Autoras/es: Horacio Bilbao
Escritor prolífico, memoria viva del siglo XX cubano, poeta entrañable, Roberto Fernández Retamar vivió las contradicciones políticas y el arte de su época con intensidad, y sigue dando batalla.
(Fecha original del artículo: Junio 2012)
Roberto Fernández Retamar cuenta que la poesía se le reveló desde muy chico a través de unos versos nihilistas de otro cubano, Julián del Casal. “Con los años, me di cuenta por qué se me habían revelado esos versos: del dolor, se puede construir belleza”, reflexiona. Es curioso, porque su poesía, sencilla, tierna, es pura esperanza.
Autor de 29 libros de ensayo y 27 de poesía, Retamar acaba de cumplir 82 años que parecen más cuando cuenta las mil y una historias de las que fue testigo y partícipe. En él viven los vaivenes culturales de nuestro continente. Timón de la revista Casa de las Américas y luego de la mítica casa que lleva el mismo nombre, comparte anécdotas con casi todos los grandes autores de la patria grande.
Conversaciones le gusta decir a él, que ha sido tildado de poeta coloquial y se ha calzado con gusto ese sayo que sin dudas le queda chico. Para comprobarlo, bastará hojear la antología que acaba de dedicarle la editorial Colihue.
Ese perfil literario, y político, se adivinó temprano cuando Retamar escribió El otro, el primer poema de la revolución cubana. Y también a través de sus ensayos, especialmente con Calibán, en el que traza las líneas que debe asumir el intelectual latinoamericano, celebrando la América mestiza que pregonó José Martí frente a la “civilización” sarmientina.
Sus influencias van de T. S. Eliot a Martí, de Rubén Darío a Borges. Su gratitud alcanza por supuesto a José Lezama Lima, quien le abrió las puertas de Orígenes, la mítica revista de poesía cubana en la que Retamar veló sus primeras armas. “La figura más destacada era Lezama, pero era un grupo muy diverso, que convertía las contradicciones internas en riqueza”, cuenta, y recuerda aquella bohemia habanera de su juventud. “Los pintores pagaban la cerveza con sus cuadros y no había editoriales. Para publicar en el país, Alejo Carpentier o Nicolás Guillén debían pagar sus ediciones. Eran verdaderos héroes”, dice.
Después triunfó la revolución. “Formé parte de la resistencia civil, ese fue mi modesto aporte”, dice este hombre que escribía en la prensa clandestina con el seudónimo David y albergaba en su casa a barbudos perseguidos.
-Usted, Carpentier, Guillén, resignaron destinos y carreras...
-Yo, que venía de París y de dar clases en los Estados Unidos, tenía un compromiso para volver allí, pero triunfó la revolución y decidí quedarme. En el caso de Alejo, había pasado 14 años en Venezuela y Guillén, que vivió mucho tiempo en París, en el momento de caer Batista, estaba en Buenos Aires, ciudad que amaba. También volvieron muchos escritores jóvenes, los griegos lo llaman Nostoi, regresos. No cuento a Lezama porque casi ni salió de Cuba. Dice María Zambrano que él era de La Habana, como Santo Tomás era de Aquino.
-¿Cómo vive ahora aquella polémica entre Arguedas y Cortázar que lo tuvo en el medio?
-Fue muy triste. Yo tenía enorme admiración y cariño por ambos, aunque estaba muy vinculado a Cortázar, con quien compartí prácticamente los últimos 20 años de su vida. Hubiera preferido que esa polémica no ocurriera nunca. Es en una carta abierta que Julio me manda a mí, donde se menciona este hecho. Y Arguedas le respondió en El Zorro de arriba y el zorro de abajo, un libro angustioso, porque Arguedas era un suicida y el suicidio se filtra en ese libro. Se mató sin terminarlo.
-Luego Viñas discutió con Cortázar por lo mismo…
-La última vez que vi a David en Cuba, a quien lamento mucho no encontrar ahora, seguía siendo un anciano peleador. Recuerdo que en el comité de colaboración de la revista Casa de las Américas, del que formaban parte Viñas, Cortázar, Benedetti… David instó a Julio a regresar a la Argentina. Pero a Julio París se le había vuelto consustancial. Allí descubrió su latinoamericanismo. Rayuela es una novela portentosa, que sólo hubiera podido escribir con su experiencia parisina, pero está escrita en argentino.
Retamar vino por primera vez a la Argentina en 1961. Esa visita la cuenta en su poema Mi hija mayor va a Buenos Aires. Y ahora cuenta su encuentro con Victoria Ocampo. “Ella admiraba mucho a Lawrence (tradujo El troquel) y yo le pregunté por qué no le ocurría lo mismo con un personaje parecido, el Che”. Su historia cambia de rumbo cuando revela que el Che se enteró de esa conversación. “Supongo que el camarero era agente cubano”, bromea. Parece que al Che no le gustó la comparación y le mandó un aviso a través del canciller: “Dile al flaco Retamar que si sigue hablando basura no lo voy a dejar salir más del país” amenazó. Luego se vieron varias veces y ni se lo mencionó.
-En uno de esos encuentros, él le anunció el fin de la URSS…
-En 1965 coincidimos en Praga, en uno de esos aviones cubanos, los Britannia, que estaban siempre rotos. Y efectivamente el avión se rompió al llegar a Shannon, Irlanda. Allí estuvimos un par de días esperando que nos llegara una pieza para repararlo, y pude conversar varias horas con él. En un momento, el Che me pregunta: “Retamar, ¿a qué atribuyes tú que la Unión Soviética se haya ido a la mierda?”. Me dejó estupefacto, el tiempo le dio la razón.
Retamar no ha esquivado las críticas a la revolución cubana. Recuerda que a los homosexuales se los llamaba contrarrevolucionarios. “Muchos artistas combatimos ese error”, dice y avisa que, poco a poco, lo han ido corrigiendo. “La revolución nos dio permiso para hacer muchas cosas buenas pero también para cometer errores”, explica y celebra que hoy, la principal impulsora de las leyes de género, sea la Mariela Castro, la hija de Raúl Castro.
-¿Qué opina de los grupos disidentes que hay en la Isla?
-Son minúsculos. Se definen por estar en contra, pero no sabemos a favor de qué están. Posiblemente muchos de ellos están a favor de los Estados Unidos, no me atrevo a decirlo de todos. Nos hace mucha gracia oír que les digan disidentes. ¿Disidentes? Disidente es Fidel Castro, que es hijo de un latifundista y decidió echar su suerte con los pobres de la tierra.
-Cuénteme de su visita a Borges, a quien tanto buscó...
-Fue un encuentro muy feliz. Pese a que en Calibán yo le dedico unas líneas duras a Borges.
-Siempre buscó publicarle una antología…
-Era el gran escritor que nos faltaba en nuestra colección de clásicos latinoamericanos. Y yo estaba en Buenos Aires, reunido con un editor que trabajaba con Borges. En eso llamaron por teléfono. Era Kodama. El le dijo que estaba con el poeta cubano, que quería ver a Borges. Pedí el teléfono y como buen admirador de Borges desde que tengo 15 años, le recité unos versos a Kodama de la Elegía a Alfonso Reyes. Y me recibió. Con esa especie de contraseña fui a su casa y pasé la tarde con él. Le conté lo de la antología y lo invité a Cuba, diciéndole que era para acercarlo a sus lectores. “Estoy contra los comunistas imparcialmente”, me respondió. Así fueran chinos, coreanos, cubanos. Y le dije luego que no le podíamos mandar dólares por su antología. Me contestó que no le interesaba el dinero. Era un hombre admirable. Sus errores políticos le serán completamente olvidados. Puedo decir que he discutido con algunos autores, pero sólo con autores que admiro. Discutir es una forma de rendir homenaje, y en el caso de Borges eso es notable.
-La poesía, ¿ha dejado de ser realista, ha dejado de contar los conflictos sociales?
-Creo que la poesía tiene un reino autónomo. En el arte, no puede hablarse de derecha e izquierda. La poesía ya tiene una gran exigencia, ser buena poesía, atenerse a sus propias aventuras. Ahora bien, esa poesía se puede poner al servicio de una u otra causa.
-¿Le siguen llegando los poemas, como le gusta decir?
-Me llegan mucho menos, y eso me preocupa. Escribo prosa, pero echo de menos la llegada frecuente de aquellos poemas, ya no me ocurre. Tendría que sentarme a escribir voluntariamente y para mí la poesía nunca ha sido algo voluntario, siempre he escrito atendiendo la exigencia de los poemas que me llegaban.
Conversaciones le gusta decir a él, que ha sido tildado de poeta coloquial y se ha calzado con gusto ese sayo que sin dudas le queda chico. Para comprobarlo, bastará hojear la antología que acaba de dedicarle la editorial Colihue.
Ese perfil literario, y político, se adivinó temprano cuando Retamar escribió El otro, el primer poema de la revolución cubana. Y también a través de sus ensayos, especialmente con Calibán, en el que traza las líneas que debe asumir el intelectual latinoamericano, celebrando la América mestiza que pregonó José Martí frente a la “civilización” sarmientina.
Sus influencias van de T. S. Eliot a Martí, de Rubén Darío a Borges. Su gratitud alcanza por supuesto a José Lezama Lima, quien le abrió las puertas de Orígenes, la mítica revista de poesía cubana en la que Retamar veló sus primeras armas. “La figura más destacada era Lezama, pero era un grupo muy diverso, que convertía las contradicciones internas en riqueza”, cuenta, y recuerda aquella bohemia habanera de su juventud. “Los pintores pagaban la cerveza con sus cuadros y no había editoriales. Para publicar en el país, Alejo Carpentier o Nicolás Guillén debían pagar sus ediciones. Eran verdaderos héroes”, dice.
Después triunfó la revolución. “Formé parte de la resistencia civil, ese fue mi modesto aporte”, dice este hombre que escribía en la prensa clandestina con el seudónimo David y albergaba en su casa a barbudos perseguidos.
-Usted, Carpentier, Guillén, resignaron destinos y carreras...
-Yo, que venía de París y de dar clases en los Estados Unidos, tenía un compromiso para volver allí, pero triunfó la revolución y decidí quedarme. En el caso de Alejo, había pasado 14 años en Venezuela y Guillén, que vivió mucho tiempo en París, en el momento de caer Batista, estaba en Buenos Aires, ciudad que amaba. También volvieron muchos escritores jóvenes, los griegos lo llaman Nostoi, regresos. No cuento a Lezama porque casi ni salió de Cuba. Dice María Zambrano que él era de La Habana, como Santo Tomás era de Aquino.
-¿Cómo vive ahora aquella polémica entre Arguedas y Cortázar que lo tuvo en el medio?
-Fue muy triste. Yo tenía enorme admiración y cariño por ambos, aunque estaba muy vinculado a Cortázar, con quien compartí prácticamente los últimos 20 años de su vida. Hubiera preferido que esa polémica no ocurriera nunca. Es en una carta abierta que Julio me manda a mí, donde se menciona este hecho. Y Arguedas le respondió en El Zorro de arriba y el zorro de abajo, un libro angustioso, porque Arguedas era un suicida y el suicidio se filtra en ese libro. Se mató sin terminarlo.
-Luego Viñas discutió con Cortázar por lo mismo…
-La última vez que vi a David en Cuba, a quien lamento mucho no encontrar ahora, seguía siendo un anciano peleador. Recuerdo que en el comité de colaboración de la revista Casa de las Américas, del que formaban parte Viñas, Cortázar, Benedetti… David instó a Julio a regresar a la Argentina. Pero a Julio París se le había vuelto consustancial. Allí descubrió su latinoamericanismo. Rayuela es una novela portentosa, que sólo hubiera podido escribir con su experiencia parisina, pero está escrita en argentino.
Retamar vino por primera vez a la Argentina en 1961. Esa visita la cuenta en su poema Mi hija mayor va a Buenos Aires. Y ahora cuenta su encuentro con Victoria Ocampo. “Ella admiraba mucho a Lawrence (tradujo El troquel) y yo le pregunté por qué no le ocurría lo mismo con un personaje parecido, el Che”. Su historia cambia de rumbo cuando revela que el Che se enteró de esa conversación. “Supongo que el camarero era agente cubano”, bromea. Parece que al Che no le gustó la comparación y le mandó un aviso a través del canciller: “Dile al flaco Retamar que si sigue hablando basura no lo voy a dejar salir más del país” amenazó. Luego se vieron varias veces y ni se lo mencionó.
-En uno de esos encuentros, él le anunció el fin de la URSS…
-En 1965 coincidimos en Praga, en uno de esos aviones cubanos, los Britannia, que estaban siempre rotos. Y efectivamente el avión se rompió al llegar a Shannon, Irlanda. Allí estuvimos un par de días esperando que nos llegara una pieza para repararlo, y pude conversar varias horas con él. En un momento, el Che me pregunta: “Retamar, ¿a qué atribuyes tú que la Unión Soviética se haya ido a la mierda?”. Me dejó estupefacto, el tiempo le dio la razón.
Retamar no ha esquivado las críticas a la revolución cubana. Recuerda que a los homosexuales se los llamaba contrarrevolucionarios. “Muchos artistas combatimos ese error”, dice y avisa que, poco a poco, lo han ido corrigiendo. “La revolución nos dio permiso para hacer muchas cosas buenas pero también para cometer errores”, explica y celebra que hoy, la principal impulsora de las leyes de género, sea la Mariela Castro, la hija de Raúl Castro.
-¿Qué opina de los grupos disidentes que hay en la Isla?
-Son minúsculos. Se definen por estar en contra, pero no sabemos a favor de qué están. Posiblemente muchos de ellos están a favor de los Estados Unidos, no me atrevo a decirlo de todos. Nos hace mucha gracia oír que les digan disidentes. ¿Disidentes? Disidente es Fidel Castro, que es hijo de un latifundista y decidió echar su suerte con los pobres de la tierra.
-Cuénteme de su visita a Borges, a quien tanto buscó...
-Fue un encuentro muy feliz. Pese a que en Calibán yo le dedico unas líneas duras a Borges.
-Siempre buscó publicarle una antología…
-Era el gran escritor que nos faltaba en nuestra colección de clásicos latinoamericanos. Y yo estaba en Buenos Aires, reunido con un editor que trabajaba con Borges. En eso llamaron por teléfono. Era Kodama. El le dijo que estaba con el poeta cubano, que quería ver a Borges. Pedí el teléfono y como buen admirador de Borges desde que tengo 15 años, le recité unos versos a Kodama de la Elegía a Alfonso Reyes. Y me recibió. Con esa especie de contraseña fui a su casa y pasé la tarde con él. Le conté lo de la antología y lo invité a Cuba, diciéndole que era para acercarlo a sus lectores. “Estoy contra los comunistas imparcialmente”, me respondió. Así fueran chinos, coreanos, cubanos. Y le dije luego que no le podíamos mandar dólares por su antología. Me contestó que no le interesaba el dinero. Era un hombre admirable. Sus errores políticos le serán completamente olvidados. Puedo decir que he discutido con algunos autores, pero sólo con autores que admiro. Discutir es una forma de rendir homenaje, y en el caso de Borges eso es notable.
-La poesía, ¿ha dejado de ser realista, ha dejado de contar los conflictos sociales?
-Creo que la poesía tiene un reino autónomo. En el arte, no puede hablarse de derecha e izquierda. La poesía ya tiene una gran exigencia, ser buena poesía, atenerse a sus propias aventuras. Ahora bien, esa poesía se puede poner al servicio de una u otra causa.
-¿Le siguen llegando los poemas, como le gusta decir?
-Me llegan mucho menos, y eso me preocupa. Escribo prosa, pero echo de menos la llegada frecuente de aquellos poemas, ya no me ocurre. Tendría que sentarme a escribir voluntariamente y para mí la poesía nunca ha sido algo voluntario, siempre he escrito atendiendo la exigencia de los poemas que me llegaban.
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