Sobre violencia, escuela y adolescentes
Autoras/es: Gabriel Brener* En tiempos en que el lenguaje futbolero parece apropiarse de todo, aprovechemos su envión: hay que parar la pelota y jugar de otra manera, nunca “la individual”.
Escenas de agresiones que nos sorprenden, nos conmueven. En tiempos en que el lenguaje futbolero parece apropiarse de todo, aprovechemos su envión: hay que parar la pelota y jugar de otra manera, nunca “la individual”.
En muchas ocasiones la visibilidad mediática que adquieren los episodios que se nominan como “violencia escolar” asumen un carácter de espectáculo que entorpece la posibilidad de comprenderlos en su contexto y su necesario abordaje pedagógico.
Suelen rodar imágenes de “alumnos violentos”, “docentes impotentes” y “escuelas a la deriva”, ocultando de este modo otra parte (mucho más voluminosa) del cotidiano escolar plagado de alumnos que juegan, jóvenes solidarios, lectura de cuentos y profesores que ofrecen mundos desconocidos para muchos alumnos.
Claro que existen situaciones difíciles, también violentas y es desafío de la escuela hacerles frente, no evadirlas. Así como una sociedad fragmentada por años de crisis y desigualdades requiere del conflicto para arbitrar acuerdos y soluciones, la escuela que suele interpretar la buena convivencia como ausencia de conflictos, debe aprovecharlos para procesar la complejidad de las relaciones entre generaciones, los intereses en disputa, las arbitrariedades, las imprevisibles situaciones sociales que entran al aula sin pedir permiso, las tensiones entre las familias y la escuela, que necesitan atención.
Es necesario reponer la palabra allí donde nuestros niños y adolescentes ponen en acto el golpe. Esa es la herramienta más eficaz como educadores. Caso contrario, seremos víctimas de esos discursos que se tiñen de nostalgias e impotencia, de que todo tiempo pretérito fue mejor, quitando la confianza en lo más preciado, que siempre es el porvenir, y sus actores centrales que siempre son nuestros jóvenes. Ellos no son obra de la casualidad, sino la expresión de lo que hemos demostrado los adultos.
Mientras los más jóvenes sigan estando allí, sin tomar parte, y los adultos no se den por aludidos, entonces estaremos complicados. Una de las causas primordiales de las situaciones de violencia está ligada a la ausencia de proyectos, razón que nos interpela como adultos para hacerles un lugar, invitarlos a pasar y apostar en ellos.
*Lic. en Ciencias de la Educación - UBA
**Diario La Voz del Interior (Provincia de Córdoba) 10 de julio de 2010
En muchas ocasiones la visibilidad mediática que adquieren los episodios que se nominan como “violencia escolar” asumen un carácter de espectáculo que entorpece la posibilidad de comprenderlos en su contexto y su necesario abordaje pedagógico.
Suelen rodar imágenes de “alumnos violentos”, “docentes impotentes” y “escuelas a la deriva”, ocultando de este modo otra parte (mucho más voluminosa) del cotidiano escolar plagado de alumnos que juegan, jóvenes solidarios, lectura de cuentos y profesores que ofrecen mundos desconocidos para muchos alumnos.
Claro que existen situaciones difíciles, también violentas y es desafío de la escuela hacerles frente, no evadirlas. Así como una sociedad fragmentada por años de crisis y desigualdades requiere del conflicto para arbitrar acuerdos y soluciones, la escuela que suele interpretar la buena convivencia como ausencia de conflictos, debe aprovecharlos para procesar la complejidad de las relaciones entre generaciones, los intereses en disputa, las arbitrariedades, las imprevisibles situaciones sociales que entran al aula sin pedir permiso, las tensiones entre las familias y la escuela, que necesitan atención.
Es necesario reponer la palabra allí donde nuestros niños y adolescentes ponen en acto el golpe. Esa es la herramienta más eficaz como educadores. Caso contrario, seremos víctimas de esos discursos que se tiñen de nostalgias e impotencia, de que todo tiempo pretérito fue mejor, quitando la confianza en lo más preciado, que siempre es el porvenir, y sus actores centrales que siempre son nuestros jóvenes. Ellos no son obra de la casualidad, sino la expresión de lo que hemos demostrado los adultos.
Mientras los más jóvenes sigan estando allí, sin tomar parte, y los adultos no se den por aludidos, entonces estaremos complicados. Una de las causas primordiales de las situaciones de violencia está ligada a la ausencia de proyectos, razón que nos interpela como adultos para hacerles un lugar, invitarlos a pasar y apostar en ellos.
*Lic. en Ciencias de la Educación - UBA
**Diario La Voz del Interior (Provincia de Córdoba) 10 de julio de 2010
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