Autoras/es: Eduardo Galeano
(Fecha original del artículo: 1987)
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Los monos confunden al gato Félix con
Tarzán, Popeye devora sus latas infalibles, Berta Singerman gime versos en el
teatro Solís, la gran tijera de Geniol corta los resfríos, de un momento a otro
Mussolini va a invadir Etiopía, se concentra la flota británica en el canal de Suez.
Página tras página, día tras día, el año 1935 va desfi-lando a los ojos de Pepe
Barrientos, en la Biblioteca Nacional. El Pepe está buscando no sé qué dato en
la colección del diario Uruguay, el estreno de un tango o el bautismo de una
calle o algo así, y todo el tiempo siente que esta no es la primera vez, siente
que ya ha visto lo que ahora está viendo, que ya ha pasado por aquí, antes ha
pasado por aquí, por estas páginas, el cine Ariel estrena una de Ginger Rogers,
en el Artigas baila y canta la pequeña Shirley Temple, una franela mojada en
Untisal cura el dolor de garganta, arde un navío a ciento cincuenta millas de
estas costas de Montevideo, una bailarina de dudosa reputación amanece
asesinada, Mussolini produce su ultimátum. ¡Guerra! ¡Ya viene la guerra!, clama
un título enorme. Sí, el Pepe lo ha visto.
Sí, sí; esa foto, el arquero en
plena paloma atravesando la página, el pelotazo del vasco Cea doblándole las
manos, esas letras; quizás en la infancia, piensa. Se sorprendió de tan largo
viaje de la memoria: en 1935, hace más de medio siglo, él tenía seis años. Y
entonces, de pronto, el miedo lo toca, las uñas heladas del miedo le rozan la nuca,
y él tiene la certeza de que debe irse, y tiene la certeza de que va a
quedarse. Así que sigue. Podría cambiar de diario o de año, o simplemente
podría echarse a caminar hacia la puerta de salida, pero sigue. El Pepe sigue,
llamado, no puede irse, no puede detenerse, y gana Peñarol, con Gestido de gran
figura, y ya se ha firmado la paz entre Paraguay y Bolivia pero no termina de
resolverse el problema de los prisioneros, y una tormenta hunde barcos en al
canal de Mancha, y cae el asesino de la bailarina, que resultó ser su amante y
que llevaba ocho centésimos en el bolsillo en el momento de su detención, y el
remedio de Himrod está garantizado contra el asma, y súbitamente la mano de
Pepe, que acaba de volver la página, se paraliza, y una foto le golpea la cara;
una foto a seis columnas, el camión volcado y reventado, la inmensa foto del
camión, un enjambre de curiosos mirando al fotógrafo, mirando al Pepe que mira
a los curiosos, que no los ve: el Pepe con los ojos ciegos de lágrimas ante la
foto del camión donde muere su padre, aplastado por un choque espectacular que
conmueve al barrio de La Teja, en Montevideo, al mediodía del 18 de setiembre
de 1935.
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