(Fecha original del artículo: 1987)
El exilio
La dictadura militar me negaba el pasaporte, como a
muchos miles de uruguayos, y yo estaba condenado a pena de trámite perpetuo en
el Departamento de Extranjeros de la policía de Barcelona.
- Profesión? Escritor, escribí, de
formularios.
Aquel día, yo no daba más. Estaba harto
de las colas de horas en la calle y harto de los burócratas a quienes ni
siquiera podía verles la cara:
- Esos formularios no sirven.
- Me los dieron aquí.
- Me los dieron aquí.
-- Cuándo?
- La semana pasada.
- Ahora hay formularios nuevos.
- Me los puede dar?
- Me los puede dar?
- No tengo.
- Y dónde los consigo?
- No sé. Que pase el siguiente.
Y después faltaban unos timbres, y en
ningún estanco vendían esos timbres que faltaban, y yo había llevado dos fotos
y eran tres, y las máquinas de sacar fotos funcionaban con monedas de
veinticinco y ese día no había ni una sola moneda de veinticinco en toda la ciudad
de Barcelona.
Ya estaba anocheciendo cuando por fin
subí al tren, hacia mi casa de Calella de la Costa. Yo estaba
reventado. Apenas me senté, me quedé dormido.
Me despertó un golpecito en el hombro.
Abrí los ojos y vi a un tipo estrafalario, vestido con un pijama en harapos:
- Pasaporte!...
El loco había cortado en pedacitos una
cochina hoja de periódico, y estaba repartiendo los trocitos, de vagón en
vagón, entre los pasajeros del tren:
-¡Pasaporte! ¡Pasaporte!...
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