Autoras/es: Atilio A. Boron *
(Fecha original del artículo: Junio 2011)
(Fecha original del artículo: Junio 2011)
La nueva crisis general del capitalismo ha sumergido las ilusiones fomentadas por los mentores y beneficiarios de la democracia liberal “en las aguas heladas del cálculo egoísta”. Como decía una de las pancartas enarboladas en la Puerta del Sol de Madrid “esto no es una crisis, es una estafa”
En un pasaje memorable del Manifiesto Comunista Marx y Engels sostienen que con su ascenso la burguesía desgarró impiadosamente el velo ideológico que impedía que hombres y mujeres percibieran la verdadera naturaleza de sus relaciones sociales ahogando “el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta”.
La actual crisis del capitalismo y las crecientes protestas y movilizaciones populares en contra de las políticas de ajuste promovidas por el FMI, el BM y el Banco Central Europeo corrobora que las palabras del Manifiesto son de una fuerza profética incomparable. La nueva crisis general del capitalismo ha sumergido las ilusiones fomentadas por los mentores y beneficiarios de la democracia liberal “en las aguas heladas del cálculo egoísta”. Como decía una de las pancartas enarboladas en la Puerta del Sol de Madrid “esto no es una crisis, es una estafa”. Y de la mano de ese doloroso descubrimiento iba otro: la estafa no sólo se ejecutaba en el terreno económico. No menor era el fraude montado en el ámbito político al haber inducido al grueso de la población a creer que la sórdida e inescrupulosa plutocracia bajo cuya férula se desenvolvían sus vidas era una democracia. Por eso las quejas y reclamos exigiendo una “real democracia ya”, una “democracia verdadera” que reemplace a la pseudodemocracia cuyo interés excluyente es la preservación de la riqueza de los ricos y el poderío de los poderosos.
La crisis tuvo por efecto hacer consciente a los pueblos del mundo desarrollado que tanto ellos como nosotros en el Sur global somos víctimas de un sistema que, habiéndose despojado de los ropajes que ayer disimulaban su verdadera naturaleza, somete a unos y otros a “una explotación abierta, descarada, directa y brutal”. Y que lo que llaman democracia es en realidad la dictadura de la oligarquía financiera, que como lo recordaba el Che en la Conferencia de Punta del Este, es incompatible con la democracia.
Días atrás el Financial Times de Londres hizo público un informe sobre las remuneraciones que percibían los máximos ejecutivos de las más grandes empresas. La nota decía que “en lo que respecta a los banqueros la era de la contención (salarial) ha terminado”. En 2010, mientras el mundo continuaba su caída libre hacia el desempleo de masas, las ejecuciones hipotecarias y el empobrecimiento generalizado de la población, la “retribución media de los máximos responsables de los 15 mayores bancos europeos y estadounidenses aumentó un 36 por ciento, hasta (alcanzar una media anual de) 9,7 millones de dólares”. En España, conmovida hasta sus cimientos por la oleada de manifestaciones de los “indignados”, el presidente del BBVA, Francisco González, se conforma con ganar unos 8.000.000 de dólares al año mientras que su colega del Banco Santander, el más importante de España, fue más ambicioso y calmó su ansiedad al ver recompensado sus esfuerzos en pro de sus ahorristas con trece millones de dólares.
Ante esta situación cabe preguntarse por el destino de estas orgullosas y arrogantes pseudo democracias, desmitificadas al calor de una crisis que demostró que son fraudulentos regímenes políticos puestos al servicio de las oligarquías y la opresión de los pueblos. ¿Serán estas protestas y movilizaciones el precipitante de una revolución anticapitalista? Difícil de saber, aunque parece ser cierto que “los de abajo no quieren y los de arriba no pueden seguir viviendo como antes”, para usar la clásica formulación de Lenin.
Las protestas que hoy conmueven a Europa tal vez puedan ser la antesala de una revolución anticapitalista, pero ésta es un proceso, no un acto. La lucha de clases y la resistencia al imperialismo y sus “perros guardianes” en el sistema financiero mundial (el FMI, el BM, el BCE) pueden hacer que lo que al principio comenzó como una protesta contra el desempleo, la reducción salarial y los recortes en las prestaciones sociales terminen siendo el motor que impulse una hasta hace poco improbable e imprevisible revolución en el corazón del capitalismo desarrollado. Es demasiado pronto para saber, Pero lo que sí sabemos es que de ahora en más las cosas serán distintas: que los condenados de la tierra no quieren seguir viviendo como antes y los ricos comienzan a percibir que no podrán seguir dominando como antes. Son condiciones necesarias –si bien no suficientes– de una revolución, lo cual no es poca cosa.
La crisis tuvo por efecto hacer consciente a los pueblos del mundo desarrollado que tanto ellos como nosotros en el Sur global somos víctimas de un sistema que, habiéndose despojado de los ropajes que ayer disimulaban su verdadera naturaleza, somete a unos y otros a “una explotación abierta, descarada, directa y brutal”. Y que lo que llaman democracia es en realidad la dictadura de la oligarquía financiera, que como lo recordaba el Che en la Conferencia de Punta del Este, es incompatible con la democracia.
Días atrás el Financial Times de Londres hizo público un informe sobre las remuneraciones que percibían los máximos ejecutivos de las más grandes empresas. La nota decía que “en lo que respecta a los banqueros la era de la contención (salarial) ha terminado”. En 2010, mientras el mundo continuaba su caída libre hacia el desempleo de masas, las ejecuciones hipotecarias y el empobrecimiento generalizado de la población, la “retribución media de los máximos responsables de los 15 mayores bancos europeos y estadounidenses aumentó un 36 por ciento, hasta (alcanzar una media anual de) 9,7 millones de dólares”. En España, conmovida hasta sus cimientos por la oleada de manifestaciones de los “indignados”, el presidente del BBVA, Francisco González, se conforma con ganar unos 8.000.000 de dólares al año mientras que su colega del Banco Santander, el más importante de España, fue más ambicioso y calmó su ansiedad al ver recompensado sus esfuerzos en pro de sus ahorristas con trece millones de dólares.
Ante esta situación cabe preguntarse por el destino de estas orgullosas y arrogantes pseudo democracias, desmitificadas al calor de una crisis que demostró que son fraudulentos regímenes políticos puestos al servicio de las oligarquías y la opresión de los pueblos. ¿Serán estas protestas y movilizaciones el precipitante de una revolución anticapitalista? Difícil de saber, aunque parece ser cierto que “los de abajo no quieren y los de arriba no pueden seguir viviendo como antes”, para usar la clásica formulación de Lenin.
Las protestas que hoy conmueven a Europa tal vez puedan ser la antesala de una revolución anticapitalista, pero ésta es un proceso, no un acto. La lucha de clases y la resistencia al imperialismo y sus “perros guardianes” en el sistema financiero mundial (el FMI, el BM, el BCE) pueden hacer que lo que al principio comenzó como una protesta contra el desempleo, la reducción salarial y los recortes en las prestaciones sociales terminen siendo el motor que impulse una hasta hace poco improbable e imprevisible revolución en el corazón del capitalismo desarrollado. Es demasiado pronto para saber, Pero lo que sí sabemos es que de ahora en más las cosas serán distintas: que los condenados de la tierra no quieren seguir viviendo como antes y los ricos comienzan a percibir que no podrán seguir dominando como antes. Son condiciones necesarias –si bien no suficientes– de una revolución, lo cual no es poca cosa.
* Director del PLED del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
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