Autoras/es: Pablo E. Chacón para Revista Ñ
JANO. El dios de la mitología romana, en el Museo Vaticano. Miller caracteriza así al psicoanálisis cuando interviene en los debates públicos. |
(Fecha original del artículo: Septiembre 2012)
En Punto cenit (ediciones Diva), el
psicoanalista francés Jacques-Alain Miller reunió una serie de artículos
–propuestos y ordenados por sus colegas locales Silvia Tendlarz y
Carlos Gustavo Motta– que pivotean sobre las nociones de real en la
época del Otro que no existe, la de la crisis contemporánea de las
identificaciones que empuja al sujeto a un plus de goce y a una
existencia que muchos consideran, perdida la referencia paterna por
imperio de la certidumbre científica, desamparada o extraviada. El yerno
de Jacques Lacan se sostiene en un texto de éste, “El triunfo de la
religión”, para estudiar la innovación frenética del malestar en la
cultura y sus consecuencias en la clínica del uno por uno.
Poco
menos de un año atrás, el psicoanalista francés Eric Laurent decía en
Buenos Aires que con el régimen de certeza de la ciencia, la noción de
autoridad paterna (característica del mito edípico freudiano) había
quedado definitivamente desplazada. “En el mundo de la técnica, que es
el nuestro, en el cual todo tiene que tener una función, el
psicoanalista no es alguien que se ofrece como una herramienta útil (…)
El psicoanalista trata de dirigirse a lo inútil de cada uno (…) Es
imposible separarse de esa parte oscura que nos habita; esa parte
desdichada, maldita, como la llamaba Georges Bataille. El psicoanalista
tiene esa distancia sobre el discurso de la utilidad. Y tratar de
transformar eso que no va en algo que vale es una tarea”.
La técnica avanza en la época de la inexistencia del Otro, sin control más que el ejercido por los comités de ética, retrasados siempre respecto de aquellos avances.
En estos textos, Miller, por otra vía retoma esa cuestión: en lugar de la falta en el Otro como constituyente de un sujeto, aparece un Otro sin falta que no se las ve con sujetos sino con objetos. Es una época de complicaciones del lazo social. El siglo XXI es la época del Otro que no existe, la del “ascenso al zenith” del objeto a, fórmula que Lacan usa por primera vez en Radiofonía (1974), y que su yerno, pasados los años bautiza “Punto cenit”, para hablar de las sucesivas mutaciones en el campo de la política, la religión y el propio psicoanálisis.
“Alcanzaría con el ascenso al zenith social del objeto llamado por mí pequeño a, por el efecto de angustia que provoca el vaciamiento con el que lo produce nuestro discurso, al faltar a su producción”, había dicho el autor de los Escritos. “La promoción del plus de goce que señala Lacan cobra sentido a partir del eclipse del ideal, desde donde se suele explicar la crisis contemporánea de la identificación”, completa Miller.
En la entrevista que abre el libro, éste despeja varias cuestiones. Frente al supuesto escepticismo político del psicoanalista, Miller no duda.
¿El hecho de decirse psicoanalista implica necesariamente una elección política?
“Pero sí. Quien practica el psicoanálisis debe lógicamente querer las condiciones materiales de esta práctica. Lo primero es la existencia de una sociedad civil en sentido propio, distinta del Estado (…) El psicoanálisis no existe ahí si no se lo puede ironizar, poner en cuestión los ideales de la ciudad, sin tener que tomar la cicuta. Ella es entonces incompatible con todo orden de tipo totalitario que junta en las mismas manos la política, lo social, la economía e incluso lo religioso. Ella tiene la partida ligada con la libertad de expresión y con el pluralismo”.
A fines de los 60, el psicoanálisis apareció como portador de un ideal revolucionario. ¿Piensa usted que sea posible disociar el psicoanálisis del uso político que se hace? La intervención política del psicoanálisis, ¿está implicada en su doctrina? ¿El psicoanálisis se inscribe como una ideología reaccionaria?
“Le responderé rápidamente. El psicoanálisis, ¿revolucionario o reaccionario? Es un Jano. Políticamente es un señuelo. ¿Se hace de él hoy en día un uso político explícito? En los debates de la sociedad se le hace decir lo que está a favor y en contra. ¿Qué es que está implicado a través de su doctrina? Que un psicoanalista está ahí para hacer psicoanálisis, accesoriamente para hacer avanzar el psicoanálisis, y para expandirlo en el mundo, y si interviene en los debates públicos con ese fin, está muy bien.
“Revolucionario, el psicoanálisis por cierto no lo es. Durante la época en que todavía se hablaba de revolución, hacia 1968, Lacan evocaba la revolución de las órbitas celestes. Una revolución está hecha para volver al punto de partida. El psicoanálisis es llevado a poner en valor lo que puede llamar las invariantes antropológicas más que a ubicar esperanzas en los cambios de orden político (…) El psicoanálisis no es revolucionario, sino que es subversivo, lo que no es lo mismo, y por razones que yo he esbozado, a saber: que va en contra de las identificaciones, los ideales, los significantes amo. Por otra parte, todo el mundo lo sabe. Cuando ustedes ven a alguno de sus próximos en análisis, temen que dejen de honrar a su padre, a su madre, a su esposo y al buen Dios.
“Con este hecho, los psicoanalistas no sólo no son militantes, salvo a veces, y no necesariamente para su felicidad, la del psicoanálisis, sino que más bien son llevados a decepcionar a los militantes (…) El derecho natural, que se perpetuaba bajo formas diversas desde antaño, ha recibido el impacto. Junto con los daños sensacionales que el psicoanálisis hizo en la tradición se unieron, como por milagro, las posibilidades inéditas ofrecidas a través del progreso de la biología, la procreación asistida, el desciframiento del genoma humano, la perspectiva de que el hombre se vuelva él mismo un organismo genéticamente modificado”.
La diferencia entre revolución y subversión resulta inédita, tanto como el gran angular puesto sobre las invariantes antropológicas, sin descartar la suerte política de la práctica de acuerdo a los diversos regímenes políticos y a la caída de los ideales y del Nombre-del-Padre, que por cierto, genera una desorientación ideológica que redunda en grupos de pertenencia, labilidad electoral, grupos de intereses desenmascarados y anacronismos por izquierda y por derecha.
“El Nombre-del-Padre no es más lo que era. Hace largo tiempo que aleteaba. Balzac hubiera dicho desde el regicidio francés, desde la desaparición de la sociedad del orden, y del coqueteo planteado hacia los asuntos del mundo planteados por el capitalismo, como lo previó el Manifiesto comunista. Lacan notaba ya en 1938, como un hecho adquirido, el declive social de la imago paterna; luego, en los 50, el complejo de Edipo no podría indefinidamente mantenerse en nuestras sociedades. Estamos en eso”.
El ascenso al cenit del objeto a provoca cambios desde hace años en las conductas, las orientaciones y elecciones sexuales porque se terminó la época de las identificaciones fuertes y la represión para dar paso a un horizonte permisivo, quizá tanto o más regulado que el anterior pero incontrolable cuando algo de lo real es tocado.
Antes que un mundo de deseo, éste es el mundo del goce. Y esa disyunción no implica necesariamente una mejora aunque sí un empuje a entender las mutaciones y la multiplicación de desorientaciones y estilos de vida, a riesgo de caer en arbitrariedades, fundamentalismos o explosiones de violencia, de género y de las otras.
El psicoanalista argentino Ricardo Nepomiachi destaca que entre otras consecuencias de la época aparece “lo que podemos calificar como ‘un tipo particular de degradación de la vida subjetiva’. Un tipo cuyos ejemplares son reflejo de nuestras sociedades laicas, democráticas y capitalistas que impugnan la autoridad de la enunciación y en las que reinan el saber y los productos de la ciencia. Se trata de un reino en el que se ofrece como ideal reducir la palabra a un enunciado sin enunciación, en el que no se reconoce a la excepción que haga posible transmitir la legitimidad, y es en esa medida en que el sujeto queda desamparado y sin posibilidad de encontrar una orientación en la vida y fundar un lazo social”.
Este es uno de los puntos donde la angustia juega su juego.
“El psicoanálisis –explica Lacan en una conferencia de prensa en Roma, también en 1974 –se ocupa muy especialmente de lo que no anda bien. Por eso, se ocupa de esa cosa que conviene llamar por su nombre –debo decir que hasta ahora soy el único que la llamó con este nombre: lo real. Esta es la diferencia entre lo que anda y lo que no anda, lo que anda es el mundo, y lo real es lo que no anda (…) De esto se ocupan los analistas, de manera que, contrariamente a lo que se cree, se confrontan mucho más con lo real que los científicos. Sólo se ocupan de eso. Están forzados a sufrirlo, es decir, a poner el pecho todo el tiempo. Para ello es necesario que estén extremadamente acorazados contra la angustia”.
Miller lo dice a su manera.
“Si se me concede que el goce se ha vuelto un factor de la política, ¿el psicoanálisis conservaría la misma distancia sarcástica en relación (a la política) que durase la edad de las ideologías? No creo que pueda hacerlo. Lo privado se ha vuelto público. Eso es un gran movimiento, un destino de la modernidad, y el psicoanálisis ha sido llevado a ello, para lo mejor y para lo peor”.-
La técnica avanza en la época de la inexistencia del Otro, sin control más que el ejercido por los comités de ética, retrasados siempre respecto de aquellos avances.
En estos textos, Miller, por otra vía retoma esa cuestión: en lugar de la falta en el Otro como constituyente de un sujeto, aparece un Otro sin falta que no se las ve con sujetos sino con objetos. Es una época de complicaciones del lazo social. El siglo XXI es la época del Otro que no existe, la del “ascenso al zenith” del objeto a, fórmula que Lacan usa por primera vez en Radiofonía (1974), y que su yerno, pasados los años bautiza “Punto cenit”, para hablar de las sucesivas mutaciones en el campo de la política, la religión y el propio psicoanálisis.
“Alcanzaría con el ascenso al zenith social del objeto llamado por mí pequeño a, por el efecto de angustia que provoca el vaciamiento con el que lo produce nuestro discurso, al faltar a su producción”, había dicho el autor de los Escritos. “La promoción del plus de goce que señala Lacan cobra sentido a partir del eclipse del ideal, desde donde se suele explicar la crisis contemporánea de la identificación”, completa Miller.
En la entrevista que abre el libro, éste despeja varias cuestiones. Frente al supuesto escepticismo político del psicoanalista, Miller no duda.
¿El hecho de decirse psicoanalista implica necesariamente una elección política?
“Pero sí. Quien practica el psicoanálisis debe lógicamente querer las condiciones materiales de esta práctica. Lo primero es la existencia de una sociedad civil en sentido propio, distinta del Estado (…) El psicoanálisis no existe ahí si no se lo puede ironizar, poner en cuestión los ideales de la ciudad, sin tener que tomar la cicuta. Ella es entonces incompatible con todo orden de tipo totalitario que junta en las mismas manos la política, lo social, la economía e incluso lo religioso. Ella tiene la partida ligada con la libertad de expresión y con el pluralismo”.
A fines de los 60, el psicoanálisis apareció como portador de un ideal revolucionario. ¿Piensa usted que sea posible disociar el psicoanálisis del uso político que se hace? La intervención política del psicoanálisis, ¿está implicada en su doctrina? ¿El psicoanálisis se inscribe como una ideología reaccionaria?
“Le responderé rápidamente. El psicoanálisis, ¿revolucionario o reaccionario? Es un Jano. Políticamente es un señuelo. ¿Se hace de él hoy en día un uso político explícito? En los debates de la sociedad se le hace decir lo que está a favor y en contra. ¿Qué es que está implicado a través de su doctrina? Que un psicoanalista está ahí para hacer psicoanálisis, accesoriamente para hacer avanzar el psicoanálisis, y para expandirlo en el mundo, y si interviene en los debates públicos con ese fin, está muy bien.
“Revolucionario, el psicoanálisis por cierto no lo es. Durante la época en que todavía se hablaba de revolución, hacia 1968, Lacan evocaba la revolución de las órbitas celestes. Una revolución está hecha para volver al punto de partida. El psicoanálisis es llevado a poner en valor lo que puede llamar las invariantes antropológicas más que a ubicar esperanzas en los cambios de orden político (…) El psicoanálisis no es revolucionario, sino que es subversivo, lo que no es lo mismo, y por razones que yo he esbozado, a saber: que va en contra de las identificaciones, los ideales, los significantes amo. Por otra parte, todo el mundo lo sabe. Cuando ustedes ven a alguno de sus próximos en análisis, temen que dejen de honrar a su padre, a su madre, a su esposo y al buen Dios.
“Con este hecho, los psicoanalistas no sólo no son militantes, salvo a veces, y no necesariamente para su felicidad, la del psicoanálisis, sino que más bien son llevados a decepcionar a los militantes (…) El derecho natural, que se perpetuaba bajo formas diversas desde antaño, ha recibido el impacto. Junto con los daños sensacionales que el psicoanálisis hizo en la tradición se unieron, como por milagro, las posibilidades inéditas ofrecidas a través del progreso de la biología, la procreación asistida, el desciframiento del genoma humano, la perspectiva de que el hombre se vuelva él mismo un organismo genéticamente modificado”.
La diferencia entre revolución y subversión resulta inédita, tanto como el gran angular puesto sobre las invariantes antropológicas, sin descartar la suerte política de la práctica de acuerdo a los diversos regímenes políticos y a la caída de los ideales y del Nombre-del-Padre, que por cierto, genera una desorientación ideológica que redunda en grupos de pertenencia, labilidad electoral, grupos de intereses desenmascarados y anacronismos por izquierda y por derecha.
“El Nombre-del-Padre no es más lo que era. Hace largo tiempo que aleteaba. Balzac hubiera dicho desde el regicidio francés, desde la desaparición de la sociedad del orden, y del coqueteo planteado hacia los asuntos del mundo planteados por el capitalismo, como lo previó el Manifiesto comunista. Lacan notaba ya en 1938, como un hecho adquirido, el declive social de la imago paterna; luego, en los 50, el complejo de Edipo no podría indefinidamente mantenerse en nuestras sociedades. Estamos en eso”.
El ascenso al cenit del objeto a provoca cambios desde hace años en las conductas, las orientaciones y elecciones sexuales porque se terminó la época de las identificaciones fuertes y la represión para dar paso a un horizonte permisivo, quizá tanto o más regulado que el anterior pero incontrolable cuando algo de lo real es tocado.
Antes que un mundo de deseo, éste es el mundo del goce. Y esa disyunción no implica necesariamente una mejora aunque sí un empuje a entender las mutaciones y la multiplicación de desorientaciones y estilos de vida, a riesgo de caer en arbitrariedades, fundamentalismos o explosiones de violencia, de género y de las otras.
El psicoanalista argentino Ricardo Nepomiachi destaca que entre otras consecuencias de la época aparece “lo que podemos calificar como ‘un tipo particular de degradación de la vida subjetiva’. Un tipo cuyos ejemplares son reflejo de nuestras sociedades laicas, democráticas y capitalistas que impugnan la autoridad de la enunciación y en las que reinan el saber y los productos de la ciencia. Se trata de un reino en el que se ofrece como ideal reducir la palabra a un enunciado sin enunciación, en el que no se reconoce a la excepción que haga posible transmitir la legitimidad, y es en esa medida en que el sujeto queda desamparado y sin posibilidad de encontrar una orientación en la vida y fundar un lazo social”.
Este es uno de los puntos donde la angustia juega su juego.
“El psicoanálisis –explica Lacan en una conferencia de prensa en Roma, también en 1974 –se ocupa muy especialmente de lo que no anda bien. Por eso, se ocupa de esa cosa que conviene llamar por su nombre –debo decir que hasta ahora soy el único que la llamó con este nombre: lo real. Esta es la diferencia entre lo que anda y lo que no anda, lo que anda es el mundo, y lo real es lo que no anda (…) De esto se ocupan los analistas, de manera que, contrariamente a lo que se cree, se confrontan mucho más con lo real que los científicos. Sólo se ocupan de eso. Están forzados a sufrirlo, es decir, a poner el pecho todo el tiempo. Para ello es necesario que estén extremadamente acorazados contra la angustia”.
Miller lo dice a su manera.
“Si se me concede que el goce se ha vuelto un factor de la política, ¿el psicoanálisis conservaría la misma distancia sarcástica en relación (a la política) que durase la edad de las ideologías? No creo que pueda hacerlo. Lo privado se ha vuelto público. Eso es un gran movimiento, un destino de la modernidad, y el psicoanálisis ha sido llevado a ello, para lo mejor y para lo peor”.-
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