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martes, 20 de noviembre de 2012

A propósito del revisionismo histórico: LOS LABERINTOS DE LA MEMORIA I

Autoras/es: Marcia Collazo(*)
(Fecha original del artículo: Noviembre de 2012)
A propósito de la ola de revisionismo histórico que se viene alzando desde las más variadas tiendas de Latinoamérica (Venezuela, Ecuador, Brasil, Chile, Perú, Paraguay, y el Río de la Plata, tanto en su orilla argentina como en la uruguaya), vale la pena hacer un alto en el camino para contemplar el horizonte.
“Una experiencia dolorosa nos ha mostrado cuán peligroso es el camino de las resistencias a la voluntad soberana de los pueblos y cuán imprudente política es la que promueve e inflama en ellos el fuego de la discordia convirtiéndola en un vasto incendio”.
José Artigas.

De alucinaciones y enamoramientos
Se trata de un horizonte que siempre está más allá de nosotros, ya que no estamos al final de la historia, aunque esa sea –repetida e ingenua- la ilusión en que suelen caer los pueblos cuando empuñan lo que algunos denominan “la piqueta fatal del progreso”. Inmersos en el turbión de nuestras propias circunstancias, que a menudo nos obnubila la visión de mediana y lejana distancia y nos permite visualizar únicamente nuestras más inmediatas necesidades o apremios, es común que echemos una mirada recelosa y precavida sobre cualquier proceso revisionista.
Cuando digo nosotros me refiero a los latinoamericanos todos; sin embargo, en esta nueva serie de reflexiones he de referirme especialmente a los rioplatenses en sentido amplio y en especial a los orientales, habitantes de ese pedacito de mundo tan llevado y traído, disputado y avasallado durante buena parte de su vida política colonial e independiente, cuyo periplo vital histórico y proceso político fundacional dio origen a mi segunda novela, La tierra alucinada: memorias de una china cuartelera.
Ese gran creador uruguayo que es Mario Delgado Aparain me dijo, no hace mucho, que un escritor es lo que escribe y lo que dice sobre lo que escribe. En función de esa sabia reflexión, he de pedir permiso a los lectores para incursionar ocasionalmente en el territorio de mi propia literatura, a fin de realizar algunas consideraciones que, en el presente caso, me parecen oportunas. La tierra Alucinada transcurre en el período histórico que va de 1825 (Cruzada Libertadora) hasta 1828 (Convención Preliminar de Paz), pero sus vínculos con el pasado y el futuro, con el antes y el después de esos tres años, se extienden a la manera de raíces invisibles, preñadas de ocultos significados. Es como si se tratara de una larga pregunta que corriera por debajo de la tierra con los ojos abiertos, hasta irrumpir de pronto, erguida como un faro, sobre los dilatados horizontes de nuestras penillanuras, ríos y cuchillas, para que algún oído se atreva a escucharla y acaso a responderla.
Esa tierra está alucinada, a mi modo de ver, en un doble sentido: por un lado, por el engaño y la mentira, por el cálculo interesado y solapado, por el tironeo persistente y salvaje a que fue sometida a través de los más variados intereses (argentinos, brasileños, ingleses, orientales divididos y enconados unos con los otros) y por otro lado, por su encandilamiento apasionado por el mensaje artiguista, que a esas alturas (1825), después del alejamiento del Jefe de los Orientales (alejamiento sobre el cual volveremos), ya se estaba perfilando como un amor imposible. Sin embargo, es el amor inaugural, el amor fundante que nos despierta a la vida y a la libertad y, en tal sentido debemos tener en cuenta, como bien dice el Romancero Español: “Que los amores primeros son muy malos de olvidar” .
Imposible soslayar las referencias obligadas de La tierra alucinada a La tierra púrpurea , de Enrique Hudson, aquel argentino de ascendencia inglesa que se crió en estancia de “Los 25 ombúes” y que, al escribir las aventuras de un tal Richard Lamb en la Banda Oriental de la América del Sur, la bautizó con ese nombre que evoca más de un símbolo: la tierra es púrpurea por el color de los labios de sus mujeres, por algunas de sus flores y de sus pájaros, pero sobre todo por la sangre derramada. Nos preguntamos hoy: ¿sangre derramada por quiénes y para qué? ¿Se tratará, en una lectura poco menos que banal y apresurada, de la sangre que costaron las fracasadas invasiones inglesas de 1806 y 1807 al Río de la Plata? Nuestra respuesta no puede ser otra que un rotundo no: un gran escritor como Hudson, que plasma en sus obras (americano al fin) la justificación existencial de América frente a la civilización occidental, como muy acertadamente señala Ezequiel Martínez Estrada, no podía referirse a otra sangre que la ofrendada en las eternas luchas por la libertad.
Así también yo creo (con la mayor modestia y humildad del caso, y amparándome únicamente en mi condición de oriental pensante) que mi tierra alucinada guarda más de un secreto y una justificación; mi tierra habla y piensa, muda de parecer, se queja y se alegra, se alimenta de los huesos de sus propios muertos, los evoca, los ve cabalgar en ocasiones sobre el tiempo, los siente latir aún en las nuevas y repetidas proclamas y anhelos de liberación.

¿Revisionismo histórico?
El 17 de noviembre de 2011 la presidenta Cristina Fernández de Kirchner crea en Argentina el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico e Iberoamericano Manuel Dorrego, con la finalidad de rever el lugar y el sentido que se ha dado a la vida y obra de los más importantes exponentes del ideario argentino, federalista e iberoamericano; el Presidente de dicho Instituto es el historiador, escritor, médico psicoanalista y dramaturgo argentino Pacho O´Donnell. Su reciente libro “Artigas: la versión popular de la revolución de mayo” constituye una suerte de introducción al revisionismo histórico sobre la figura de nuestro prócer.
El propósito es laudable, ya que la mayor parte de los habitantes de la capital argentina, no han escuchado otra cosa acerca de José Artigas que los jirones erráticos y deformados (si ello fuera posible) de la leyenda negra que urdieron en su momento figuras como Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López y Domingo Sarmiento, entre otros . En efecto, no debe olvidarse que, aunque para el resto del universo rioplatense y aledaños (casi todas las provincias argentinas, además de países como Paraguay y Uruguay), Artigas es y seguirá siendo un héroe nacional con mayúsculas, no ha ocurrido lo mismo respecto a Buenos Aires. En efecto, desde la capital porteña, el Protector de los Pueblos Libres siempre fue contemplado por lo menos con una mezcla de temor y desprecio. Por otro lado, a poco que uno se detenga morosamente en la lectura de esta obra del historiador argentino, que reúne más bien las características de un ensayo breve, mezcla de alegato y de nouvelle, en lugar de constituirse en un libro de historia en el sentido estrictamente académico del término (lo cual, aclaro desde ya, considero una de sus virtudes), se advierte que el autor no solamente se ha apasionado por la figura de nuestro prócer, sino que ha procurado adentrarse en su geografía vital, ahondar en su pensamiento, reuniendo para ello, datos que para cualquier oriental son “obvios” y trillados, pero que allende el Río de la Plata, particularmente entre los niños y los adolescentes de la capital argentina, no lo son tanto.
Ha procurado, además, conciliar armónicamente la visión de conjunto de los acontecimientos del Río de la Plata, hilando los mismos a partir de un núcleo central a partir del cual desplegará todo su trabajo: la Revolución de Mayo ocurrida en Buenos Aires en 1810. Para el historiador, Artigas constituye “el intento más importante de que la Revolución de Mayo expresara los intereses populares”. Ahora bien: ¿es lícito dicho punto de vista? ¿Guarda o puede guardar relación la figura de Artigas con la acción y el mensaje de la Revolución de Mayo? Nos estamos refiriendo al período que transcurre desde el momento en que Artigas se presenta ante la Junta revolucionaria, para ponerse a sus órdenes, solicitar armas y recursos y llevar adelante la revolución en la Banda Oriental, hasta el instante en que se rompen los vínculos con el centralismo porteño y Artigas (y con él la Banda Oriental, Entre Ríos y Corrientes, por lo menos) profundiza su proyecto geopolítico de creación de la Liga Federal de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Es evidente que Pacho O´Donnell maneja con maestría y solvencia los episodios históricos de su patria argentina. Es capaz de resumir en una frase de unos pocos renglones todo un universo de reflexiones inquietantes, reveladoras y sorprendentes sobre personajes como Mariano Moreno y su “horrible agonía de tres días”, que echa un manto de sospecha sobre las verdaderas razones de la muerte de un hombre de tan sólo treinta y dos años, hasta entonces saludable. El detalle del abanico negro que recibe horas antes su esposa es digno de la mejor novela de suspenso. El acercamiento del autor a la figura de José Artigas, en cambio, no debe suponerse tan conocido y manejado por la gente de a pie; ya que hasta ayer nomás, como quien dice, en la provincia de Buenos Aires, seguía pesando sobre el Jefe de los Orientales la lápida de la indiferencia despreciativa, nacida de la intención de “enterrar” al Jefe de los Orientales bajo todas las toneladas de roca imaginables.
Pero el revisionismo histórico quiere otra cosa. A estas alturas, cabría dudar del término mismo: ¿por qué hablar de revisionismo? ¿No es acaso la historia (nuestra historia) nada más que una diminuta partícula de la historia de otros, que me han precedido o que me sucederán? ¿Y no vivieron o no vivirán esos otros, circunstancias diferentes? ¿Y no sustentarán, así, visiones disímiles a las nuestras, sobre los hechos del mundo? Estamos inmersos en el caudaloso río de la historia, del cual habló Herodoto; y por lo tanto cualquier revisionismo no es más que el aleteo de una mano en el agua, un erguir la cabeza sobre el bosque para poder divisar otros cielos. En suma: un sacudimiento de la memoria fragmentada. Al respecto dice el historiador inglés Arnold Toynbee que “existen muchos ángulos desde los cuales el espíritu puede asomarse al universo” .
Para bucear en las aguas turbulentas del revisionismo histórico necesitamos, al menos, de ciertos recursos metodológicos indispensables: uno de ellos, el más obvio, es el de procurar tomar distancia crítica respecto a las propias concepciones, opiniones y circunstancias. Es preciso no dejarse hipnotizar por la historia local de las respectivas comunidades, provincias o países. Es preciso, también, no pretender ejercer un derecho de exclusividad sobre cosas o personas, como si se tratara de una especie de marca registrada. Ninguna historia es absolutamente local, ni en Latinoamérica ni en el Río de la Plata; y ningún héroe lo es tampoco. Si así fuera, deberíamos resignarnos a echar por tierra los grandes anhelos de esos mismos héroes y liquidar de una vez para siempre los viejos sueños de unión americana, que acuñaron Bolívar y Artigas, entre otros, para atrincherarnos entre los reducidos muros de las fronteras estatales, que podrán dividir territorios pero jamás almas y comunidades.
El segundo método es el de desterrar toda pretensión de apropiación indebida de esas mismas cosas o personas, así como la idea de poseer la verdad revelada; el revisionismo crítico, lo mismo que la acción social comunicativa de la que habla Habermas, debe estar fundado en las exigencias racionales de las verdades sometidas a crítica, lo cual corre para todos los interlocutores y no solamente para algunos de ellos.

Sobre calumnias y otras desvergüenzas
Sabido es que, entre las acciones dirigidas a minar el prestigio o el buen nombre de nuestro prójimo, la más vergonzosa de todas es la calumnia, en tanto siembra la duda, la oscuridad, la confusión, la pregunta perversa: ¿y si fuera cierto? En el caso de José Artigas, todo comenzó con la famosa leyenda negra, urdida, puntada a puntada de hilos denigratorios, por Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López y Faustino Sarmiento, entre otros.
Es que la calumnia y la difamación constituyen, en ocasiones, la única arma que pueden esgrimir quienes se sirven de ellas, a falta de juego limpio, poder de conducción de masas y liso y llano talento y clarividencia políticas. Modalidades de difamación las hay muchas y variopintas, y su poder corrosivo reside precisamente en el atractivo de los discursos o los símbolos a los que echan mano; atractivo innegable, por cuanto esos símbolos refieren a valores incuestionables, muy caros para el ser humano de todo tiempo y lugar, como la vida, la libertad, la igualdad y la felicidad. De Artigas se decía que era un monstruo sediento de sangre, dedicado a asesinar niños y mujeres. Hoy en día se recurre a acusaciones de discriminación sexual, étnica, religiosa, apropiación indebida, abuso de funciones… y la lista sigue.
Hemos dicho ya que la perversidad de la calumnia reside en la siembra de la duda. Obviamente, si fueran verdaderas las imputaciones, no estaríamos hablando de calumnia, sino de delitos graves. El problema (para los calumniadores) surge cuando notoria y escandalosamente, la acusación se da de bruces contra la práctica, la prédica y la trayectoria de vida del imputado. Esto fue lo que ocurrió en el caso de José Artigas: fue tildado de asesino, bandido, montonero salvaje, infame, traidor y una porción muy larga de epítetos de esa laya, que arreciaron en momentos en que su poder y su carisma personal se acrecían tanto como su resistencia a los planes centralistas del gobierno porteño unitario. Claro que quienes acusaban, ya en aquel momento, no tuvieron demasiada suerte. Como el propio O´Donnell se encarga de precisar, echando mano a las correspondientes citas históricas, a propósito de un incidente ocurrido entre Artigas y el barón de Holmberg: “Terminaba su carta (el barón) anunciando que los rebeldes lo estaban tratando bien, pero le recriminaba a Posadas que lo había mandado a sacrificar inútilmente, porque Artigas tiene razón”.
Más adelante dirá O´Donnell que Buenos Aires fracasó una vez más (a propósito de la misión Pico Rivarola) en su intento de “librarse de ese jefe popular que les alborotaba varias provincias con ideas de federalismo, justicia social y participación popular en la toma de decisiones”.


¿El primer caudillo argentino?

En el libro de O´Donnell se menciona que Artigas habría sido el primer caudillo argentino. Sin embargo, en entrevista concedida al diario El País, de Uruguay, expresa el historiador cuando se le pregunta al respecto, que en realidad quiso referirse a Artigas como “el primer jefe popular del Río de la Plata”. Es decir que, además de ser un prócer uruguayo, es un prócer rioplatense y un prócer americanista, pero no un caudillo argentino. Ahora bien, ¿en qué reside la diferencia?
Para hallar alguna ruta metodológica que contribuya a echar luz sobre esta problemática es necesario recurrir a los territorios lindantes de la semiótica, la sociología y la filosofía de la historia. Los orientales nos sentimos, en cierto modo, fuera del alcance de las altas mareas, en lo que refiere a la figura de Artigas. Estaríamos en una cómoda posición ventajosa en la que nada puede sucedernos, ya que Artigas nació en esta tierra, como es de público y notorio conocimiento, y desde esta tierra luchó y concibió su vasto programa federal. Pero… hasta ahí llegan nuestras seguridades. También se trata del mismo hombre que se retiró de nuestro territorio, replegándose hacia el norte, probablemente en busca de auxilios y recursos estratégicos que por una u otra razón no obtuvo, y que en los siguientes treinta años no quiso volver a poner un pie en la provincia oriental. Por algo será, como dice la frase popular. Más de una vez, al alzar la cabeza sobre su arado, allá en la rojiza tierra paraguaya, se habrá dicho: “A estas alturas el ejército portugués (devenido luego en brasileño) se moviliza dentro de la tierra de mis padres, como Perico por su casa, y el famoso ejército de las Provincias Unidas está inmóvil al otro lado del río, a sólo unas horas de marcha”. ¿Y qué decir de los propios orientales, los que se quedaron, los que pusieron el río de por medio y los que decidieron retornar, llenos de valor y de bravura pero faltos de unión y de criterios políticos de largo alcance? ¿Cómo regresaría él, entonces, con la taba dada vuelta en lo que hace a sus intenciones de establecer una alianza con el gobierno paraguayo? ¿Y sobre todo, cuál habrá sido el derrotero interior de ese hombre refugiado en una tierra que acaso debió haber formado parte de su gran estrella federal, mientras en los bordes erráticos de esa historia se encrespaba la furia de los intereses encontrados, de la intriga, de la traición y del odio fratricidas?
Lo interesante es que nosotros también estamos sumergidos en la historia. La experiencia de nuestros actuales problemas y circunstancias, de nuestras divisiones y acercamientos como latinoamericanos, de nuestros actuales intentos de unión, ya fue vivida por aquellas personas en su no tan lejano mundo. Es cierto que tales vivencias no fueron, no pudieron haber sido las mismas en lo tocante al preciso devenir de las circunstancias; pero siguen permaneciendo idénticos los anhelos de integración y de reconocimiento.
Si nos ponemos a escuchar, de la mano de un sano revisionismo histórico, de un revisionismo histórico valiente, honrado y cabal, podremos acaso percibir el verdadero significado de las palabras y de los sentimientos latentes en el mensaje artiguista. Su presente es el nuestro; su futuro también, porque los pueblos y los seres humanos que componen esos pueblos no pueden conformarse con una mera supervivencia temporal. La vida, para ser integral, exige convertirse en historia, es decir en valoración y elección de caminos y posibilidades. Algunos de los problemas de América Latina no son los mismos de hace doscientos años. Otros aún lo son. Existe además una insoslayable contemporaneidad filosófica y antropológica que late por todos lados, a la espera de que seamos capaces de descorrer el velo; ya que, como bien dijo Martí: “Los pueblos que no se conocen han de darse prisa por conocerse”.
La figura del revisionismo histórico se levanta ante nosotros, como inquietante oráculo cargado de preguntas, y no de respuestas. Hacia él iremos, en próximos artículos.

(*) Abogada, docente, poeta, escritora, ensayista

BIBLIOGRAFÍA:
D’Atri, Norberto (2006) El revisionismo histórico. Su historiografía, en Jauretche, Arturo, Política nacional y revisionismo histórico, Ed. Corregidor. Bs. As.
Halperin Donghi, Tulio, (2005) El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional, Buenos Aires. Siglo XXI.
Hudson, E. (1996) La tierra purpúrea. Zurbarán Ediciones. Bs. As.
Ingenieros, José (1918) Sociología Argentina. Bs. As.
Romance de La condesita romera. En Menéndez Pidal, Ramón (ed.), Flor nueva de romances viejos, Buenos Aires. Espasa Calpe, 1943
O´Donnell, Pacho (2012) Artigas. La versión popular de la Revolución de Mayo. Aguilar.
Sarmiento, D. F. (1975) Facundo. M. Edit. Nacional. Bs. As.
Toynbee, Arnold. (1960) La civilización puesta a prueba. Emecé Editores. Bs. As.
Zum Felde, Alberto (1946) Evolución histórica del Uruguay. Ed. Maximino. García. Montevideo.

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