Autoras/es: Mario Marazzi
En el
2006 Radio Municipal (creo que se llamaba Radio Ciudad)
realizó un concurso para elegir los MEJORES QUINCE CUENTOS que
tuviesen su desarrollo en nuestra amada y odiada Buenos Aires.
Se refería a cuentos inéditos lo cual era muy bueno porque
eliminaba a los tiburones de dolorosas mandíbulas. Dicen que
llegaron más de 350 y entre ellos el Jurado eligió los que
consideró los 15 menos horribles. Entre ellos quedó "Juzgado
por Olvidos" que aquí les presento.
(Fecha original: 2006) Se cruzaron miradas indiferentes, la primera vez en la panadería Las Victorias, casi en la esquina de Talcahuano y Paraguay. Era el mediodía de un martes del invierno porteño y pasado el tiempo el hombre diría que su interés fue dado por el rojo estridente del tapado de ella o quizá esa melena rubia –teñida- francamente imposible de olvidar.
La mujer, cuando volvieron a
encontrarse a los pocos minutos en el almacén de Tucho, creyó escuchar algunos
compases de “Propuestas”, un bolero que la transportaba veinticinco años atrás,
cuando recién comenzaba su carrera de Abogacía y estaba noviando con el idota
de Agustín. El tipo compró dos kilos de naranjas para jugo y mientras esperaba
el vuelto se decidió por un reconocimiento más preciso. Lo intrigó el
portafolios de cuero de chancho que llevaba la mujer y aceptó que la chalina
negra combinaba perfecto con el tapado rojo.
No habían pasado tres minutos
cuando en el Supermercado La Anónima, siempre sobre Talcahuano ahora casi
Córdoba, volvieron a encontrarse en la góndola de Lácteos. “¿Será una curiosa coincidencia o nos estamos persiguiendo?” dijo
él y en ese mismo momento se arrepintió de haber abierto la boca. Sin embargo la
mujer, por ese entonces con un yogurt diet en su mano derecha, lo miró
francamente moviendo apenas su cabellera rubia y fue entonces cuando se decidió
por una respuesta de alguna manera alentadora y enigmática: “Por ahora, me quedo con la curiosa coincidencia”. Ambos sonrieron apenas y
ella fue hacia la estantería de galletitas decidiéndose finalmente por un
paquete de Mayco Sandwicheras mientras el hombre volvió hacia la heladera de
carnes donde tomó una bandeja con dos churrascos de hígado.
“Esta
seguidilla de encuentros me lleva a invitarte con un bombón” dijo el hombre de barba entrecana,
mientras dentro de la bolsa de pan metía el atado de Derby largos suaves, y le
entregaba un marroc a la mujer del tapado torero que había también ingresado al
kiosco de la avenida
Córdoba, en busca de pastillas de menta y sus Benson.
Salieron juntos y ella le pidió
sentarse un momento en un banco de la plaza Lavalle, justo enfrente del kiosco. Los
separaban las bolsas de él y el portafolios de cuero de chancho cuando la mujer
arrancó fuerte: “Vos sos Alfredo
Benavídez y al margen de estos accidentales encuentros de hoy, tuve algo que
ver en tu vida”. El hombre ahora la miró con ojo de cirujano y trató de
abrir sus archivos de recuerdos pero no ubicaba ese rostro que le seguía
gustando pero ahora con algo de miedo: el acierto completo de su nombre lo puso
en guardia. Abrió el atado de Derby recién comprado, ella aceptó y encendió los
dos cigarrillos con el mismo fósforo. Pasaron apenas dos minutos pero la
densidad del silencio era casi insoportable. “No te saco, decime por favor” se entregó él, más intrigado que
derrotado. Hubo una cierta compasión cuando ella le tiró un salvavidas:
“Juzgado de Instrucción número tres, año 89 o 90, eso no recuerdo bien”.
¡Carajo
… ahora sí … vos sos la
jueza Lanfranco!”, casi gritó Alfredo Benavídez comenzando a manotear las
bolsas, preparando una retirada honrosa, mientras pensaba que esa rubia teñida
que en el 90 era morocha y entonces había decidido tres años de prisión para
él, estaba allí al alcance de su rabia. Sin embargo comenzó a sentir un cierto
asombro –casi admiración- por el coraje de la mujer que ahora le había tomado
con firmeza la muñeca de su mano para impedirle que se vaya con sus bolsitas de
supermercado. “Ahora que han pasado los
años ¿tenés en claro que no tuve salida y pese al imbécil de tu abogado te dí
la menor de las penas?”, dijo ella y le pidió que la acompañe hasta la boca
del subte.
Se abrazaron en Libertad y Tucumán,
casi fraternalmente y mientras ella se acomodaba la chalina negra, Alfredo
Benavídez, ex convicto y noticia apetecida por los diarios de entonces, le dijo
casi en un susurro “me debés tres años de
vida y … un marroc”. De todas formas, no dejó de sentir un poco de
vergüenza por vivir este momento tan singular de su vida con una bolsa de
naranjas para jugo en una mano y con el pan y los bifes de hígado en la otra. Justo pasaba un
39, con asientos vacíos y del Instituto Libre salían los pibes del turno
mañana.-
Mario
Marazzi - 2006
1 comentario:
¡Excelente narración! Felicitaciones, Mario. Rosa Boldori
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