consultan por una niña con severas dificultades escolares, que cursa primer grado. La pregunta de la madre, que viene sola a la primera entrevista, es si la nena tiene que seguir en doble escolaridad. También cuenta que es ella la que se hace cargo tanto del negocio familiar como del cuidado y educación de sus hijas, porque su marido “no es bueno para los negocios y no sabe qué hacer con las niñas”. Le señalo que ella también tiene doble escolaridad. Después de varias entrevistas con los padres, comienzo a trabajar con la niña, que realiza un juego reiterado: una reina invita a tomar el té en su palacio a un señor “que no es el rey” (y remarca esto); a partir de ahí el juego sigue como un juego de visitas. Dada la reiteración de la escena, le digo que, a veces, las reinas reciben a señores que no son el rey. De allí pasa a jugar a ser una señora que toma el té con un señor que no es el papá. Vuelvo a decirle que es algo que puede suceder, intentando que se transforme en algo pensable y de lo que se pueda hablar. El juego varía, se tocan otros temas y la niña va dejando de tener dificultades para aprender. Poco antes de terminar el tratamiento, la madre concurre sola a una entrevista y me dice que, desde que esta hija tenía un año, ella tiene un amante. Por su relato se hace evidente que algunos encuentros se han dado en presencia de mi paciente, por lo menos hasta sus cuatro años. Un secreto que no me correspondía develar, pero, a la vez, era imprescindible que la niña pudiese confiar en sus percepciones y en sus pensamientos. Creo que al hablarle de que era posible (todavía sin conocer yo el alcance de mis palabras, sin saber que realmente había sido un hecho percibido), le abrí la posibilidad de pensar lo que el contexto la forzaba a desmentir. Esa niña no podía aprender porque dudaba de las conclusiones a las que llegaba, sintiendo que todas sus ideas podían estar equivocadas. Esto la llevaba a desechar todo lo que se le ocurría, desestimando percepciones y pensamientos.
A veces, un niño desmiente lo que percibe para proteger la imagen de uno de sus padres: es necesario trabajar con él para desarmar esa desmentida sin sentir que por eso aniquila al progenitor.


* Directora de las carreras de especialización en psicoanálisis con niños y adolescentes (UCES). Texto extractado de Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños, que distribuye en estos días ed. Noveduc.

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