Autoras/es: Revista Contexto Educativo
(Fecha original del artículo: Agosto 2000)
Domingo Faustino Sarmiento
(1811 - 1888)
(1811 - 1888)
Domingo
Sarmiento nació en 1811, en San Juan, Argentina. Aprendió a leer de corrido a
los cuatro años, de la mano de su padre y tío. Asistió a la "Escuela de la
Patria", pero prácticamente no fue ni a la escuela primaria ni a la
secundaria: entonces se convirtió en autodidacta.
A los
quince años comenzó a enseñar y, tiempo después, creó una sociedad literaria,
fundó el periódico "El Zonda", el Colegio de Señoritas y también la
facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Fue director de
la Escuela Normal para Maestras y continuó su labor periodística.
En 1868
fue electo Presidente de la República. Desde allí, su ideal fue siempre
"educar al soberano", educar al pueblo.
Tiene
publicadas más de 52 obras, entre las que se destacan "Mi defensa",
"Agirópolis", "Recuerdos de Provincia", "Civilización
y Barbarie", "Método de lectura gradual", "Educación
Popular", "Las ciento y una" y "Vida de
Dominguito".
Sarmiento
fundó alrededor de 800 escuelas. Durante su gobierno, se triplicó la cantidad
de alumnos en las escuelas primarias. Y supo continuar su tarea, aún fuera del
gobierno y la política.
Citas
No todas estas citas tienen que ver con
temas pedagógicos. Han sido seleccionadas, en cambio, para ilustrar entre
líneas la visión sarmientina de su época, con énfasis en lo educativo. El
lector deberá extraer de ellas las conclusiones que considere pertinentes.
(Nota del Ed.)
l
La educación ha de preparar a las naciones en masa para el uso de los derechos
que hoy no pertenecen ya a tal o cual clase de la sociedad, sino simplemente a
la condición de hombre.
l
A falta de todos los medios de civilización y de progreso, que no pueden
desenvolverse, sino a condición de que los hombres estén reunidos en sociedades
numerosas, ved la educación del hombre del campo. Las mujeres guardan la casa,
preparan la comida, trasquilan las ovejas, ordeñan las vacas, fabrican los
quesos y tejen las groseras telas de que se visten; todas las ocupaciones
domésticas, todas las industrias caseras las ejerce la mujer: sobre ella pesa
casi todo el trabajo; y gracias, si algunos hombres se dedican a cultivar un
poco de maíz, para el alimento de la familia, pues el pan es inusitado como
mantención ordinaria.
l
Aquí principia la vida pública, diré, del gaucho, pues que su educación está ya
terminada. (...) es preciso ver estas caras cerradas de barba, estos semblantes
graves y serios, como los de los árabes asiáticos, para juzgar del compasivo
desdén que les inspira la vista del hombre sedentario de las ciudades, que
puede haber leído muchos libros, pero que no sabe aterrar un toro bravío y
darle muerte.
l
La vida del campo, pues, ha desenvuelto en el gaucho, las facultades físicas,
sin ninguna de las de la inteligencia. Su carácter moral se resiente de su
hábito de triunfar de los obstáculos y del poder de la naturaleza: es fuerte,
altivo, enérgico. Sin ninguna instrucción, sin necesitarla tampoco, sin medios de
subsistencia, como sin necesidades, es feliz en medio de su pobreza y de sus
privaciones, que no son tales, para el que nunca conoció mayores goces, ni
extendió más altos sus deseos.
l
De manera que si esta disolución de la sociedad radica hondamente la barbarie,
por la imposibilidad y la inutilidad de la educación moral e intelectual, no
deja, por otra parte, de tener sus atractivos. El gaucho no trabaja; el
alimento y el vestido lo encuentra preparado en su casa; uno y otro se lo
proporcionan sus ganados, si es propietario; la casa del patrón o pariente, si
nada posee.
l
Como todas las guerras civiles, en que profundas desemejanzas de educación,
creencias y objetos dividen a los partidos, la guerra interior de la República
Argentina ha sido larga, obstinada, hasta que uno de los elementos ha vencido.
l
Todos los tribunales están desempeñados por hombres que no tienen el más leve
conocimiento del Derecho, y que son, además, hombres negados en toda la
extensión de la palabra. No hay establecimiento ninguno de educación pública.
Un colegio de señoras fue cerrado en 1840; tres de hombres han sido abiertos y
cerrados sucesivamente del 40 a 43, por la indiferencia y aun hostilidad del
gobierno.
l
Un solo joven hay que posee una instrucción digna de un pueblo culto: el señor
Rawson, distinguido ya por sus talentos extraordinarios. Su padre es
norteamericano, y a esto ha debido recibir educación.
l
Yo, que hago profesión, hoy, de la enseñanza primaria, que he estudiado la
materia, puedo decir que si alguna vez se ha realizado en América, algo
parecido a las famosas escuelas holandesas escritas por M. Cousin, es en la de
San Juan. La educación moral y religiosa era acaso superior a la instrucción elemental
que allí se daba; y no atribuyo a otra causa el que en San Juan se hayan
cometido tan pocos crímenes, ni la conducta moderada del mismo Benavides, sino
a que la mayor parte de los sanjuaninos, él incluso, ha sido educados en esta
famosa escuela, en que los preceptos de la moral se inculcaba a los alumnos,
con una especial solicitud.
l
Facundo Quiroga fue hijo de un sanjuanino de humilde condición, pero que,
avecindado en los Llanos de La Rioja, había adquirido en el pastoreo, una
regular fortuna. El año 1799 fue enviado Facundo a la patria de su padre, a
recibir la educación limitada que podía adquirirse en las escuelas: leer y
escribir
l
¿Por qué son perseguidos en todas partes, o más bien, por qué eran unitarios
salvajes y no federales sabios, toda esa multitud de hombres animosos y
emprendedores que consagraban su tiempo a diversas mejoras sociales: éste a
fomentar la educación pública, aquél a introducir el cultivo de la morera, este
otro, al de la caña de azúcar, ese otro a seguir el curso de los grandes ríos,
sin otro interés personal, sin otra recompensa, que la gloria de merecer bien
de sus conciudadanos?
l
¿Por qué no se ha consagrado una vigésima parte de los millones que devora una
guerra fratricida y de exterminio, a fomentar la educación del pueblo y
promover su ventura? ¿Qué se le ha dado, en cambio de sus sacrificios y de sus
sufrimientos? ¡Un trapo colorado! A esto ha estado reducida la solicitud del
Gobierno durante quince años; ésta es la única medida de administración
nacional, el único punto de contacto entre el amo y el siervo: ¡marcar el
ganado!
l
¿No se hace la verdadera guerra a la Francia, que en luces está a la cabeza de
la Europa, atacándola en la educación pública? El Mensaje de Rosas anuncia
todos los años, que el celo de los ciudadanos mantiene los establecimientos
públicos. ¡Bárbaro! ¡Es la ciudad, que trata de salvarse, de no ser convertida
en pampa, si abandona la educación que la liga al mundo civilizado!
Efectivamente: el doctor Alcorta y otros jóvenes dan lecciones gratis en la
Universidad, durante muchos años, a fin de que no se cierren los cursos; los
maestros de escuela continúan enseñando y piden, a los padres de familia, una
limosna para vivir, porque quieren continuar dando lecciones. La Sociedad de
Beneficencia recorre, secretamente, las casas, en busca de suscripciones;
improvisa recursos para mantener a las heroicas maestras, que, con tal que no
se mueran de hambre, han jurado no cerrar sus escuelas, y el 25 de mayo
presentan sus millares de alumnas todos los años, vestidas de blanco, a mostrar
su aprovechamiento en los exámenes públicos... ¡Ah, corazones de piedra! ¡Nos
preguntaréis todavía por qué combatimos
l
¿Ha perseguido Rosas la educación pública y hostilizado y cerrado los colegios,
la Universidad y expulsado a los jesuitas?
l
¡Cuántos resultados no van, pues, a cosechar esos pueblos argentinos desde el
día, no remoto ya, en que la sangre derramada ahogue al tirano! ¡Cuántas
lecciones! ¡Cuánta experiencia adquirida! ¡Nuestra educación política está
consumada! Todas las cuestiones sociales, ventiladas: Federación, Unidad,
libertad de cultos, inmigración, navegación de los ríos. Poderes políticos,
libertad, tiranía: todo se ha dicho entre nosotros, todo nos ha costado
torrentes de sangre.
l
Porque él (Rosas) ha destruido los colegios y quitado las rentas a las
escuelas, el Nuevo Gobierno organizará la educación pública en toda la
República, con rentas adecuadas y con Ministerio especial, como en Europa, como
en Chile, Bolivia y todos los países civilizados; porque el saber es riqueza, y
un pueblo que vegeta en la ignorancia es pobre y bárbaro, como lo son los de la
costa de Africa, o los salvajes de nuestras pampas.
l
Pero lo que dará una idea más completa de la cultura de entonces, es el estado
de la enseñanza primaria. Ningún pueblo de la República Argentina se ha
distinguido más que San Juan en su solicitud por difundirla, ni hay otro que
haya obtenido resultados más completos. No satisfecho el gobierno, de la
capacidad de los hombres de la provincia para desempeñar cargo tan importante,
mandó traer de Buenos Aires, el año 1815, un sujeto que reuniese, a una
instrucción competente, mucha moralidad
l
Andando un poco en la visita que hacemos, se encuentra la célebre Universidad
de Córdoba, fundada nada menos que en el año 1613, y en cuyos claustros
sombríos han pasado su juventud, ocho generaciones de doctores en ambos
derechos, ergotistas insignes, comentadores y casuístas. Oigamos al célebre
Deán Funes describir la enseñanza y espíritu de esta famosa Universidad, que ha
provisto durante dos siglos de teólogos y doctores a una gran parte de la
América.
l
Así serán fáciles y hacederas las cunas públicas que reciben al hombre en el
umbral de su vida; las salas de Asilo que domestican su índole, disciplinan sus
hábitos, preparan su espíritu para pasar a la Escuela primaria que pone a su
disposición los instrumentos del saber, para entregarlo a la Escuela Superior
que lo inicia en los conocimientos indispensables de la vida civilizada
l
El poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad
industrial, moral e intelectual de los individuos que la componen. Y la
educación pública no debe tener otro fin que el aumentar esta fuerza de
producción, de acción y de dirección, aumentando cada vez más el número de
individuos que las posean.
l Si peleamos por la educación, venceremos a la pobreza.
Citas extraídas de "Educación
Popular" y "Facundo", obras de Domingo Faustino Sarmiento
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