Autoras/es: Mario Marazzi
Por su
temática vinculada con los cacerolazos de fines del 2001, este
"Sandokán a la Cacerola" me parece bastante adecuado para
publicarlo en tu blog. Por otra parte mereció Primera Mención de
Honor de 2002. Cariños
(Fecha original del artículo: 2002)
SANDOKAN A LA CACEROLA
E
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Hacía, para sus cuarenta y tres
años recién cumplidos, una vida irrelevante y francamente aburrida. Además de
archivista en los seguros, se anotaba cada diez o quince días con una noche de
cine, siempre de acción, “para dramas y tragedias basta con la mía”
exageraba; algunos domingos iba a ver a Huracán jugando de local; frecuentaba
semanalmente un prostíbulo altamente promiscuo pero barato de la calle Venezuela y
muy difícilmente recibía noticias de su única hermana, Gladis, desde la
Catamarca que los había visto nacer.
Convengamos que el Enero del
2002 en Buenos Aires fue un mes al rojo vivo con el asunto de los Bancos y el
corralito. Hasta quienes no tenían nada que ganar ni perder se interesaron y
allí aparece nuestro héroe integrando –a manos limpias- un cacerolazo que se
había armado en Congreso y arrancaba hacia la Plaza de Mayo. Se enteró por la
tele, mirando Crónica TV y en una impronta poco común en él, se puso un
pantalón clarito, una camisa de mangas cortas y se fue derecho por Solís hasta
llegar a la Plaza de los Dos Congresos. Un verdadero gentío comenzaba a moverse
como un animal ciego pero altamente ruidoso, para desembocar en la Avenida de
Mayo y desde allí terminarían en la plaza con historia.
La mujer estaba sola en su
casa, mirando televisión mientras tomaba un té de boldo, el perro casi dormido
sobre una alfombrita marrón. Por un instante pensó que a sus treinta y ocho
años bien podía estar mejor acompañada que por ese pichicho de raza ignota que
solamente le permitía pensar que otro ser vivo compartía su departamento de
Plaza Once. Pero la ruleta de la vida le
había cantado cero muchas veces más de lo aconsejable. De repente se preguntó “si
he ido más de veinte veces a esas reuniones de solas y solos y
solamente me encontré con tipos mediocres y más pobres que yo, porqué no en el
cacerolazo?”. Y terminaba con su pensamiento: “Si ahora están
tirando la bronca es porque algún mango tienen en el Banco”. Se puso un
jogin, buscó una budinera en desuso (toda quemada por cientos de flanes
frustrados) y con el único cucharón que tenía, salió a Rivadavia como un
soldado más, con el perrito a upa.
Se encontraron frente al
monumento a Moreno, en Plaza Lorea. ¿Te ayudo con el perro o con la
cacerola?”, arrancó el tipo con deseos de confraternizar.
Siguieron charlando por varias cuadras hasta que llegando a Salta ambos se
confesaron que no tenían un solo peso en el Banco y que también coincidían en
la búsqueda de una noche diferente. En el cruce de la más ancha del mundo, por
un momento quedaron aislados y fue entonces cuando ella le preguntó “¿a
vos te parece que se la van a devolver?” deseando
que ese desconocido que ya estaba descartado por seco pero que le caía
simpatiquísimo le respondiese lo que ella deseaba confirmar. “La esperanza jamás ... la guita
puede ser”, respondió él creyendo que con esa frase se estaba
haciendo un lugarcito en la historia de
esta mujer que a medida que avanzaban, más le gustaba.”Para devolverle la esperanza
aquí está una servidora, perro incluido” dijo ella riendo
y lo tomó de la mano porque se le vinieron encima dos viejas con una asadera
enorme y amenazante.
El de pantalón claro aprovechó la
confusa situación y la tomó por la cintura, le rozó un pecho y lo sintió
durito, pero tan firme que sospechó que la mujer usaba corpiños baratos y
duros. Ya se habían intercambiado los teléfonos, se reían de cualquier cosa,
hasta que irrumpió en la escena un gordo furioso que machacaba casi con
perversión una cacerola de acero inoxidable (detalle que no escapó a la ficha
que hizo rápidamente la mina) con una
espumadera, también del costoso material.
Ya llegando a Tacuarí la mujer
se arrimó al oído de su compañero de safari y le dijo: “parte baja, el
gordo este tiene treinta o cuarenta lucas en el buzón; disculpame pero no
me lo puedo perder” cerrando el discurso con un rápido besito en la
cara del anónimo héroe del cacerolazo. Desconcertado por este final que no
había visto en las telenovelas, el tipo se separó unos metros y por el ruido
que metía la gente, casi tuvo que gritarle ¿y el rope, cómo se llama?
Sandokán ... pero te
aseguro que no es el Tigre de la
Malasia, remato la mujer que ya estaba junto al gordo desaforado.-
Mario Marazzi - 2002
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