Autoras/es: Gabriel Brener
(Fecha original del artículo: Octubre 2010)
El rescate de los mineros en Copiapó,
desierto de Atacama, no solo será motivo de mercantilización mediática
sino fuente de inspiración literaria, del cine , del teatro o alguna
ficción televisiva.
33 hombres atrapados, a 622 metros de profundidad y con la única luz de unos focos artificiales.
Todos juntos, día tras día, más de dos
meses, casi 70 días aprisionados por la tierra, con la absoluta certeza
del encierro, la amenaza intermitente que significa acumular
incertidumbre y la esperanza de volver a ver el sol.
A contramano de decenas de páginas que
intentaran bucear en la intimidad de este gran hermano minero la
operación San Lorenzo nos ofrece una singular oportunidad para pensar,
mas allá de lo que ocurrió durante tantos días (patrimonio exclusivo de
los 33), en los modos de resistencia humana en contextos tan difíciles
como este encierro que recién ayer tuvo fecha de vencimiento.
Bien vale clarificar que los mineros están expuestos a severas condiciones de trabajo, que son causantes, entre otras cosas, de accidentes como este. Condiciones de explotación que los medios masivos ocultan mostrando diversas aristas de un nuevo espectáculo.
Bien vale clarificar que los mineros están expuestos a severas condiciones de trabajo, que son causantes, entre otras cosas, de accidentes como este. Condiciones de explotación que los medios masivos ocultan mostrando diversas aristas de un nuevo espectáculo.
Esquivando el show y con la alegría del
rescate me parece interesante arriesgar algunas conjeturas. La
relevancia que significa sostener lo colectivo en circunstancias como
esta. O de cómo el estar, el lazo con los otros puede convertirse en una
condición necesaria o un obstáculo para seguir viviendo.
Interesante poder imaginar los modos en
que un colectivo de personas, frente a la adversidad de la clausura,
ante el abismo que supone no saber si conjugar en tiempo futuro, pueden
recuperar el sentido tan fuerte de la vida, de la relación y el
reconocimiento con los otros.
Hace varios años vivimos en un mundo que
parece rendir culto al individualismo, a la supremacía del sálvese quien
pueda ( y cómo pueda) en que la autonomía parece ser una especie de ISO
9000 que certifica calidad, una especie de credencial educativa y
pasaporte del ciudadano exitoso. Autonomía que quiere venderse como
fortaleza pero se desnuda como autismo. Y de esta forma todo lo que
suene a dependencia cotiza muy mal en el mercado, porque depender de
otro en este guión es un indudable rasgo de debilidad.
Sin embargo, la batalla que tantos días
estos hombres libraron a semejantes pesadillas nos invita a revisar las
formas en que solemos asociarnos entre las personas en las
instituciones Incluso, y a mi se me ocurre pensarlo en clave educativa,
cómo naturalizamos ciertos modos de hacer como “la única manera”
posible, o cómo solemos congelar a ciertos “otros. Algunos ejemplos…”con
estos pibes no se puede”, “¿y qué querés con la familia que tiene?, ,
¡con estos docentes es imposible!!, a “ mi no me prepararon para esto! Y
la lista parece interminable…
La resistencia de los mineros puede ser
un desafío para pensar (y revisar) cómo nos comunicamos, actuamos, en
las instituciones, en el trabajo con otros, en los equipos que
integramos, y en especial, los modos de enfrentar situaciones y
contextos vulnerables. Quizás esta experiencia sea fructífera para ir en
busca de indicios o señales que nos ayuden a deshacernos de las
ataduras de lo habitual que suele congelarse como límite y nos ayude a
revisar el sentido de lo que hacemos. Probablemente estas revisiones
inauguren nuevas preguntas, reafirmen o renueven convicciones, pero
probablemente auguren un mejor con-vivir. Quizás, en la mas profunda
oscuridad , en que se desdibuja la noción construida sobre el tiempo,
el día y la noche, en que disminuye el oxígeno y el alimento que hay que
cuidar, se aprenden viejas y nuevas formas, mas autenticas, de salvarse
con los otros y no a costa de ellos.
Finalmente, también vale repasar algunos
datos de la logística del rescate, en especial aquello relativo a la
selección de los mineros en el orden de salida. Luego de probar a la
cápsula Fénix en un primer viaje sin tripulante, desciende el rescatista
y a partir de allí, mas allá de conjeturas y pedidos, se establece
quienes serán los primeros, y como será la lista. Serán vanguardia
aquellos que han demostrado en este tiempo mayor capacidad para sortear
posibles obstáculos físicos. Al medio irán otros tantos, entre ellos
los mas grandes, quienes poseen mas riesgos y a la retaguardia un
destacado líder, que no solo ejerce autoridad por dicha condición sino
que ha sido quien administró provisiones en este lapso, quien ayudó a
los otros a soportar mejor el encierro, quien ofrecía las cualidades
para resistir mas y mejor la tensión de la espera, el ultimo pedazo de
incertidumbre. Indicio de su liderazgo son las palabras de advertencia
al presidente ni bien recuperó la libertad “que esto no vuelva a pasar”.
Es probable que del deporte se aprendan
algunas de estas decisiones, en especial en aquellas circunstancias
límite en que la táctica parece fundirse con la estrategia. De allí
surgen valiosos aprendizajes que al igual que en la mina, sin duda, a la
hora de planear o imaginar los modos de afrontar estos desafíos son muy
potentes.
La experiencia de los 33 mineros quizás
ofrece algunas pistas para ir en busca de lo que puede lograrse cuando
se derriba la barrera del “self made man” para recuperar la fortaleza
del colectivo, del equipo que se propone objetivos comunes y algún día (
o varios) le ocurre algo parecido a lo que alguna vez anunció Jean
Cocteau, ( que me animo a modificar de la 1era del singular a la 3era
del plural) : "No sabiendo que era imposible, fueron y lo hicieron"
Publicado en ALAI, América Latina en Movimiento, el 15-10-2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario