Autoras/es: Louis Althusser
(Fecha original : 1969-70)
Sobre la
reproducción de las relaciones de producción
Podemos
responder ahora a nuestra cuestión central, que hemos dejado en suspenso muchas
páginas atrás: ¿cómo se asegura la reproducción de las relaciones de
producción?
En lenguaje tópico
(infraestructura, superestructura) diremos: está asegurada en gran parte 12 por la superestructura jurídico-política e ideológica.
Pero dado que
hemos considerado indispensable superar ese lenguaje todavía descriptivo,
diremos: está asegurada, en gran parte, por el ejercicio del poder de Estado en
los aparatos de Estado, por u n lado el aparato (represivo) de Estado, y por el
otro los aparatos ideológicos de Estado.
Se deberá tener
muy en cuenta lo dicho precendentemente y que reunimos ahora bajo las tres
características siguientes:
1) Todos los
aparatos de Estado funcionan a la vez mediante la represión y la ideología, con
la diferencia de que el aparato (represivo) de Estado funciona masivamente con
la represión como forma predominante, en tanto que los aparatos ideológicos de
Estado funcionan masivamente con la ideología como forma predominante.
2) En tanto que
el aparato (represivo) de Estado constituye un todo organizado cuyos diferentes
miembros están centralizados bajo una unidad de mando —la de la política de
lucha de clases aplicada por los representantes políticos de las clases
dominantes que tienen el poder de Estado— los aparatos ideológicos de Estado
son múltiples, distintos, “relativamente autónomos” y susceptibles de ofrecer
un campo objetivo a contradicciones que, bajo formas unas veces limitadas,
otras extremas, expresan los efectos de los choques entre la lucha de clases
capitalista y la lucha de clases proletaria, así como sus formas subordinadas.
3) En tanto que
la unidad del aparato (represivo) de Estado está asegurada por su organización
centralizada y unificada bajo la dirección de representantes de las clases en
el poder, que ejecutan la política de lucha de clases en el poder, la unidad
entre los diferentes aparatos ideológicos de Estado está asegurada, muy a
menudo en formas contradictorias, por la ideología dominante, la de la clase
dominante.
Si se tienen en
cuenta estas características, se puede entonces representar la reproducción de
las relaciones de producción, 13 de acuerdo con una especie de “división del trabajo”, de la manera
siguiente.
El rol del
aparto represivo de Estado consiste esencialmente en tanto aparato represivo,
en asegurar por la fuerza (sea o no física) las condiciones políticas de
reproducción de las relaciones de producción que son, en última instancia, relaciones
de explotación. El aparato de Estado
no solamente contribuye en gran medida a su propia reproducción (existen en el
Estado capitalista dinastías de hombres políticos, dinastías de militares,
etc.) sino también, y sobre todo, asegura mediante la represión (desde la
fuerza física más brutal hasta las más simples ordenanzas y prohibiciones
administrativas, la censura abierta o tácita, etc.) las condiciones políticas
de la actuación de los aparatos ideológicos de Estado.
Ellos, en
efecto, aseguran en gran parte, tras el “escudo” del aparato represivo de
Estado, la reproducción misma de las relaciones de producción. Es aquí donde
interviene masivamente el rol de la ideología dominante, la de la clase dominante
se asegura la “armonía” (a veces estridente) entre el aparato represivo de
Estado y los aparatos ideológicos de Estado y
entre los diferentes aparatos ideológicos de Estado.
Nos vemos
llevados así a encarar la hipótesis siguiente, en función de la diversidad de
los aparatos ideológicos de Estado en su rol único —por ser común— de
reproducir las relaciones de producción.
En efecto, hemos
enumerado en las formaciones sociales capitalistas contemporáneas una cantidad
relativamente elevada de aparatos ideológicos de Estado: el aparato escolar,
el aparato religioso, el aparato
familiar, el aparato político, el aparato sindical, el aparato de información,
el aparato “cultural”, etcétera.
Ahora bien, en
las formaciones sociales del modo de producción “servil” (comunmente llamado
feudal) comprobamos que, aunque existe (no sólo a partir de la monarquía
absoluta sino desde los primeros estados antiguos conocidos) un aparato
represivo de Estado único, formalmente muy parecido al que nosotros conocemos,
la cantidad de aparatos ideológicos de Estado es menor y su individualidad
diferente. Comprobamos, por ejemplo, que la Iglesia (aparato ideológico de
Estado religioso) en la Edad Media acumulaba numerosas funciones (en especial
las escolares y culturales) hoy atribuidas a muchos aparatos ideológicos de
Estado diferentes, nuevos con respecto al que evocamos. Junto a la Iglesia
existía el aparato ideológico de Estado familiar, que cumplía un considerable
rol, no comparable con el que cumple en las formaciones sociales capitalistas.
A pesar de las apariencias, la iglesia y
la familia no eran los únicos aparatos ideológicos de Estado. Existía también
un aparato ideológicos de Estado político (los Estados Generales, el
Parlamento, las distintas facciones y ligas políticas, antecesoras de los
partidos políticos modernos, y todo el sistema político de comunas libres,
luego de las ciudades). Existía asimismo un poderoso aparato ideológico de
Estado “pre-sindical”, si podemos arriesgar esta expresión forzosamente
anacrónica (las poderosas cofradías de comerciantes, de banqueros, y también
las asociaciones de compagnons*, etcétera).
Las ediciones y la información también tuvieron un innegable desarrollo, así
como los espectáculos, al comienzo partes integrantes de la iglesia y luego
cada vez más independientes de ella.
Ahora bien, es
absolutamente evidente que en el período histórico pre-capitalista que acabamos
de examinar a grandes rasgos, existía un aparato ideológico de Estado
dominante, la Iglesia, que
concentraba no sólo las funciones religiosas sino también las escolares y buena
parte de las funciones de información y “cultura”. Si toda la lucha ideológica
del siglo XVI al XVII, desde la primera ruptura de la Reforma, se concentró en la lucha anticlerical y antirreligiosa,
ello no sucedió por azar sino a causa de la posición dominante del aparato
ideológico de Estado religioso.
La revolución
francesa tuvo ante todo por objetivo y resultado no sólo trasladar el poder de
Estado de la aristocracia feudal a la burguesía capitalista-comercial, romper
parcialmente el antiguo aparato represivo de Estado y reemplazarlo por uno
nuevo (el ejército nacional popular, por ejemplo), sino también atacar el
aparato ideológico de Estado Nº 1, la Iglesia. De allí la constitución civil del
clero, la confiscación de los bienes de la Iglesia y la creación de nuevos
aparatos ideológicos de Estado para reemplazar el aparato ideológico de Estado
religioso en su rol dominante.
Naturalmente,
las cosas no fueron simples: lo prueba el concordato, la restauración, y la
larga lucha de clases entre la aristocracia terrateniente y la burguesía
industrial durante todo el siglo XIX para imponer la hegemonía burguesa sobre
las funciones desempeñadas hasta
entonces por la iglesia, ante todo en la escuela. Puede decirse que la
burguesía se apoyó en el nuevo aparato ideológico de Estado político,
democrático-parlamentario, implantado en los primeros años de la Revolución,
restaurado luego por algunos meses, después de largas y violentas luchas, en
1848, y durante decenas de años después de la caída del Segundo Imperio, para
dirigir la lucha contra la Iglesia y apoderarse de sus funciones ideológicas,
en resumen, para asegurar no sólo su hegemonía política sino también la
hegemonía ideología indispensable para la reproducción de las relaciones
capitalistas de producción.
Por esto nos
creemos autorizados para ofrecer la tesis siguiente, con todos los riesgos que
implica. Pensamos que el aparato ideológico de Estado que ha sido colocado en
posición dominante en las formaciones capitalistas maduras, como resultado de
una violenta lucha de clase política e ideológica contra el antiguo aparato
ideológico de Estado dominante, es el aparato ideológico escolar.
Esta tesis puede
parecer paradójica, si es cierto que cualquier persona acepta —dada la
representación ideológica que la burguesía quería darse a sí misma y dar a las
clases que explota— que el aparato ideológico de Estado dominante en las
formaciones sociales capitalistas no es la escuela sino el aparato de Estado político,
es decir, el régimen de democracia parlamentaria combinado del sufragio
universal y las luchas partidarias.
No obstante, la
historia, incluso la historia reciente, demuestra que la burguesía pudo y puede
adaptarse perfectamente a aparatos ideológicos de Estado políticos distintos de
la democracia parlamentaria: el Primer y Segundo Imperio, la Monarquía
Constitucional (Luis XVIII, Carlos X), la Monarquía parlamentaria (Luis
Felipe), la democracia presidencial (de Gaulle), por hablar sólo de Francia. En
Inglaterra las cosas son todavía más evidentes. La revolución fue allí
particularmente lograda desde el punto de vista burgués ya que, contrariamente
a lo ocurrido en Francia —donde la burguesía, a causa de la necedad de la
pequeña nobleza, tuvo que aceptar su elevación al poder por intermedio de
“jornadas revolucionarias” plebeyas y campesinas, que le costaron terriblemente
caras—, la burguesía inglesa pudo “llegar a un acuerdo” con la aristocracia y
“compartir” con ella el poder de Estado y el uso del aparato de Estado durante
mucho tiempo (¡paz entre todos los hombres de buena voluntad de las clases
dominantes!). En Alemania las cosas son aún más asombrosas, pues la burguesía
imperialista hizo su estruendosa entrada en la historia (antes de “atravesar”
la República de Weimar y entregarse al nazismo), bajo un aparato ideológico de
Estado político en el que los junkers imperiales (Bismark es el símbolo), su
ejército y su policía le servían de escudo y de equipo dirigente.
Por eso creemos
tener buenas razones para pensar que detrás del funcionamiento de su aparato
ideológico de Estado político, que ocupaba el primer plano, lo que la burguesía
pone en marcha como aparato ideológico de Estado Nº 1, y por lo tanto
dominante, es el aparato escolar que reemplazó en sus funciones al antiguo
aparato ideológico de Estado dominante,
es decir, la Iglesia. Se podría agregar: la pareja Escuela-Familia ha
reemplazado a la pareja Iglesia-Familia.
¿Por qué el
aparato escolar es realmente el aparato ideológico de Estado dominante en las
formaciones sociales capitalistas y cómo funciona?
Por ahora nos
limitaremos a decir que:
1) Todos los
aparatos ideológicos de Estado, sean cuales fueren, concurren al mismo
resultado: la reproducción de las relaciones de producción, es decir, las
relaciones capitalistas de explotación.
2) Cada uno de
ellos concurre a ese resultado único de la manera que le es propia: el aparato
político sometiendo a los individuos a la ideología política de Estado, la
ideología “democrática”, “indirecta” (parlamentaria) o “directa” (plebiscitaria
o fascista); el aparato de información atiborrando a todos los “ciudadanos”
mediante la prensa, la radio, la televisión, con dosis diarias de nacionalismo,
chauvinismo, liberalismo, moralismo, etcétera. Lo mismo sucede con el aparato
cultural (el rol de los deportes es de primer orden en el chauvinismo),
etcétera; el aparato religioso recordando en los sermones y en otras grandes
ceremonias de nacimiento, casamiento o
muerte que el hombre sólo es polvo, salvo que sepa amar a sus hermanos
hasta el punto de ofrecer su otra
mejilla a quien le abofeteó la primera.
El aparato familiar..., no insistimos más.
3) Este
concierto está dominado por una partitura única, ocasionalmente perturbada por
contradicciones, las de restos de las antiguas clases dominantes, las de
proletarios y sus organizaciones: la partitura de la ideología de la clase
actualmente dominante que integra en su música los grandes temas del humanismo
de los ilustres antepasados que, antes del cristianismo, hicieron el milagro
griego y después la grandeza de Roma, la ciudad eterna, y los temas del
interés, particular y general, etc., nacionalismo, moralismo y economismo.
4) No obstante,
un aparato ideológico de Estado cumple muy bien el rol dominante de ese concierto,
aunque no se presten oídos a su música: ¡tan silenciosa es! Se trata de la
Escuela.
Toma a su cargo
a los niños de todas las clases sociales desde el jardín de infantes, y desde
el jardín de infantes les inculca —con nuevos y viejos métodos, durante muchos
años, precisamente aquellos en los que el niño, atrapado entre el aparato de
Estado-familia y el aparato de Estado-escuela, es más vulnerable— “habilidades”
recubiertas por la ideología dominante (el idioma, el cálculo, la historia
natural, las ciencias, la literatura) o, más directamente, la ideología
dominante en estado puro (moral, instrucción cívica, filosofía).
Hacia el sexto
año, una gran masa de niños cae “en la producción”: son los obreros o los
pequeños campesinos. Otra parte de la juventud escolarizable continúa: bien que
mal se encamina y termina por cubrir
puestos de pequeños y medianos cuadros, empleados, funcionarios pequeños y
medianos, pequeño-burgueses de todo tipo.
Una última parte
llega a la meta, ya sea para caer en la semidesocupación intelectual, ya para
proporcionar, además de los “intelectuales del trabajador colectivo”, los
agentes de la explotación (capitalistas, empresarios), los agentes de la
represión (militares, policías, políticos, administradores, etc.) y los profesionales
de la ideología (sacerdotes de todo tipo, la mayoría de los cuales son “laicos”
convencidos).
Cada grupo está
prácticamente provisto de la ideología que conviene al rol que debe cumplir en
la sociedad de clases: rol de explotado (con “conciencia profesional”, “moral”,
“cívica”, “nacional” y apolítica altamente “desarrollada”); rol de agente de la
explotación (saber mandar y hablar a los obreros: las “relaciones humanas”); de
agentes de la represión (saber mandar y hacerse obedecer “sin discutir” o saber
manejar la demagogia de la retórica de los dirigentes políticos), o de
profesionales de la ideología que saben tratar a las conciencias con el
respeto, es decir el desprecio, el chantaje, la demagogia convenientes
adaptados a los acentos de la Moral, la Virtud, la “Trascendencia”, la Nación,
el rol de Francia en el Mundo, etcétera.
Por supuesto,
muchas de esas virtudes contrastadas (modestia, resignación,sumisión por una
parte, y por otra cinismo, desprecio, altivez, seguridad, grandeza, incluso
bien decir y habilidad) se enseñan también en la familia, la iglesia, el
ejército, en los buenos libros, en los filmes, y hasta en los estadios. Pero
ningún aparato ideológico de Estado dispone durante tantos años de la audiencia
obligatoria (y, por si fuera poco, gratuita...), 5 a 6 días sobre 7 a razón de
8 horas diarias, de formación social capitalista.
Ahora bien, con
el aprendizaje de algunas habilidades recubiertas en la inculcación masiva de
la ideología de la clase dominante, se reproduce gran parte de las relaciones
de producción de una formación
social capitalista, es decir, las relaciones de explotados a explotadores y de
explotadores a explotados. Naturalmente, los mecanismos que producen este
resultado vital para el régimen capitalista están recubiertos y disimulados por
una ideología de la escuela universalmente reinante, pues ésta es una de las
formas esenciales de la ideología burguesa dominante: una ideología que
representa a la escuela como un medio neutro, desprovisto de ideología (puesto
que es... laico), en el que maestros respetuosos de la “conciencia” y la
“libertad” de los niños que les son confiados (con toda confianza) por sus
“padres” (que también snlibres, es decir, propietarios de sus hijos), los
encaminan hacia la libertad, la moralidad y la responsabilidad de adultos
mediante su propio ejemplo, los conocimientos, la literatura y sus virtudes
“liberadoras”.
Pido perdón por
esto a los maestros que, en condiciones espantosas, intentan volver contra la
ideología, contra el sistema y contra las prácticas de que son prisioneros, las
pocas armas que puedan hallar en la historia y el saber que ellos “enseñan”.
Son una especie de héroes. Pero no abundan, y muchos (la mayoría) no tienen
siquiera la más remota sospecha del “trabajo” que el sistema (que los rebasa y
aplasta) les obliga a realizar y, peor aún, ponen todo su empeño e ingenio para
cumplir con la última directiva (¡los famosos métodos nuevos!). Están tan lejos
de imaginárselo que contribuyen con su devoción a mantener y alimentar, esta
representación ideológica de la escuela, que la hace tan “natural” e
indispensable, y hasta bienhechora, a los ojos de nuestros contemporáneos como
la iglesia era “natural”, indispensable y generosa para nuestros antepasados
hace algunos siglos.
En realidad, la
iglesia es reemplazada hoy por la escuela en su rol de aparato ideológico de Estado dominante. Está combinada con la familia, como antes
lo estuvo la iglesia. Se puede afirmar entonces que la crisis, de una
profundidad sin precedentes, que en el mundo sacude el sistema escolar en
tantos Estados, a menudo paralela a la crisis que conmueve al sistema familiar
(ya anunciada en el Manifiesto ), tiene un sentido político si se
considera que la escuela (y la pareja escuela-familia_ constituye el aparato
ideológico de Estado dominante. aparato que desempeña un rol determinante en la
reproducción de las relaciones de producción de un modo de producción amenazado
en su existencia por la lucha de clases mundial.
Acerca de la
ideología
Al enunciar el
concepto de aparato ideológico de Estado, al decir que los AIE “funcionan con
la ideología”, invocamos una realidad: la ideología, de la que es necesario
decir algunas palabras.
Se sabe que la
expresión “ideología” fue forjada por Cabanis, Destutt de Tracy y sus amigos,
quienes le asignaron por objeto la teoría (genética) de las ideas. Cuando Marx
retoma el término 50 años después le da, desde sus obras de juventud, un
sentido muy distinto. La ideología pasa a ser el sistema de ideas, de
representaciones, que domina el espíritu de un hombre o un grupo social. La
lucha ideológico-política llevada por Marx desde sus artículos de la Gaceta
Renana debía confrontarlo muy pronto
con esta realidad y obligarlo a profundizar sus primeras intuiciones.
Sin embargo,
tropezamos aquí con una paradoja sorprendente. Todo parecía llevar a Marx a
formular una teoría de la ideología. De hecho, después de los Manuscritos del
44 la Ideología alemana nos
ofrece una teoría explícita de la ideología, pero... no es marxista (lo veremos
enseguida). En cuanto a El Capital, si
bien contiene muchas indicaciones para una teoría de las ideologías (la más
visible: la ideología de los economistas vulgares), no contiene esta teoría
misma; ella depende en gran parte de una teoría de la ideología en general.
Desearía correr el riesgo de proponer un primer y muy esquemático esbozo. Las
tesis que voy a enunciar no son por cierto improvisadas, pero sólo pueden ser
sostenidas y probadas, es decir confirmadas o rectificadas, por estudios y
análisis más profundos.
La ideología no
tiene historia
Una advertencia
para exponer la razón de principio que, a mi parecer, si bien no fundamenta,
por lo menos autoriza el proyecto de una teoría de la ideología en general y no de una teoría de las ideologías particulares, que siempre
expresan, cualquiera que sea su forma (religiosa, moral, jurídica, política), posiciones
de clase.
Evidentemente,
será necesario emprender una teoría de las ideologías bajo la doble relación
que acaba de señalarse. Se verá entonces que una teoría de las ideologías se basa en última instancia en
la historia de las formaciones sociales, por lo tanto de los modos de
producción combinados en ésta y de las luchas de clases que en ellas se
desarrollan.
Resulta claro en
ese sentido que no puede tratarse de una teoría e las ideologías en general, pues las ideologías (definidas bajo la doble
relación indicada: particular y de clase) tienen una historia cuya
determinación, aunque les concierne, en última instancia se halla sin duda
situada fuera de las ideologías exclusivamente.
En cambio, si
puedo presentar el proyecto de una teoría de la ideología en general, y si esta teoría es uno de los elementos
del cual dependen las teorías de
las ideologías, esto implica una
proposición de apariencia paradójica, que enunciaré en los siguientes términos:
la ideología no tiene historia.
Es sabido que
esa fórmula figura con toda sus letras en un pasaje de la Ideología
alemana. Marx la enuncia al
referirse a la metafísica que, dice, no tiene más historia que la moral
(sobreentendido: y que las otras formas de la ideología).
En la Ideología
alemana esta fórmula aparece en un
contexto claramente positivista. La ideología es concebida como pura ilusión,
puro sueño, es decir, nada. Toda su realidad está fuera de sí misma. La
ideología es pensada por lo tanto como una construcción imaginaria cuyo
estatuto teórico del sueño en los autores anteriores a Freud. Para estos
autores, el sueño era el resultado puramente imaginario, es decir nulo, de
“residuos diurnos” presentados bajo una composición y un orden arbitrarios,
además a veces “invertidos” y, resumiendo, “en desorden”. para ellos el sueño
era lo imaginario vacío y nulo, bricolé
arbitrariamente, con los ojos cerrados, con residuos de la única
realidad plena y positiva, la del día. Este es exactamente el estatuto de la
filosofía y de la ideología en la Ideología alemana (puesto que la filosofía es la ideología por
excelencia).
La ideología es
pues para Marx un bricolage imaginario,
un puro sueño, vacío y vano, constituido con los “residuos diurnos” de la única
realidad plena y positiva, la de la historia, concreta de individuos concretos,
materiales, que producen materialmente su existencia. En este sentido, en la Ideología
alemana la ideología no tiene
historia; su historia está fuera de ella, allí donde existe la única historia
existente, la de los individuos concretos, etc. La tesis de que la ideología no
tiene historia es en la Ideología alemana
una tesis puramente negativa ya que significa a la vez;
1) La ideología
no es nada en tanto que es puro sueño (fabricado no se sabe por qué potencia, a
menos que lo sea por la alienación de la división del trabajo, pero en tal caso
también se trata de una determinación negativa ).
2) La ideología
no tiene historia, lo cual no quiere decir en absoluto que no tenga historia
(al contrario, puesto que no es más que el pálido reflejo, vacío e invertido,
de la historia real), sino que no tiene historia propia.
Ahora bien, la
tesis que deseo defender, retomando formalmente los términos de la Ideología
alemana (“la ideología no tiene
historia”), es radicalmente diferente de la tesis positivista-historicista de
la Ideología alemana.
Por una parte,
puedo sostener que las ideologías tienen una historia propia (aunque esté determinada en última
instancia por la lucha de clases); y, por otra, puedo sostener al mismo tiempo
que la ideología en general no
tiene historia, pero no en un
sentido negativo (su historia está fuera de ella), sino en un sentido
absolutamente positivo.
Este sentido es
positivo si realmente es propio de la ideología el estar dotada de una
estructura y un funcionamiento tales que la constituyen en una realidad
no-histórica, es decir omnihistórica,
en el sentido en que esa estructura y ese funcionamiento, bajo una
misma forma, inmutable, están presentes en lo que se llama la historia toda, en
el sentido en que el Manifiesto define
la historia como historia de la lucha de clases, es decir, como historia de las
sociedades de clases.
Para proveer
aquí un hito teórico, retomando esta vez el ejemplo del sueño según la
concepción freudiana, diré que nuestra proposición (“la ideología no tiene
historia”) puede y debe —de una manera que no tiene nada de arbitraria sino
que, por el contrario, es teóricamente necesaria, pues existe un lazo orgánico
entre las dos proposiciones— ser puesta en relación directa con aquella
proposición de Freud que afirma que el inconsciente es eterno, o sea, que no tiene historia.
Si eterno no
quiere decir trascendente a toda historia (temporal), sino omnipresente,
transhistórico y, por lo tanto, inmutable en su forma en todo el transcurso de
la historia, yo retomaré palabra por palabra la expresión de Freud y escribiré:
la ideología es eterna, igual que
el inconsciente, y agregaré que esta comparación me parece teóricamente
justificada por el hecho de que la eternidad del inconsciente está en relación
con la eternidad de la ideología en general.
He aquí por qué
me creo autorizado, al menos presuntivamente, para proponer una teoría de la
ideología en general, en el sentido en que Freud presentó una teoría del
inconsciente en general.
Para simplificar
la expresión, teniendo en cuenta lo dicho sobre las ideologías será conveniente
emplear la palabra ideología a secas para designar la ideología en general, de
la cual acabo de decir que no tiene historia o, lo que es igual, que es eterna,
es decir, omnipresente bajo su forma inmutable, en toda la historia (= la
historia de las formaciones sociales incluyendo las clases sociales). En
efecto, me limito provisoriamente a las “sociedades de clase” y a su historia.
La ideología es
una “representación”
de la relación
imaginaria de los individuos
con sus
condiciones reales de existencia
Para abordar la
tesis central sobre la estructura y el funcionamiento de la ideología, deseo
presentar primeramente dos tesis, una negativa y otra positiva. La primera se
refiere al objeto “representado” bajo la forma imaginaria de la ideología, la
segunda a la materialidad de la ideología.
Tesis 1: la ideología
representa la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales
de existencia.
Comúnmente se
dice de las ideologías religiosa, moral, jurídica, política, etc. que son otras
tantas “concepciones del mundo”. Por supuesto se admite, a menos que se viva
una de esas ideologías como la verdad (por ejemplo si se “cree” en Dios, el
Deber, la Justicia, etc.), que esa ideología de la que se habla desde el punto
de vista crítico, examinándola como un etnólogo lo hace con los mitos de una
“sociedad primitiva”, que esas “concepciones del mundo” son en gran parte
imaginarias, es decir, que no “corresponden a la realidad”.
Sin embargo, aun
admitiendo que no correspondan a la realidad, y por lo tanto que constituyan
una ilusión, se admite que aluden a la realidad, y que basta con “interpretarlas”
para encontrar en su representación imaginaria del mundo la realidad misma de
ese mundo (ideología = ilusión/alusión ).
Existen
diferentes tipos de interpretación: los más conocidos son el mecanicista,
corriente en el siglo XVII (Dios es la representación imaginaria del Rey real),
y la interpretación “hermenéutica” inaugurada
por los primeros Padres de la Iglesia y adoptada por Feuerbach y la escuela
teológico-filosófica surgida de él, ejemplificada por el teólogo Barth. (Para
Feuerbach, por ejemplo, Dios es la esencia del Hombre real.) Voy a lo esencial
al decir que, con tal que se interprete la transposición (y la inversión)
imaginaria de la ideología, se llega a la conclusión de que en la ideología
“los hombres se representan en forma imaginaria sus condiciones reales de
existencia”.
Lamentablemente,
esta interpretación deja en suspenso un pequeño problema: ¿por qué los hombres
“necesitan” esta transposición imaginaria de sus condiciones reales de
existencia para “representarse” sus condiciones de existencia reales?
La primera
respuesta (la del siglo VIII) propone una solución simple: ello es culpa de los
Curas o de los Déspotas que “forjaron” las “Bellas mentiras” para que los
hombres, creyendo obedecer a Dios, obedezcan en realidad a los Curas o a los
Déspotas, por lo general aliados en la impostura, ya que los Curas se hallan al
servicio de los Déspotas o viceversa, según la posición política de dichos
“teóricos”. Existe pues una causa de la transposición imaginaria de las
condiciones reales de existencia: la existencia de un pequeño grupo de hombres
cínicos que basan su dominación y explotación del “pueblo”en una representación
falseada del mundo que han imaginado para esclavizar los espíritus mediante el
dominio de su imaginación.
La segunda
respuesta (la de Feuerbach, adoptada al pie de la letra por Marx en sus Obras
de juventud ) es más “profunda”, pero igualmente falsa. También ella busca
y encuentra una causa de la transposición y la deformación imaginaria de las
condiciones reales de existencia de los hombres (en una palabra, de la
alienación en lo imaginario de la representación de las condiciones de
existencia de los hombres). Esta causa no son ya los curas ni los déspotas, ni
su propia imaginación activa y la
imaginación pasiva de sus víctimas. Esta causa es la alienación material que
reina en las condiciones de existencia de los hombres mismos. Es así como Marx
defiende en la Cuestión judía y
otras obras la idea feuerbachiana de que los hombres se forman una
representación alienada (=imaginaria) de sus condiciones de existencia porque
esas condiciones son alienantes (en los Manuscritos del 44, porque esas condiciones están dominadas
por la esencia de la sociedad alienada: el “trabajo alienado” ).
Todas estas
interpretaciones toman al pie de la letra la tesis que suponen y sobre la cual
se basan: que en la representación imaginaria del mundo que se encuentra en una
ideología están reflejadas las condiciones de existencia de los hombres, y por
lo tanto su mundo real.
Ahora bien,
repito aquí una tesis que ya he anticipado: no son sus condiciones reales de
existencia, su mundo real, lo que los “hombres” “se representan” en la
ideología sino que lo representado es ante todo la relación que existe entre
ellos y las condiciones de existencia. Tal relación es el punto central de toda
representación ideológica y por lo tanto imaginaria del mundo real. En esa relación está
contenida la "causa' que debe dar cuenta de la deformación imaginaria de
la representación ideológica del mundo real O más bien, para dejar en suspenso
el lenguaje causal, es necesario emitir la tesis de que es la naturaleza
imaginaria de esa relación la que sostiene toda la deformación imaginaria
que se puede observar (si no se vive en su verdad) en toda ideología.
Para utilizar un
lenguaje marxista, si bien aceptamos que la representación de las condiciones
reales de existencia de los individuos
que se desempeñan como agentes de la producción, de la explotación, de la
represión, de la ideologización y de la práctica científica, está determinada
en última instancia por las relaciones de producción y las relaciones derivadas
de ellas, diremos lo siguiente: toda ideología, en su formación necesariamente
imaginaria no representa las relaciones de producción existentes (y las otras
relaciones que de allí derivan) sino ante todo la relación (imaginaria) de los
individuos con las relaciones de producción y las relaciones que de ella
resultan. En la ideología no está representado entonces el sistema de
relaciones reales que gobiernan la existencia de los individuos, sino la
relación imaginaria de esos individuos con las relaciones reales en que viven.
Si esto es así,
la pregunta sobre la“causa” de la deformación imaginaria de las relaciones
reales en la ideología desaparece y debe ser reemplazada por otra: ¿por qué la
representación dada a los individuos de su relación (individual) con las
relaciones sociales que gobiernan sus condiciones de existencia y su vida
colectiva e individual es necesariamente imaginaria? ¿Y cuál es la naturaleza
de este ente imaginario? La cuestión así planteada halla solución en la
existencia de una “camarilla” 14 de
individuos (curas o déspotas) autores de la gran mistificación
ideológica, o bien en el carácter alienado del mundo real. Veremos el porqué al
desarrollar nuestra exposición. Por el momento, no iremos más lejos.
Tesis 2: la ideología
tiene una existencia material.
Ya hemos tocado
esta tesis al decir que las “ideas” o “representaciones”, etc. de las que
parece compuesta la ideología, no tienen existencia ideal, idealista,
espiritual, sino material. Hemos sugerido incluso que la existencia ideal,
idealista, espiritual de las “ideas” deriva exclusivamente de una ideología de
la “idea” y de la ideología y, agreguemos, de una ideología de lo que parece
“fundar” esta concepción desde la aparición de las ciencias,e s decir, lo que
practican las ciencias se representan, en su ideología espontánea, como las
“ideas”, verdaderas o falsas. Por supuesto que esta tesis, presentada bajo la
forma de una afirmación, no está demostrada. Pedimos solamente que se le
conceda, digamos en nombre del materialismo, un juicio previo simplemente
favorable. Para su demostración serían necesarios extensos razonamientos.
En efecto, para
avanzar en nuestro análisis de la naturaleza de la ideología necesitamos una
tesis presuntiva de la existencia no espiritual sino material de las “ideas” u
otras “representaciones”. O nos es simplemente útil para que aparezca más
claramente lo que todo análisis más o menos serio de una ideología cualquiera
muestra inmediatamente de manera empírica a todo observador, aun al que no
posea gran sentido crítico. Cuando nos referimos a los aparatos ideológicos de
Estado y a sus prácticas, hemos dicho que todos ellos son la realización de una
ideología (ya que la unidad de esas diferentes ideologías particulares
—religiosa, moral, jurídica, política, estética, etc.— está asegurada por su
subordinación a la ideología dominante). Retomamos esta tesis: en un aparato y
su práctica, o sus prácticas, existe siempre una ideología. Tal existencia es
material.
Por supuesto, la
existencia material de la ideología en un aparato y sus prácticas no posee la
misma modalidad que la existencia material de una baldosa o un fusil. Pero aun
con riesgo de que se nos tilde de neoaristotélicos (señalemos que Marx sentía
gran estima por Aristóteles) diremos que “la materia se dice en varios
sentidos” o más bien que existe bajo diferentes modalidades, todas en última
instancia arraigadas en la materia “física”.
Dicho esto,
veamos lo que pasa en los “individuos” que viven en la ideología, o sea con una
representación determinada del mundo (religiosa, moral, etc.) cuya deformación
imaginaria depende de su relación imaginaria con sus condiciones de existencia,
es decir, en última instancia, con las relaciones de producción y de clase
(ideología = relación imaginaria con las relaciones reales). Diremos que esta
relación está dotada de existencia material.
He aquí entonces
lo que se puede comprobar. Un individuo cree en Dios, o en el Deber, o en la
Justicia, etcétera. Tal creencia depende (para todo el mundo, o sea, para todos
los que vive en una representación ideológica de la ideología, que reduce la
ideología a ideas dotadas por definición de existencia espiritual) de las ideas
de dicho individuo, por lo tanto, de él mismo en tanto sujeto poseedor de una
conciencia en la cual están contenidas las ideas de su creencia. A través de lo
cual, es decir, mediante el dispositivo “conceptual” perfectamente ideológico
así puesto en juego (el sujeto dotado de una conciencia en la que forma o
reconoce libremente las ideas en que cree), el comportamiento (material) de
dicho sujeto deriva de él naturalmente.
El individuo en
cuestión se conduce de tal o cual manera, adopta tal o cual comportamiento práctico
y, además, participa de ciertas prácticas reguladas, que son las del aparato
ideológico del cual “dependen” las ideas que él ha elegido libremente, con toda
conciencia, en su calidad de sujeto. Si cree en Dios, va a la iglesia para
asistir a la misa, se arrodilla, reza, se confiesa, hace penitencia (antes ésta
era material en el sentido corriente del término)y naturalmente se arrepiente,
y continúa, etc. Si cree en el deber tendrá los comportamientos
correspondientes, inscritos en prácticas rituales “conformes a las buenas
costumbres”. si cree en la justicia, se someterá sin discutir a las reglas del
derecho, podrá incluso protestar cuando sean violadas, firmar petitorios, tomar
parte en una manifestación, etcétera.
Comprobamos en
todo este esquema que la representación ideológica de la ideología está
obligada a reconocer que todo “sujeto” dotado de una “conciencia” y que cree en
las “ideas” de su “conciencia” le inspira y acepta libremente, debe “actuar según sus ideas”, debe por lo tanto
traducir en los actos de su práctica material sus propias ideas de sujeto
libre. Si no lo hace, eso “no está bien”.
En realidad, si
no hace lo que debería hacer en función de lo que cree, hace entonces otra
cosa, lo cual —siempre en función del mismo esquema idealista— da a entender
que tiene otras ideas que las que proclama y que actúa según esas otras ideas,
como hombre “inconsecuente” (“nadie es malvado voluntariamente”), cínico, o
perverso.
En todos los
casos, la ideología de la ideología reconoce, a pesar de su deformación
imaginaria, que las “ideas” de un sujeto humano existen o deben existir en sus
actos, y si eso no sucede, le proporciona otras ideas correspondientes a los
actos (aun perversos) que el sujeto realiza.
Esa ideología
habla de actos: nosotros halaremos de actos en prácticas. Y destacaremos que tales prácticas están
reguladas por rituales en los
cuales se inscriben, en el seno de la existencia material de un aparato
ideológico, aunque sólo sea de una pequeña parte de ese aparato: una
modesta misa en una pequeña iglesia, un entierro, un match de pequeñas proporciones en una sociedad
deportiva, una jornada de clase en una escuela, una reunión o un mitin de un
partido político, etcétera.
Debemos además a
la “dialéctica” defensiva de Pascal la maravillosa fórmula que nos permitirá
trastocar el orden del esquema nocional de la ideología. Pascal dijo, poco más
o menos: “Arrodillaos, moved los labios en oración, y creeréis”. Trastroca así
escandalosamente el orden de las cosas, aportando, como Cristo, la división en
lugar de la paz y, por añadidura, el escándalo mismo, lo que es muy poco
cristiano (¡pues desdichado aquel por quien el escándalo llega al mundo!).
bendito escándalo que le hizo mantener, por un acto de desafío jansenista, un
lenguaje que designa la realidad en persona.
Se nos permitirá
dejar a Pascal con sus argumentos de lucha ideológica en el seno del aparato
ideológico de Estado religioso de su tiempo. Y se nos dejará usar un lenguaje
más directamente marxista, si es posible, pues entramos en terrenos todavía mal
explorados.
Diremos pues,
considerando sólo un sujeto (un individuo), que la existencia de las ideas de
su creencia es material, en tanto esas ideas son actos materiales insertos
en prácticas materiales, reguladas por rituales materiales definidos, a su vez,
por el aparato ideológico material del que proceden las ideas de ese
sujeto. Naturalmente los cuatro
adjetivos “materiales” inscritos en nuestra proposición deben ser afectados por
modalidades diferentes, ya que la materialidad de un desplazamiento para ir a
misa, del acto de arrodillarse, de un ademán para persignarse o para indicar mea
culpa, de una frase, de una oración,
de un acto de contrición, de una penitencia, de una mirada, de un apretón de
manos, de un discurso verbal externo o de un discurso verbal “interno” (la
conciencia), no son una sola y misma materialidad. Dejamos en suspenso la
teoría de la diferencia de las modalidades de la materialidad.
En esta
presentación trastrocada de las cosas, no nos encontramos en absoluto ante un
“trastrocamiento”, pues comprobamos que ciertas nociones han desaparecido pura
y simplemente de nuestra nueva presentación, en tanto que, por el contrario,
otras subsisten y aparecen nuevos términos.
Ha desaparecido: el término ideas.
Subsisten: los términos sujeto, conciencia, creencia, actos.
Aparecen: los términos prácticas, rituales, aparato ideológico.
No se trata pues de un trastrocamiento (salvo en el sentido en que se
dice que un gobierno se ha trastrocado), sino de un reordenamiento (de tipo
no-ministerial) bastante extraño, pues obtenemos el siguiente resultado.
Las ideas en tanto tales han desaparecido (en tanto dotadas de una
existencia ideal, espiritual), en la misma medida en que se demostró que su
existencia estaba inscrita en los actos de las prácticas reguladas por los
rituales definidos, en última instancia, por un aparato ideológico. Se ve así
que el sujeto actúa en la medida en que es actuado por el siguiente sistema
(enunciado en su orden de determinación real): ideología existente en un
aparato ideológico material que prescribe prácticas materiales reguladas por un
ritual material, prácticas éstas que existen en los actos materiales de un
sujeto que actúa con toda conciencia según su creencia.
Pero esta misma presentación prueba que hemos conservado las nociones
siguientes: sujeto, conciencia, creencia, actos. De esta secuencia extraemos
luego el término central, decisivo, del que depende todo: la noción de sujeto.
Y enunciamos enseguida dos tesis conjuntas:
1) No hay práctica sino por y bajo una ideología.
2) No hay ideología sino por el sujeto y para los sujetos.
Podemos pasar ahora a nuestra tesis central.
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