Autoras/es: Louis Althusser
(Fecha original : 1969-70)
En análisis anteriores nos hemos referido circunstancialmente a la necesidad de renovar los
medios de producción para que la producción sea posible. Hoy centraremos
nuestra exposición en este punto.
Decía Marx que aun un niño sabe que una formación social que no reproduzca las condiciones de
producción al mismo tiempo que produce, no sobrevivirá siquiera un año.2 Por lo tanto, la condición final de la producción es
la reproducción de las condiciones de producción. Puede ser “simple” (y se
limita entonces a reproducir las anteriores condiciones de producción) o
“ampliada” (en cuyo caso las extiende). Dejaremos esta última distinción a un
lado.
Nos internamos aquí en un campo muy familiar (desde el tomo II de El Capital ) pero, a
la vez, singularmente ignorado. Las tenaces evidencias (evidencias ideológicas
de tipo empirista) ofrecidas por el punto de vista de la mera producción e
incluso de la simple práctica productiva (abstracta ella misma con respecto al
proceso de producción) se incorporan de tal modo a nuestra conciencia cotidiana
que es sumamente difícil, por no decir casi imposible, elevarse hasta el punto
de vista de la reproducción. Sin
embargo, cuando no se adopta tal punto de vista todo resulta abstracto y
deformado (más que parcial), aun en el nivel de la producción y, con mayor
razón todavía, en el de la simple práctica.
Intentaremos examinar las cosas metódicamente.
Para simplificar nuestra exposición, y considerando que toda formación social depende de un modo
de producción dominante, podemos decir que el proceso de producción emplea las
fuerzas productivas existentes en y bajo relaciones de producción definidas.
De donde resulta que, para existir, toda formación social, al mismo tiempo que produce y para
poder producir, debe reproducir las condiciones de su producción. Debe, pues,
reproducir:
1) las fuerzas
productivas
2) las
relaciones de producción existentes.
Reproducción de
los medios de producción
Desde que Marx
lo demostró en el tomo II de El Capital,
todo el mundo reconoce (incluso los economistas burgueses que
trabajaban en la contabilidad nacional, o los modernos teóricos
“macroeconomistas”) que no hay producción posible si no se asegura la
reproducción de las condiciones materiales de la producción: la reproducción de
los medios de producción.
Cualquier
economista (que en esto no se diferencia de cualquier capitalista) sabe que
todos los años es necesario prever la reposición de lo que se agota o gasta en
la producción: materia prima, instalaciones fijas (edificios), instrumentos de
producción(máquinas), etc. Decimos: un economista cualquiera = un capitalista
cualquiera, en cuanto ambos expresan el punto de vista de la empresa y se
contentan con comentar lisa y llanamente los términos de la práctica contable
de la empresa.
Pero sabemos,
gracias al genio de Quesnay —que fue el primero que planteó ese problema que
“salta a la vista”— y al genio de Marx —que lo resolvió—, que la reproducción
de las condiciones materiales de la producción no puede ser pensada a nivel de
la empresa pues no es allí donde se da en sus condiciones reales. Lo que sucede
en el nivel de la empresa es un efecto, que sólo da la idea de la necesidad de
la reproducción, pero que no permite en absoluto pensar las condiciones y los
mecanismos de la misma.
Basta
reflexionar un solo instante para convencerse: el señor X, capitalista, que
produce telas de lana en su hilandería, debe “reproducir” su materia prima, sus
máquinas, etc. Pero quien las produce para su producción no es él sino otros
capitalistas: el señor Y, un gran criador de ovejas de Australia; el señor Z,
gran industrial metalúrgico, productor de máquinas-herramienta, etc., etc.,
quienes, para producir esos productos que condicionan la reproducción de las condiciones
de producción del señor X, deben a su vez reproducir las condiciones de su
propia producción, y así hasta el infinito: todo ello en tales proporciones que
en el mercado nacional (cuando no en el mercado mundial) la demanda de medios
de producción (para la reproducción) pueda ser satisfecha por la oferta.
Para pensar este
mecanismo que desemboca en una especia de “hilo sin fin” es necesario seguir la
trayectoria “global” de Marx, y estudiar especialmente en los tomos II y III de
El Capital, las relaciones de
circulación de capital entre el Sector I (producción de los medios de
producción) y el Sector II (producción de los medios de consumo), y la
realización de la plusvalía.
No entraremos a
analizar esta cuestión, pues nos basta con haber mencionado que existe la
necesidad de reproducir las condiciones materiales de la producción.
Reproducción de
la fuerza de trabajo
No obstante, no
habrá dejado de asombrarle al lector que nos hayamos referido a la reproducción
de los medios de producción, pero no a la reproducción de las fuerzas
productivas. Hemos omitido, pues,la reproducción de aquello que distingue las
fuerzas productivas de los medios de producción, o sea la reproducción de la
fuerza de trabajo.
Si bien la
observación de lo que sucede en la empresa, especialmente el examen de la
práctica financiera contable de las previsiones de amortización-inversión,
podía darnos una idea aproximada de la existencia del proceso material de la
reproducción, entramos ahora en un terreno en el cual la observación de lo que
pasa en la empresa es casi enteramente ineficaz, y esto por una sencilla razón:
la reproducción de la fuerza de trabajo se opera, en lo esencial, fuera de la
empresa.
¿Cómo se asegura
la reproducción de la fuerza de trabajo? Dándole a la fuerza de trabajo el
medio material para que se reproduzca: el salario. El salario figura en la contabilidad de la empresa, pero no como
condición de la reproducción material de la fuerza de trabajo, sino como
“capital mano de obra”.3
Sin embargo es
así como “actúa”, ya que el salario representa solamente la parte del valor
producido por el gasto de la fuerza de trabajo,
indispensable para su reproducción; aclaremos, indispensable para
reconstituir la fuerza de trabajo del asalariado (para vivienda vestimenta y
alimentación, en suma, para que esté en condiciones de volver a presentarse a
la mañana siguiente —y todas las santas mañanas— a la entrada de la empresa—; y
agreguemos: indispensable para criar y educar a los niños en que el proletario
se reproduce (en X unidades: pudiendo ser X igual a 0, 1, 2, etc.) como fuerza
de trabajo.
Recordemos que
el valor (el salario) necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo no
está determinado solamente por las necesidades de un S.M.I.G.* “biológico”,
sino también por las necesidades de un mínimo histórico (Marx señalaba: los
obreros ingleses necesitan cerveza y los proletarios franceses, vino) y, por lo
tanto, históricamente variable.
Señalemos
también que este mínimo es doblemente histórico, en cuanto no está definido por
las necesidades históricas de la clase obrera que la clase capitalista
“reconoce” sino por las necesidades históricas impuestas por la lucha de clase
proletaria (lucha de clase doble: contra el aumento de la jornada de trabajo y
contra la disminución de los salarios).
Empero, no basta
con asegurar a la fuerza de trabajo las condiciones materiales de su
reproducción para que se reproduzca como tal. Dijimos que la fuerza de trabajo
disponible debe ser “competente”, es decir apta para ser utilizada en el
complejo sistema del proceso de producción. El desarrollo de las fuerzas
productivas y el tipo de unidad históricamente constitutivo de esas fuerzas
productivas en un momento dado determinan que la fuerza de trabajo debe ser
(diversamente) calificada y por lo tanto reproducida como tal. Diversamente, o
sea según las exigencias de la división social-técnica del trabajo, en sus
distintos “puestos” y “empleos”.
Ahora bien,
¿cómo se asegura esta reproducción de la calificación (diversificada) de la fuerza
de trabajo en el régimen capitalista? Contrariamente a lo que sucedía en las
formaciones sociales esclavistas y serviles, esta reproducción de la
calificación de la fuerza de trabajo tiende (se trata de una ley tendencial) a
asegurarse no ya “en el lugar de trabajo” (aprendizaje en la producción misma),
sino, cada vez más, fuera de la producción, por medio del sistema educativo
capitalista y de otras instancias e instituciones.
¿Qué se aprende
en la escuela? Es posible llegar hasta un punto más o menos avanzado de los
estudios, pero de todas maneras se aprende a leer, escribir y contar, o sea
algunas técnicas, y también otras cosas, incluso elementos (que pueden ser
rudimentarios o por el contrario profundizados) de “cultura científica” o
“literaria” utilizables directamente en los distintos puestos de la producción
(una instrucción para los obreros, una para los técnicos, una tercera para los
ingenieros, otra para los cuadros superiores, etc.). Se aprenden “habilidades” (savoir-faire).
Pero al mismo
tiempo, y junto con esas técnicas y conocimientos, en la escuela se aprenden
las “reglas” del buen uso, es decir de las conveniencias que debe observar todo
agente de la división del trabajo, según el puesto que está “destinado” a
ocupar: reglas de moral y de conciencia cívica y profesional, lo que significa
en realidad reglas del respeto a la división social-técnica del trabajo y, en
definitiva, reglas del orden establecido por la dominación de clase. Se aprende
también a “hablar bien el idioma”, a “redactar” bien, lo que de hecho significa
(para los futuros capitalistas y sus servidores) saber “dar órdenes”, es decir
(solución ideal), “saber dirigirse” a los obreros, etcétera.
Enunciando este
hecho en un lenguaje más científico, diremos que la reproducción de la fuerza
de trabajo no sólo exige una reproducción de su calificación sino, al mismo
tiempo, la reproducción de su sumisión a las reglas del orden establecido, es
decir una reproducción de su sumisión a la ideología dominante por parte de los
agentes de la explotación y la represión, a fin de que aseguren también “por la
palabra” el predominio de la clase dominante.
En otros
términos, la escuela (y también otras
instituciones del Estado, como la Iglesia, y otros aparatos como el
Ejército) enseña las “habilidades” bajo formas que aseguran el sometimiento
a la ideología dominante o el
dominio de su “práctica”. todos los agentes de la producción, la explotación y
la represión, sin hablar de los “profesionales de la ideología” (Marx) deben
estar “compenetrados” en tal o cual carácter con esta ideología para cumplir
“concienzudamente” con sus tareas, sea de explotados (los proletarios), de
explotadores (los capitalistas), de auxiliares de la explotación (los cuadros),
de grandes sacerdotes de la ideología dominante (sus “funcionarios”), etcétera.
La condición sine
qua non de la reproducción de la
fuerza de trabajo no sólo radica en la reproducción de su “calificación” sino
también en la reproducción de su “calificación” sino también en la reproducción
de su sometimiento a la ideología dominante, o de la “práctica” de esta
ideología, debiéndose especificar que no basta decir: “no solamente sino
también”, pues la reproducción de la calificación de la fuerza de trabajo se
asegura en y bajo las formas de sometimiento ideológico, con lo que reconocemos la presencia eficaz de
una nueva realidad: la ideología.
Haremos aquí dos
observaciones.
La primera
servirá para completar nuestro análisis de la reproducción.
acabamos de
estudiar rápidamente las formas de la reproducción de las fuerzas productivas,
es decir de los medios de producción por un lado y de la fuerza de trabajo por
el otro.
Pero no hemos
abordado aún la cuestión de la reproducción de las relaciones de
producción. Es éste un
problema crucial de la teoría marxista
del modo de producción. Si lo pasáramos por alto cometeríamos una omisión
teórica y peor aún, una grave falta política.
Hablaremos pues
de tal cuestión, aunque para poder hacerlo debamos realizar nuevamente un gran
desvío. Y como segunda advertencia señalaremos que para hacer ese desvío nos
vemos obligados a replantear un viejo problema: ¿qué es una sociedad?
Infraestructura
y superestructura
Ya hemos tenido
ocasión 4 de insistir sobre el
carácter revolucionario de la concepción marxista de “totalidad social” en lo
que la distingue de la “totalidad” hegeliana. Hemos dicho (y esta tesis sólo
repetía célebres proposiciones del materialismo histórico) que según Marx la
estructura de toda sociedad está constituida por “niveles” o “instancias”
articuladas por una determinación específica: la infraestructura o base económica (“unidad” de fuerzas
productivas y relaciones de producción), y la superestructura, que comprende dos “niveles” o
“instancias”: la jurídico-política (el derecho y el Estado) y la ideológica
(las distintas ideologías, religiosa, moral, jurídica, política, etcétera).
Además de su
interés teórico-pedagógico (consistente en hacer notar la diferencia que separa
a Marx de Hegel), esta representación ofrece una fundamental ventaja teórica: permite
inscribir en el dispositivo teórico de sus conceptos esenciales lo que nosotros
hemos llamado su índice de eficacia respectivo. ¿Qué quiere decir esto?
Cualquiera puede
convencerse fácilmente de que representar la estructura de toda sociedad como un
edificio compuesto por una base (infraestructura) sobre la que se levantan los
dos “pisos” de la superestructura constituye una metáfora, más exactamente una
metáfora espacial: la de una tópica. 5 Como toda metáfora, ésta sugiere, hace ver alguna cosa. ¿Qué cosa? Que
los pisos superiores no podrían “sostenerse” (en el aire) por sí solos si no se
apoyaran precisamente sobre su base.
La metáfora del
edificio tiene pues por objeto representar ante todo la “determinación en
última instancia” por medio de la base económica. Esta metáfora espacial tiene
así por resultado afectar a la base con un índice de eficacia conocido por la
célebre expresión: determinación en última instancia de lo que ocurre en los
“pisos” (de la superestructura) por lo que ocurra en la base económica.
A partir de este
índice de eficacia “en última instancia”, los “pisos” de la superestructura se
hallan evidentemente afectados por diferentes índices de eficacia. ¿Qué clase
de índices?
Se puede decir
que los pisos de la superestructura no son determinantes en última instancia
sino que son determinados por la eficacia básica; que si son determinantes a su
manera (no definida aún), lo son en tanto están determinados por la base.
Su índice de
eficacia (o de determinación), en tanto ésta se halla determinada por la
determinación en última instancia de la base, es pensado en la tradición
marxista bajo dos formas: 1) existe una “autonomía relativa” de la
superestructura con respecto a la base; 2) existe una “reacción” de la
superestructura sobre la base.
Podemos decir
entonces que la gran ventaja teórica de la tópica marxista, y por lo tanto de
la metáfora espacial del edificio (base y superestructura), consiste a la vez
en hacer ver que las cuestiones de determinación (o índice de eficacia) son fundamentales,
y en hacer ver que es la base lo que determina en última instancia todo el
edificio; por lógica consecuencia, obliga a plantear el problema téorico del
tipo de eficacia “derivada” propio de la superestructura, es decir, obliga a
pensar en lo que la tradición marxista designa con los términos conjuntos de
autonomía relativa de la superestructura y reacción de la superestructura sobre
la base.
El mayor
inconveniente de esta representación de la estructura de toda sociedad con la
metáfora espacial del edificio radica evidentemente en ser metafórica: es
decir, en permanecer en el plano de lo descriptivo.
Nos parece por
lo tanto deseable y posible representar las cosas de otro modo. Entiéndase
bien: no desechamos en absoluto la metáfora clásica, pues ella misma obliga a
su superación. Y no la superamos rechazándola como caduca. Deseamos simplemente
tratar de pensar lo que ella nos da bajo la forma de una descripción.
Pensamos que a
partir de la reproducción resulta
posible y necesario pensar en lo que caracteriza lo esencial de la existencia y
la naturaleza de la superestructura. Es suficiente ubicarse en el punto e vista
de la reproducción para que se aclaren muchas cuestiones cuya existencia
indicaba, sin darles respuesta conceptual, la metáfora espacial del edificio.
Sostenemos como
tesis fundamental que sólo es posible plantear estas cuestiones (y por lo tanto
responderlas) desde el punto de vista de la reproducción.
Analizaremos
brevemente el Derecho, el Estado y la ideología desde ese punto de vista. Y vamos a mostrar a la vez lo que pasa desde
el punto de vista de la práctica y
de la producción por una parte, y de la reproducción por la otra.
El Estado
La tradición
marxista es formal: desde el Manifiesto
y El 18 Brumario (y en
todos los textos clásicos posteriores, ante todo el de Marx sobre La comuna
de París y el de Lenin sobre El
Estado y la Revolución ) el Estado es concebido explícitamente como aparato
represivo. El Estado es una “máquina” de represión que permite a las clases
dominantes (en el siglo XIX a la clase burguesa y a la “clase” de los grandes
terratenientes) asegurar su dominación sobre la clase obrera para someterla al
proceso de extorsión de la plusvalía (es decir a la explotación capitalista).
El Estado es
ante todo lo que los clásicos del
marxismo han llamado el aparato de Estado.
Se incluye en esta denominación no sólo al aparato especializado (en
sentido estricto), cuya existencia y necesidad conocemos a partir de las
exigencias de la práctica jurídica, a saber la policía —los tribunales— y las
prisiones, sino también el ejército, que interviene directamente como fuerza
represiva de apoyo (el proletariado ha pagado con su sangre esta experiencia)
cuando la policía y sus cuerpos auxiliares son “desbordados por los
acontecimientos”, y, por encima de este conjunto, al Jefe de Estado, al
Gobierno y la administración.
Presentada en
esta forma, la “teoría” marxista-leninista del Estado abarca lo esencial, y ni
por un momento se pretende dudar de que allí está lo esencial. El aparato de
Estado, que define a éste como fuerza de ejecución y de intervención represiva
“al servicio de las clases dominantes”, en la lucha de clases librada por la
burguesía y sus aliados contra el proletariado, es realmente el Estado y define
perfectamente su “función” fundamental.
De la teoría
descriptiva a la teoría a secas
Sin embargo,
también allí, como lo señalamos al referirnos a la metáfora del edificio
(infraestructura y superestructura), esta presentación de la naturaleza del
Estado sigue siendo en parte descriptiva.
Como vamos a
usar a menudo este adjetivo (descriptivo), se hace necesaria una explicación
que elimine cualquier equívoco.
Cuando, al
hablar de la metáfora del edificio o de la “teoría” marxista del Estado,
decimos que son concepciones o representaciones descriptivas de su objeto, no
albergamos ninguna segunda intención crítica. Por el contrario, todo hace
pensar que los grandes descubrimientos científicos no pueden dejar de pasar por
la etapa de lo que llamamos una “teoría” descriptiva. Esta sería la primera etapa de toda
teoría, al menos en el terreno de la ciencia de las formaciones sociales. Se
podría —y a nuestro entender se debe— encarar esta etapa como transitoria y
necesaria para el desarrollo de la teoría. Nuestra expresión: “teoría
descriptiva” denota tal carácter transitorio empleados el equivalente de una
especie de “contradicción”. En efecto, el término teoría “choca” en parte con
el adjetivo “descriptiva” que lo acompaña. Eso quiere decir exactamente: 1) que
la “teoría descriptiva” es, sin ninguna duda, el comienzo ineludible de la
teoría, pero 2) que la forma “descriptiva” en que se presenta la teoría exige
por efecto mismo de esta “contradicción” un desarrollo de la teoría que supere
la forma de la “descripción”.
Aclaremos
nuestro pensamiento volviendo sobre nuestro objeto presente: el Estado.
Cuando decimos
que la “teoría” marxista del Estado, que nosotros utilizamos, es en parte
“descriptiva”, esto significa en primer lugar y ante todo que esta “teoría”
descriptiva es, sin ninguna duda, el comienzo de la teoría marxista del Estado,
y que tal comienzo nos da lo esencial, es decir el principio decisivo de todo
desarrollo posterior de la teoría.
Diremos,
efectivamente, que la teoría descriptiva del Estado es justa, puesto que puede
hacer corresponder perfectamente la definición que ella da de su objeto con la
inmensa mayoría de hechos observables
en el campo que le concierne. Así la definición del Estado como
Estado de clase, existente en el aparato represivo de Estado, aclara de manera
fulgurante todos los hechos observables en los diversos órdenes de la
represión, cualquiera que sea su campo: desde las masacres de junio de 1848 y
de la Comuna de París, las del domingo sangriento de mayo de 1905 en
Petrogrado, de la Resistencia de Charonne, etc., hasta las simples (y
relativamente anodinas) intervenciones de una “censura” que prohíbe La
Religiosa de Diderot o una obra de
Gatti sobre Franco; aclara todas las formas directas o indirectas de
explotación y exterminio de las masas populares (las guerras imperialistas);
aclara esa sutil dominación cotidiana en la cual estalla (por ejemplo en las
formas de la democracia política) lo que Lenin llamó después de Marx la
dictadura de la burguesía.
Sin embargo, la
teoría descriptiva del Estado representa una etapa de la constitución de la
teoría que exige a su vez la “superación” de tal etapa. Pues está claro que si
la definición en cuestión nos provee de medios para identificar y reconocer los
hechos de opresión y conectarlos con el Estado concebido como aparato represivo
de Estado, esta “conexión” da lugar a un tipo de evidencia muy especial, al
cual tendremos ocasión de referirnos un poco más adelante: “¡Sí, es así, es muy
cierto!...” 6 Y la acumulación de hechos
en la definición del Estado, aunque multiplica su ilustración, no hace avanzar
realmente esta definición, es decir, la teoría científica del Estado. Toda
teoría descriptiva corre así el riesgo de “bloquear” el indispensable
desarrollo de la teoría.
Por esto
pensamos que, para desarrollar esta teoría descriptiva en teoría a secas, es
decir, para comprender mejor los mecanismos del Estado en su funcionamiento, es
indispensable agregar algo a la
definición clásica del Estado como aparato de Estado.
Lo esencial de
la teoría marxista del Estado
Es necesario
especificar en primer lugar un punto importante: el Estado (y su existencia
dentro de su aparato) sólo tiene sentido en función del poder de
Estado. Toda la lucha política de
las clases gira alrededor del Estado. Aclaremos: alrededor de la posesión, es
decir, de la toma y la conservación del poder de Estado por cierta clase o por
una alianza de clases o de fracciones de clases. Esta primera acotación nos
obliga a distinguir el poder de Estado (conservación del poder de Estado o toma
del poder de Estado), objetivo de la lucha política de clases por una parte, y
el aparato de Estado por la otra.
Sabemos que el
aparato de Estado puede seguir en pie, como lo prueban las “revoluciones”
burguesas del siglo XIX en Francia (1830, 1848), los golpes de estado (2 de
diciembre de 1851, mayo de 1958), las conmociones de estado (caída del Imperio
en 1870, caída de la II República en 1940), el ascenso de la pequeña-burguesía
(1890-1895 en Francia), etcétera, sin que el aparato de Estado fuera afectado o
modificado; puede seguir en pie bajo acontecimientos políticos que afecten a la
posesión del poder de Estado.
Aun después de
una revolución social como la de 1917, gran parte del aparato de Estado seguía
en pie luego de la toma del poder por la alianza del proletariado y el
campesinado pobre: Lenin lo repitió muchas veces.
Se puede decir
que esta distinción entre poder de Estado y aparato de Estado forma parte, de
manera explícita, de la “teoría marxista” del Estado desde el 18
Brumario y las Luchas de clases
en Francia, de Marx.
Para resumir
este aspecto de la “teoría marxista del Estado”, podemos decir que los clásicos
del marxismo siempre han afirmado que: 1) el Estado es el aparato represivo de
Estado; 2) se debe distinguir entre el poder de Estado y el aparato de Estado;
3) el objetivo de la lucha de clases concierne al poder de Estado y, en
consecuencia, a la utilización del aparato de Estado por las clases (o alianza
de clases o fracciones de clases) que tienen el poder de Estado en función de
sus objetivos de clase y 4) el proletariado debe tomar el poder de Estado
completamente diferente, proletario, y elaborar en las etapas posteriores un
proceso radical, el de la destrucción del Estado (fin del poder de Estado y de
todo aparato de Estado).
Por
consiguiente, desde este punto de vista, lo que propondríamos que se agregue a
la “teoría marxista” de Estado ya figura en ella con todas sus letras. Pero nos
parece que esta teoría, completada así, sigue siendo todavía en parte
descriptiva, aunque incluya en lo sucesivo elementos complejos y diferenciales
cuyas reglas y funcionamiento no pueden comprenderse sin recurrir a una
profundización teórica suplementaria.
Los aparatos
ideológicos del Estado
Lo que se debe agregar
a la “teoría marxista” del Estado es entonces otra cosa.
Aquí debemos
avanzar con prudencia en un terreno en el que los clásicos del marxismo nos
precedieron hace mucho tiempo, pero sin haber sistematizado en forma teórica
los decisivos progresos que sus experiencias y análisis implican. En efecto,
sus experiencias y análisis permanecieron ante todo en el campo de la práctica
política.
En realidad, los
clásicos del marxismo, en su práctica política, han tratado al Estado como una
realidad más compleja que la definición dada en la “teoría marxista del Estado”
y que la definición más completa que acabamos de dar. Ellos reconocieron esta
complejidad en su práctica, pero no la expresaron correspondientemente en teoría.7
Desearíamos
tratar de esbozar muy esquemáticamente esa teoría correspondiente. Con este fin
proponemos la siguiente tesis.
Para hacer
progresar la teoría del Estado es indispensable tener en cuenta no sólo la
distinción entre poder de Estado y aparato de Estado, sino también otra realidad que se
manifiesta junto al aparato (represivo) de Estado, pero que no se confunde con
él. Llamaremos a esa realidad por su concepto; los aparatos ideológicos de
Estado.
¿Qué son los
aparatos ideológicos de Estado (AIE)?
No se confunden
con el aparato (represivo) de Estado. Recordemos que en la teoría marxista el
aparto de Estado (AE) comprende: el gobierno, la administración, el ejército,
la policía, los tribunales, las prisiones, etc., que constituyen lo que
llamaremos desde ahora el aparato represivo de Estado. Represivo significa que
el aparato de Estado en cuestión “funciona mediante la violencia”, por lo menos
en situaciones límite (pues la represión administrativa, por ejemplo, puede
revestir formas no físicas).
Designamos con
el nombre de aparatos ideológicos de Estado cierto número de realidades que se
presentan al observador inmediato bajo la forma de instituciones distintas y
especializadas. Proponemos una lista empírica de ellas, que exigirá
naturalmente que sea examinada en detalle, puesta a prueba, rectificada y
reordenada. Con todas las reservas que implica esta exigencia podemos por el
momento considerar como aparatos ideológicos de Estado las instituciones
siguientes (el orden en el cual los enumeramos no tiene significación especial):
AIE religiosos
(el sistema de las distintas Iglesias),
AIE escolar (el
sistema de las distintas “Escuelas”, públicas y privadas),
AIE familiar,8
AIE jurídico,9
AIE político (el
sistema político del cual forman parte los distintos partidos),
AIE sindical,
AIE de
información (prensa, radio, T.V., etc.),
AIE cultural
(literatura, artes, deportes, etc.).
Decimos que los
AIE no se confunden con el aparato (represivo) de Estado. ¿En qué consiste su
diferencia?
En un primer
momento podemos observar que si existe un aparato (represivo) de Estado, existe
una pluralidad de aparatos
ideológicos de Estado. Suponiendo que ella exista, la unidad que constituye
esta pluralidad de AIE en un cuerpo no es visible inmediatamente.
En un segundo
momento, podemos comprobar que mientras que el aparato (represivo) de Estado
(unificado) pertenece enteramente al dominio público, la mayor parte de los aparatos
ideológicos de Estado (en su aparente dispersión) provienen en cambio del
dominio privado. Son privadas las
Iglesias, los partidos, los sindicatos, las familias, algunas escuelas, la
mayoría de los diarios, las familias, las instituciones culturales, etc., etc.
Dejemos de lado
por ahora nuestra primera observación. Pero será necesario tomar en cuenta la
segunda y preguntarnos con qué derecho podemos considerar como aparatos
ideológicos de Estado instituciones
que en su mayoría no poseen carácter público sino que son simplemente privadas. Gramsci, marxista consciente, ya había
previsto esta objeción. La distinción entre lo público y lo privado es una
distinción interna del derecho burgués, válida en los dominios (subordinados)
donde el derecho burgués ejerce sus “poderes”. No alcanza al dominio del
Estado, pues éste está “más allá del Derecho”: el Estado, que es el Estado de
la clase dominante, no es ni público ni privado; por el contrario, es la
condición de toda distinción entre público y privado. Digamos lo mismo
partiendo esta vez de nuestros aparatos ideológicos de Estado. Poco importa si
las instituciones que los materializan son “públicas” o “privadas”; lo que
importa es su funcionamiento. Las instituciones privadas pueden “funcionar”
perfectamente como aparatos ideológicos de Estado. Para demostrarlo bastaría
analizar un poco más cualquiera de los AIE.
Pero vayamos a
lo esencial. Hay una diferencia fundamental entre los AIE y el aparato
(represivo) de Estado: el aparato represivo de Estado “funciona mediante la
violencia”, en tanto que los AIE funcionan mediante la ideología.
Rectificando
esta distinción, podemos ser más precisos y decir que todo aparato de Estado,
sea represivo o ideológico, “funciona” a la vez mediante la violencia y la
ideología, pero con una diferencia muy importante que impide confundir los
aparatos ideológicos de Estado con el aparato (represivo) de Estado. Consiste
en que el aparato (represivo) de Estado, por su cuenta, funciona masivamente
con la represión (incluso física),
como forma predominante, y sólo secundariamente con la ideología. (No existen
aparatos puramente represivos.) Ejemplos: el ejército y la policía utilizan
también la ideología, tanto para asegurar su propia cohesión y reproducción,
como por los “valores” que ambos proponen hacia afuera.
De la misma
manera, pero a la inversa, se debe decir que, por su propia cuenta, los aparatos
ideológicos de Estado funcionan masivamente con la ideología como forma
predominante pero utilizan secundariamente, y en situaciones límite, una
represión muy atenuada, disimulada, es decir simbólica. (No existe aparato
puramente ideológico.) Así la escuela y las iglesias “adiestran” con métodos
apropiados (sanciones, exclusiones, selección, etc.) no sólo a sus oficiantes
sino a su grey. También la familia... También el aparato ideológico de Estado
cultural (la censura, por mencionar sólo una forma), etcétera.
¿Sería útil
mencionar que esta determinación del doble “funcionamiento” (de modo
predominante, de modo secundario) con la represión y la ideología, según se
trate del aparato (represivo) de Estado o de los aparatos ideológicos de
Estado, permite comprender que se tejan constantemente sutiles combinaciones
explícitas o tácitas entre la acción del aparato (represivo) de Estado y la de
los aparatos ideológicos del Estado? La vida diaria ofrece innumerables
ejemplos que habrá que estudiar en detalle para superar esta simple
observación.
Ella, sin embargo, nos encamina hacia la comprensión de lo
que constituye la unidad del cuerpo, aparentemente dispar, de los AIE. Si
los AIE “funcionan” masivamente con la ideología como forma predominante, lo
que unifica su diversidad es ese mismo funcionamiento, en la medida en que la
ideología con la que funcionan, en realidad está siempre unificada, a pesar de
su diversidad y sus contradicciones, bajo la ideología dominante, que
es la de “la clase dominante”. Si aceptamos que, en principio, “la clase
dominante” tiene el poder del Estado (en forma total o, lo más común, por medio
de alianzas de clases o de fracciones de clases) y dispone por lo tanto del
aparato (represivo) de Estado, podremos admitir que la misma clase dominante
sea parte activa de los aparatos ideológicos de Estado, en la medida en que, en
definitiva, es la ideología dominante la que se realiza, a través de sus
contradicciones, en los aparatos ideológicos de Estado. Por supuesto que es muy
distinto actuar por medio de leyes y decretos en el aparato (represivo) de
Estado y “actuar” por intermedio de la ideología dominante en los aparatos
ideológicos de Estado. Sería necesario detallar esa diferencia que, sin
embargo, no puede enmascarar la realidad de una profunda identidad. Por lo que
sabemos, ninguna clase puede tener en sus manos el poder de Estado en forma
duradera sin ejercer al mismo tiempo su hegemonía sobre y en los aparatos
ideológicos de Estado. Ofrezco al respecto una sola prueba y ejemplo:
la preocupación aguda de Lenin por revolucionar el aparato ideológico de Estado
en la enseñanza (entre otros) para permitir al proletariado soviético, que se
había adueñado del poder de Estado, asegurar el futuro de la dictadura del
proletariado y el camino al socialismo.10
Esta última
observación nos pone en condiciones de comprender que los aparatos ideológicos
de Estado pueden no sólo ser objeto sino
también lugar de la lucha de
clases, y a menudo de formas encarnizadas de lucha de clases. la clase (o la
alianza de clases) en el poder no puede imponer su ley en los aparatos
ideológicos de Estado tan fácilmente como en el aparato ideológicos de Estado
tan fácilmente como en el aparato (represivo) de Estado, no sólo porque las
antiguas clases dominantes pueden conservar en ellos posiciones fuertes durante mucho tiempo, sino
además porque la resistencia de las clases explotadas puede encontrar el medio
y la ocasión de expresarse en ellos, ya sea utilizando las contradicciones
existentes, ya sea conquistando allí posiciones de combate mediante la lucha.11
Puntualicemos
nuestras observaciones:
Si la tesis que
hemos propuesto es válida, debemos retomar, determinándola en un punto, la
teoría marxista clásica del Estado. Diremos que es necesario distinguir el poder
de Estado (y su posesión por...) por un lado, y el aparato de Estado por el
otro. Pero agregaremos que el aparato de Estado comprende dos cuerpos: el de
las instituciones que representan el aparato represivo de Estado por una parte,
y el de las instituciones que representan el cuerpo de los aparatos ideológicos
de Estado por la otra.
Pero, si esto es
así, no puede dejar de plantearse, aun en el estado muy somero de nuestras
indicaciones, la siguiente cuestión: ¿cuál es exactamente la medida del rol de
los aparatos ideológicos de Estado? ¿Cuál puede ser el fundamento de su
importancia? En otras palabras: ¿a qué corresponde la “función” de esos
aparatos ideológicos de Estado, que no funcionan con la represión sino con la
ideología?
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