(Fecha original del artículo: Diciembre 2011)
La política que marca la cancha
Podríamos
afirmar, desde un vasto espectro de posiciones ideológicas que la
economía no sobredetermina a la educación pero si la condiciona de
manera gravitante. Dicho de otro modo, las variables de la economía de
un país limitan el funcionamiento del sistema educativo, especialmente
de la escuela pública, inserta en un sistema capitalista desigual e
injusto por naturaleza.
Desde
que tengo uso de razón (tengo 42 años) la economía es el DT y pone a la
política en la cancha según sus criterios. La escuela, a remolque de
ambas, hace décadas que juega en una especie de torneo corto, y casi
siempre pelea la promoción e incluso el descenso.
Desde
2003, en forma sostenida y creciente existe un proceso de
reposicionamiento de la política recuperando su centralidad para
producir cambios. Durante los 90 se instaló y logró ponerse de moda
cierta noción antipolítica que se niega a reconocer la dimensión
antagónica que constituye “lo político”. Y entonces todo aquello ligado a
“la política” viene cotizando muy bajo hace años, gracias al discurso
“neutral” y “científico” de los economistas neoliberales y también por
merito de muchos políticos, y de todos los colores. Todo lo que huela a
conflictos suele aparecer como un asunto que complica y es mejor
evitarlo, cuando no, anularlo o hacerlo invisible. Cuando en realidad
los conflictos son la forma a través de la cual pueden dirimirse
multiplicidad de intereses y tensiones al interior de una sociedad que
ha quedado diezmada y necesita recomponer lazos sociales pero también
recuperar debates, derechos y dignidades.
Volviendo
a la metáfora deportiva, en estos años se produjo un cambio
fundamental, no solo de jugadores sino de estrategias de juego. Lo
político es aquello que marca la cancha, cómo, cuándo, dónde y con
quiénes se juega. Asunto que no está exento de excesos y errores, que
hay que atender y solucionar. Cuando me recibí en la facultad de
ciencias de la educación (mitad de los 90) recuerdo que muchos ministros
o funcionarios de educación eran economistas, y más allá de las fuertes
criticas de una porción de la sociedad, aquello parecía algo tan
natural como el aire que se respiraba, parte de un sentido común
privatista, que veía allí una versión eficiente y modernizadora de la
empresa, de la escuela, del Estado.
La calidad del darwinismo escolar
También
en los 90 naturalizamos la idea de calidad educativa solo pensando en
resultados, cuantificables, fomentando una especie de darwinismo
escolar, en la competencia que anula al otro a través de la
supervivencia del “más apto”. Enalteciendo lo privado como la nueva
autopista por donde circula el “profesor último modelo”, o el empleado
del mes que no importa si se hace preguntas porque solo está para la
demanda del cliente. Autopista que pasa por arriba de esa vieja avenida
publica en la que el docente se embotella y nada funciona. Calidad
educativa que embalsama los datos sin atender las condiciones que
posibilitan llegar a ellos y mucho menos los contextos en que se
producen. Este tipo de datos se transforman en el patrón excluyente para
condenar o premiar, alimentando esa maquinaria discursiva binaria que
dictamina culpables y víctimas, blancos y negros, ocultando la
complejidad que siempre revisten los procesos que en este caso se
intentan evaluar.
La calidad de la inclusión como punto de partida
Sin
dudas la universalización de la matricula escolar es un irrenunciable
ligado a la inclusión , pero el desafío democratizador mas difícil y
necesario consiste en acortar la brecha entre los que ingresan y los que
egresan , una vez transcurrida una cohorte escolar, especialmente en la
secundaria. Sin duda es central que ingresen todos, pero la sintonía
fina tiene que ver no solo con incluir sino especialmente con la manera
en que se incluye. Será un reto para evaluar la escuela no solo el dato
de quien ingresó sino el que nos de pistas sobre la calidad de su
tránsito por la escuela y el dato con la respuesta del que egresó pero
nunca imaginó que iba a terminar.
El
sentido que marca la ley de educación nacional (2006), los 6.42% del
PBI en educación, la apuesta a la educación técnica, las netbooks para
los adolescentes de las escuelas públicas, la AUH, entre otras políticas
de estado son claras señales de un cambio de rumbo, de una decisión
firme vinculada a mejorar la educación y la inclusión social. Los
resultados que arroja la evaluación censal que acaba de difundir el
ministerio de educación sobre el desempeño de los alumnos del último año
de todo el país en cuatro áreas del conocimientos, van en ese sentido,
reafirmando, no sin inconvenientes, que se puede reconstruir aquello que
fue salvajemente volteado. La política económica ha mejorado algunas
condiciones de vida de buena parte de los alumnos y alumnas de nuestras
escuelas, que requieren sin dudas ampliarse y consolidarse y en este
sentido no es otra cosa que comenzar a restituir las bases necesarias
para que la escuela pueda concentrar su apuesta al mejoramiento de la
enseñanza y el aprendizaje, hacer efectiva la justicia curricular , que
no es otra cosa que una distribución más justa de lo que se enseña y
aprende, priorizando a aquellos que vienen postergados hace décadas.
Concentrar esfuerzos en la sintonía fina implica situar el desafío en la
mejora de la enseñanza como ejercicio de responsabilidad y presencia
adulta, ética y política, ante las nuevas generaciones. Transformar sin
retornos condiciones de trabajo docentes, especialmente en secundaria
(cargos por horas), que permitan mejor identificación y pertenencia con
la escuela y sus alumnos/as, que los fortalezca en los avances en el
campo del saber y las tecnologías. Poner en sintonía a los adolescentes
con formas escolares que los albergue con la sensación que aquello que
allí ocurre tiene sentido, llenando de vida y deseo el tiempo que a
veces parece agonía, tomando distancia de diálogos simulados, de ese
“como si” que alimenta el sinsentido y la mediocridad.
Si
la política marca la cancha y la economía se sujeta a dichas reglas es
posible que la educación pueda ser pensada como política de estado, de
mediano y largo plazo y no como torneo corto, o asunto del gobierno de
turno. De esa forma, es posible que Manuel, Violeta o Margarita que
empezaron la sala de 4, primer grado o la secundaria en 2003, pasados 12
años estén sumándose por vez primera en su familia a una universidad, o
al mundo del trabajo y un rato después asomen sus hijos, que si crecen
en una casa más digna, con más y mejor trabajo, libros, netbooks y
demás, es probable que redoblen su apuesta por más y mejores sueños.
- Gabriel Brener es
Lic. Educación (UBA) y Especialista en Gestión y Conducción del Sistema
Educativo (FLACSO). Capacitador y asesor de docentes y directivos de
escuelas. Ex director de escuela secundaria. Co-autor de “Violencia
escolar bajo sospecha” 2009 Ed. Miño y Dávila Bs As.
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