Autoras/es: Adriana Puiggrós
Es necesario contar todo. El primer  desafío es aceptar que el propio pasado no es simple de analizar. Pero  no debe menospreciarse la capacidad de las nuevas generaciones para  comprender la historia y la realidad si se les facilita el acceso a la  información, si el relato deja abierta la cuestión de la responsabilidad  que le compete a cada cual.  
(Fecha original del artículo: Marzo 2011) 
 Los jóvenes que hoy cursan la escuela  secundaria nacieron a finales de la década de 1990. Su distancia con la  dictadura militar es semejante a la que había entre la generación que  hoy tiene 40 años, cuando cursaba la secundaria, y el primer gobierno de  Perón, o la de quienes fuimos alumnos de la enseñanza media entre los  años '50 y '60 con el golpe de Uriburu. En términos de vivencia propia,  la dictadura sólo lo es para los chicos que tuvieron la desgracia de ser  tocados directa o indirectamente –un familiar, un amigo, un vecino– por  la mano larga de la represión. Para los otros es relato. Un relato  terrible que a muchos les ha calado hondo a través de películas, de  series televisivas y sobre todo del clima social de rechazo profundo al  autoritarismo, que se expresa especialmente entre los jóvenes. Haber  atravesado la peor de las dictaduras y restaurado el régimen  constitucional impactó en la identidad de los argentinos. 
Pero el  sentido del relato del proceso histórico que comenzó con el trágico  golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 cobra una importancia  fundamental. Por qué, cuáles eran los objetivos, quiénes fueron los  ejecutores y quiénes los autores intelectuales, cuál la visión del  mundo, de la sociedad, de la juventud de los genocidas y de quienes los  apañaron, qué valores se pusieron en juego, motivaron y animaron a tanta  crueldad, son preguntas que necesitamos suscitar en los alumnos, pero  que aún encuentran, peligrosamente, respuestas diversas. Pese al clima  adverso al autoritarismo que mencionamos. Pese a la evidencia que está  en los procesos judiciales seguidos a los responsables de la  represión.     
Es posible que nadie –o casi nadie– se atreva a negar  que el golpe de Estado de 1976 se caracterizó por la violación a los  Derechos Humanos, por el secuestro, tortura y desaparición de más de 30  mil personas, por el robo sistemático de bebés y todo tipo de crímenes  considerados de lesa humanidad; que fue la década del horror en la  Argentina, y que sus consecuencias en lo psicosocial, en lo político, en  lo económico y cultural, aún atraviesan el presente nacional. Que el 24  de marzo de 1976 la Junta Militar de Jorge Rafael Videla, Emilio  Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti, con la anuencia de la Triple A,  de sectores civiles nacionales y la planificación sistemática de golpes  militares en América Latina apoyados por los EE UU interrumpieron las  democracias como manera de intervención. 
Sin embargo algo falla en  el relato cuando al mismo tiempo se produce un  deslizamiento apelándose  a la "mano dura" para resolver los problemas de seguridad del presente y  se menosprecian los Derechos Humanos. O cuando se rechaza la  introducción de materias de formación ciudadana con valores  democráticos, dentro del programa de la escuela secundaria. O se exige  que los programas no hablen de política, ni incluyan el tema del género,  ni informen a los alumnos de los movimientos sociales en la historia  reciente del país.
Los dictadores de los años 1976-1983 tenían claro  que debían reprimir toda posibilidad de que se suscitaran discusiones  sobre esos temas en las aulas, calificando de subversiva toda intención  que se apartara de la más ultramontana pedagogía del control social. La  dictadura estaba decidida a evitar no sólo los cambios que se  prefiguraron en los años 1973 y 1974 en la educación y la cultura, no  sólo rechazaba las influencias de la pedagogía de la liberación o de los  movimientos estudiantiles de fines de los años sesenta, sino que  retrocedió hasta alcanzar criterios ultramontanos. Impuso en los  colegios un orden militar, contundente y acatado, pero insostenible en  el mediano plazo. 
Es necesario contar todo. El primer desafío es  aceptar que el propio pasado no es simple de analizar. Pero no debe  menospreciarse la capacidad de las nuevas generaciones para comprender  la historia y la realidad, si se les facilita el acceso a la  información, si el relato deja abierta la cuestión de la   responsabilidad que le compete a cada cual,  porque el Estado finalmente  se ha hecho cargo de juzgar a los genocidas desde que derogó en 2005  las leyes de impunidad y perdón, como lo son las leyes de Obediencia  Debida y Punto Final, o a quienes se apropiaron sistemáticamente de los   bebés que hoy recuperan las Abuelas o de empresas como Papel Prensa SA.  
Ha vuelto a ser de interés de los jóvenes  la práctica política  como herramienta de transformación. Los mensajes de Néstor Kirchner y de  Cristina Fernández, que los interpelan para que sean protagonistas de  los cambios profundos que se están realizando, contienen el relato de la  historia reciente que era indispensable. Ese relato es sin duda  convocante.
En muchos jóvenes impactó positivamente la sanción de la  Ley de Medios 26.522: significa la democratización de la palabra y  brinda la posibilidad de que no haya un discurso único.  Se ha  multiplicado la producción de contenidos didácticos pedagógicos que  facilitan el abordaje de temas complejos, como los de la dictadura  militar, desde una concepción de políticas públicas en este sentido y  que asume el Estado como tal. Los contenidos de Canal Encuentro o el  apoyo del INCA a las producciones cinematográficas son una herramienta  fundamental para la disposición de materiales de debate para las nuevas  generaciones. 
Hay que poner en común los discursos de los diferentes  actores políticos, películas que han sido significativas y didácticas  para explicar un momento particular;  artículos de revistas, diarios,  libros de historias. Contraponer las miradas al respecto. Proponer a los  alumnos trabajos de investigación histórica y representaciones  artísticas (obras de teatro, plástica, música) por los canales que  tengan a su alcance. Es cierto que no todos acceden a la tecnología y a  la conexión de la red de redes, pero el Estado está en esa tarea, y en  un tiempo no muy lejano, todos podrán acceder. El uso de las Tecnologías  de la Información y la Comunicación (TIC) brindan al docente una  herramienta de búsqueda de información junto a los alumnos. Su rol como  coordinador es fundamental en la tarea. Al mismo tiempo, los alumnos  empiezan a tener a su alcance las TIC, como fuentes de la información de  los relatos, que deben ser verificables, contextualizadas,  interpretadas.  
Una nueva generación de jóvenes manifiesta de  distintas maneras un interés por la política que parecía haber  desaparecido para siempre. Si bien no se puede generalizar que todos  tengan las mismas necesidades e intereses, se puede acordar en que en  los últimos años muchos están ávidos de saber qué pasó y cómo se llegó a  este presente. Es necesario enseñarles la Constitución Nacional y  Provincial, las leyes que rigen la vida política del país, la estructura  institucional, sus derechos y deberes. En particular, analizando el  cómo abordar la cuestión del golpe cívico militar de 1976, es  imprescindible que el debate no sólo se desarrolle en las aulas, sino  que los medios de comunicación y los nuevos espacios políticos de los  jóvenes, que se están abriendo, sean formadores de la participación  política en las instituciones de la democracia. 

 

 
 
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