Autoras/es: Lygia Sigaud • (Traducción de: María Victoria Pita y María José Sarrabayrouse Oliveira)
(Fecha original del artículo: 1996)
Escravatura, de Abelardo da Hora |
Procesos judiciales y fuerza moral
Es solamente en el marco de la interdependencia que se establece entre los socios de intercambios sociales que se puede comprender por qué los trabajadores de Primavera van tanto a la Justicia a reclamar sus derechos laborales. A partir del momento en que comenzaron a pedir a los dirigentes sindicales que mediasen en sus conflictos con los empleados, los trabajadores se vieron envueltos en relaciones de intercambio que los constriñen a iniciar acciones.
La negativa a seguir las directivas sindicales de ir a la justicia es recibida con notoria mala voluntad por parte de los dirigentes, y a veces incluso con cierta dureza: ellos acostumbran decir, a los que proceden así, sobretodo cuando vuelven por segunda vez pidiendo auxilio (lo que se pudo registrar en más de una oportunidad): “ahora no hay nada más que hacer, está perdido”27. Todo ocurre como si ellos quisieran castigar a los trabajadores por no haber reconocido con anterioridad su autoridad en ese campo, por no haber aceptado aquello que, en rigor de verdad, es uno de los principales servicios que tienen para ofrecerles. Los trabajadores que así proceden corren el riesgo del aislamiento: es altamente probable que no puedan contar con el Sindicato para hacer frente a los empleados o al patrón; se vuelven vulnerables. A través de sus comportamientos, los trabajadores de Primavera dejan claro que no están dispuestos a correr tales riesgos28.
Para los que se encuentran implicados en el juego de los intercambios, los intereses que los mueven permanecen opacos –y esta es la condición del juego- y todo ocurre entonces como si la violación de derechos fuese la razón por excelencia de la existencia de los procesos laborales: dirigentes sindicales y trabajadores que van a la Justicia creen que hay procesos porque los patrones no cumplen sus obligaciones. Pero como en la práctica hay quienes no reclaman por sus derechos, ellos tienen necesidad de una razón para explicar el pasaje al acto de reclamar por los derechos. Es en esas circunstancias que el reclamo de derechos es investido de una connotación moral: el coraje aparece entonces como la fuerza que impulsa a los individuos en la dirección de la Justicia Laboral.
En el contexto de una escalada de enfrentamientos en la Justicia Laboral relacionados con la crisis económica, los trabajadores de Primavera se enorgullecían de su coraje: no se dejaban intimidar por los empleados de San Antonio y continuaban reclamando por sus derechos para recuperar el dinero, que juzgaban estaba retenido por los patrones, y así asegurar el bienestar de sus familias, el valor de los valores. El coraje era, de todos modos, invocado para marcar la diferencia en relación a los que no iniciaban acciones. Los que iban a la Justicia se referían a ellos como personas que tenían miedo de los empleados y de los patrones, como si tuviesen menos valor que ellos. En la misma lógica, los dirigentes sindicales destacaban el coraje de los que habían iniciado acciones en la Justicia exigiendo el tiempo clandestino y lamentaban la debilidad de los que no habían seguido sus directivas: “nosotros les sugerimos que entraran a la Justicia, pero muchos no confiaron, tuvieron miedo”.
En Primavera había nueve trabajadores que nunca habían iniciado acciones: un contratado en 1963, dos en 1980, cuatro en 1991 y dos en 1993. Entre ellos estaba M., casado, padre de seis hijos. En ocasión de una de mis visitas al ingenio, él me fue señalado –en su presencia- como uno de los que tenía miedo. M. no reaccionó frente al grupo. Un poco más tarde se me acercó para explicar por qué no reclamaba en la Justicia. Oriundo de un municipio de Agreste, situado en el límite con la Zona da Mata, donde pasaba grandes necesidades, fue a San Antonio en 1981. La usina le dio empleo y una quinta en Primavera: desde entonces él y su familia se alimentaron mejor y él podía comprar ropa para todos. M. estaba agradecido a la usina: no tenía de qué quejarse. El administrador de Primavera, G., que llegó al ingenio en 1993, nunca había iniciado acciones contra sus antiguos patrones, que jamás le pagaron vacaciones. La gratitud a los empleadores era invocada para justificar su comportamiento y para distinguirse de los iban a la Justicia, a los que consideraba unos “ingratos” para con la usina.
Al incorporar al análisis de Primavera esos casos opuestos, de los que no reclaman, es posible llamar la atención sobre el hecho de que el miedo, en tanto justificación de la ausencia de procesos, es un sentimiento atribuido a los otros por aquellos que creen en su propio coraje. Los que no van a la justicia justifican su comportamiento en forma positiva y lo valoran, valiéndose de la gratitud. Para comprender las condiciones sociales que favorecen la asociación entre la gratitud y la ausencia de procesos, es preciso pasar por el análisis del caso de Aurora.
Implicancias sociales de la gratitud
Aurora pertenece a la usina San Carlos. Arrendado en 1952, el ingenio fue explotado hasta 1978 por José Barbosa, que ese año se jubiló y delegó la dirección a su único hijo, Rodrigo. En mayo de1995, en el contexto de los cambios económicos en la agroindustria azucarera, una crisis estalló en el ingenio29: el hijo del arrendatario suspendió el pago a los trabajadores. A comienzos de junio él estaba esperando la liberación de recursos, vía un programa de emergencia creado por el gobierno del estado, para poder volver a pagar los salarios.
Rodrigo se veía como la víctima de un conjunto de factores desfavorables: sucesivas sequías que habían provocado una baja en la producción de caña; la suba de la tasa de interés que había aumentado mucho su deuda al Banco de Brasil -como muchos otros productores el hijo del arrendatario no había saldado su deuda y consecuentemente su crédito no había sido renovado-; y finalmente, estaba en litigio con la Usina San Carlos: en el mes de febrero, durante la molienda, la usina había enviado trabajadores y camiones al ingenio para cortar y retirar toda la caña. El conflicto estaba relacionado con la diversificación de las actividades económicas en Aurora. Rodrigo se considera un empresario moderno y cree, como los economistas, que el fin de monocultivo de la caña es la solución para las sucesivas crisis de la Zona de la Mata de Pernambuco, el mejor antídoto contra las oscilaciones del precio internacional del azúcar y de la política del gobierno. Aprovechándose de la localización de Aurora en un punto privilegiado, entre una ruta federal y una de las partes más valorizadas de la costa de Pernambuco, Rodrigo resolvió explotarla turísticamente. Gracias a una asociación con un empresario alemán, transformó la “casa grande”30 en una posada y pasó así a recibir un importante flujo de turistas, sobretodo alemanes. Descontenta con esa actividad, que no le rendía ningún lucro, la dirección de la usina inició una acción judicial contra Rodrigo acusándolo de estar violando los términos del contrato de arrendamiento y obtuvo una medida preliminar para recuperar la caña31.
Los dirigentes sindicales acompañaban de cerca la crisis gracias a las informaciones provistas por el secretario, que era trabajador residente en Aurora (con licencia gremial para el ejercicio de su mandato), y por el propio patrón. De hecho, cuando se trató de la obtención de los recursos de emergencia, el Sindicato certificó la lista de trabajadores de Aurora que Rodrigo presentó al gobierno del Estado. Nadie en el Sindicato invocaba la posibilidad de un reclamo contra el hijo del arrendatario por el no pago de los salarios.
En el ingenio los trabajadores convivían con la suspensión del pago de salarios. Al principio se valieron de los productos de sus quintas y rozados y de la pesca; algunos fueron a trabajar como clandestinos para otros patrones. Sin embargo, después de algunas semanas la situación en el ingenio ya era de hambre. Rodrigo mandó a matar tres bueyes y distribuyó la carne entre los trabajadores; luego consiguió un crédito en un supermercado de Flor de Maria para que las familias pudieran abastecerse. La situación era inusitada para los trabajadores, muchos de los cuales hacía ya muchos años que estaban en Aurora, jamás habían vivido una experiencia semejante. La versión del patrón era conocida, pero los trabajadores dudaban de que las razones invocadas por él fueran efectivamente el origen de la crisis. Para ellos, Rodrigo era el principal responsable de lo que estaba ocurriendo: el había descuidado la caña y privilegiado la posada. Los trabajadores, sin embargo, tenían expectativas de que Rodrigo encontrase una salida y la normalidad se reestableciera en el ingenio.
En: Estudos históricos, Vol. 9 Nº 18, 1996/2.
Continuará
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