(I CAPITULO DE
"LA IDEOLOGIA ALEMANA") [i]
Autoras/es: Carlos MARX Y Federico ENGELS
(Fecha original: 1846)
[[11]]
[I]
[f. 1] Según
anuncian los ideólogos alemanes, Alemania ha pasado en estos últimos años por
una revolución sin igual. El proceso de descomposición del sistema hegeliano,
que comenzó con Strauss [ii],
se ha desarrollado hasta convertirse en una fermentación universal, que ha
arrastrado consigo a todas las «potencias del pasado». En medio del caos
general, han surgido poderosos reinos, para derrumbarse de nuevo en seguida,
han brillado momentáneamente héroes, sepultados nuevamente en las tinieblas por
otros rivales más audaces y más poderosos. Fue ésta una revolución junto a la
cual la francesa [iii]
es un juego de chicos, una lucha ecuménica al lado de la cual palidecen y
resultan ridículas las luchas de los diádocos [iv].
Los principios se desplazaban, los héroes del pensamiento se derribaban los
unos a los otros con inaudita celeridad, y en los tres años que transcurrieron
de 1842 a 1845 se removió el suelo de Alemania más que antes en tres siglos.
Trátase, sin
duda, de un acontecimiento interesante: del proceso de putrefacción del
espíritu absoluto. Al apagarse la última chispa de vida, las diversas partes de
este caput mortuum [1]
[[12]] entraron en descomposición, dieron paso a nuevas combinaciones y
formaron nuevas sustancias. Los industriales de la filosofía, que hasta aquí
habían vivido de la explotación del espíritu absoluto, arrojáronse ahora sobre
las nuevas combinaciones. Cada uno se dedicó afanosamente a explotar el negocio
de la parcela que le había tocado en suerte. No podía por menos de surgir la
competencia. Al principio, ésta tenía un carácter bastante serio, propio de
buenos burgueses. Más tarde, cuando ya el mercado alemán se hallaba abarrotado
y la mercancía, a pesar de todos los esfuerzos, no encontraba salida en el
mercado mundial, los negocios empezaron a echarse a perder a la manera alemana
acostumbrada, mediante la producción fabril y adulterada, el empeoramiento de
la calidad de los productos y la adulteración de la materia prima, la
falsificación de los rótulos, las compras simuladas, los cheques girados en
descubierto y un sistema de crédito carente de toda base real. Y la competencia
se convirtió en una enconada lucha, que hoy se nos ensalza y presenta como un
viraje de la historia universal, origen de los resultados y conquistas más
formidables.
Para apreciar
en sus debidos términos toda esta charlatanería de tenderos filosóficos que
despierta un saludable sentimiento nacional hasta en el pecho del honrado
burgués alemán; para poner plásticamente de relieve la mezquindad, la pequeñez
provinciana de todo este movimiento joven hegeliano y, sobre todo, el contraste
tragicómico entre las verdaderas hazañas de estos héroes y las ilusiones
suscitadas en torno a ellas, necesitamos contemplar siquiera una vez todo el
espectáculo desde un punto de vista situado fuera de los ámbitos de Alemania [2]
[[13]]
[1.]— La
ideología en general, y la ideología alemana en particular
[f. 2] La
crítica alemana no se ha salido, hasta en estos esfuerzos suyos de última hora,
del terreno de la filosofía. Y, muy lejos de entrar a investigar sus premisas
filosóficas generales, todos sus problemas brotan, incluso sobre el terreno de
un determinado sistema filosófico, del sistema hegeliano. No sólo sus
respuestas, sino también las preguntas mismas, entrañan un engaño. La
dependencia respecto de Hegel es la razón de por qué ninguno de estos modernos
críticos ha intentado siquiera una crítica omnímoda del sistema hegeliano, por
mucho que cada uno de ellos afirme haberse remontado sobre Hegel. Su polémica
contra Hegel y la de los unos contra los otros se limita a que cada uno de
ellos destaque un aspecto del sistema hegeliano, tratando de enfrentarlo, a la
par, contra el sistema en su conjunto y contra los aspectos destacados por los
demás. Al principio, tomábanse ciertas categorías hegelianas puras y
auténticas, tales como las de sustancia y autoconciencia [3],
para profanarlas más tarde con nombres más vulgares, como los de Género, el
Unico, el Hombre [4],
etc.
Toda la
crítica filosófica alemana desde Strauss hasta Stirner se limita a la crítica
de las ideas religiosas [5].
Se partía de la religión real y de la verdadera teología. Se determinaba de
distinto modo en el curso ulterior qué era la conciencia religiosa, la idea
religiosa. El progreso consistía en incluir las ideas metafísicas, políticas,
jurídicas, morales y de otros tipos, supuestamente imperantes, en la esfera de
las ideas religiosas o teológicas, explicando asimismo la conciencia política,
jurídica o moral como conciencia religiosa o teológica y presentando al hombre
político, [[14]] jurídico o moral y, en última instancia, «al hombre»,
como el hombre religioso. Tomábase como premisa el imperio de la religión. Poco
a poco, toda relación dominante se explicaba como una relación religiosa y se
convertía en culto: el culto del derecho, el culto del Estado, etc. Por todos
partes se veían dogmas, nada más que dogmas, y la fe en ellos. El mundo era
canonizado en proporciones cada vez mayores, hasta que, por último, el
venerable San Max [6]
pudo santificarlo en bloque y darlo por liquidado de una vez por todas.
Los viejos
hegelianos lo comprendían todo una vez que lo reducían a una de las
categorías lógicas de Hegel. Los jóvenes hegelianos lo criticaban todo
sin más que deslizar debajo de ello ideas religiosas o declararlo como algo
teológico. Los jóvenes hegelianos coincidían con los viejos hegelianos en la fe
en el imperio de la religión, de los conceptos, de lo general, dentro del mundo
existente. La única diferencia era que los unos combatían como usurpación ese
imperio que los otros reconocían y aclamaban como legítimo.
Y, como para
estos jóvenes hegelianos las representaciones, los pensamientos, los conceptos
y, en general, los productos de la conciencia por ellos sustantivada eran
considerados como las verdaderas ataduras del hombre, exactamente lo mismo que
los viejos hegelianos veían en ellos los auténticos nexos de la sociedad
humana, era lógico que también los jóvenes hegelianos lucharan y se creyeran
obligados a luchar solamente contra estas ilusiones de la conciencia. En vista
de que, según su fantasía, las relaciones entre los hombres, todos sus actos y
su modo de conducirse, sus trabas y sus barreras, son otros tantos productos de
su conciencia, los jóvenes hegelianos formulan consecuentemente ante ellos el
postulado moral de que deben trocar su conciencia actual por la conciencia
humana, crítica o egoísta [7],
derribando con ello sus barreras. Este postulado de cambiar de conciencia viene
a ser lo mismo que el de interpretar de otro modo lo existente, es decir, de
reconocerlo por medio de otro interpretación. Pese a su fraseología que
supuestamente «hace estremecer el mundo», los jóvenes hegelianos son, en
realidad, los mayores conservadores. Los más jóvenes entre ellos han
descubierto la expresión adecuada para designar su actividad cuando afirman que
sólo luchan contra «frases» [v].
Pero se olvidan de añadir que a estas frases por ellos combatidas no saben
oponer más que otras frases y que, al combatir solamente las frases de este
mundo, no combaten en modo alguno el mundo real existente. Los únicos [[15]]
resultados a que podía llegar esta crítica filosófica fueron algunos
esclarecimientos en el campo de la historia de la religión, harto unilaterales
por lo demás, sobre el cristianismo; todas sus demás afirmaciones se reducen a
otras tantas maneras de adornar su pretensión de entregarnos, con estos
esclarecimientos insignificantes, descubrimientos de alcance histórico-mundial.
A ninguno de
estos filósofos se le ha ocurrido siquiera preguntar por el entronque de la
filosofía alemana con la realidad de Alemania, por el entronque de su crítica
con el propio mundo material que la rodea [8].
[2.
Premisas de las que arranca la concepción materialista de la historia] [9].
[p. 3] Las
premisas de que partimos no son arbitrarias, no son dogmas, sino premisas
reales, de las que sólo es posible abstraerse en la imaginación. Son los
individuos reales, su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto
aquellas con que se han encontrado ya hechas, como las engendradas por su
propia acción. Estas premisas pueden [p. 4] comprobarse, consiguientemente, por
la vía puramente empírica.
La primera
premisa de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos
humanos vivientes [10].
El primer estado que cabe constatar es, por tanto, la organización corpórea de estos
individuos y, como consecuencia de ello, su relación con el resto de la
naturaleza. No podemos entrar a examinar aquí, naturalmente, ni la contextura
física de los hombres mismos ni las condiciones naturales con que los hombres
se encuentran: las geológicas, las oro-hidrográficas, las climáticas y las de
otro tipo [11].
Toda historiografía tiene necesariamente que partir de estos fundamentos
naturales y de la modificación que experimentan en el curso de la historia por
la acción de los hombres.
[[16]]
Podemos
distinguir los hombres de los animales por la conciencia, por la religión o por
lo que se quiera. Pero los hombres mismos comienzan a ver la diferencia entre
ellos y los animales tan pronto comienzan a producir sus medios de vida,
paso este que se halla condicionado por su organización corpórea. Al producir
sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material.
El modo de
producir los medios de vida de los hombres depende, ante todo, de la naturaleza
misma de los medios de vida con que se encuentran y que hay que reproducir.
[p. 5] Este
modo de producción no debe considerarse solamente en el sentido de la
reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un
determinado modo de la actividad de estos individuos, un determinado modo de
manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos. Los
individuos son tal y como manifiestan su vida. Lo que son coincide, por
consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el
modo de cómo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de
las condiciones materiales de su producción.
Esta
producción sólo aparece al multiplicarse la población. Y presupone, a su
vez, un trato [Verkehr] [vi] entre
los individuos. La forma de esté intercambio se halla condicionada, a su vez,
por la producción [12].
[3.
Producción y trato. División del trabajo y formas de propiedad: tribal, antigua
y feudal]
[f. 3] Las
relaciones entre unas naciones y otras dependen del grado en que cada una de
ellas haya desarrollado sus fuerzas productivas, la división del trabajo y el
trato interior. Es éste un hecho generalmente reconocido. Pero, no sólo las
relaciones entre una nación y otra, sino también toda la estructura interna de
cada nación depende del grado de desarrollo de su producción y de su trato
interior y exterior. Hasta qué punto se han desarrollado las fuerzas
productivas de una nación lo indica del modo más palpable el grado hasta el que
se ha desarrollado en ella la división del trabajo. Toda nueva fuerza
productiva, cuando no se trata de una simple extensión cuantitativa de fuerzas
productivas ya conocidas con anterioridad (como ocurre, por ejemplo, [[17]] con
la roturación de tierras) trae como consecuencia un nuevo desarrollo de la
división del trabajo.
La división
del trabajo dentro de una nación se traduce, ante todo, en la separación del
trabajo industrial y comercial con respecto al trabajo agrícola y, con ello, en
la separación de la ciudad y el campo y en la oposición de sus
intereses. Su desarrollo ulterior conduce a que el trabajo comercial se separe
del industrial. Al mismo tiempo, la división del trabajo dentro de estas
diferentes ramas acarrea, a su vez, la formación de diversos sectores entre los
individuos que cooperan en determinados trabajos. La posición que ocupan entre
sí estos diferentes sectores se halla condicionada por el modo de aplicar el
trabajo agrícola, industrial y comercial (patriarcalismo, esclavitud,
estamentos, clases). Y las mismas relaciones se revelan, al desarrollarse el
trato, en las relaciones entre diferentes naciones.
Las diferentes
fases de desarrollo de la división del trabajo son otras tantas formas
distintas de la propiedad; o, dicho en otros términos, cada etapa de la
división del trabajo determina también las relaciones de los individuos entre
sí, en lo tocante al material, el instrumento y el producto del trabajo.
La primera
forma de la propiedad es la propiedad de la tribu [vii].
Esta forma de propiedad corresponde a la fase incipiente de la producción en
que un pueblo vive de la caza y la pesca, de la ganadería o, a lo sumo, de la
agricultura. En este último caso, la propiedad tribal presupone la existencia
de una gran masa de tierras sin cultivar. En esta fase, la división del trabajo
se halla todavía muy poco desarrollado y no es más que la extensión de la
división natural de trabajo existente en el seno de la familia. La estructura
social, en esta etapa, se reduce también, por tanto, a una ampliación de la
familia: a la cabeza de la tribu se hallan sus patriarcas, luego los miembros
de la tribu y, finalmente, los esclavos. La esclavitud latente en la familia va
desarrollándose poco a poco al crecer la población y las necesidades, al
extenderse el intercambio exterior y al aumentar las guerras y el comercio de
trueque.
La segunda
forma está representada por la antigua propiedad comunal y estatal, que brota
como resultado de la fusión de diversas tribus para formar una ciudad,
mediante acuerdo voluntario o por conquista, y en la que sigue existiendo la
esclavitud. Junto a la propiedad comunal, va desarrollándose ya la propiedad
privada mobiliaria, y más tarde la inmobiliaria, pero como forma anormal,
supeditada a aquélla. Los ciudadanos del Estado sólo en cuanto comunidad pueden
ejercer su poder sobre los esclavos que trabajan para ellos, lo que ya de por
sí los vincula a la forma de la propiedad comunal. Es la propiedad privada
[[18]] comunal de los ciudadanos activos del Estado, obligados con respecto a
los esclavos a permanecer unidos en este tipo natural de asociación. Esto
explica por qué toda la estructura de la sociedad asentada sobre estas bases, y
con ella el poder del pueblo, decaen a medida que va desarrollándose la
propiedad privada inmobiliaria. La división del trabajo aparece aquí más
desarrollada. Nos encontramos ya con la oposición entre la ciudad y el campo y,
más tarde, con la oposición entre Estados que representan, de una parte, los
intereses de la vida urbana y, de otra, los de la vida rural; dentro de las
mismas ciudades, con la oposición entre la industria y el comercio marítimo.
Las relaciones de clases entre ciudadanos y esclavos han adquirido ya su pleno
desarrollo.
Con el
desarrollo de la propiedad privada surgen aquí las mismas relaciones con que
nos encontraremos en la propiedad privada de los tiempos modernos, aunque en
proporciones más extensas. De una parte, aparece la concentración de la
propiedad privada, que en Roma comienza desde muy pronto (una prueba de ello la
tenemos en la ley agraria licinia [viii])
y que, desde las guerras civiles, sobre todo bajo los emperadores, avanza muy
rápidamente; de otra parte, y en relación con esto, la transformación de los
pequeños campesinos plebeyos en proletariado que, sin embargo, dada su posición
intermedia entre los ciudadanos poseedores y los esclavos, no llega a adquirir
un desarrollo independiente.
La tercera
forma es la propiedad feudal o por estamentos. Del mismo modo que la Antigüedad
partía de la ciudad y de su pequeña comarca, la Edad Media tenía como
punto de partida el campo. Este cambio de punto de arranque hallábase
condicionado por la población con que se encontró la Edad Media: una población
escasa, diseminada en grandes áreas y a la que los conquistadores no aportaron
gran incremento. De aquí que, al contrario de lo que había ocurrido en Grecia y
en Roma, el desarrollo feudal se iniciara en un terreno mucho más extenso,
preparado por las conquistas romanas y por la difusión de la agricultura, al
comienzo relacionada con ellas. Los últimos siglos del Imperio romano decadente
y su conquista por los propios bárbaros destruyeron una gran cantidad de
fuerzas productivas; la agricultura veíase postrada, la industria languideció
por la falta de mercados, el comercio cayó en el sopor o se vio violentamente
interrumpido y la población rural y urbana decreció. Estos factores
preexistentes y el modo de organización de la conquista par ellas condicionado
hicieron que se desarrollara, bajo la influencia de la estructura del ejército
germánico, la propiedad feudal. También ésta se basa, como la propiedad de la
tribu y la comunal, [[19]] en una comunidad [Gemeinwesen], pero frente a
ésta no se hallan ahora, en cuanto clase directamente productora, los esclavos,
como ocurría en la sociedad antigua, sino los pequeños campesinos siervos de la
gleba. Y, a la par con el desarrollo completo del feudalismo, aparece el
antagonismo del campo con respecto a la ciudad. La estructura jerárquica de la
propiedad territorial y, en relación con ello, las mesnadas armadas, daban a la
nobleza el poder sobre los siervos. Esta estructura feudal era, lo mismo que lo
había sido la propiedad comunal antigua, una asociación frente a la clase
productora dominada; lo que variaba era la forma de la asociación y la relación
con los productores directos, ya que las condiciones de producción eran
distintas.
A esta
estructura feudal de la posesión de tierras correspondía en las ciudades
la propiedad corporativa, la organización feudal de la artesanía. Aquí, la
propiedad estribaba [f. 4], fundamentalmente, en el trabajo individual de cada
uno. La necesidad de asociarse para hacer frente a la nobleza rapaz asociada;
la necesidad de disponer de locales en el mercado comunes en una época en que
el industrial era, al propio tiempo, comerciante; la creciente competencia de
los siervos que huían de la gleba y afluían en tropel a las ciudades prósperas
y florecientes, y la estructura feudal de todo el país hicieron surgir los gremios;
los pequeños capitales de los artesanos individuales, reunidos poco a poco por
el ahorro, y la estabilidad del número de éstos en medio de una creciente
población, hicieron que se desarrollara el sistema de oficiales y aprendices,
engendrando en las ciudades una jerarquía semejante a la que imperaba en el
campo.
Por tanto,
durante la época feudal, la forma fundamental de la propiedad era la propiedad
territorial con el trabajo de los siervos a ella vinculados, de una parte y, de
otra, el trabajo propio con un pequeño capital que dominaba sobre el trabajo de
los oficiales de los gremios. La estructura de ambas formas hallábase
determinada por las condiciones limitadas de la producción, por el escaso y
rudimentario cultivo de la tierra y por la industria artesana. La división del
trabajo se desarrolló muy poco, en el período floreciente del feudalismo. Todo
país llevaba en su entraña la oposición entre la ciudad y el campo; es cierto
que la estructura de los estamentos se hallaba muy ramificada y acusada, pero
fuera de la separación entre príncipes, nobleza, clero y campesinos, en el
campo, y maestros, oficiales y aprendices, y muy pronto la plebe de los
jornaleros, en la ciudad, no encontramos otra división importante. En la
agricultura, la división del trabajo veíase entorpecida por el cultivo
parcelado, junto al que surgió después la industria a domicilio de los propios
campesinos; en la industria, no existía división del trabajo dentro de cada
oficio, y muy poca [[20]] entre unos oficios y otros. La división entre la
industria y el comercio se encontró ya establecida de antes en las viejas
ciudades, mientras que en las nuevas sólo se desarrolló más tarde, al
entablarse entre las ciudades contactos y relaciones.
La agrupación
de territorios importantes más extensos para formar reinos feudales era una
necesidad, tanto para la nobleza propietaria de tierras como para las ciudades.
De aquí que a la cabeza de la organización de la clase dominante, de la
nobleza, figurara en todas partes un monarca [13].
[4. Esencia
de la concepción materialista de la historia.
El ser
social y la conciencia social]
[f. 5] Nos
encontramos, pues, con el hecho de que determinados individuos que se dedican
de un determinado modo a la producción [14],
contraen entre sí estas relaciones sociales y políticas determinadas. La
observación empírica tiene necesariamente que poner de relieve en cada caso
concreto, empíricamente y sin ninguna clase de embaucamiento y especulación, la
relación existente entre la estructura social y política y la producción. La
estructura social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de
determinados individuos; pero de estos individuos, no como puedan presentarse
ante la imaginación propia o ajena, sino tal y como realmente son; es
decir, tal y como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal y como
desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones
materiales, independientes de su voluntad [15].
La producción
de las ideas, las representaciones y la conciencia aparece, al principio,
directamente entrelazada con la actividad [[21]] material y el trato material
de los hombres, como el lenguaje de la vida real. La formación de las ideas, el
pensamiento, el trato espiritual de los hombres se presentan aquí todavía como
emanación directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la
producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la política,
de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de un
pueblo. Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas,
etc., pero se trata de hombres reales y activos tal y como se hallan
condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el
trato que a él corresponde, hasta llegar a sus formas más lejanas [16].
La conciencia [das Bewusstsein] jamás puede ser otra cosa que el ser
consciente [das bewusste Sein], y el ser de los hombres es su proceso de
vida real. Y si en toda la ideología, los hombres y sus relaciones aparecen
invertidos como en la cámara oscura, este fenómeno proviene igualmente de su
proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse
sobre la retina proviene de su proceso de vida directamente físico.
Totalmente al
contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo
sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte
de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del
hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de
aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y,
arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los
reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida. También las
formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son
sublimaciones necesarias de su proceso material de vida, proceso ampíricamente
registrable y ligado a condiciones materiales. La moral, la religión, la
metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellos
correspondan pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. No tienen
su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que
desarrollan su producción material y su trato material cambian también, al
cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es
la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la
conciencia. Desde el primer punto de vista, se parte de la conciencia como si
fuera un individuo viviente; desde el segundo punto de vista, que es el que
corresponde [[22]] a la vida real, se parte del mismo individuo real viviente y
se considera la conciencia solamente como su conciencia.
Y este modo de
considerar las cosas posee sus premisas. Parte de las condicionas reales y no
las pierde de vista ni por un momento. Sus premisas son los hombres, pero no
tomados en un aislamiento y rigidez fantástica, sino en su proceso de
desarrollo real y empíricamente registrable, bajo la acción de determinadas
condiciones. En cuanto se expone este proceso activo de vida, la historia deja
de ser una colección de hechos muertos, como lo es para los empíricos, todavía
abstractos, o una acción imaginaria de sujetos imaginarios, como lo es para los
idealistas.
Allí donde
termina la especulación, en la vida real, comienza también la ciencia real y
positiva, la exposición de la acción práctica, del proceso práctico de
desarrollo de los hombres. Terminan allí las frases sobre la conciencia y pasa
a ocupar su sitio el saber real. La filosofía independiente pierde, con la
exposición de la realidad, el medio en que puede existir. En lugar de ella,
puede aparecer, a lo sumo, un compendio de los resultados más generales,
abstraídos de la consideración del desarrollo histórico de los hombres. Estas
abstracciones de por sí, separadas de la historia real, carecen de todo valor.
Sólo pueden servir para facilitar la ordenación del material histórico, para
indicar la sucesión de sus diferentes estratos. Pero no ofrecen en modo alguno,
como la filosofía, receta o patrón con arreglo al cual puedan aderezarse las
épocas históricas. Por el contrario, la dificultad comienza allí donde se
aborda la consideración y ordenación del material, sea de una época pasada o
del presente, la exposición real de las cosas. La eliminación de estas
dificultades hállase condicionada por premisas que en modo alguno pueden darse
aquí, pues se derivan siempre del estudio del proceso de vida real y de la
acción de los individuos en cada época. Destacaremos aquí algunas de estas
abstracciones, para oponerlas a la ideología, ilustrándolas con algunos
ejemplos históricos [17].
Fuentes:
Escrito: En alemán, por Marx y Engels en Bruselas entre noviembre de 1845 y agosto de 1846.
Primera edición: En ruso, en el Archivo de C. Marx y F. Engels, libro I, 1924.
Digitalización: MIA, julio-septiembre de 2001.
Fuente: Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos (Editorial Progreso, Moscú, 1974), t. I.
Esta edición: Marxists Internet Archive, septiembre de 2001, disponible en http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/feuerbach/1.htm (sitio consultado en septiembre 2002).
2[1].DOC
NOTAS
·Todos los encabezamientos y adiciones necesarias de la
editorial van en notas; los números de las páginas del manuscrito van entre
corchetes. Los folios de la segunda copia en limpio, que es la fundamental,
están numerados por Marx y Engels y señalados con la letra «f» y una cifra: [f.
1], etc. Las páginas de la primera copia en limpio no tienen numeración del
autor y están indicadas con la letra «p» y una cifra [p. 1], etc. Las páginas
de las tres partes del borrador, numeradas por Marx, se indican con una simple
cifra [1], etc.
[1] Literalmente, cabeza muerta, aquí, restos mortales.
(N. de la Edit.)
[2] Luego, en la primera variante de la copia en limpio
viene el siguiente texto tachado:
«[p. 2] Anteponemos por eso a la crítica especial de
los representantes individuales de este movimiento ciertas observaciones
generales que elucidan las premisas ideológicas comunes a todos ellos. Estas
observaciones serán suficientes para caracterizar el punto de vista de nuestra
crítica en la medida en que esto es necesario para comprender y argumentar unas
u otras críticas sucesivas. Dirigimos estas observaciones [p. 3] precisamente a
Feuerbach porque es el único que ha dado, aunque sólo sea en cierta medida, un
paso adelante y cuyos trabajos pueden examinarse de bonne foi [de buena
fe].
1. La ideología en general, y la ideología alemana
en particular
A. Conocemos sólo una ciencia, la ciencia de la
historia. Se puede enfocar la historia desde dos ángulos, se puede dividirla en
historia de la naturaleza e historia de los hombres. Sin embargo, las dos son
inseparables: mientras existan los hombres, la historia de la naturaleza y la historia
de los hombres se condicionan mutuamente. La historia de la naturaleza, las
llamadas ciencias naturales, no nos interesa aquí, en cambio tenemos que
examinar la historia de los hombres, puesto que casi toda la ideología se
reduce ya bien a la interpretación tergiversada de esta historia, ya bien a la
abstracción completa de la misma. La propia ideología no es más que uno de
tantos aspectos de esta historia».
A continuación, en la
primera variante de la copia en limpio sigue un texto no tachado acerca de las
premisas para la concepción materialista de la historia. En la presente
edición, este texto se inserta más adelante, como § 2, en la variante
fundamental (segunda) de la copia en limpio (véase págs. 15-16) (N. de la
Edit.)
[3] Las categorías fundamentales de F. Strauss y de B.
Bauer. (N. de la Edit.)
[4] Las categorías fundamentales de L. Feuerbach y M. Stirner.
(N. de la Edit.)
[5] Luego viene tachado en el manuscrito: «que se ha
presentado pretendiendo asumir el papel de salvadora absoluta del mundo en la
lucha contra todos los males. La religión se ha interpretado y examinado
siempre como la causa última de todas las relaciones contrarias a estos
filósofos, como el enemigo principal». (N. de la Edit.)
[6] Max Stirner. (N. de la Edit.)
[7] Trátase de L. Feuerbach, B. Bauer y M. Stirner. (N. de
la Edit.)
[8] En el manuscrito de la variante fundamental de la
copia en limpio, el resto de la página está en blanco. Luego, en la siguiente
comienza el texto que en la presente edición se reproduce como § 3. (N. de la
Edit.)
[9] El texto de este párrafo ha sido tomado de la primera
variante de la copia en limpio. (N. de la Edit.)
[10] Luego sigue en el manuscrito un texto tachado: «El
primer acto histórico de estos individuos, merced al que se distinguen
de los animales, no consiste en que piensan, sino en que comienzan a producir
los indispensables medios de subsistencia». (N. de la Edit.)
[11] Luego sigue en el manuscrito un texto tachado: «Ahora
bien, estas condiciones no determinan sólo la organización corporal inicial,
espontánea, de los hombres, sobre todo las diferencias raciales entre ellos,
sino también su desarrollo sucesivo —o la falta de desarrollo— hasta nuestros
días» (N. de la Edit.)
[12] Aquí termina la primera variante de la copia en
limpio. Lo que sigue en la presente edición es texto de la variante fundamental
de la copia en limpio. (N. de la Edit.)
[13] En el manuscrito, la parte restante de la página está
en blanco. Luego en la página siguiente comienza el resumen de la esencia de la
concepción materialista de la historia. La cuarta forma (burguesa) de propiedad
se examina más adelante, en la parte IV del capítulo, §§ 2-4. (N. de la Edit.)
[14] En la variante inicial se dice: «determinados
individuos, guardando determinadas relaciones de producción». (N. de la Edit.)
[15] Luego viene tachado en el manuscrito: «Las ideas que
se forman estos individuos son ya bien ideas de su relación con la naturaleza,
ya bien de sus relaciones entre sí, ya bien ideas acerca de lo que son ellos
mismos. Es claro que en todos estos casos dichas ideas son una expresión
consciente —efectiva o ilusoria— de sus verdaderas relaciones y actividad, de
su producción, de sus contactos, de su organización social y política. Admitir
lo contrario sólo es posible en el caso de que, cuando además del espíritu de
los individuos efectivos y materialmente condicionados, se presupone algún
espíritu especial más. Si la expresión consciente de las verdaderas relaciones
de estos individuos es ilusoria, si estos últimos ponen de cabeza su realidad
en sus ideas, es también consecuencia de la limitación del modo de su actividad
material y de sus relaciones sociales, que se desprenden de ello». (N. de la
Edit.)
[16] La variante inicial dice: «Los hombres son los
productores de sus representaciones, ideas, etc., precisamente los hombres,
condicionados por el modo da producción de su vida material, por su trato
material y por el continuo desarrollo de éste en la estructura social y
política». (N. de la Edit.)
[17] Aquí termina la variante fundamental (segunda) de la
copia en limpio. En la presente edición siguen tres partes del manuscrito
original. (N. de la Edit.)
[i] 2. "La Idelogía Alemana. Crítica de la novísima
filosofía alemana, representada por Feuerbach, B. Bauer y Stirner y del socialismo
alemán representado por sus diversos profetas" es una obra conjunta de
Carlos Marx y Federico Engels, escrita en Bruselas entre 1845 y 1846. En ella
desplegaron por primera vez en todos los aspectos la concepción materialista de
la historia.
El manuscrito de "La Ideología Alemana" de
Marx y Engels constaba de dos tomos, el primero de los cuales contenía la
crítica de la filosofía posthegeliana, y el segundo, la crítica del «socialismo
verdadero».
En el primer capítulo del primer tomo se expone el
contenido positivo fundamental de toda la obra. Por eso el primer capítulo es
el más importante de todos y tiene significado independiente.
El manuscrito del primer capítulo consta de tres partes
en borrador y dos, pasadas en limpio, del comienzo del mismo. De acuerdo con
ello, el texto del capítulo se divide en cuatro partes.
La primera parte del mismo es la segunda variante de la
copia en limpio con la adición de la primera variante de lo que no se utilizó
en la segunda, la segunda parte es el núcleo primordial de toda la obra. La
tercera y cuarta partes son digresiones teóricas pasadas del capítulo sobre
Stirner (tercer capítulo del primer tomo). En esta edición, el orden de los
textos va según el folleto ruso: C. Marx y F. Engels. "Feuerbach. La
oposición de las concepciones materialista e idealista". (Nueva
publicación del primer capítulo de "La Ideología Alemana"). Moscú,
1966.
Todos los encabezamientos
y adiciones necesarias de la editorial van entre corchetes, así como también
los números de las páginas del manuscrito. Los folios de la segunda copia en
limpio, que es la fundamental, están numerados por Marx y Engels y señalados
con la letra «f» y una cifra: [f. 1], etc. Las páginas de la primera copia en
limpio no tienen numeración del autor y están indicadas con la letra «p» y una
cifra [p. 1], etc. Las páginas de las tres partes del borrador, numeradas por
Marx, se indican con una simple cifra [1], etc.— 11
[ii] .3. Se refiere a la obra fundamental de D. F. Strauss
"Das Leben Jesu" ("La vida de Jesús"), Bd. 1-2, Tübingen,
1835-1836, que puso comienzo a la crítica filosófica de la religión y a la
división de la escuela hegeliana en viejos hegelianos y jóvenes hegelianos.—
11.
[iii] 4. Se alude a la revolución burguesa de fines del
siglo XVIII en Francia.— 11
[iv] 5. Diadocos: generales de Alejandro Magno que
se enzarzaron al fallecer éste, en enconada lucha por el poder. A lo largo de
esta lucha (fines del siglo IV y comienzos del siglo III a. de n. e.), la
monarquía de Alejandro, que era, en sí, una agrupación administrativo-militar
efímera, se dividió en varios Estados.— 11
[v] 6. "Pensamientos que hacen estremecer el
mundo", expresión de un artículo anónimo de la revista "Wigand's
Vierteljahrsschrift" de 1845, t. IV, pág. 327.
"Wigand's Vierteljahrsschrift"
(Revista trimestral de Wigand), publicación filosófica de los jóvenes
hegelianos; la editaba O. Wigand en Leipzig de 1844 a 1845. Colaboraban en ella
B. Bauer, Max Stirner, L. Feuerbach y otros.— 14.
[vi] 7. El término de «Verkehr» (trato) en "La
Ideología Alemana" tiene un contenido muy amplio. Incluye la comunicación
material y espiritual de individuos, grupos sociales y países enteros. Marx y
Engels muestran en su obra que el trato material entre las personas, sobre todo
en el proceso de producción, es la base de todo otro trato. En los términos Verkehrsform,
Verkehrsweise, Verkehrsverhältnisse, Produktions- und
Verkehrsverhältnisse («forma de trato», «modo de trato», «relaciones de
trato», «relaciones de producción y trato»), que se usan en la "Ideología
Alemana", encontró expresión el concepto de relaciones de producción que,
por entonces, Marx y Engels tenían en proceso de formación.— 16
[vii] 8. El término «Stamm», que se traduce en "La
Ideología Alemana» por «tribu», tenía en la ciencia de los años 40 del siglo
XIX un significado más amplio que en la actualidad. Implicaba conjunto de
personas que procedían de un mismo antecesor y abarcaba los conceptos modernos
de «gens» y «tribu». La definición exacta y la distinción de estos conceptos se
dio por primera vez en el libro de L. Morgan "La sociedad antigua"
(1877). Al sintetizar los resultados de las investigaciones de Morgan, Engels
desplegó en todos los aspectos el contenido de los conceptos «gens» y «tribu»
en su obra "El origen de la familia, la propiedad privada y el
Estado" (1884) (véase la presente edición, t. 3).— 17
[viii] 9. La ley agraria de los tribunos populares romanos
Licinio y Sexto, adoptada en el año 367 a. de n. e., prohibía a los ciudadanos
romanos poseer más de 500 yugadas (unas 125 ha) de tierra de fondo público (ager
publicus).— 18
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